biografía del autor

imageDiana Varas Rodríguez

La caja payasa

       

A Andrea Crespo Granda, mi siamesa

 

Ha de ser lindo ser prostituta. Estoy de pie junto a un poste por algún lugar del centro que todavía no identifico, no espero a nadie. Las luces se estrellan contra mí a más de 60km por hora. Mi cuerpo se vuelve de colores y se embalsama en la acera, mórbido y ausente, como los restos de un cartel de propaganda política de un candidato que ya ha perdido. No puedo evitar imaginar que un carro se desvía de su carril y me arrastra. La calle se volvería una lija y yo una fruta. Me gustan las frutas.

      Mi hora de salida es cuando los semáforos se descolocan. Soy de la hora amarilla, del guiñar sexy yelow del semáforo. Dos postes más allá está un hombre que habla enojado con otro poste. Los objetos hablan y tiene todo el derecho de discutir lo que le venga en gana. Sigo viendo las luces que ahora son ojos, que ahora son manos, que ahora son bocas. Si escuchara un poco de música hasta me movería un poco. Cierro los párpados. Me encuentro en un concierto insomne, encandilado. Todo es rojo. Veo cómo cambian las sombras mientras zumban los autos cuando pasan. Siento que alguien está abanicando su mano cerca de mi rostro para despabilarme. Todo esfuerzo es inútil.

      Siempre tuve la afición de observar ventanas. Tienen la misma función que las tapas de alcantarillas: ocultan la catástrofe que vive dentro.  Son los respiraderos de los amantes monótonos, los portales de vida para los suicidas. 

      Por aquí hay varias ventanas. La más cercana está casi al pie del piso, enrejada.  Es la típica ventana detenida en el tiempo, puedo ver luces de Navidad que cambian de colores alrededor de unos santos en pleno septiembre; fotos de niñas y un portarretrato vacío. ¿Quién vivirá dentro? ¿Algún chaparro pedófilo?, ¿un jorobado con varias nietas o un inválido que necesita mirarlo todo desde más abajo? Los seres humanos somos posibilidades latentes, hasta después de muertos.  Cada ventana es un relato de esa posibilidad.

      En el edificio del frente, en el segundo piso, logro ver un hombre; que también puede ser un objeto que parece un hombre.  Creo que es un voyeur. Lo percibí desde que llegué.  Calculo que se ha hecho la paja 5 veces, mirándome.  Yo me he hecho la loca. Si el está en su casa, tiene todo el derecho de hacer lo que sea. Aunque prefiero pensar que es una planta de decoración voluptuosa, pero lo de la paja está bueno.

      El semáforo se ha vuelto un payaso de circo, se columpia porque está de vacaciones.  Ya casi no pasan carros, del otro lado de la calle veo una caja de cartón que se arrastra sola por la vereda, zags, zags, zags; se detiene y sigue, zags, zags, zags. Tres veces.

      El hombre del poste está extraño. Sus ojos se han vuelto más grandes que su cara. Veo cómo su boca aprieta su puño entero hasta sangrar; tiembla, se retuerce como si hubiera recibido una descarga. Cae al piso. Su cuerpo empieza a crecer, tiene 3 metros ahora y sigue moviéndose, con espasmos más lentos. Se ha comido toda su mano, su muñón me señala mientras se chupa los huesos.

      ¡Anda!, ¡anda!.- me dice con una voz endemoniada y fantástica, reteniéndose la rabia y la espuma.

      Cruzo sin pensarlo y me meto en la caja. Qué buena forma de ahorrarme los gastos mortuorios. 

       

Biografía:

VarasDiana Varas Rodríguez (Guayaquil, Ecuador, 1984) Licenciada en Comunicación Social con mención en Redacción Creativa. Realizadora del documental A imagen y semejanza (2008), que trata sobre las transgéneros y sus acciones por legitimizarse como seres ciudadanos. Fue exhibido el mismo año en el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana y en el Festival Diversa, de Buenos Aires. Tiene en camino dos nuevos proyectos documentales y un libro de cuentos.