.

 Francisco AyalaFrancisco Ayala, el último exiliado

por

Iris M. Zavala

 

El escritor granadino, exiliado de la República, muere a los 103 años en Madrid; desaparece así, quizá, el último miembro de la  ‘España peregrina’, aquella que salió en exilio con el triunfo del franquismo en la abatida España republicana. Ya los franquistas habían fusilado a su padre y a uno de sus hermanos. Ayala fue letrado de las Cortes desde la proclamación de la República. Cuando se declaróla Guerra Civil, Ayala, que en esos días viajaba por Latinoamérica con Nina, su primera esposa, y su hija, regresó a España, exponiendo su vida, para ponerse al servicio del Gobierno republicano como funcionario público, y ejerció en el Ministerio de Estado. Fue uno de los redactores de la Constitución de la República, además de cónsul en Praga. Su primera tierra de refugio fue Argentina, adonde emigró en 1939 con su familia.  Hombre inteligente y activo, en Buenos Aires participó en la vida cultural como profesor y traductor,  y fundó con su hermano la librería Ayala, a la que solían ir Borges, Mallea, Bioy Casares, Victoria Ocampo... Con Lorenzo Luzuriaga cofundó la revista Realidad;  hombre muy atento al presente, y muy prolífico como escritor, traductor e intelectual, estuvo siempre dispuesto a crear cosas nuevas y duraderas. Más importante aún, era muy consciente de que la vida es un viaje hacia la muerte. Lo sobreviven su hija Nina, tres nietas y una bisnieta, y su esposa Carolyn Richmond.
            Lo conocí en mi país, donde se exilió en 1952, año en que entré a la Universidad de Puerto Rico; tendría yo 15 años. Allí tomé un curso magistral con él, y con otros exiliados del peronismo -como el filósofo Risieri Frondizi-, del macartismo norteamericano y de  Europa. No podré nunca olvidar la primera vez que lo vi, caminando por el jardín interno de la Universidad; su forma elegante de vestir, de llevar el cuerpo, de mirar…, me pareció estar ante un ser distinto. Y lo fue. No comprendí hasta años después que él, y sus compañeros de exilio, comprendían la ética como una estética de la existencia. En mi país creó la revista y editorial La Torre, que todavía perviven; y la editorial se inició con la famosa traducción de Cortázar de los cuentos de Poe. La revista fue, y sigue siendo, rompedora, interdisciplinaria antes de que el vocablo se hubiera inventado; y es que el conocimiento y la sabiduría de Ayala lo eran. El año pasado organicé un número en su honor, Francisco Ayala en el Caribe, de obligada lectura para los estudiosos.  Terminó una carrera en leyes, fue sociólogo, colaboró en la Constitución de la República y, en mi país, en la Constitución del Estado Libre Asociado. De Puerto Rico se fue a los Estados Unidos, a enseñar, finalmente, en Brooklyn College, de Nueva York.
            Después de aquella clase memorable dejé de verlo durante mucho tiempo, y nos reencontramos en Nueva York, donde residí unos 17 años. Ya no era una adolescente, y nos veíamos con cierta frecuencia, también en reuniones en mi casa, con otros amigos exiliados: Vicente Lloréns, Nicolás Sánchez Albornoz, el pintor Eugenio Granell, entre otros. Compartíamos a menudo, hablábamos por teléfono, salíamos a comer, iba a su casa en el Village o él venía a la mía; hemos intercambiando confidencias, hablado sobre el amor, libros, ideas... Me consta que tenía muchas traducciones de poesía del inglés y el alemán, además de su extensa bibliografía de creación y de estudios de sociología, de traducción... Era eso que se llamaba ‘un hombre universal’, ya desaparecido. Su regreso a España fue ejemplar -como el de todos sus compañeros que pudieron volver-, y pronto se le concedieron honores y el reconocimiento de su extensa obra.


            Lo que más he admirado en mi amigo era su concepto de la ironía, no sólo  una herramienta literaria, sino una forma de vida. A su vuelta a Madrid nos veíamos en su casa en Marqués de Cubas, o en el Café Suecia, o paseábamos. Diría que la suya fue una vida dedicada al saber. Un savoir faire iluminado por la elegancia. Esa es justamente la idea de modernidad. Con Francisco Ayala muere el último representante de una generación sin igual, la del 27, y, lo que es más importante, muere un mundo, desaparece un sentido de intelectual íntimamente ligado a un profundo sentido ético: el del liberal republicano heredero de la Institución Libre de Enseñanza.  Para él, ética y responsabilidad se confunden, consciente de que el ser humano pensante está en perpetuo conflicto consigo mismo y con los otros, que siempre habrá malestar. Comprendía, además, a la manera freudiana, la relación entre los sexos en su dimensión ética, y una ética de lo particular, que se exterioriza en un comportamiento en permanente estudio, indagación y esclarecimiento.          Con estos maestros todos tenemos una deuda, los puertorriqueños, los latinoamericanos y los españoles. Retomar esta memoria; ésa es la ética, la justicia que no puede reducirse ni a la ley ni al derecho. Pero no puede haber justicia sin una política de la memoria, como sostiene Derrida en Los espectros de Marx.  Solo con una política así nos serán presentes y vivientes aquéllos con los que dialogamos. Ojalá las nuevas generaciones recojan el legado de la generación de Ayala: la formación de individuos autónomos, independientes, capaces de juzgar y decidir concientemente.