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En el Telar I: El Tiempo


¡Ya no hay minutos ni segundos!
¡El tiempo ha desaparecido!
¡Es la eternidad la que ahora reina!


Charles Baudelaire, Spleen de París


Sentirse dueño del presente es un espejismo.

       El presente se asemeja a la arena movediza.
       Antes de darnos cuenta, se hunde,                   
       junto con nosotros,
       en el inexorable pretérito...


Klara Ostfeld, Luz y sombra de mi vida

 

La idea de escribir esta novela me persigue. Aunque aparento interés en lo que me rodea, sólo pienso en cómo comenzar. ¿Será la novela que se cuenta a sí misma, o una novela de situaciones? Los cuatro temas (Tiempo, Estructura, Narrador y Método) que pienso englobar en el espacio intitulado «En el Telar» sustentarán la construcción de esta novela-artefacto. Será una escritura por capas, a la manera de un palimpsesto (en pintura: petimento) que arrojará como resultado una novela intencionalmente imperfecta, caótica, como la vida misma, aunque siempre sostenida por el principio inquebrantable de la verosimilitud que la habilitaría para enfrentar a su único modelo: el mundo cotidiano, el mundo real...
       ¿Por qué escribir?, me pregunto. ¿Para satisfacer una ilusión; para creer que soy otra, tal vez? Estoy segura de que un escritor debe desdoblarse en los diversos personajes, varias personajes, según las circunstancias y las respuestas ante cada nueva situación. ¿Cuántas veces me he preguntado qué me han dejado los otros y qué les he dado de mí misma?, ¿qué me han quitado?, ¿tal vez algo que yo no quería darles, y aún así, me lo han arrebatado porque no he sabido defenderlo? Pero siempre queda algo en la memoria, sensaciones, revelaciones, insights, epifanías, momentos vividos y recuerdos guardados en lo más profundo de la mente como si estuvieran encerrados en un cuarto oscuro. Se trata de recuerdos que el tiempo no ha logrado borrar. ¡Ah!, la memoria, esa cantera adonde vamos en busca de las piedras en bruto para pulirlas y tallarlas en la escritura...
       En el primer tema, intitulado «El Tiempo», me he propuesto formular una suerte de estética de la atemporalidad al tomar conciencia del manejo del tiempo, partiendo de un pasado que ya no está, que no importa, porque ya pasó y un futuro que siempre será un enigma y sólo nos queda el ineluctable presente. Entonces acudo a la simultaneidad: todos los tiempos en un solo tiempo y a la multidimensionalidad al englobar la visión del mundo del narrador en un presente único e indivisible, un tiempo circular, plagado de anacronismos, que encierre pasado, presente y futuro, haciendo que el comienzo de la historia se empalme con el final, figurando un ouroboros. (En el Diccionario, el vocablo «Ouroboros» corresponde al ocultismo: «Ouroboros, materia sin forma, fuerza desencadenante, representada bajo la forma de una serpiente que se muerde la cola y que no es el principio ni el fin, sino el círculo del cosmos. También el ouroboros se encuentra en forma de dragón que destruye, diluye, fusiona...».)
       Tiempo, Estructura, Narrador y Método, vendrían a representar las cuatro columnas paradigmáticos en la construcción de esta novela. Pienso que mi empeño en describir, paso a paso, el proceso de la escritura, puede resultar pretencioso, pero desde que escribí mis primeros ejercicios narrativos, ya no pude volver atrás. Una vez adquirido el hábito de leer, me fui iniciando en el mundo de la escritura, donde el único maestro y el único alumno, viene a ser el propio escritor, partiendo de que, además de exploración y búsqueda, la escritura también es imitación, parodia, simulacro de la realidad alterada y constantemente modificada. Pienso que mi propósito resultaría factible si sólo escribo lo que va pasando por la mente, sean ideas, pensamientos, sentimientos, alegrías y sinsabores, porque sólo escribiendo la vida, reacomodándola en la escritura, se lograría superar la incertidumbre ante la obra inconclusa. Entonces, habría que situarse en un tiempo subjetivo, psicológico donde el diálogo y el monólogo, o discurso interno del narrador, se entremezclen y confundan en un solo tiempo.
       Escribir fluidamente siempre ha sido mi propósito. Escribir por placer, con goce, siguiendo la voz del duende que me va dictando. Si no se logra esta escritura inconsútil, no valdría la pena sumergirse en un tiempo único, no limitado por el reloj, ni por la linealidad cronológica y menos aún por la memoria personal, porque se trata de un tiempo mutable como la vida. Habría que construir un puente entre la cotidianidad y el arte, entre la realidad recordada, siempre alterada y constantemente modificada y la realidad inventada de la escritura, porque la novela, con un tiempo eminentemente urbano (los relojes se hicieron para ser usados en la ciudad, mientras que en el campo, el tiempo se mide por el paso del sol, la luna y los diversos efectos de la luz sobre el paisaje) y un espacio cambiante, en constante evolución, hasta lograr la obra en movimiento, como un tornasol, como las olas del mar, como la propia vida y el resultado será una mezcla de diario íntimo con reflexiones, ideas, fragmentos, textos periféricos y marginales, ensamblados, solapados, yuxtapuestos, superpuestos, imbricados, donde puedan coexistir varios temas y esta novela será una obra de imaginación —lo más lejos posible de un realismo ingenuo—, donde el recuerdo inventado y la imaginación creíble se fusionen en la ficción para logar un simulacro de la realidad, mediante una temporalidad descolocada, reverberante, laberíntica, simulada y transgresora del ordenamiento natural, producto de la yuxtaposición de planos espacio-temporales, en una vertiginosa danza de tiempos ilusorios, más cerca del tiempo fragmentado de la vida, ampliado al enigma de la memoria colectiva.
       El tiempo sólo es literario cuando se logra diluir la “data” en el intrincado tejido de la anécdota (the story), arrojando como resultado una cronología mutable e itinerante, porque «Las novelas, como los seres vivos, crecen y a menudo envejecen y mueren. Las que sobreviven, cambian de piel y de ser, como las serpientes y los gusanos que se vuelven mariposas... Esas novelas dicen a las nuevas generaciones cosas distintas de las que dijeron a los lectores al aparecer y, a veces, cosas que jamás pensó comunicar a través de ellas, su autor...» (Mario Vargas Llosa, en su obra, La verdad de las mentiras). También debo referirme al tiempo condensado de los sueños, un tiempo anacrónico, de dimensiones impalpables, que fusiona pasado, presente y futuro en un solo tiempo indivisible, como el tiempo subjetivo de Beckett, el tiempo reversible, perdido y reencontrado de Proust, o en la temporalidad desaforada de Carpentier, en la durée de Bergson, en el presente continuo y la simultaneidad de Joyce, el tiempo comprimido de los psicodramas de Fellini; el presente eterno de Hegel, el tiempo cualitativo y perecedero de Klara Ostfeld (Existencia y Temporalidad...), y el tiempo inmensurable que nos hace pensar en los relojes blandos, derretidos, deformados como los recuerdos, de Salvador Dalí, en su obra «La persistencia de la memoria».
       En síntesis, el tiempo de esta novela será un tiempo con grietas y ranuras donde se guardan fragmentos de la realidad, para recrear otras realidades, porque, como escribió Rosa Montero, en La loca de la casa: «... la novela es una red para cazar el tiempo, para capturar el frágil aleteo de lo temporal». Y es en ese tiempo lúdico, huidizo, ilusorio, inventado, dúctil, sustraído, cuajado de perforaciones como un colador donde se cuelan las verdades para mezclarse con las mentiras en un tiempo ubicuo, en petimento, construido en capas superpuestas, yuxtapuestas, imbricadas, desplazadas en una suerte de mise-en-abîme, en la diacronía itinerante y en eltiempo descolocado, donde reside el arsnarrativo de la novela, como una estética de la atemporalidad. También será una novela de la continuidad, ya Milan Kundera, en El arte de la novela, dijo que«el espíritu de la novela es el espíritu de la continuidad: cada obra es la respuesta a las obras precedentes, cada obra contiene toda la experiencia anterior de la novela...».
       Dicen que los chinos ven la hora en los ojos de los gatos. Los campesinos no necesitan reloj porque en el campo siempre es la misma hora de ayer, plana, como la eternidad, pero como toda novela se origina en el caos, es preciso buscar un orden que en lugar de calcar la realidad, la recree, la transforme, y en ciertas ocasiones, hasta la ignore, suplantándola por otra realidad paralela construida desde la más pura ficción. Es en esta estética, expresada en un presente pálido, un futuro oscuro y un pasado que irradie luz sobre la escritura, donde se encuentra el primer cráter arquitectural de la novela (los otros serían: la Estructura, el Narrador y el Método). A ese tiempo, erigido en caja negra de la novela, corresponde un espacio laberíntico, repartido entre dos ciudades: Cáscaras (¿Caracas?) y Atenas; dos culturas y dos maneras de abordar la escritura. Ya no se trata aquí del tiempo de la cotidianidad, sino del tiempo que se mide por los acontecimientos vitales, por los hitos históricos, por el tiempo/espacio de la comunidad virtual, el presente perpetuo del fluir indetenible de las horas y los días de Michel Maffesoli (El Instante Eterno)al referirse a «una nueva manera de afrontar el tiempo, propia de las nuevas sensibilidades».El tiempo de la novela sería entonces el producto de la lucha entre la historia y la imaginación, entre tiempo tirano que se impone y nos domina y el tiempo distendido de la escritura, de la sensualidad. Lo han dicho Roland Barthes, Charles Baudelaire, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Milán Kundera, Rosa Montero, M. Maffesoli, Mario Vargas Llosa, y también lo digo yo, La Volátil, mi álter ego mientras escriba esta novela...
       Ha llegado la hora de cerrar la computadora y repetir con Baudelaire (Spleen de París): «¡El Tiempo ha vuelto; el tiempo reina como un soberano ahora! Y con él ha vuelto también todo el cortejo de recuerdos, pesares, espasmos, miedos, angustias, pesadillas, cóleras y neurosis [...]. ¡Sí! ¡El Tiempo reina! Ha implantado de nuevo su brutal dictadura. Y me empuja hacia la cotidianidad, ese espacio impredecible donde todo nos sorprende y atemoriza...».

 

 

© Antonieta Madrid para The Barcelona Review 2015


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Antonieta MadridAntonieta Madrid (Valera, 1939) ha sido profesora en la Escuela de Letras de la Universidad Católica Andrés Bello y en la Cátedra de Estudios Latinoamericanos Andrés Bello de la Universidad de las Indias Occidentales de Barbados. Es autora de varios libros de relatos, así como las novelas No es tiempo para rosas rojas (Monte Ávila, 1975, reeditada en 2005 en la Biblioteca Básica de Autores Venezolanos de la misma editorial), Ojo de Pez (Planeta, 1990) y De Raposas y de Lobos (Alfaguara, 2001), además de los ensayos Lo Bello/lo Feo (Academia Nacional de la Historia, 1983), Novela Nostra (Fundarte, 1991) y el El Duende que dicta (Caja Redonda, 1998).