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imageKike Ferrari

POR FAVOR, CONSIDÉREME UN SUEÑO

 

“Matar al perro era una tarea ingrata”
       M. Molfino

 

 

La computadora es una extraña que titila frente a vos. Te detenés en los detalles: el desgaste de algunas teclas, como la A, en la que apenas se adivina la letra; el pegote reseco donde solía estar el adhesivo con los datos técnicos; la superposición de rayones que fue dejando tu reloj, día tras día; las intermitencias en la luz de la pantalla.
       Prendés un cigarrillo y dejás que la primera bocanada de humo te entibie la boca y  baje suave por el pecho. Te servís, cómo no, un vaso de Johnnie Negro. El documento de texto, en blanco.
       Leés la barra de herramientas.
       Archivo, Edición, Ver, Insertar, Formato, Herramientas, Ayuda.
       Ayuda.
       Ayuda.
       Atascado de nuevo.
       Ayuda.
       Si hubiera pasado antes, digamos hace treinta o treinta y cinco años, cuando sólo tenías un par de libros publicados y todavía podías creerte eso de que si un día se te acababa la inspiración (la musiquita, le decías, como Céline), si se te agotaban las historias y te quedabas sin nada por contar, simplemente te ibas a dedicar a otra cosa.
       No es tan importante, decías. Ya quise ser bandoneonista y no tenía el talento. Boxeador profesional y no tuve el coraje. Militante tiempo completo y me quedé sin Partido. Centrojás de River y sin embrago.
       No soy un escritor -decías, solías decir- soy un  tipo que escribe; puedo hacer cualquier otra cosa.
       Pero, pensás ahora, si ibas a dejarlo debió ser entonces, cuando todavía tenías tiempo, ganas y fuerza para empezar otra cosa. Porque hoy, hoy necesitás una historia como el aire, más que el vaso de Johnnie Negro con un sólo hielo que se enfría junto a la pantalla en blanco o el cigarrillo que te cuelga entre los labios delgados y la barba canosa y malcrecida.
       Ayuda.
       Te acariciás la cara y la caricia se siente áspera en la palma de tu mano. Quizá debería afeitarme, pensás. Volver a una cara limpia como una hoja en blanco, una cara que no me recuerde a mí mismo. Una cara que sea del pasado anterior al pasado, cuando no había computadoras y cargabas tus manuscritos en una carpeta roja. Cuando no escribir más y dedicarte a otra cosa era una posibilidad real. 
       Quién pudiera ser Renzi, pensás, que no tiene problemas en escribir un libro cada diez, doce años y mientras tanto se la pasa soltando perlas del pensamiento, proponiendo lecturas distintas, interpretaciones, marcos novedosos desde donde leer las tensiones internas de la literatura argentina.
       Si esa hasta parece una frase de Renzi, te burlás sobre el vaso de Johnnie, yo nunca diría una cosa como las tensiones internas de la literatura argentina.
       O Espósito, y vivir de los talleres, del aura de escritor, del prestigio de las revistas que dirigió hace cuarenta, cincuenta años y uno o dos grandes libros escritos alguna vez.
       O ser como fue Lorenzo, pasarse las tardes y las noches en La Paz, leyendo y subrayando el diario de los Mitre para conocer al enemigo, y escribir novelas que no sean novelas sino excusas para hablar de la Nación, las Clases, la Literatura, la Política.
       Pero no.
       No sos un prócer, tan sólo un narrador. No sos un hombre de ideas, sino de palabras. No sos un hombre de teorías, sino de historias. No sos, nunca fuiste, no querés ser, un intelectual. Apenas un novelista.
       Lo mío es el trabajo físico, pensás. El dolor de espalda al doblarte horas y horas sobre la máquina, el sobrehueso en el índice de la mano derecha, producto de horas de la lapicera. Los achaques en la columna, en la vista, en el hígado.
       Pero, pese a todo, la pantalla sigue en blanco.
       Ayuda.
       Quién pudiera ser Arturo Reedson, pensás, que escribe un libro tras otro sin esfuerzo, autocrítica ni vergüenza.
       Quién pudiera ser Garay o Fogwill, al menos. Estar muerto y en silencio.
       El humo del cigarrillo que cuelga entre tus labios te distrae. Tomás un trago de Johnnie Negro.
       Quizá finalmente me haya secado de ideas, pensás. Volver entonces, a viejos apuntes, a borradores fallidos, a novelas inconclusas, como quien vuelve a revisar una agenda con los teléfonos olvidados de las mujeres que nos dijeron que no.
       Por ejemplo:
       Cuando vemos las estrellas no estamos viendo lo que es sino lo que fue. Cuanto más distante la estrella, más lejano el momento que vemos. De alguna manera, un grupo de estudiantes-investigadores de la Universidad de la Plata logran, haciendo rebotar la luz en un satélite, una cámara que saca fotos del pasado más o menos inmediato con bastante precisión. Primero lo usan para conseguir imágenes de mujeres desnudas, después se les ocurre intentar pequeños chantajes, por último una de las fotografías capta, por casualidad alguna clase de secreto y uno de los estudiantes aparece muerto. 
       Por ejemplo:
       Un fanático de la obra de Kafka descubre que en realidad el hombre existió pero que no era escritor sino apenas un empleado simple y mediocre que padecía tuberculosis y que -por dinero, para dejarle algo a sus padres, a los que amaba y con los que nunca había tenido problema alguno- aceptó interpretar un personaje que Max Brod había creado para él. De esta manera Brod habría escrito la novela total: la obra de Kafka, pero también sus las cartas, sus diarios y el papel público de escritor genial que el pequeño burócrata tuberculoso interpretaba. Brod pensaba que el punto cúlmine de su trabajo sería  su biografía sobre Kafka.
       Título tentativo: Por favor, considéreme un sueño.
       Por ejemplo:
       Cuatro tipos aparecen degollados en cuatro salas de películas pornográficas. Los investigadores piensan que están ante un asesino serial, un mataputos. Pero luego  descubren que tres de los muertos eran clientes de esta clase de cines pero el restante, un periodista, no. La investigación sigue por ahí y se destapa un caso de corrupción con múltiples ramificaciones. La verdad, en cualquier caso, es otra que debería hacerse visible en las últimas páginas.
       Por ejemplo:
       En el año 2016 nace sólo una mujer cada cincuenta hombres. En 2017, una mujer dos mil trescientos veintiún hombres. En el 2018, una cada quinientos. En el 2019 apenas ciento veintitrés en todo el mundo. Y así hasta que dejan de nacer mujeres en absoluto. La novela debería narrar los intentemos desesperados por revertir la tendencia, los cambios sociales y sexuales derivados de este hecho y estaría escrita en primera persona por la última mujer en su lecho de muerte. Debiera jugar en la cuerda de Philip Dick, digamos.
       Por ejemplo:
       Mayo de 1940, México. Un periodista, ex miliciano de la Columna Lenin del POUM en Catalunya durante la revolución española, es contactado por la guardia personal de Trotski para que, mientras la policía investiga quién intentó asesinar al Viejo, él averigüé cuándo y cómo será el próximo atentado. Debe tener el tono y el ritmo de una novela negra tradicional.
       Título tentativo: Qué sabe nadie. 
       Por ejemplo:
       Argumento para un cuento, corto: en el Free-Shop de un aeropuerto internacional, se van a saludar dos norteamericanos, uno es el típico científico progresista de universidad   y el otro, un típico redneck de Texas. Evidentemente se llevan mal, chocan, se van pensando si este tipo supiese quien soy yo. Cuando entregan los pasaportes nos enteramos que son Thomas Pynchon y Cormac McCarthy, quienes -como ninguno de los dos da entrevistas ni se deja fotografiar- no se conocen.
       Aplastás la colilla del cigarrillo.
       Por ejemplo.
       Por ejemplo.
       Por ejemplo.
       No. No.
       No.
       Por ejemplo. No.
       Cerrás la carpeta de apuntes. Liquidás el vaso de Johnnie. ¿Cómo se te ocurrían esas historias?, ¿cómo las escribías?, ¿dónde fue, dónde está, ahora, el tipo que tenía aquellas ideas?
       Formato. Herramientas. Ayuda.
       Estás prendiendo un nuevo cigarrillo cuando suena el timbre. Pensás: salvado por el gong. Quién será, pensás después. Ojalá, te permitís desear, sea una de las mujeres, olvidadas todas ellas en alguna vieja agenda, que un día dijo no.
       Pero es un muchacho. Un muchacho de labios delgados y una cara limpia como una página en blanco, de un pasado anterior al pasado, que te mira fijo al preguntarte si usted es Rafael Endicott.
       El escritor, agrega.
       Sí, y vos quién sos, le contestás.
       El muchacho tosé.
       Después tartamudea un poco cuando se disculpa y dice, en voz muy baja, por favor, considéreme un sueño; mientras, de entre las tapas de la carpeta roja que trae bajo el brazo, saca el revolver con el que darte la ayuda que tanto buscás.


©Kike Ferrari 2012


       Este texto no puede reproducirse ni archivarse sin permiso del autor y/o The Barcelona Review.
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Kike Ferrari nació en 1972 en Buenos Aires, donde actualmente vive con su mujer y su hija. Ha  publicado los libros Operación Bukowski (Buenos Aires 2004), Entonces sólo la noche (Buenos Aires, 2008), Lo que no fue (La Habana, 2009; Buenos Aires, 2012), Postales rabiosas (Buenos Aires, 2010), Que de lejos parecen moscas (Madrid, 2011; París, 2012) y El cazador de ratas (Barcelona, 2011). Ha participado también en diversas antologías y ganado premios como el 50° Premio Literario Casa de las Américas 2009  (Lo que no fue) y el Semana Negra de Gijón 2010 de relatos policíacos. Ha sido también finalista a la mejor novela negra extranjera en el Prix du Roman Policier (Francia) y el el Prix SNCF du Polar (Francia).
       Del mismo autor en TBR: http://www.barcelonareview.com/31/s_ef.htm