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índex català   Junio-Julio 2007 no. 59

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Percanta que me amuraste

Iris Zavala 

       

      Amaba tu voz silabeante cuando la llenabas con palabras. Y tu mirada, cuando me mirabas, remodelaba mi rostro con arena de amor... y mi mirada cómplice seguía el movimiento de tus ojos. Yo, inocente, quise atravesar el umbral de tu mirada, y tu boca dibujaba una sonrisa. Nos duchamos, yo apenas abrí los ojos, luego supe que tú también los cerraste, no conocía tu cuerpo desnudo, y sentía el agua correr gota a gota... tú me abrazaste de pronto, confieso que sentí pudor, y adivinándome dijiste: “No te miro si prefieres...” Sonreí. Siempre acertabas mis deseos, los que yo todavía no sabía reconocer.

      Salimos aquella tarde de sol y hablamos, hablamos... Lecturas, pasiones, lugares, cuadros. Leer nos unía, éramos voraces. Los libros permanecían abiertos, pero el amor más que la lectura era el tema de nuestros diálogos, intercambiábamos más besos que ideas sabias: acariciaba tu rostro con el dedo... sí... toco tu boca... con un dedo de mi mano, toco tu boca... Eras mi Maga. Mis manos se dirigían con más frecuencia a tus senos que a los libros. Alex se apasionaba con la sociología, la política, los clásicos, y trabajaba como editora. Yo escuchaba embelesada lo que leía, lo que hacía; a mí me fascinaba la arqueología y la llevé al mar, cerca de la desembocadura del río, mostrándolo como pepitas de oro, los trozos de cerámica. Alex escribía un libro, yo me fascinaba con la aventura en borrador de su escritura. Yo amaba la arqueología y quería trabajar el neolítico, ante todo lo micénico, de las cíclades en las culturas del Caribe. Le explicaba, cogiendo su mano, que en las Antillas todo era mezcla. Alex me escuchaba, y sonreía. Odiábamos lo corriente, lo vulgar, el kitsch. Yo prefería ir a los museos, y en un hacha neolítica veía el brillo enceguecedor del arte. Estaba animada por el deseo de saber, por eso te amé a ti, Alex.

      Caminamos largamente, nos mirábamos y sonreíamos; el mar el mar... y no pensar en nada... yo sí pensaba, pensaba cómo atravesar el espejo. “Alicia”, me dijo muy quedo: “volvamos”. La miré y sentí el profundo deseo de volver a sus brazos, pero el pudor me ahogaba. “Sí”, respondí sin mirarla. Y recordé aquellas escaleras de la Universidad de México donde la vi por primera vez. Las escaleras tienen algo de final y de principio a la vez; de inconmensurable. No supe hasta años después que me reflejé en tu máscara, y perdí al instante el alma...

      Vuelvo al principio cuando posé en ti mi mirada por primera vez. Yo subía los peldaños de la Universidad de México con Ceci, y tú bajabas por aquellas magníficas escaleras. Te vi, fue como un relámpago, el resplandor de tu mirada esquiva y directa se plasmó en mi cuerpo. “Alicia... dijo jadeante Ceci, esta es Alexandra”... Un “hola” a dúo nos hizo reír a las tres. “¿Estudias?”, le pregunté. “No, he venido a consultar varios editores, porque trabajo en una editorial francesa”. Era un par de años más joven que yo, tendría unos 24 o 25 años. “¿Y tú?”, preguntó con curiosidad. “Yo... estoy por irme... vine a tomar cursos con Edmundo O’Gorman y Daniel Cossío Villegas, e intentar una entrevista con Laurette Sejourné, una mujer llena de sabiduría y bondad. Que ha escrito libros fundamentales.” Sonrió, posó sus ojos inquisitivos en los míos tímidos y huidizos “¡La admiro muchísimo! ––añadí–– sus libros me inspiran e inducen a establecer analogías entre la cosmología y religión náhuatl incluyendo Agua hirviente: Pensamiento y Religión en el México Antiguo. Me interesa sobre todo su trabajo principal sobre Quetzalcóatl, increíble. Además, sostuvo que Teotihuacan era la legendaria Tollan”. De pronto me di cuenta que solo nos mirábamos, Ceci observaba de soslayo, y dijo de pronto: “Bueno chicas, debo llegar a casa”. Nos besó y se fue.

       “¿La conoces mucho?”, preguntó Alexandra. “¡Casualidad, la conocí subiendo la escaleras cuando fui a ver el mural de Diego Rivera en el Palacio Nacional”. Pronto empezamos a conversar, y la sentí especial... tenía un algo... no me equivoqué... lo tiene... y así que pasen los años será siempre una especie de maestra peripatética. Espeleóloga de lo imaginario. Ceci sabía escuchar, y yo tenía total confianza en ella. Un día, años después, me dijo socarrona: “Nos queremos mucho y siempre tendremos una gran amistad, un gran amor, porque nunca ha intervenido el sexo”. “¿Qué dices?”, la miré con un signo de interrogación en el rostro. Me eché a reír a carcajadas: “Vale... un amor que no se consume porque nunca se consuma”. ¡Vaya con el tropo!...

      De la escalera al cielo–eso stairway to heaven. Con discreción, sin forzarlo, Alexandra y yo nos encontrábamos en la biblioteca, en los museos. Vimos el Potemkin juntas, comíamos de vez en cuando, paseábamos, sobre todo hablábamos... sin decirlo todo... siempre un misterio con signo de interrogación. Los paseos, la insinuación velada, y mi mirada que decía sin quererlo: Si la voz se sintiera con los ojos... Y llegó la hora de partir–o abandonado—tuve que volver, primero a Puerto Rico y luego a París, para estudiar en el Museo del Hombre. Me inundó una gran tristeza.

      Alex —ya la llamaba Alex— mostró también, con discreción, su desasosiego. Era estricta, elegante con discreción, algo alta, un poco más que yo, una cierta androginia velada le daba el encanto de Mona Lisa; su expresión era como aquel ser que dormía su sonrisa. Y era el epítome de la civilidad; una obra de arte que tenía que permanecer. Cada vez que la veía pensaba en Keats: A thing of beauty is a joy for ever: / Its loveliness increases; it will never / Pass into nothingness… Salimos las tres a comer juntas como despedida; Ceci vino, y se fue pronto, con una enigmática sonrisa en los labios. Al despedirnos Alex me dijo: “A lo mejor volvemos a vernos. Bueno (miró el reloj)... uf... tengo cita con un editor ahora.” Y se fue. Yo sentí el vacío del mundo sin su mirada, sin sus ojos buscando los míos. Luego, una historia vulgar: cartas, llamadas telefónicas, y la noche de amor intenso cuando vino a San Juan a visitarme. ¡Oh noche que me guiaste!,/  ¡oh noche amable más que el alborada!, / ¡oh noche que juntaste / amado con amada, / amada en el amado transformada! Todo acto tiene sus consecuencias imprevisibles.

       Su partida sacó a flote mi exilio del mundo, al viator en mí, y me fui a Nueva York a encontrarme con mi destino. Hubiera hecho cualquier cosa por estar con ella... pero Alex era calculadora, realista, y me instó a pedir una beca. Para mi sorpresa me la dieron, y viajamos a París, Roma, Grecia, toda Europa fue nuestra y aún tiene las huellas de nuestros pasos... mientras yo tomabas apuntes y notas de conexiones entre los taínos y el neolítico. Mi ojo veía el neolítico por todas partes, y pensaba en los cemíes, y el nudo de los vientos, en el arte rupestre, en las figurillas... El museo de París equivalía para mí como los Elgin Marbles en Londres... violaciones, estupros... Me volví más radical con las creaciones culturales releyendo El malestar en la cultura... justo cuando Freud señala que Eros es uno de los fundamentos de la civilización... pero es término ambiguo. “Vaya”, me dije. “Todo es ambiguo u oxímoron”. Cerré la libreta de notas, añorando mi sueño de una noche de verano, y volví a contemplar la imagen hierática del cemí.

      Supe afirmar entonces, afirmándome en la no firme corriente de un río de palabras, que saltaban de isla a isla en una corriente de tonos musicales. Esta página debiera resultar teatro, lugar de contemplación y exhibición de mi destino.

       

Ó Percanta que me amuraste (fragmento) Iris Zavala 2007.

Véase en este número la nota de actualidad sobre la presentación del libro.

BIO: Iris M. Zavala (Puerto Rico,1936) se licencia en la Universidad de Salamanca con una tesis sobre su gran maestro, Unamuno, que se convirtió en su primer libro, Unamuno y su teatro de conciencia, Premio Nacional de Literatura de Puerto Rico en 1964. Una amplia carrera universitaria se inicia entonces: México, Nueva York, Puerto Rico, Italia, Holanda, Polonia, España; y una actividad como conferenciante que la ha llevado a diversos lugares de Norte América, Latinoamérica y Europa.
      Ha recibido múltiples galardones y reconocimientos por su labor intelectual. Destacan la condecoración del Rey de España, Encomienda, Lazo de Dama de la Orden de Mérito Civil, de 1988, la Medalla de Honor del Instituto de Cultura Puertorriqueña en 1994, el Doctorado Honoris Causa por la Universidad de Puerto Rico, en 1996 y de la Universidad de Málaga, en 2003. En el 2001 recibió la Cátedra UNESCO de la Universidad Pompeu Fabra, de Barcelona. Asimismo es Premio Nacional de Literatura de Puerto Rico, en 1972, por Ideología y política en la novela española del siglo XIX, Premio Nacional de Literatura, Instituto de Literatura, Puerto Rico, en 1990, por Rubén Darío bajo el signo del cisne. Premio del Pen Club de Puerto Rico por El bolero. Historia de un amor, en 1992. Premio del Pen Club, por la novela El libro de Apolonia o de las islas, 1994.
      Su obra literaria ha sido traducida al inglés, servocroata e italiano. Su abundante bibliografía consta de cientos de artículos en inglés, francés, italiano, y castellano, así como de numerosos estudios de profundo análisis acerca del pensamiento actual, feminismo y sociedad.

Más de la autora en TBR 41: En el mundo de Iris: Entrevista a Iris Zavala y Boleros, guión de Iris Zavala, basado en el libro El bolero. Historia de un amor.

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