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índex català  septiembre - octubre 2007 no. 60

 Jesús Nieves Montero: “Bolañitos, borgecitos y otros párvulos literarios”Bolañitos, borgecitos y otros párvulos literarios


Jesús Nieves Montero

      A Fedosy Santaella y Rodrigo Blanco Calderón

       

Una voz femenina comienza a deshilvanar las líneas de su relato en la sala C del piso 6 del Celarg durante una de las primeras sesiones del taller de narrativa cohorte 1997-’98 coordinado por Sael Ibañez. Las líneas pasan y reinan los vacíos, las sugerencias, la intencionada falta de organización dramática, de preparación para un momento climático. Los compañeros nos miramos: sensación de extrañamiento, algo parece andar mal con el relato pero no es fácilmente diagnosticable.

      Acaba la lectura. Un publicista pide derecho de palabra y dice encontrar un eco de Raymond Carver, el gran cuentista norteamericano, padre del minimalismo. La lectora se enciende, casi convulsiona de la emoción, y comienza una larga explicación acerca de su satisfacción por haber venerado a su ídolo literario, pese a que en su relato el “eco” apenas se manifestaba en el abandono de algunos elementos ornamentales. Habíamos dado con una carvercita.

Las influencias, el estilo, la copia y la impostura

      De tarde en tarde pueden encontrarse en las salas de los museos estudiantes de arte que con block y carboncillo intentan imitar el estilo de los grandes maestros de la pintura. Observan, meditan, intentan descifrar, descomponer la fórmula siempre presente en las grandes obras de genialidad y oficio, y ejecutan sobre el papel. Los talentosos se apropiarán de este saber, lo digerirán y lo recompondrán dentro de su propio proceso creativo para  producir también ellos arte, para la forja de su estilo. Los mediocres simplemente copiarán ad infinitum.

      También el escritor, en la orgullosa soledad o la bulliciosa condena de su habitación, aulas universitarias, un banco de parque o un vagón de metro hacinado lee las cúspides de su arte, observa y en sus primeros escritos, por decisión o destino, termina copiando.

      Los buenos escritores suelen beber de diversas fuentes y mezclar, mezclar de tal manera que la homogeneidad del producto final impide el rastreo de cada uno de los orígenes; simplemente, hay un déjà vu, una familiaridad que resulta cálida  e invita a la lectura.

      Pero hay quien en el proceso se deja ganar por su obsesión y se limita, como Pierre Menard, pero sin postulado estético, artístico o filosófico alguno, a copiar, copiar y copiar a su Titán favorito hasta convencerse de que ése es, excluyentemente, su camino en la creación, y se reduce a la falsificación (no exenta de parodia).

Bolaño nuestro que estás en los cielos

      Difícilmente, en medio de las ansiedades de premios, editoriales y críticas que rodean al escritor, hay quien pueda resistirse a aquella consigna que lanzó Roberto Bolaño en entrevista al diario El nacional, con motivo de la obtención del Premio Rómulo Gallegos: quiero vivir jugando juegos de video y hacer el amor porque escribir es muy complicado.

      Con este antecedente, cuando el fallecido escritor hispanoamericano –tan chileno, tan mejicano y tan español casi a partes iguales- vino a recoger su premio, se sentó en una pequeña sala de la mezzanina del Celarg, como se habrá sentado en tantas otras de librerías y entes culturales del continente, y comenzó la fascinación: el gran escritor era un cuerpo que casi pasaba desapercibido, ligero, sin pose, y con una sonrisa a medio dibujar y mano temblorosa que firmaba los ejemplares de la edición de Monte Ávila de Los detectives salvajes, con paciencia bíblica, e iba lanzando frases de pariente lejano en un reencuentro.

      Entonces se selló el pacto: todo escritor debía ser como Bolaño. Todo escritor debía jugar juegos de videos y hacer el amor. Y fumar. Y beber. Y tener problemas hepáticos. Y convertir sus desabridas experiencias en talleres y grupos literarios en novelas de formación. Y ser él mismo, escritor en busca de una historia, el héroe indiscutible de sus textos. Y tomar la pose de no tener pose. Bolañizarse, pues, hasta modificarse el ADN.

      Nada importaba no haber pasado por la experiencia del desarraigo, de huir de la patria en medio de una cruenta persecución política y reinstalarse en un ambiente profundamente diferente, haber tenido que sufrir, que reinventarse, como Nabokov, como Conrad pero en el mismo idioma. Claro que no. Se podía ser Bolaño tomando cerveza con los amigos, denigrando de la literatura del Boom, concibiendo personajes que reaparecían de un texto a otro y esperando la nueva entrega del ídolo a ver qué más podía copiarse.
Y todavía –o más aún- con Bolaño muerto, la proliferación de bolañitos es tal que se ha convertido en un verdadero problema de salud cultural pública.

Otros párvulos literarios

      Pero, como bien apunta Vargas Llosa en Cartas a un joven novelista, son nuestras tierras fecundas para este proceso, ya que es legendaria la hueste de borgecitos que todavía pululan, tratando de ver si hay quien los “descubra”. Hay los Coelhitos que ya sueñan con las inversiones que harán con los cheques de las editoriales nueva era. Los garciamarquecitos que tratarán de pescar en el río calmo de la reedición de Cien años de soledad. Los vilitas-matas que siguen viendo cómo se le puede agregar una buena dosis de ensayo a la novela y que no se vuelva indigesta. Los jaimebaylitos que quieren ver si el homosexualismo y la droga todavía tienen su mercado. Y basta un crítico generoso o ingenuo para que comience la historia del Traje nuevo del emperador: el que no vea las maravillas del impostor es, por decir lo menos un necio; las más veces un envidioso.
No cometamos entonces el error de enjuiciar a estos párvulos. Quedará esperar que en las lecturas solitarias de sus textos, cuando en lugar de encontrar el espejo que suele ofrecerse a cada creador vean la mueca deformada del ídolo, haya momento para la reflexión.  Nosotros, los lectores, podemos seguir a Serrat, cuando nos canta: “No hay otro tiempo que el que nos ha tocao’”.

 © Jesús Nieves Montero, 2007

 BIO: Jesús Nieves Montero, Caracas, 1977. Participó en los talleres de Narrativa del CELARG con Sael Ibañez (1997-98) y de ensayo con Jorge Romero León (2001-2002). Crítico literario de la revista Panfleto negro. Autor de los libros de relatos Casi un juego (1999, mención especial en el Primer Concurso de Autores Inéditos organizado por Monte Ávila Editores), Juegos de amor/Juegos de memoria (Comala.com; segundo lugar del Premio Latinoamericano de Literatura Joven Dupont-M.E.E.T. abril 2001); Juegos de perdón (primer lugar en el Premio Internacional de Narrativa convocado por The Cove/Rincón (Miami) y Pegaso Ediciones (Rosario, Argentina), 2002). Finalista del Concurso de Cartas de amor Mont Blanc 2006. También es autor de la novela corta Últimos juegos (2003). Ha publicado ensayos y relatos en el suplemento Papel Literario (Diario El Nacional, Caracas) y Letra en ruta (Universidad de Princeton, U.S.A). Profesor del Programa Superior y el Diplomado en Escritura Creativa del ICREA  y la Universidad Metropolitana, Caracas.

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Editorial: Paradojas del destino

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Mathias Énard: Manual del perfecto terrorista
Juan Trejo: Emboscada (II parte)
Juan Mattio: La persistencia de la noche

e n s a y o

Jesús Nieves Montero: “Bolañitos, borgecitos y otros párvulos literarios”

p o e s í a

Concha García: Ya nada es rito y otros poemas

r e s e ñ a s

Ningún dios a la vista Altaf Tyrewala
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Casa de luciérnagas. Antología de poetas hispanoamericanas de hoy Mario Campaña

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