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índex català   Junio-Julio 2007 no. 59

NO HAY CIELO PA’ TANTA GENTE

slasa in heaven
Alejandro Tellería

 

(     - Raquelita, what are we gonna do now?
- Alistarlo para el velatorio, más ná. Ya se va a su Juana Díaz, mi Yayo...  )

 

  1. ¿Wassamara mi Indio, te cayeron muchas flechas?
  1. ¡Coño, mi Héctor, qué bien se te ve! Coño… I can’t believe it… ¡aquí está toda mi gente! ¡Daniel Santos, Mangual, Celso Vega! ¡Cara de Foca! ¡Y don Benny Moré!
  1. Aquí andamos todos, respirando debajo del agua… bueno, tú ya me ves. Y ¿has tenido buen viaje?
  1. Mira, no te voy a decir que me dolió. Era muy raro, pero eso de que le rompan los huesos a uno para meterlo en el cajón fue más cómodo de lo que me imaginé; como cuando me tronaban los huesos de la espalda al desperezarme en la mañana. ¿Sí o no?
  1. Así mismo es, mi hermano. ¡Ya llegaste a donde todos quieren llegar! Siéntate, deja tus maletas allí, que ya está empezando la transmisión en directo. Oye, Dámaso, tráenos unas friítas, tú que estás cerca. ¡Epa, ahí están llegando todos! Mira a Rafaelito… ya está viejo mi broder. Oiga, don Pedro, ¿sabe usted cuándo viene para acá mi amigo Rafaelito?
  1. Rafaelito… ¿cuál Rafaelito?
  1. Ese de allí; el de traje azul, que se parece a Don King.
  1. A ver, ese es Ithier, ¿no? Todavía le falta… no me han dado orden de traerlo.
  1. Y no es todo: aquí, con este control remoto, le picas en este botoncito apuntando a la pantalla y sale en los subtítulos lo que están hablando. Ahora nos vamos a enterar si te han puesto los cuernos o no.
  1. Deja ya esa bobería.
  1. Bobería nada: aquí escuchamos todo en vivo y en directo, como uno de esos canales digitales del cable. Espera un momento que me llaman al celular. Dímelo. Sí; ya llegó el Indio, aquí está. De acuerdo. Bye bye. Cabecita de Algodón y la Negra te mandan saludos, dicen que llegarán tarde pero que ya están en camino.
  1. Qué bueno verlos a todos ustedes… ya me estaba sintiendo solo allá. Con mi mujercita, sí, pero ya no podía trabajar, no me llamaban ni para hacer televisión… la voy a echar en falta.
  1. Don Pedro, tráigale a su señora al Yayo. Para que lo acompañe…
  1. Mmm… puede ser. Ya habaremos.
  1. Cómo estamos, Yayo. Quería saludarle, porque siempre me gustó su música.
  1. Cómo le va, mi amigo. ¿Lo conozco?
  1. No, no. Yo soy cubano, de la provincia de Camagüey. Llegué aquí joven, a los 25 años. Me crié en La Habana y estudié en el Conservatorio Nacional, pero tuve que escapar de mi isla, la más linda del mundo, aunque no quería hacerlo. Usted sabe cómo es la cosa cuando le matan a alguien. Gracias a Dios pude ayudar a que una parte de mi familia huyera también, y mi familia es muy musical. Desde niño me gustó el son porque mi madre me cantaba. Pero… no lo estoy interrumpiendo, ¿no?
  1. Para nada. Estamos esperando aquí, que transmitan por esta televisión mi… coño, ¡esto es muy raro, bendito!
  1. No hay problema, se acostumbrará pronto a ver desde aquí las cosas que pasan allá. Le decía, y lo puedo decir con mucho orgullo, que esta música tan linda que usted y sus compañeros interpretan no es otra cosa que el son. Desde que vivía en Cuba admiré y bailé mucha música puertorriqueña, colombiana, venezolana y de la que fuera. Porque eso sí tenemos los cubanos, bailamos de todo. Cuando llegué a la Florida me di cuenta porqué muchas personas parecen estar confundidas acerca de donde vino la salsa. Muchas personas no conocen quienes fueron Benny More, Enrique Jorrín, Arsenio Rodríguez, Miguelito Cuní y tantos de los grandes músicos que ha dado Cuba. Todo se lo debemos a ese gran hijo de su madre que tenemos allá en la isla, que ha dejado a Cuba paralizada en la historia. Yo estoy de acuerdo y admiro la contribución de sus compatriotas de mantener viva la música cubana, porque como hermanos se las enseñamos, compartiéndola igual que compartimos bandera. Ustedes los puertorriqueños han dado a conocer a la salsa en los Estados Unidos por su calidad de ciudadanos americanos y personas libres, aunque hay cantantes cubanos del exilio que también han contribuido mucho como Willie Chirino, Hansel y Raúl, Rey Ruiz o Celia Cruz. Ellos y muchos más han hecho vibrar a toda la Florida, New York, California y también Texas porque en Estados Unidos todos los latinos nos volvemos de una sola raza. Pero qué pasa: la música que ha estado sonando en Cuba durante cuarenta años de dictadura, la música que se quedó en los años cincuenta y que heredamos de nuestros abuelos, la música que vino de África y que los criollos cubanos mezclaron con pasodoble, flamenco y contradanza para entonar en sus guateques campesinos, la música que el Barbas quiso ocultar para reemplazarla por consignas comunistas cerrándole todas las puertas, la música que siempre escuchó y escucha el pueblo cubano, la música hecha con instrumentos prácticamente obsoletos porque los cubanos no tenemos el apoyo de grandes firmas disqueras como la sony para comprar instrumentos de calidad y grabar un disco, esa música que yo tuve el privilegio de escuchar, esa es la mejor música de todo el mundo. Sólo que no le hemos puesto un sello comercial, sino que sigue con su nombre original que es son y no salsa, como se le llama fuera de Cuba para venderla.
  1. Yo me acuerdo de una canción que grabó Ignacio Piñeiro en 1930 con su Septeto Nacional llamada “Échale Salsita”. Pero claro, eso tampoco significa que el nombre “salsa” lo hayan puesto ustedes los cubanos.
  1. Pero sí se puede decir que la palabra Salsa pegó cuando este gran éxito era tarareado por todos los cubanos. Don Tito, usted no me dejará mentir. Usted dijo que salsa era lo que se le echa a la comida, y que salsa era como se le llamaba a la música cubana, la música que comenzó en el siglo XVIII con el nombre de danzón.
  1. Sí. De allí es que termina llamándose son, y después salen otros géneros derivados como la guaracha, el guaguancó, la rumba, la conga, el bolero, el mozambique, la guajira, la habanera y el zapateo. Pero ahora…
  1. ¿Ha visto usted eso? Los cubanos cultivamos y desarrollamos muchas variedades con alegría y amor por la música hasta que, a finales de los años treinta, Antonio Arcano y Orestes López inventan el mambo de la charanga, lo que evoluciona por completo el baile y sonido del son. Esto fue lo que popularizó en el mundo don Dámaso.
  1. A ver, muchacho. Ni siquiera has dejado hablar a Tito. Yo no me voy a pelear contigo por si la salsa es de Cuba o de Puerto Rico. Yo no te voy a decir que la salsa es de Cuba porque el son es cubano y porque los mejores y más conocidos cantantes de los años treinta y cuarenta eran cubanos, ya que desde esa época Cuba ha exportado música al mundo. La verdad es que deberíamos de referirnos a música afro-latino-caribeño-americana porque ahora se puede, hay público para todo, pero antes eso hubiera limitado el interés de las casas disqueras por los músicos de Puerto Rico. ¿A quién le iba a interesar vender discos de canto, décima, aguinaldo, trulla, lelolai, mapeyé jíbaro, seis chorreado español o de sus hijos el seis bombeado, el seis bayamonés, el seis mayandá y el seis fajardeño? “¿Qué música?” dirás tú, muchacho. Esa es una muy buena pregunta porque no tiene respuesta, porque era toda la misma música. Desde el siglo pasado se toca el son en Puerto Rico, porque en el todo el Caribe Hispano las culturas locales americanas se mezclaron con la española, francesa e inglesa, invasoras, y la negra del África, invitada a la fuerza. Por eso, cuando en Cuba había cuartetos en Puerto Rico también los había. Cuando en La Habana habían conjuntos, en San Juan también. El son es un género musical muy viejo que se creó quién sabe dónde; África, Cuba, República Dominicana, Puerto Rico... no interesa. Se dice que fue en Cuba porque es allí donde se gozó mucho y la gente de estas generaciones lo conoce de allí, pero eso no quiere decir que es necesariamente de allí. El ‘son’ te lo da un instrumento cuando lo tocas tan bien que la gente baila y se pone contenta, y el sonero es quien canta ‘son’. Es el que sabe crear con la boca, mientras canta, palabras de un sonido y percusión tal que complementan a los instrumentos que se tocan y luego, una vez que la métrica original de la canción ha terminado, fraseará e improvisará una parte final de la canción, agregando nuevas estrofas que vayan en consonancia con las originales y de acuerdo al “espacio” que le dejará la orquesta para hacerlo. Esa composición instantánea, genial y casi mágica es lo que cautiva a las masas y la que se convierte, si tienes talento y lo practicas, en arte. En Puerto Rico se fueron creando ritmos autóctonos en base a los antecedentes históricos de la contradanza europea y de su sucesora la danza o danzón. Pienso que la palabra ‘son’ como nombre para este género vino originalmente de eso, de abreviar la palabra danzón. En la bomba y la plena, ritmos autóctonos de Puerto Rico, se canta soneado y son el resultado de toda esta influencia que compartimos con Cuba. Puerto Rico ha parido a Chuíto el de Bayamón, Ramito, Odilio, Maelo y Héctor…
  1. Yo los dejo, que me está esperando Maelo en el bar. Epa... esta es la última vez que llego tarde…
  1. … y también Cheo Feliciano, Bobby Cruz, Ismael Miranda, y Andy Montañez. Ustedes no nos enseñaron ni a cantar ni a tocar, mi hermanito. Ellos llevaron su arte a orquestas grandes, y lo adaptaron a lo que prefería la gente de ese tiempo. Esta música no es tuya ni mía: es nuestra, de negro caribeño como tú y como yo, y de esos habemos muchos en Cuba y en Puerto Rico. Como dijo Martí, somos las dos alas de una misma paloma.
  1. Ya, pero doña Celia me ha dicho que lo que ella cantaba en Cuba con la Sonora Matancera, el son cubano, es el mismo son que ella y mucho más han estado tocando en Nueva York por años…
  1. ¡Hola Celia, mi amor! ¡Tanto tiempo sin verte! ¿Y dónde está Pedrito?
  1. Hola Yayo… mi Pedro se ha ido a ver el béisbol en otra pantalla. Oye, muchachito, ¿qué andas molestando a mi Indio? ¿No ves que recién ha llegado? Déjamelo tranquilo. No le hagas mucho caso, Yayo, éste siempre está con la misma cantaleta preguntándole a los recién llegados quién inventó la salsa, y sólo se calla cuando le dan la razón. Angelito, te me quedas tranquilo un momento: no me pongas palabras en la boca, ¿okey? Vamos a acabar esta discusión. Tú no has viajado mucho, sólo has vivido en Cuba y de allí te fuiste a la Florida. Cuanto más viajas, te das cuenta que las fronteras entre los países no existen en realidad: todos los seres humanos somos iguales. La música no es de nadie porque el arte tiene muchos nombres distintos, pero llega siempre a lo mismo que es darle un poco de alegría a la gente. Yo no recuerdo que nosotros fuéramos diciendo que tal canción era un son montuno y tal otra un son oriental. Nosotros nos lo hacíamos simple, y no recuerdo que llamáramos a lo que hacíamos de alguna manera en particular. Si lo teníamos que hacer decíamos que era música tropical. O jazz latino, como decía siempre Tito. Quien le puso “salsa” fue un presentador de radio, Escalona, creo que en el año sesenta y cuatro. Tenía un programa en Radio Aeropuerto de Caracas y medía la popularidad de las canciones que le pedían a su programa con un “salsonómetro”. Esto me lo contaron Jerry Masucci y Johnny Pacheco. Antes no le preocupaba a nadie el tipo de música que se estaba tocando mientras se pudiera bailar; recién fue cuando Larry Harlow sacó su disco “Salsa” que la gente se identificó con las letras y tonadas de barrio del Gran Combo, Héctor y Willie, y eso fue a comienzos de los años setenta. ¿No es cierto, Tito?
  1. Sí. Yo la llamaba latin jazz porque esa fue mi historia: yo nací en el Bronx, pero soy de Puerto Rico. De niño escuchaba a Miguelito Valdés porque mis padres gustaban de su acto, y a Stan Kenton y a Duke por la noche porque ellos me gustaban a mí. Yo quería tocar tambores como Gene Krupa; eso, o jugar baseball. Pero me hice un sprain en el tobillo y no pude jugar más a la pelota. Me pagaban lecciones de piano y saxofón después de la escuela, pero yo quería los cueros. Luego me entendieron y me dejaron trabajar con Charlie Barnet, con Noro Morales y después con Curbelo, tocando la percusión. Pero mi tiempo con Machito fue el tiempo más importante para mi carrera, que se cortó cuando me llamaron al draft. Allí un piloto, Charlie Spivak, me enseñó a arreglar big band pero yo quería más, y cuando me dieron el debrief tomé el G.I. Bill y estudié composición, dirección y orquestación en Julliard. Mi historia es entonces mezclada: para mí, yo con la izquierda toco latin y con la derecha jazz. La salsa vino después, y fue otra cosa distinta a lo que hacía yo.
  1. Lo siento, señora Celia. Ya no voy a incordiar más. Discúlpeme don Yayo, es que me da nostalgia. Quiero regresar a mi isla, a mi Albaiza. Así se llama el caserío. Ahí cerca está la prisión especial Kilo 8, donde Castro Ruz mandó matar a mi padre a palos de marabú. No quiso que alguien que no se sometía a los comités cultivara la hoja de Cuba, por más que mi familia es de tabaqueros. Yo quiero volver allá, al riachuelo donde mi madre llevaba a lavar la ropa el día de lavado. Todas las mujeres de Albaiza iban, y buscaban el mejor lugar para hacer la faena. Allí se les veía a todas, por la tarde, cantando canciones en voz alta, porque estaban desperdigadas por todo el riachuelo. Desde lejos se les oía. Y volvían por la tarde, cantando también, bajando por el riachuelo con las cestas sobre la cabeza. Volvían despacito, tanteando a cada paso el fango húmedo buscando una piedra que les sirviese para poner el pie y seguir su camino sin dar un paso en falso. Luego el otro pie y un paso más y así. Nosotros íbamos a mirar desde los matorrales a las chicas, cuando ya eran grandes y sus madres las llevaban para ayudar con el lavado, que llevaban las cestas más grandes en la cabeza porque las madres ya no eran tan ágiles. Esta acción de poner todo el peso en un pie antes de dar un paso con el otro creaba un swing, una rotación de caderas cuando caminaban, que nos volvía locos. Habíamos escuchado a los mayores del caserío que así se elegía a una mujer. Ellas sabían que las estábamos mirando, y se deleitaban exagerando el movimiento de cintura y caderas. Eso mismo hacían al bailar el son, y cuando los mayores se emocionaban sonaban más fuerte el bongó, y el güiro… y la clave… y las pailas… y las guitarras…
  1. Ya no llores más, mi niño. Estás en el cielo, no en Cuba.
  1. No sé si prefiero estar allá, señora Celia…
  1.  

© Alejandro Tellería 2007

Carné:
TelleriaAlejandro Tellería
nació en Lima, Perú, en 1967. Escritor autodidacta desde chibolo, dejó el hueveo literario al publicar su primer libro El rey de la paja y otros cuentos (Lima: Jaime Campodónico – Editor, 2001). Colaborador zampón de revistas literarias y culturales, ahorita está cocinando una novela que le esta quedando como se pide chumbeque. Vive en una jato mostra en Barcelona, España.




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