The Barcelona Review

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Caída y auge de Reginald Perrin David Nobbs

El general y la musa Román Piña

La piel de los extraños Ignacio Ferrando

Leningrado tiene setecientos puentes Mar Sancho

Austero Desorden. Voces de la poesía uruguaya reciente M José Bruña y Valentina Litvan

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       Portada

Caída y auge de Reginald Perrin
David Nobbs
Impedimenta, 2012

 

 

Los que tenemos cierta edad recordamos Caída y auge de Reginald Perrin como la serie de la BBC que se emitió en España en los años setenta y que, a fuerza de extravagancia y absurdo, se convirtió con el tiempo en una obra de culto.
       Ahora, Impedimenta, editorial especializada en relanzar clásicos modernos, nos descubre que antes que la serie hubo un libro publicado en 1975  -que luego daría lugar a una trilogía-, cuyo autor es David Nobbs (Kent, Inglaterra, 1935), quien también colaboró en los guiones televisivos, tras ejercer, por lo visto, una dudosa carrera como reportero.
       Caída y auge de Reginald Perrin se encuadra en la tradición del considerado humor británico del cual Impedimenta ya había publicado alguna otra muestra, como La hija de Robert Poste, de Stella Gibbons.
       Reginald Iolanthe Perrin es un hombre de cuarentaiséis años, casado desde hace mucho con Elizabeth, con la que tiene dos hijos. El chico, Mark, es un actor de poco éxito. Linda, la chica, está casada con Tom, con el que conforma una pareja peculiar y con quien tiene dos hijos pequeños. Reginald vive en una zona residencial en las afueras de Londres; su vida de casado puede considerarse aceptablemente feliz –pese a ciertos problemas de índole sexual-, y cuenta con un buen empleo como ejecutivo en Postres Lucisol. Su vida, por tanto, es tan perfecta como aburrida, rutinaria tanto en lo familiar como en lo laboral (“Era un hombre de familia, un padre, un hombre con miles de responsabilidades. Era un hombre de empresa: un hombre que había dedicado los mejores años de su vida al mundo de los flanes”, pág. 45). Y por ello mismo, Reginald Perrin no es feliz. Le falta algo, ese algo que no se puede definir, ese aliciente que anime su existencia y le saque del estado vegetativo en que se encuentra. ¿Sería empezar de nuevo, con una nueva identidad, la solución a sus problemas? se plantea en algún momento de la historia.

La primera parte de la novela presenta la vida (la caída) de Reginald Perrin, articulada entre el ámbito doméstico y el laboral. En el primero, Nobbs presenta a un protagonista con problemas de impotencia, que soporta estoicamente las visitas de un cuñado gorrón, y al que le gustaría poder llamar con libertad hipopótamo a su suegra. En el ámbito laboral, vemos a Perrin protagonizar algunas vicisitudes surrealistas en su destacado puesto como ejecutivo, puesto que le resulta cada día más insoportable. Pero  Reginald Perrin le pesa el sinsentido de su vida y empieza a comportarse extrañamente (invita a una cena en la que no hay comida, rellena los crucigramas con sus propios pensamientos, utiliza palabras absurdas...) Hasta que decide fingir su propio suicidio haciendo ver que se ahoga en una playa solitaria.
       Desde este momento, tras un hilarante discurso en un evento de la industria del postre, una segunda parte del libro nos muestra  las peripecias de Perrin, su nueva vida de ciudad en ciudad, con constantes cambios de personalidad: el arquitecto Wensley Amhurst, el representante artístico Jasper Flask, el antiguo amigo de Reginald  Martin Wellbourne.... Bajo estas variopintas identidades Reggie Perrin verá la dificultad de ser otro, e incluso asistirá a su propio entierro para, finalmente regresar a su antigua vida, a su casa y a su trabajo.
       ¿Qué tiene esta novela que la haga funcionar? El humor. El humor como herramienta de la que se sirve Nobbs para engrasar los resortes novelísticos. Pero no hay que llamarse a engaño: si la serie tenía momentos hilarantes, una sucesión de divertidos gags, en el libro Nobbs utiliza la ironía como mecanismo para deformar la realidad y, con ello, lograr dotar al lector de perspectiva, de la distancia necesaria para ver de manera crítica más allá de lo anecdótico. Una ironía leve a la vez que cruel con la que aborda los temas principales del libro: la pérdida de identidad, la crisis de la mediana edad, el vacío existencial e incluso la sátira social (por ejemplo, en lo relativo al funcionamiento de las grandes empresas)
       Ese barniz impregna también el elenco de personajes que pululan por la novela, tan  estrafalarios como cercanos, tan bien delineados como estereotipados. Algunos ya los hemos mencionado: el cuñado parásito, la suegra poco simpática, el jefe escaso de luces aunque autoritario, la secretaria atractiva, un hijo que no triunfa en su empeño por ser actor, una hija y un yerno que conforman una peculiar pareja... Personajes a los que imaginamos tomando unas pintas o paseando por Londres con sus pantalones de pata de elefante y que nos caen simpáticos.
       Pero sobre todo encontramos a Reginald Perrin, una suerte de antihéroe, un personaje patético y excéntrico, un businessman lleno de extravagancias, para el cual tener problemas de identidad no consiste tanto en no saber quién es sino en “saber demasiado” quién es. Perrin es ese cuarentón en crisis para el cual la existencia misma es absurda (“Soy absurdo, luego existo. Existo, luego soy absurdo”, pág. 272). Todo esto para acabar asumiendo que “nunca podemos escapar de nuestro destino” (pág. 273). Porque Reginald Perrin es Reginald Iolanthe Perrin (R.I.P: un muerto en vida), es Pato Patoso Perrin, Felpudo Coco Perrin (así es como le llamaban en su infancia y juventud) y quienes somos siempre nos persigue. Reginald Perrin trastoca con sus actos la realidad porque no le gusta, le angustia. Y ciertamente las excentricidades de Perrin dotan a la novela de momentos memorables, escenas divertidas que luego de leerlas querremos contar a nuestros amigos.

Y aunque en esta novela hay humor, hay también más cosas. Hay tragicomedia más que comedia, hay también un poso de amargura. Encontramos incluso pasajes oscuros, como la relación incestuosa entre el cuñado y la hija de Reginald.
       Sin ser una gran novela, Caída y auge tiene fragmentos para el recuerdo, de lectura entretenida. El giro final deja nos deja un Perrin que asume que no se puede escapar del destino de uno, que concluye que tal vez lo que se tenía no estaba tan mal. Tal vez haya cierto conformismo en ello. Pero a Reginald Perrin se lo perdonamos todo, porque al igual que él ¿a quién no se le ha pasado por la cabeza en algún momeno  ser otra persona? Maite Nuñez.

 

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PortadaEl general y la musa.
Román Piña.
Ed. Sloper.
Palma, 2013

 

Corre el año 1933. El general Francisco Franco es destinado a Mallorca. En la isla de la calma, el futuro dictador desatenderá sus obligaciones militares y abrazará la vida bohemia. Se convertirá en percusionista en el café Honolulu, construirá una identidad secreta para investigar los misterios de la estancia de Chopin y George Sand en Valldemossa, mientras se codea con personalidades de la talla de Robert Graves, Gertrude Stein, Henry Miller, el conde Rossi y Joan March. El general y la musa presenta a un Franco entrañable que prefiere el jazz a la guerra, fantasea con una sirena llamada Patricia Conde que se le aparece en sueños, bebe a escondidas y proyecta derribar la catedral. Un Franco visionario atormentado por crípticos episodios oníricos, condenado al olvido y a la desaparición –la naturaleza es sabia- por su irreversible impotencia. 

              En su nueva novela, Román Piña (Palma de Mallorca, 1966) se sirve del diario como recurso narrativo. Mediante la lectura de unos supuestos escritos personales de Franco el lector se convierte en testigo de las aventuras isleñas de un hombre amable, sencillo e inquieto que, si bien en nada recuerdan al engendro diabólico en que se convirtió posteriormente, dotan al personaje histórico –que acaba por hibridarse con la invención del autor- de cierto cariz ambiguo y, sobretodo, humano. 

              La narración se inicia con un ejercicio vilasiano y metaliterario que combina realidad y ficción. Esta especie de prólogo que toma estructura de entrevista y precede a los diarios constituye al tiempo un homenaje a la escritura y una reflexión sobre la misma. Las muestras de que en la ficción cabe todo son infinitas: "he apostado por darle Nocilla a Franco" asevera el autor, que en realidad, aquí, es personaje. Y la prueba de que la literatura no es sino mentira, también. E infinita, además de certera, parece asimismo la inventiva de Piña. Sitúa su prosa en un estudiado marco histórico en el que cada uno de los detalles resulta coherente al contexto espacial e histórico. El anacronismo torna estrategia satírica.

               Y de guiños humorísticos está la obra repleta. Momentos gloriosos que recuerdan al Alan Bennett de Una dama poco común en lo que a abandono de obligaciones y decantación por la ociosidad se refiere, y a los relatos de James Thurber, en cuanto a ejemplo del extremo ridículo que puede llegar a hacer el ser social. Como muestra, un botón: Franco –recordemos su disfunción eréctil- visita junto al socialista Largo Caballero un burdel y, entre copas y prostitutas eslavas, recita un poema de propia invención titulado Imagine

              El ritmo que parece perder la historia al ahondar en el asunto Chopin es solucionado gracias al avance por varios flancos de la narración; no existe una trama principal, sino varias que se entrelazan, lo que constituye un tremendo acierto. Estamos ante una novela que funciona a golpe de sorpresa. Conforme avanza en la obra, el lector solicita más y más estímulos. 

              El general y la musa es una novela hilarante, bien planteada y solucionada, aunque en ocasiones muestra cierta unilateralidad a la hora de tratar asuntos que resultan polémicos y delicados, como es el caso del independentismo catalán. Igualmente, las alusiones degradantes a diferentes personas o sucesos que tienen clara analogía con la vida real no dejan de ser minucias provincianas -eso sí, carentes por completo de elegancia.  Marina P. de Cabo

 

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PortadaLa piel de los extraños
Ignacio Ferrando
Menoscuarto 2012
      

Autor también de una novela, Ignacio Ferrando (Trubia, Asturias, 1972) se significó ya con sus dos anteriores libros de cuentos (Ceremonias de interior, 2006; Sicilia, Invierno, 2009) como uno de los autores actuales más sólidos del relato en castellano. Menoscuarto ha publicado recientemente el tercero de sus volúmenes de relatos,  La piel de los extraños, que viene a coronar una trayectoria ya de por sí importante, pues no en vano Ignacio Ferrando ha recibido algunos de los más importantes premios literarios en el ámbito de la narrativa breve (el NH Mario Vargas Llosa, el Hucha de oro, el Tiflos, etc.)

La piel de los extraños recoge once relatos que conforman un universo denso y particular.                    Desde el primero de ellos –y uno de los mejores, “Los atardeceres en Tagfraut”-,  hasta el que da título al libro, pasando por el notable “Mathilda y el hombre del tiempo”, las páginas de este libro despliegan sin duda una gran intensidad narrativa.

                   Se trata de historias inquietantes, alejadas casi siempe del realismo, con un punto de claustrofobia incluso, con dejes kafkianos y cortazarianos Algunas de ellas se desarrollan en lugares imaginarios, otras en enclaves exóticos, otras en espacios sin acabar de definir. Todos ellos, sin embargo, tienen en común la cualidad de lo inhóspito. Hay que destacar el papel relevante de los diferentes paisajes, al servicio sin duda en muchas ocasiones del conflicto planteado. El Misjory de Sudek, el desierto de Tagfraut, Nueva Cartago y su silencio sobrecogedor....

                   Como ejemplo, en Los atardeceres de Tagfraut una pareja decide visitar un lugar que pensaban imaginario y que resulta ser real y motivo de suplicio; en Mathilda y el hombre del tiempo, una pareja de amantes actúan libremente en una ciudad abandonada ante la amenaza de un tsunami; en  La piel de los extraños un matrimonio decide pasar un día a la semana por separado; en Pelícanos hombres y animales conviven en un mundo apocalíptico; etc.

Son todas ellas historias complejas, psicológicas, de complicado entramado, de una buscada densidad, conseguida a base de dotar los textos de un alto contenido simbólico, incluso con un sentido que se antoja cifrado. Son cuentos alejados del realismo pero sin que no pierden ni un ápice de verosimilitud.
                   Los personajes de este libro se ven afectados por la falta de identidad (Sudek, el soldado que vuelve a su pueblo y al que nadie parece reconocer...), por el extrañamiento, un extrañamiento que puede producirse en uno de esos lugares remotos o imaginarios que hemos mencionado, pero también en nuestra propia casa. Ferrando coloca los personajes en situaciones límite en esos escenarios lejanos (la pareja que sobrevive sin salir de la furgoneta en el desierto de Tagfraut, el soldado que vuelve de la guerra y no es reconocido por su propio padre, la pareja que pasea su soledad ante la inminencia de un tsunami...), pero también en espacios domésticos, como ocurre con los protagonistas del cuento que da nombre al libro, una pareja que decide iniciar un proceso de “desconocimiento” provocando con ello en su relación sombras e incertidumbres. Es en esas situaciones límites donde las personas se enfrentan a la verdad de sí mismos, a lo que son y a lo que no.

                   Y es que también encontramos en estos relatos la lacra de la incerteza, el poderoso azar, frente al cual, como elementos ordenadores. se sitúan las matemáticas y sus reglas, los números, la geometría. Porque los números sirven para acotar la realidad. Llaman la atención relatos como “Veinteiséis o la física de un resplandor”, donde el protagonista ha pasado los últimos años estudiando las posibilidades de que determinado número salga en la ruleta, o “Los sistemas”, en el que un profesor entiende el mundo como un conjunto de variables de suerte que sea posible predecir lo que ha de pasar

                   En definitiva La piel de los extraños deslumbra con su prosa cuidada y sugerente, con sus matices, con sus personajes y sus escenarios, con esa comunión entre narrativa y pensamiento filosófico que densifica sus páginas. Sus once cuentos obligan  a pensar, nos impelen a mirar a nuestro alrededor porque a veces, sin ir más lejos, el territorio más hostil lo tenemos  a un palmo de nosotros, sin ir más lejos: en la piel del otro. Maite Nuñez.

 

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Portada 

Leningrado tiene setecientos puentes
Mar Sancho.
Tropo editores, 2012

 

Mujer de empresa e impenitente viajera, Mar Sancho (Valladolid, 1972) ha recibido a lo largo de su carrera varios de los más famosos premios de cuentos del país (La  Felguera, El Fungible, y tantos otros). Tropo ha reunido recientemente dieciocho de los relatos premiados de esta autora bajo el sugerente y revelador título de Leningrado tiene setecientos puentes.

                   Este no es, sin embargo, el primer libro de Mar Sancho, que ya había publicado con anterioridad diversos volúmenes de poesía (Lisbon Visited (2000), Inventario de Invierno (2002), Winterreise (2002), Variaciones sobre un viaje viejo (2004) y Oblivion (2009), de relatos (El perro que fuma (2002) y Concierto para hombre solo (2004), así como las novelas Conditio sine qua non (2004) y Aún es tarde (2007).

                   En los dieciocho relatos que dan cuerpo a este volumen encontramos algunas historias sencillas (no confundir sencillo con cotidiano) pero sobre todo hallamos en él historias verdaderamente extraordinarias. Desde la del hombre que tiene como afición llevarse equipajes ajenos de las cintas transportadoras del aeropuerto (El equipaje rojo) a la del pastor que recibe en herencia un libro para aprender ruso y llama por teléfono a Rusia a diario para poder hablar con alguien en ese idioma (Leningrado tiene setecientos puentes), pasando por la del vendedor de huesos que expone su mercancía el último día de cada mes (El vendedor de huesos).

                   En todos ellos (y, en general, a juzgar por los títulos de sus libros, en toda la obra de Mar Sancho) hay un elemento trascendental: el viaje. El viaje en todos sus posibilidades, el viaje realizado, el desplazamiento real (encontramos un elenco completo de medios de transporte: tren, barco, avión...), pero también el viaje imaginado, el viaje soñado, el deseado (por ejemplo, el del pastor que hablando por teléfono el ruso que ha aprendido en un manual se pregunta cuántos puentes tiene Leningrado). En este sentido, los relatos de este libro conceden al lector (pero sin duda también a su autora) la oportunidad de visitar múltiples escenarios sin moverse del lugar. O aún más, conceden la oportunidad de vivir otras vidas. Vive otras vidas la autora a la vez que las escribe, los lectores mientras las leen. Pero también viven o quieren vivir otras vidas los propios personajes porque, por ejemplo, tiene mucho de querer vivir otras vidas la obsesión  del tipo que roba maletas en el aeropuerto para revisar sus contenidos en El equipaje rojo, o el cambio de identidad de Diedra Pilgram para dirigir la explotación de una mina  en La dama del cobre.

                   Con ello, muchos de los personajes de Leningrado tiene setecientos puentes. tienen en común cierto inconformismo, el querer estar en otro sitio diferente a aquel en que de hecho  se está, el ansiar ser alguien diferente del que se es (“Antes de despedirse displicente, rogó a Diedra que intercambiara el equipaje con el suyo, un elegante maletón lustrado donde encontraría las ropas oportunas, cartas de acreditación y una suma de dinero suficiente para viajar desde Valdez hasta Kennicott,,,” (pág. 140), “...extraje todos los objetos que contenía, los examiné con detenimiento, especulé sobre cada uno de ellos y el uso cotidiano que su dueño les daría y presumí, en fin, cómo sería ese dueño, inventando así una vida con la destreza de un supremo creador” (pág. 12); “Escuchó o tal vez solo fantaseó que la mujer sonreía, y pensó entonces en el tío Alejandro y la metralla ya enterrada que seguiría existiendo ahora que él ya no existía y en las noches en que el sol no llega a ponerse y en los puentes infinitos que cruzan el Neva” (pág. 44) ).

                   Son  todos ellos personajes que se desplazan de un sitio a otro, que viajan físicamente o de manera imaginada, que transitan por épocas  y escenarios diversos.

                   Con ello, el máximo logro de Mar Sancho, el mayor mérito de estos relatos, es ese poder de evocación que destilan todas sus palabras, una alta capacidad para crear atmósferas: épocas pasadas, lugares lejanos. La autora recrea ambientes a base de sus medidas descripciones: olores, sabores, paisajes, lenguas extrañas. Despliega paisajes que van de Moraleja de Conejar a Bombay, del Valle de Esgueva a Alaska, de Valladolid a Leningrado,  con la facilidad de quien extendiera una alfombra . Se percibe en ellos una gran predisposición para la curiosidad, para querer conocer otros sitios.

                   Ese poder de evocación debe su fuerza a un notable ejercicio estilístico por parte de la autora. Es destacable su dominio del lenguaje. Importa lo que se cuenta, pero también cómo se cuenta, la cadencia de las palabras. El vocabulario parece haber sido concienzudamente escogido y dota a los textos de matices, de texturas. Las frases tienen ritmo, hay en ellas mucho –tal vez demasiado- de poesía, de lirismo. Mar Sancho es poeta y eso se nota aquí, en lo bueno, y en ocasiones también en lo menos bueno.

                   Tienen también estos cuentos –entre los que algunos se destacan sobre otros-  la consistencia de la oralidad. No es difícil imaginarnos a Mar Sancho como una moderna Sherezade contando estas historias frente a un auditorio, porque son historias que parecen escritas para ser leídas en voz alta. Vale la pena sentarse a escuchar, a leer, para no perderse que la vida está en otra parte. Maite Nuñez.

 

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PortadaAustero Desorden. Voces de la poesía uruguaya reciente.
M José Bruña y Valentina Litvan Editoras.
Editorial Verbum Madrid 2012
      
 Nos encontramos ante una pequeña antología que presenta poemas de dieciséis poetas con apenas seis poemas cada uno pero que, a pesar de su brevedad, tiene la virtud de mostrar a los lectores españoles el trabajo de poetas que están realizando su obra al otro lado del Atlántico y que, a pesar de que algunos viven fuera de su Uruguay natal, conservan unos rasgos que los  acomunan.
                   En el documentado prólogo las editoras ponen de manifiesto la pertenencia común de todos los poetas a un ámbito cultural, a un espíritu , a pesar de que algunos, como es el caso de Cristina Peri Rossi y Teresa Shaw que viven en España, Eduardo Milán que vive en Méjico, Eduardo Espina y Enrique Fierro que viven en Estados Unidos o Alfredo Fressia que vive en Brasil, están lejos físicamente de su país pero mantienen intacto su ser uruguayos a través del lenguaje o los temas. A pesar de que estos poetas se encuentran perfectamente integrados en sus respectivos países de acogida su pertenencia a una común tradición es evidente.
                   Otro de los elementos de la poesía uruguaya reciente es lo que las antólogas denominan el vector neobarroco que en Uruguay tendríamos que buscar en Julio Herrera  y Reissig o en Lautréamont y que florece en la literatura cubana de Lezama Lima o Severo Sarduy y que parece ser propio de la exuberancia y la amplitud de la naturaleza americana. En estas páginas Enrique Fierro, Eduardo Espina y Luis Bravo representan esta tendencia y comprobamos al leer sus poemas la riqueza verbal, los juegos de palabras y los juegos estilísticos propios del neobarroco. “Lo íntimo atrae a la intemperie./Rastro a ras de la escolopendra/ y algo de logos en el caparazón”(E. Espina)
                   Un hecho constatable y muy parecido al que se dio en España a partir de los años ochenta es la gran cantidad de mujeres poetas para las que el cuerpo y la conciencia de género son el lugar de la enunciación y experimentación vital privilegiados. Aquí encontramos las voces de Teresa Amy, Teresa Shaw, Cristina Peri Rossi, Mariella Nigro, Sylvia Riestra y Silvia Guerra dignísimas continuadoras  Delmira Agustini o Marosa di Giorgio.” De este lado del mundo, Daniela/las puertas del campo las abres tú sola”(S. Guerra).
                   No tenemos que olvidar que en la poesía contemporánea occidental la interdisciplinariedad es un factor importante sobre todo a partir de lo que hemos dado en llamar postmodernidad que no es otra cosa que la libertad absoluta para integrar en las diferentes disciplinas artísticas rasgos, temas, estructuras de otras disciplinas o de otras épocas. Así en la poesía uruguaya actual el teatro, la pintura y cualquier otra experimentación forman parte indisoluble de la expresión poética. Los poetas Elder Silva y Martín Barea Mattos se pueden encuadrar aquí.
                   Completan la antología Roberto Echevarren, Roberto López Belloso y Rafael Courtoisie.  M C Montagut


      

TBR © 2013

      

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