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Juana  Castro

                         

J. CastroJUANA CASTRO. (Villanueva de Córdoba, Los Pedroches, 1945). Ha publicado una quincena de títulos de Poetas andaluces I, y multitud de artículos de opinión y crítica literaria. La suya es una Poetas andaluces I de luz y de contrarios, nutrida por la infancia pero abierta a la encrucijada de su tiempo, frontera entre dos mundos. Con modulaciones diferentes para cada libro, ha creado su propio lenguaje bebiendo de la tradición andaluza y en diálogo con las escrituras coetáneas, desde la fidelidad a una palabra poderosa recorrida por el temblor y la belleza de las imágenes, siempre en la coherencia y la indagación. Algunos de sus títulos son Narcisia (1986), Arte de cetrería (1989), Fisterra (1992), Del color de los ríos (2000) o Los cuerpos oscuros (2005). Las últimas publicaciones son La Bambola (2010) y las antologías Vulva dorada y lotos (Sabina Editorial 2009, con CD) y Heredad seguido de Cartas de enero (2010).
Recibió los premios Juan Ramón Jiménez, Carmen Conde, San Juan de la Cruz, Jaén,  Carmen de Burgos –éste de artículos periodísticos– y Meridiana, del Instituto Andaluz de la Mujer. Es miembro correspondiente de la Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba, y Medalla de Andalucía 2007.

 

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EL VICIO SOLITARIO

 

Dos reales costaba aquel ensueño.
Dos reales de pan sin chocolate
y el joven viejo hidalgo
armado caballero en sus dos sábanas.

 

Apaga ya la luz tengo un examen
se llama Dulcinea no se llama Aldonza.
Leer tanto leer
se seca la sesera
le vamos a meter fuego a los libros.
Y el ama y la sobrina       
le dan para beber de su jarabe
las letras se la comen
reposo y aire sano y todo a la candela.

 

Don Quijote delira es que no duerme
al alba la encontramos
exhausta y con las gafas
malheridas de frío
cristales en sus manos
la sangre en las muñecas.

 

Y los libros ardiendo
ayer y hoy y siempre
hay un loco que aguza
los ojos de la noche
la locura que sabe
descuadernar las páginas el viento
las trenzas se la comen

 

atarle las dos manos
y que escriba si puede.

 

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CUENTO DEL DEDO ÍNDICE


                                      
                                       

ahora desueñan tanto sueño roto
                                        una fatiga les distrae el alma
                                                        Juan Gelman

 

Había un dedo índice 
compañía solar en el destete  
un dedo con estrellas 
mecidas en la noche.

 

Sola ella y el dedo 
de azúcar de miel de bambalinas 
           sueño              
desde el dedo los sueños 
manzanas y jarabes 
algodones bengalas
estallando en la boca.

 

Atajar el idilio
la madre le ponía              
pimienta guindilla un guante           
un calcetín                  
a ese dedo torcido remojado           
sin uña      
chupa chupa

 

Grande mamá abre la boca grande.

Obstinada no sabe       
más aprieta       
los dientes           
y ese mismo dedo   
impúdico 
esmirriado
entra en la boca 
de la madre ahora  
el callo la dureza
la duna epitelial            
en la falange.

 

Ya  –no me muerdas suelta abre.
Mi dedo tu dedo         
la canción   
de la niña que no sabía comer          
de la madre que no quería dormir          
el cuento de aquel frasco       
con su duna creciente en el formol.
La yema la saliva            
           dos                 
dos bocas rezumando        
           sangre    
           sueño

 

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DEHESA

 

Almenas no tuviste. Trabajabas  
mirando siempre al cielo –¿lloverá?–
Llovían trigo, garbanzos, costales  
de fatiga y centeno, llovían  
hierba verde que rumiaban las vacas y llovían  
bellotas almendradas en las fauces  
ansiosas de los cerdos.

 

Llovían, sí, el río y la besana  
y todas las lechugas del invierno.

 

Enmudeces, ahora. No sabes  
si es la noche o el día  
y te hundes te hundes   
porque nadie   
te toma de la mano ni te aplica  
calor en el oído de esa nube tan negra  
que te engulle por dentro.

 

No entienden mis amigas,  
me dicen que estoy loca porque bajo  
contigo a los infiernos y te arrastro   
la piel a la intemperie,  
a que veas la lluvia o el granizo   
–lloverá, mañana lloverá–    
deshaciendo sus copos en tus dientes.  

 

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TAN GRAVES Y TAN TIERNOS

 

                                            Caballeros heridos y palomas 
                                            van por la niebla
                                                           
                                                      Julia Uceda


Algunas veces, Julia,    
el aire es como un hierro   
atenazando. Y no hay sol ni piedad.

 

–Qué cruel  esta muerte.

 

Y era mi voz diciendo   
la impotencia, la sangre   
acollarada y el violeta  
cianótico en los labios.

 

No, no era así.
Era una cama limpia, soportable    
el dolor, hijos y nietos rodeando   
lo último: suspiros o palabras.

 

Y nevaba. Caía         
blandamente el adiós como la nieve  
y estaban en silencio los oxígenos.

 

Y abrí, no sé por qué, las cartas.
Vida entera y temblor el pan nuestro  
de cada día de entonces.
La pared  
de silencio de la historia. 

           

Un camino           
que alzaba las preguntas    
al fuego del deseo: Reconocí sus marcas  
y en el fuego de enero,   
carne ya de mi carne,  
desanduve los pasos  
y avivé las cenizas.

 

Cinco años: el sueño   
y su flor de hojalata.
Con cintas he cifrado   
esa niebla y su gloria.

 

Parece que fue hoy….

 

Abrirás el espejo.
En el baúl de tinta 
arden, vivas, las ascuas.                     

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MAÑANA             

 

Sucederá mañana, 
vámonos a dormir.

 

Atranquemos la puerta, 
cerremos el postigo, 
que no puedan las moscas 
entrar en nuestro sueño.
No le abras, hermana,  
al ángel de la putrefacción.

 

En la noche una rosa  
se cumplirá en la lluvia 
de las axilas negras.

Ángel del exterminio,
no abandones el suelo,
pon la miel en mi plato
con tus alas de sombra.

 

Ya lo sabes, amor, hermana mía,  
               ángel  
del surtidor y las bengalas,  
               rosa 
viva de la palpitación,  
libélulas de escarcha  
con el alba latiendo, 
mañana, sí,  
         sucederá 
          mañana.image

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TRASHUMANCIA

 

Creímos  
que aquel octubre rojo   
era ya para siempre.
Pero vino febrero y su mudanza     
y nuestro abril de ceras engañosas,  
y el pozo esquivo hundiéndose   
sin tu lengua en el barro.

 

¿Cuántas veces has muerto?
¿Por cuántas despedidas van las lágrimas?

 

Así el fuego primero del otoño,  
seis mujeres mirando el objetivo, 
seis mujeres del adiós a otro hermano,   
los ojos de llorar y ahora quién lo sabría.

 

Somos jóvenes, la vida es otra vez  
la vida en los armarios y esta flor  
morada por los surcos   
de la carne y la guerra.

 

¿Cuántas veces, hermana,  
cogiendo y recogiendo   
maletas y almohadas  
con el frío en los dientes?

 

No guardes el pañuelo todavía,  
reservemos la caja de herramientas,  
no nos falten ni clavos ni apostura.

Que si vuelve otra vez el objetivo   
nos sorprenda radiantes,    
                               a dolor descubierto   
y con la falda en vuelo.

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(De Cartas de enero, Premio Nacional de la Crítica 2010,
en Heredad,  Fundación J. M. Lara, Sevilla 2011)


© Juana Castro 2011


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