The Barcelona Review

Facebook



twitter

imagenAndrea Toribio

Cajas


 

Wednesday, 10 October

 

Me da miedo mirarle a los ojos y pensar que estoy sola dentro de un glaciar. Esto sin embargo es el amor. Una constelación, una alienación de planetas. Un cometa. La Tierra despoblada. Un lugar sobre el que gritar: «¡Era un cuerpo, era el cuerpo de la mujer amada!».

 

16 de noviembre a las 12:11

 

«Se quedó a dormir, pasamos la tarde en la piscina. Estábamos juntas, tiradas en la hierba, sobre las toallas. Le quité del pelo algunas briznas verdes, otras color trigo por la punta. Le aparté los mechones de la cara, le di un beso, así, un beso. Teníamos calor, no tardábamos mucho en meternos al agua. Después de cada inmersión, me invadía un efecto pendular. Los músculos del cuerpo se me agarrotaban, y sentía que alguien contemplaba aquella alegría. Pero quizá solo era yo, o alguien que se me parecía mucho, riéndose de aquel espectáculo tan rocambolesco de amor, al abandonar el miedo y la necesidad. La escritura tiene que ser ágil y constante, tiene que serlo. Por eso, pasamos también el día, porque tal vez, a la tarde, saldríamos a cenar. Le comenté que no me podía tomar en serio las novelas que leía en el ordenador. Se limitó a decirme que los libros están hechos de papel. Si tuviese que elegir un lugar sobre el que vomitar, sería esa frase, su particular extrañeza, una forma de exactitud. Ahora mismo, un tiro en la sien o arrojarme desde el puente de la calle Segovia salvaría el texto, pero no estamos preparados para este tipo de alegría, supongo. Le di un beso, sí, así, otro beso. Qué arrojo, qué ímpetu. Nunca se está preparado para este tipo de alegría, pensé. El vértigo es sentarse a escribir lo que ha hecho nido. Suelta los pájaros, mi negra. Ahí, tiradas, convenimos que darse besos no era un tour de force, que continuaba el calor, que veríamos una película y que, por qué no, una pizza. Qué rica, pizza. Pienso en escribir algunas cosas que pasan en verano, pero la idea en sí se interpone entre lo que escribo y lo que quiero decir. Y si el verano no hubiese durado tan poco, aquí habría más claridad, y no una galería de imágenes en un teléfono móvil. Me he mordido las uñas y he conseguido llegar hasta el hueso. Si no estuviese tan incómoda, habría escrito con sencillez; habría escrito la obra narrativa perfecta: viniste a casa, pasamos el día juntas, y terminamos desnudas, alegres y abrazadas. No era tan difícil, cuál es el problema. Semejante espectáculo. Ha dicho culo. ¿Te imaginas que me tiro ahora un eructo mientras escribo esto en la biblioteca? Perdón.»

 

20 de noviembre a las 12:32

 

«Estábamos cansadas, pero vimos una película. La mañana anterior, pensé en un taladro martilleando Duque de Alba, tu tu tu. A la tarde oía dos cuerpos chocando, ta ta ta. Y otra vez el taladro, tu tu tu. Cuando me toco los labios después de acostarnos juntas los tengo dormidos. Si pudiese me metería los dedos en la garganta hasta que me sangrasen los nudillos, pero no lo haré, tu tu tu. Para ver un desastre prefiero tirar un par de libros al suelo y molerlos a patadas. La película transcurría, ta ta ta, entre mis brazos. También la lluvia, más ta ta ta. No había ropa tendida. Su cabeza en mi hombro me daba calor, ta ta ta. Quería tocarle la tripa todo el rato, darle besos, olerle el pelo que queda inmediatamente detrás de las orejas, sabes cuál te digo, meterle la mano por dentro del jersey. Darle más besos, sí, así, no, mejor de los otros, de los otros besos. Es lo más cerca que estaré de construir una casa con mis manos, ta ta ta, sin escombrera, tu tu tuTa ta tatu tu tu. Una casa que, como el deseo, no se produzca aniquilando la voluntad del otro. Grita conmigo, ta ta ta. Mis padres siempre estarán enfadados, no sé qué les pasa. Tu tu tu. Cuándo acabarán estas obras. Tu tu tu. La edad suficiente es la que se tiene, no la que uno cree tener. Joder, deja de tirar piedras sobre tu propio tejado: si es un perro, te come. Los perros siempre están ladrando. Los protagonistas de la película estaban en París y aún así tuvimos que tragarnos la puta torre Eiffel. En verano iremos a Italia y comeremos pasta. A veces es preferible visitar lugares donde no sepan tu nombre. Nunca le podría decir que me había pasado, tu tu tu, la vida observando. Lo que nunca le podría contar es que había pasado mi vida así: ta ta tatu tu tu. ¿Cómo no alimentaste a los perros para que dejasen de ladrar?».

 

Monday at 23:21

 

«Isaac Rosa dijo que el mundo era un lugar que había que limpiar a diario. Tiene que ver con las cosas desagradables que nos cuentan, espero. Pero es que el mundo es un lugar desagradable: tengo la boca llena de sangre, solo quiero escupir. El dentista me ha dicho: «no escupas», después se ha marchado. También me dijo: «no fumes». Todo para que tirase el paquete a la basura sin convencimiento. En unas horas, meteré los brazos entre las cáscaras de naranja, lo cogeré de nuevo. Y escupiré, ya lo creo que lo haré. La ropa me viene grande porque compré la talla más amplia; me ha dado por pensar que puedo vivir ahí. No te conté, pero me paseé por el metro dentro de un abrigo con una bolsa de hielo en la cara (ahora me toco con la lengua el agujero que ha quedado, qué asco, no siento nada, qué maldito asco). Mientras el dentista presionaba mis encías, la enfermera me agarró la mano sin que se lo pidiese. Cerré los ojos, pensé en la luz de la salita, el fondo de pantalla con tulipanes amarillos (terminaré de decir todo esto, me iré al lavabo, inmaculado, lo llenaré de manchas). El papel que me han hecho firmar antes de entrar decía que devolverme la muela era odontológicamente imposible. ‘¿Por qué lo lees?’, me ha dicho mi madre. Quiero volver al daño que me ha hecho esa luz en los ojos, esa luz que quema cuando la miras de cerca; cuando te quitan una muela también, sí, lo que sea. Lo que sea que te quiten y te toque de cerca. Me quedaré ciega. Tener miedo a perder a alguien no es bueno, tampoco es malo. Perdona, ahora necesitaría dejar de escribir, no me dejes, no me dejes dejar de escribir. Ya sucedió antes. Está todo perdido. Decía que cerraba los ojos, por la repetición. No quiero usar la sangre para decirte nada. Voy a escupir, ¿puede ser? Pon si quieres música para no escucharme. Deja que sea mi campaña de concienciación esta sangre. Lo que uno sabe hacer, casi siempre lo hace bien. Una cosa tengo clara: no me pelearé contra los árboles. Espera, tengo muchísima sangre en la boca. Apenas puedo gritar, me estoy repitiendo, quiero gritar, grita conmigo. '¡No puedo derribar árboles, no puedo!' Solo quiero llorar, nunca fue tanto pedir. Déjame una casa en la que pueda estar; déjame una casa en la que pueda descansar. Tengo muchas ganas de decir, tengo muchas ganas de decirte: ¡Tengo ganas de decir, déjame decir! Ni siquiera recordándonos al bailar me impide subirme al árbol, que lo derriben desde allí. No siento nada, es asqueroso. Podría sin embargo dibujar la luz. He ido al dentista esta tarde, fue amable conmigo. Cuando salí de allí estaba aliviada; mañana, al levantarme tal vez me duela un poco. Es rutinario. Siempre fuiste especial».

 

_______________________________

© Andrea Toribio


Andrea Toribio nació en Madrid en 1993. Es graduada en Estudios Hispánicos y Máster en Literaturas Hispánicas por la Universidad Autónoma de Madrid. Asimismo, estudió edición y trabaja actualmente como librera. Ha publicado la plaquette Geografía azul (Ebediziones, 2014) y ha colaborado en publicaciones como los fanzine Caligrama, Chéjere o Pineal Magazine. En esta última, fue redactora jefe y editora.


       Este texto no puede reproducirse ni archivarse sin permiso del autor y/o The Barcelona Review.
      Rogamos lean las condiciones de uso