The Barcelona Review

Facebook



twitter

imageLuis Gerardo Mármol

 

Concierto para viola

 

Las acacias insisten:
sus flores duran más sobre la fronda
que las de los árboles primaverales.
A medida que la compasión
deja de ser pretenciosa
menos podemos expresar,
es más honda y silenciosa la crispación.
La oscuridad dichosa requiere juventud,
pero aquí ya comenzamos a acordarnos de la vida
(y aún no hemos escrito de la llaga)
¿Qué hacer con la risa o el desconcierto de los viejos?
O aún mejor, ¿qué se hacen ellos con nosotros?
Dolor en el pecho, ocre y acacias,
el asma y la caída de las hojas,
¿estos suelos colmados de hojas son una segunda adolescencia?
Son los muertos los que nos muestran la verdadera extensión de nuestros pulmones,
son ellos los que ahora nos están enseñando a respirar.
De la vida comienza uno a acordarse.


¿Y de los entusiasmos? ¿Cómo son ahora nuestros entusiasmos?

 

Todos los días hablo contigo,
pero cómo te extraño.

 

Vuelvo sobre mis pasos, para respirar

 

Silencio de ámbar, o todos los silencios,
sobre todo al inclinarse,
con los ojos cerrados.
Nada más silencioso que la verdadera respiración.
Tú, y todo, están más acá.

 

Las nobles visiones habrán de volver.
¿Algunas vez supimos qué era,
el apego o más bien el desapego del mundo,
lo que hacía que hasta nosotros llegaran?
Con nuestras venas y nervios,
todos los hombres somos árboles.
¿Cómo insistimos, o qué insiste por nosotros?
Ahora se alaba la frescura y el suave resplandor
de un día extraño del Marzo tropical,
en un paisaje más bien desabrido,
como la luz en el rostro de alguien que no es hermoso.
En días así, se aprende a respirar.

 

Se nos dice que en el medio está la virtud.
¿Y la expansión de nuestro ser?
¿Cómo expandirnos sin herir a otros?
¿Y cómo hacer para mostrarles nuestro amor: ponernos un corsé?
El muchacho altivo que fuimos decía:
“soy la lágrima del hombre
que comprendió que había que comprender
antes que ser comprendido”.

 

Son estos días extraños.
¿Dónde están la espinosa sequía y su calina rosada
que nos enseñan a amar lo que creímos intolerable?
¿Cuál es la niebla que florece ahora, la de siempre?
Abarcarlo todo, y aún así, conocer.
Pueden los trémolos de la niebla ser como la maleza que alguna vez nos limpiara el rostro.
Y al salir vomitados por el monstruo, ¡cuánto frío!

 

¿Cómo se soporta tanto sufrimiento sin estallar?
pero, ¿de qué otra manera seremos algo más que individuos?

 

Bruma o sigilo de ámbar,
el tiempo y el espíritu, empeñosos,
nos recuerdan que debemos, ya, dejar de maldecir la paciencia.
Es común entendernos mejor con los hombres después que mueren,
y también ellos, los muertos, suelen entenderse mejor con nosotros.
Andando con desconcierto por lugares familiares
al rústico cuerpo de extremos que ya duelen, ya flaquean (¿adónde voy? ¿me duermo?)
lo reclama una cadencia, los árboles de Marzo, las redes del sol.
No son alas de ángel, ni de murciélago:
son nuestros pulmones.
¿Quién conoce su verdadera extensión?
Cuando se mueven las hojas de los árboles grandes, en lontananza, frondas como bronquios
vamos siendo algo más que individuos,
y el mismo sol que hacía oro los ojos
ronda aún y nos envuelve, aunque se lo mira, incierto,
llevando en el cuerpo las astillas de la red que despedaza.
¡Sol, uvas, ventanas,
y los brazos elevados de un pecho sibilante!

 

¿Tiene al fin, o no tiene, un color el amor?
En cada hora del día y de la noche podría sobrevenir de un modo distinto el éxtasis;
flaquea el cuerpo, pero al andar lo sabemos.
¿Árboles lunares? Lunas hay, desde luego;
cuando claudicamos nuestro ensueño las quiere, como el vate, rosa y gris,
pero de pronto parecemos una luna diurna,
ahora, en los días de colores suaves o raídos.
Todo el paisaje que miramos ahora es o parece llanura o laguna, ¿adónde vamos?

 

Y en fin, ¿cómo puede el entusiasmo hacerse tantas preguntas?
Duran las flores todo el año, en verdad;
tanto como las hojas mismas.
Y no es negarse a caer en su otoño, no:
en este mundo están,
y créase o no en un milagro, son mensajeros.

 

La mirada fija crea siempre un velo,
hayas o no entornado los ojos.
Y al arrancarlo, el ámbar en el aire los deja más nítidos a ellos, los mensajeros.

 

Melismas, crótalos marchitos,
ásperos frutos y mechuzos de Marzo.
El pecho y su sol crecen mucho.
¿Es necesario, no obstante, dejar de lado algo de nuestro fulgor?
Como todas las cosas, estas pasan.
Sólo acompañan, o responden de otro modo,
como las acacias
o el tañido de los bambúes, cuando hay viento franco;
esos árboles en los que, de jóvenes,
nunca reparamos.
           
A la memoria de mi padre,
Julio César Mármol Martínez

A Santos López.

 

______________

Mood Indigo

 

Una luz amarantácea
sobre unas piernas con medias de Gaudí.
¡Cuán lejos!

 

Estas llagas que tanto conocemos,
¿son o no son como las llagas del Otro Reino?

 

Así es más bella la tragedia, dirán algunos.
Pero los hombres, ¿desde dónde nos elevamos siempre?,
dicen otros.

______________

Navidad del iniciado

 

La noche de La Estrella
no es como la noche de La Luna.

 

Podemos beber ante la luna
y, como aquel viejo maestro,
invitarla a danzar, danzar con ella,
que nuestras mangas, flotando
puedan barrer las montañas.
Solos, solísimos,
ya nos encontraremos en el Río de Plata de los Cielos.

 

En la noche de la estrella, en cambio,
lo que podemos beber
sólo podemos beberlo del aire,
y escuchar,
la luz de la noche,
oír júbilo, oír.

______________

Eres como un río de montaña, al atardecer

 

Cuando en la casa se encienden las luces, con la caída del día,
es el mismo viento entre las piedras del río.
Agua de bronce, dicen los viejos,
agua como brazaletes.

 

Por ti se llega al lugar correcto
por un camino inesperado.
El río hace nacer un lago mientras baja
y quedan altos árboles en medio.
En la mañana de azules añejos
se baña la cabellera de los árboles en el lago.
¿También los árboles olvidan,
y sólo recordarán el bien?
Más allá, pasando en medio de la procesión blanca y dorada,
llegamos al pueblo desde donde se enderezan los caminos.

 

Siempre se sueña
con un vino
que no deje seca la boca.
A nuestro lado pasan los que censuraban a David, bailando desnudo en Sión,
y también hermanos nuestros, vestidos de negro.
En el umbral del vino, entre los siervos más abrumados,
los vemos con ojos que los que nada saben llaman idiotas.

 

Mas de nosotros, ¿qué hay?
Queremos hacer un poema a nuestra amada, ¿y qué nos sale?

 

Aún entre sendas y lares desconocidos,
y aposentos abigarrados,
sabemos que estamos en el lugar debido.
¿También sabe respirar un melancólico?

 

En el éxtasis una corriente fría,
y luz como almendras.
Un pájaro color de ámbar,
que acaricio, las más de las veces, sin presentirlo.
¿Un fuego de naranja?

 

¿Cómo atender el reclamo de la amada celeste?
Ella puede, más que ninguno,
humillarnos frente a todo el cielo,
y nuestro orgullo le responde:
ámame con la misma intensidad con la que me has castigado.
Pero no somos nosotros, sino ella, quien quiere ser amada.
Para nosotros, el equilibrio es la pasión.
Más allá, mucho mas allá de lo indecible,
el abrazo,
bajo las ramas del árbol que canta.
¿Y qué se asoma en cada miembro suyo?
Cuando se canta no se piensa,
dice un hombre mayor,
muy cerca de nosotros.

 

Vinum bonum el aire es un río,
y es rojo el oro y la madreperla
vinum bonum.
En rojas redes de aire
quedó anudada
la clara flor inmarcesible
trémula oriflama.
Mira hacia la tierra, nos dice la amada,
hacia el lugar desde donde se enderezan los caminos.
A medida que se haga mayor tu conocimiento
más serás calumniado, ¿cómo lo has podido olvidar?
Ahora creo que nada sufre como un río, prosigo.
¿Es temerario pensar así?

 

Hemos soñado siempre con hombres
que con vestidos sacerdotales se bañan en el río.
Ahora sabemos, apenas,
que no se puede entrar allí con descuido.
Al que escudriña siempre, al que corta la hierba y entra al río con descuido,
al que olvidó su saber jovial,
¿cáliz o agua de oro le darán amparo?
¿Qué pájaros hablan en esa raza de crepúsculo?

 

Pero el guía en cuyas manos me has puesto para el término de este viaje viste de crisólito.
Late el sol, y la luz es la sangre, que hace llegar a todas partes.
Ámbar volando. En el éxtasis los ojos cambian de color;
luego, como nunca, la bienaventurada nostalgia,
y se escucha: dulce tu piel, como el aire.
Alrededor, detrás de nuestros oídos, detrás nos rodea el espíritu.

 

Humillarme ante ti es suprema dicha de amor, digo al fin.
Aún si no muestra favor alguno, ¿habrá otra dueña de la fuente?
En el boscaje oscuro, oro que se torna rubí,
porque allí donde están los latidos, allí está la fragancia.
¿Qué somos? Una torre con alas.
Mártires somos, los más dichosos, sólo por un recuerdo.
Al atisbar al fin la luz que se oye
cada hora es un océano, en torno al árbol festejante.
Cada hora es horizonte,
y al neblinoso son, Leteo de árboles,
rompe el deliquio los pájaros de la frente,
se oye la luz, y huella el dibujo del viento.

 

¿En dónde está la Rosa-Río, hoja por hoja?
La luz entra por la ventana de aquellos aposentos,
parecen las motas de polvo que deja ver
mil espíritus danzando en torno al centro.
El río entra al mar, mestizo ámbar,
¿y cómo puede responder el mar
sino dejándole seguir su curso dentro de él?

 

Donde están los latidos, allí está la fragancia,
y el son torna a los mundos merced al Niño Espíritu, hijo de ambos,
la niña que muestra dos campanas, que ha colocado en la palma de su mano,
y dice: esto es un beso.

______________

 

© Luis Gerardo Mármol para TBR 2015


       Este texto no puede reproducirse ni archivarse sin permiso del autor y/o The Barcelona Review.
      Rogamos lean las condiciones de uso

 

Luis MarmolLuis Gerardo Mármol B. (Caracas, 1966), poeta y doctor en matemáticas por la Universidad Central de Venezuela. Es profesor de pregrado y postgrado en el Departamento de Matemáticas Puras y Aplicadas de la Universidad Simón Bolívar y miembro del Consejo Editorial de Equinoccio, casa editora de esta universidad. Ha publicado los poemarios Sueño de un día (1997) y Purgatorio (Editorial Eclepsidra, 2012). Textos suyos han sido incluidos en Antología de la poesía latinoamericana del siglo XXI, El turno y la transición (ed. Julio Ortega, Siglo XXI Editores, México, 1997) y en El salmo fugitivo: antología de la poesía religiosa latinoamericana (ed. Leopoldo Cervantes-Ortiz, Editorial Clie, México, 2009), así como en algunas revistas dentro y fuera de su país.