The Barcelona Review

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Renacida. Diarios tempranos, 1947-1964 Susan Sontag

Formas de volver a casa Alejandro Zambra

Richard Yates Tao Lin

Thomas Pynchon : Un escritor sin orificios Rubén Martín G.

Salmo y otros cuentos inéditos Mijaíl Bulgákov

Habladles de batallas, de reyes y elefantes Mathias Enard

La flor roja Vsévolod Garshín

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Slam book: cuadernos de opiniones adversas

portadaRenacida

Diarios tempranos, 1947-1964
Susan Sontag
Traducción Aurelio Major
Random House Mondadori, Barcelona, 2011


Renacida: Diarios tempranos
1947-1964, de Susan Sontag (1933-2004, Nueva York), una especie de Slam book, como ella misma lo llama en una parte de éstos, recoge sus experiencias vitales desde los 14 a los 31 años, poniendo énfasis en su relación particular entre cuerpo e intelecto, intentando delimitar esta dicotomía y comenzar a vivir guiada por la experiencia del cuerpo y dejar atrás la sobreintelectualización de los afectos y de la sexualidad; también las duras críticas a las instituciones que resguardan los afectos, como la religión y el matrimonio.

Un Slam book que no está hecho para entretener, porque se acabó el tiempo de escritura de libros para entretener a las personas. La escritura no está hecha para eso, según Sontag, sino más bien “…es un instrumento, una herramienta -y debe ser dura + tener forma de herramienta, larga, gruesa y contundente” (166).

      Renacida: Diario tempranos también pueden ser llamados los diarios de lecturas, música, películas y exposiciones de arte visitadas de esta importante intelectual norteamericana, sobre todo de las lecturas que forjaron el pensamiento particular de la autora de uno de los libros más celebrados en el siglo XXI: En contra de la interpretación (1968), texto en el que explora y entrega su propia visión del fenómeno cultural, humano y artístico de su tiempo.

      Renacida…. Es como decía, en parte, una bitácora de lecturas y nos introduce de forma gradual en los libros que fueron parte de su formación, y cómo esta formación se va forjando, a modo de listas interminables de textos que apunta, como leer, comprar, ser leídos, tachar; entre otros apuntes que nos llevan a ver cómo es que va relacionando formación v/s afectos y vida, y lo que sorprende es que más que tomar a éstos de una forma rigurosa y académica, son textos dispersos, apuntes casi a lápiz, sin ese grado de rigurosidad tan brutal que encontramos en la academia. Autores como Cornford, Jane Harrison, Blake, Proust, George Thomson, G. Le Bras, Murray, Gibbon, Tillich, Camus, Michels, Bataille, Brook Adams, Husserl, Wittgenstein, Kierkegaard, Hegel, Jacob, visitan este libros como personajes que entraran y salieran de una habitación sin dejar más huella explícita que su paseo. Pero bien sabemos que estos paseos despreocupados son los que determinan también el camino ideológico que intenta tomar la autora, acercarse a la vida y a la obra desde una lógica desprovista de sobreintelectualización y exageración en las interpretaciones.

      Por otra parte, y tal vez lo más interesante de este texto, y lo que le da un hilo conductor es que efectivamente nos encontramos frente a un diario de sus vivencias cotidianas, más allá de los libros y las lecturas, la música y las exposiciones. Entrega reflexiones acerca del amor, lugares que visita a diario, notas, personas que pasan por su vida y el gran tema de este libro: la relación amorosa dolorosa que vivió la autora, una suerte de educación sentimental, y cómo es que va desde el matrimonio a sus 28 años con Philip y la relación que rompe ese matrimonio, una relación intensa con una mujer, Harriet, que va desde 1957 a 1963. Claudia Apablaza

 

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portadaFormas de volver a casa
Alejandro Zambra
Anagrama, Barcelona, 2011

 

Formas de volver a casa es una novela que narra el recorrido de un escritor por la memoria política de un país y su propia infancia, la memoria del Chile de los 90, de la dictadura de Augusto Pinochet y las tramas íntimas que se gestaron dentro de aquellas casas repletas de recuerdos a las que es difícil volver del todo después de más de treinta años y desde miradas y voces narrativas que ya no comparten un campo cultural idéntico, sino que han mutado en olvido y desarraigo. K.L.F.

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portadaRichard Yates
Tao Lin
Traducción de Julio Fuentes Tarín
Alpha Decay, Barcelona, 2011

 

Richard Yates es un paso en la superación narrativa de la actual literatura española “moderna” y de todas las literaturas latinoamericanas que aspiren a tal. Un salto adelante que se celebra con aplausos y flores. Lo tan anunciado por esa “generación” se da cuerpo en este texto que más allá del cultivo de una forma enrevesada o perfecta, más allá de ser un texto que utiliza estructuras “externas” como lo es el gmail, es encarnación de ese formato, vida del mismo, por lo tanto superación de éste y paso siguiente y apertura abierta a la exploración de la temática de la instantaneidad y vacío de la vida desde el trabajo con el contenido y lenguaje, y no desde una pirueta narrativa generada para impresionar. Andrea Valenzuela

 

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portadaThomas Pynchon : Un escritor sin orificios
Rubén Martín G.
Ilustrado por Alfonso Rodríguez Barrera
Alpha Decay, Barcelona, 2011

 

Thomas Pynchon, un escritor sin orificios es un homenaje encubierto y brutal a la figura del escritor Thomas Pynchon. Dos cartas enviadas por un personaje anónimo al escritor sirven de pie forzado para que el autor despliegue sus temores, también encubiertos, a la fama en la que puede caer un escritor y el segundo cuerpo que supone esa fama; los temores e ironías hacia la crítica literaria y al sistema literario en general: editores, agentes, libreros, lectores, etc. Una sospecha maravillosa y generalizada hacia la farsa que logramos construir con esa herramienta viva y punzante que llamamos Literatura. Adrián Q.

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portadaSalmo y otros cuentos inéditos
Mijaíl Bulgákov
Traduccion de Raquel Marqués García
Nevsky prospects, 2011.

 

Un escritor brillante a la hora de hallar la forma idónea de ejecutar una ocurrencia y convertirla en relato –alguno podría considerarse “nouvelle”, como “El fuego de Jan”, donde ya puede vislumbrarse el mundo alucinado que llegaría a su clímax en El maestro y margarita. El riesgo está detrás de todos ellos, una idea al borde del desatino. Bulgákov no tiene ocurrencias cómodas, aquellas que pecan de sensatez, idenoneidad, pertinencia. Se acerca a Chéjov en el retrato social; como él, también fue médico y conoció el abandono de los pueblos rusos, de esa experiencia extrajo gran parte de su material narrativo. Pero se distancia en el componente fantástico y alucinado que introduce en su obra, que lo aleja del naturalismo para situarlo en el problema de la forma, propio del siglo XX.  Leer a Bulgávok es firmar un pacto en el cual el lector ha de poner rostro a los personajes, contexto a los diálogos, y en suma, coherencia a la acción, que a su vez, precede y transciende el texto, construido de palabras llanas pero polisémicas, puestas con precisión de relojero, y donde lo que se deja de decir vale tanto o más como lo dicho. El tema, una sociedad sometida, antes, a la crueldad del zarismo; hoy, al esquematismo comunista. Un autor cuyo talento cercenó en vida el propio Stalin, asunto, entre otros, de los que habla Jesús Palacios en un interesante prólogo. Crítica insoslayable a un régimen que no podía tolerar la inteligencia, que propugnaba el pensamiento único y vertical.

      Enemigo por antonomasia, el autor que al consumidor de su obra desafió con algo tan sencillo como temido por los totalitarismos: participación. Ese fue Mijaíl Bulgákov. EEU


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portadaHabladles de batallas, de reyes y elefantes
Mathias Enard
Traducción de Robert Juan-Cantavella
Mondadori, Barcelona 2011

 

¿Qué es un gran artista cuando no es un artista? ¿Cómo vive la no creación, el paréntesis entre una obra y la siguiente? ¿Cuánto influyen el amor, el erotismo, el alcohol, la noche o   el estilo de vida en su obra? ¿Cómo nace la misma, de qué fuentes bebe, cuánto toma de otras disciplinas y de la propia experiencia? ¿Cuánto se tienen en cuenta los piques, las envidias, los celos de sus pares? ¿Cómo se afronta los encargos, retos, caprichos y remilgos de sus pagadores? ¿Qué pasa cuando estos son el sanguinario papa Julio II o el sultán Beyazid, líder del imperio otomano? ¿Qué sucede cuando el artista es Miguel Ángel, el genio más afamado de su tiempo, autor del David, y el artista que mejor encarna el Renacimiento? ¿Qué lectura nos hace sentir en esta novela que no viajamos tan lejos mientras deambulamos por las riberas del Bósforo o nos sumergimos en Constantinopla, refugio de los árabes expulsados por los Reyes Católicos, y donde el divino ha de diseñar un puente sobre el Cuerno de Oro? Habladles de batallas, de reyes y elefantes, la última novela de Mathias Enard, plantea estas preguntas, transportándonos a un tiempo, un mundo y unas circunstancias políticas para invitarnos a tender analogías –el puente como metáfora- y hablarnos así de transculturación,  del viaje como fuerza en cuyo equipaje van inevitablemente la música, la lírica -la Poetas andaluces I erótica del gazal aquí-, la danza, la pintura, la arquitectura, nutriéndose la una de la otra. Novela histórica sobre un hecho que pudo haber ocurrido pero del que no tenemos constancia y posiblemente no la tengamos jamás, narrada a modo de cuaderno de viajes, capítulos en forma de anotaciones de diario por la brevedad y su carácter transitorio. La recomiendo leer espaciadamente, paladeándola, ya que de lo contrario, se acaba muy rápido. Cabe recalcar la magnífica traducción de Robert Juan-Cantavella. Mathias Enard, aunque francés, uno de los mejores escritores salidos de Barcelona en los últimos años. EEU.

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portadaLa flor roja
Vsévolod Garshín
Traducción de Patricia Gonzalo de Jesús
Ilustraciones Sara Morante
Nevsky prospects, 2011

 

Un autor prácticamente desconocido en el marco de la literatura rusa universal. Cabrían algunos apuntes respecto a la sociedad y literatura de su tiempo. Este joven que fue enrolado en las milicias y que peleó contra los turcos debió de haber leído hasta 1888, cuando murió a los 33 años, entre otros a Tolstoi, a Dostoiewsky (el autor de cuya dimensión psíquica debió aprender tanto) o a Turguerniev, que lo consideró su sucesor. La flor roja sería la segunda de una larga serie de relatos en torno a hospitales psiquiátricos y enfermos mentales, casi una tradición en la literatura rusa. El primero es de Nikolai Gogol, Diario de un loco (1835) y los subsiguientes Madriguera lebruna de Nikolái Leskov y Sala número 6 de Antón Chéjov. Estos escritores intentaron retratar la Rusia del siglo XIX, la del reinado de Alejandro II, en cuyos últimos años, tras varios intentos de magnicidio y el recrudecimiento de la agitación revolucionaria, se truncó un proceso reformista liberal que dio paso a otro de represión y hostigamiento político, agravado con la llegada al poder de Alejandro III, en 1881.

      La Flor roja vio la luz en 1883, por lo que cabe suponer que su período de gestación tuvo lugar en esos años convulsos, ambiente en el que la obra de Garshín cayó como anillo al dedo. Lo cuenta Robert D. Weslin en un ensayo titulado “Vesovold Garshin, the Russian Intelligentsia and Fan Hysteria”, recopilado en un libro cuyo título atraería a cualquier rusofilo, Madness and the mad in Russian culture. Según Weslin, Garshín se convirtió en un fenómeno de masas. La inteligentsia que alcanzó la madurez en la década de 1880, perteneciente a lo que llama la “sick or nervous generation”, patológicamente sensible a su entorno social, lo adoptó como héroe literario, debido en gran medida a que las teorías de “nervous degeneration and psychiatric epidemics, like mass hysteria”, proliferaban en una suerte de campaña mediática tanto en periódicos serios como en la prensa popular.

      No perdamos de vista el contexto europeo en el que el simbolismo había iniciado su expansión. De hecho, Charles Baudelaire fue traducido al ruso antes que a ninguna otra lengua, en 1852. El avance del positivismo y su alianza con el capital se dio en cuanto el conocimiento científico tenía por meta contribuir al progreso y el orden social. Alejada la cultura dominante de todo escepticismo, cabía representar la sociedad en un encierro –el manicomio es la Rusia zarista imperial-, los locos son las individualidades, frente a los enfermeros y médicos (el orden), que aplican su tratamiento (la ciencia), bajo el amparo del progreso. La flor roja se inicia con el paciente escoltado por dos oficiales presentándose así en el manicomio: “En nombre de su majestad imperial, el emperador soberano Pedro I, les notifico la inspección de este manicomio.” No por nada los métodos empleados son los que son: la morfina se utilizó en la guerra de Crimea y la guerra de Oriente, y con seguridad, Garshín la usó al ser herido en Turquía. Una de las flores que se hallan en el jardín del manicomio es el opio, de donde se extrae la morfina; considernado que la ciencia era prácticamente vista como un dogma y que en 1844 Marx ya había dicho lo del opio del pueblo, no queda mucho por agregar. La prohibición y el jardín refieren claramente al fruto prohibido y el Edén bíblicos. Sin querer aguar más la fiesta, añado que Garshín es aún hoy un escritor relevante en Rusia. Léanlo en esta nueva edición, tanto la traducción como los dibujos están a la altura y merecen un elogio. EEU 


© TBR 2011


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