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índex català   marzo - abril  2003  n° 35

Los cuatro ladrillos

pianoPrimero es capaz de comunicarse con el espíritu de los pianos
Robert Juan-Cantavella
       
       
Utiliza cuerdas de piano porque el hilo convencional, incluso el más resistente, no puede soportar el peso de un coche. El padre de Segundo tiene una fábrica de pianos. El aparejo es del mismo tipo que usan en alta mar para pescar peces espada: corto, azul cobalto y muy resistente.

      – Ha sido al mover la estantería. Eso es. Ha caído al mover la estantería.
      –¿Y se puede saber para qué estabais moviendo la estantería?, ¿no teníais nada mejor que hacer?
      –Lo ha dicho Segundo esta mañana. Para poner aquí una cinta transportadora. Quería pintar los pianos de amarillo. Ponerlos encima de la cinta y pintarlos a pistola mientras pasaban. Aseguró que usted le había dado permiso, señor. La estantería le molestaba. Pondremos otra más pequeña. Eso es lo que dijo. Pondremos una estantería más pequeña justo ahí. Y justo al lado la cinta móvil. Palacios trató de moverla y fue cuando le cayó el coche encima. Entonces me acordé. Ya no tenía más sitio en el patio de atrás. Eso dijo. Estuvimos charlando hace un tiempo. Sí señor, lo recordé en ese preciso instante. Nunca hubiera pensado que algún día necesitaríamos mover la estantería. Por eso permití que de forma provisional dejase en el estante más alto alguno de sus coches. Pocos, y en eso fui tajante, es cierto, pero en cualquier caso di mi permiso. Es pues mi culpa y por eso pongo, desde este mismo instante, mi cargo a vuestra entera disposición.

      El día despertó soleado. Las banderas ondeaban en lo más alto y su lucir de estandarte –revoloteaban arrogantes para anunciar un día de fiesta– daba fe desde las alturas del júbilo de todo un pueblo. El bullicio de la plaza escondía gritos, risas, poses y mercaderes de todo paño que aprovechan los días de fiesta para vender cualquier cosa. Como una sentencia se acercaba el mediodía y con él la hora de la justicia. Los niños correteaban como corceles entre los barrotes del cadalso, un montón de maderas que alzaban su porte majestuoso en un lado de la plaza. Su lugar, según costumbre, es el centro de la plaza mayor, pues así mandan las crónicas más antiguas, con el sol en lo más alto y en completo silencio. La señorita Araceli sin embargo, regidora de la CNN, opinó que era más conveniente correr el cadalso a un lado. También retrasó un poco el evento. Rodando a mediodía el sol cae a plomo –aseguró la señorita Araceli–, y nos veríamos obligados a corregir las sombras de la cara mediante el uso de un sistema de iluminación demasiado costoso; además, se nos ha echado el tiempo encima, es más simple hacerlo un poco más tarde, esperar a que el sol se canse, recorrer un poco el stage para evitar las sombras de las casas situadas tras la cámara, y ya está.

      Y así fue. A las cinco de la tarde comenzó el espectáculo. El Técnico Responsable de la Cadena de Producción de pianos, con sus uñas mugrientas clavadas en los barrotes de una jaula de madera sucia y húmeda, sudando como un cerdo y convertido en una piltrafa, fue llevado a recibir su merecido castigo en medio de un griterío sofocante. Todo ocurrió como han visto ustedes, entre el estertor del reo y los jadeos de centenares de gentes, hienas dispuestas a hacer justicia igual que mil años atrás, tal como manda la tradición. Con el sol en lo más alto y justo en medio de la plaza mayor, se hizo uso pleno de la disposición a cargo del reo.

      Ese que sale a la calle de noche es él, con una mochila llena de argollas, tornillos y una blacandequer. Oculta su sombra y cuando ha esquivado todas las miradas, se abalanza sobre la espalda de la víctima elegida. No arma ruido. En cuestión de segundos hace los cuatro agujeros, coloca la argolla y la atornilla con fuerza al techo, mete de nuevo la blacandequer en la mochila, mira a ambos lados y se larga igual de invisible que vino. A veces hay suerte y en un parking puede argollar cientos de coches en pocas horas. Otras en cambio el dueño le pilla o suena, de repente, en algún sitio una alarma. Es peligroso, hay quien piensa que sólo se trata de pescar coches, pero no es así. Primero hay que conseguir argollarlos, y eso es lo más difícil. Lleva años aprender.

      Segundo y su amigo Peralta jugaban de niños a pescar bicicletas, pero Segundo pronto se aburrió. Al estar paradas, apoyadas en la pared o unas contra otras, todo resultaba demasiado fácil. Segundo pensó entonces en pescar bicicletas en movimiento. Coge aquella de allí y pasa por debajo del puente Peralta –le dijo a su amigo Peralta–, veremos si puedo pescarte. El entierro de Peralta fue muy discreto. Primero donó a la parroquia un piano sinna die de luxe, de los que tocan solos.

      –Tendrán ustedes que llevarlo a un especialista. Quizás también a uno de esos campamentos de verano en que los jovencitos cantan canciones alrededor de una hoguera. En realidad creo que se trata del único remedio, olviden lo del especialista. Sólo es necesario que afine su voz como un ángel a la luz de la luna estival. Sin duda eso le curará, tan sólo asegúrense de que no meta ninguna caña de pescar en su mochila, las hay telescópicas, muy pequeñas. Regálenle en su lugar una cantimplora y un machete, no se olviden del machete, para que pueda coger una rama del monte y la pele, para que sea su rama y en ella inscriba su nombre y su historia pero ante todo, para que le sirva de cayado al andar.
      –¿Y el especialista?
      – Son 150.
      – ¿Ya?
      – Venga llorón.
      –No puede dejarme usted así. Ponga otra vez el reloj en marcha. ¿Para qué iba a querer mi hijo Segundo cantar? ¿Está usted completamente segura de que no es necesario acudir al especialista? El especialista vive lejos, muy lejos, es necesario llamarle muy fuerte para que acuda. ¿Está usted segura?, porque de llamarle tiene que ser ya.

      Antes en cambio se hacían a mano. Los artesanos disponían, con mucha cautela, paciencia y sapiencia infinita, la tecla correcta en el sitio adecuado tensando sólo lo justo y en a penas unos pocos meses. Ahora los pianos salen hechos de unas máquinas capaces hasta de empaquetarlos. No obstante, la tapa todavía la coloca Primero, de forma personal y con mucha delicadeza. Lo hace con todos y cada uno de sus instrumentos. Con guantes de terciopelo y ante Notario, Segundo atornilla las bisagras una a una. Hay veces que un tornillo no entra bien. Primero entonces suelta el destornillador y se retira a la oficina a meditar el por qué. Primero es capaz de comunicarse con el espíritu de los pianos, y a él se encomienda en momentos como ése, en que frunce el ceño y se retira a buscar la verdad de las cosas. De la oficina sale siempre con ánimos renovados. Lo acabo de ver muy claramente –dice entonces–, esa no es la tapada, probaremos otra: ¡destornillador! –y tiende la mano a un costado sin dejar de mirar el piano. Notario toma nota de todo y firma un certificado que levanta acta del hecho, que dobla después y que acaba adjuntando a la documentación del instrumento musical. El buen oído de Primero a la hora de colocar la tapa de los pianos, unido a un impecable servicio posventa, le han hecho acreedor de una sólida reputación en el gremio. Sus pianos personalizados se venden muy bien, y es que Primero da a sus clientes la posibilidad de invertir, además de en una impecable pieza piánea, en imagen, estatus y en prestigio; ya se sabe: Pianos Primero, para gente con talento, tiro tararí ... tatí.

      Son unas cañas de pescar especiales. Segundo pesca coches cuando pasan rugiendo bajo su ventana. Luego los amontona en el patio de atrás. Hay tardes en que no se deja ver ni uno. Nada. Segundo argolla los coches al azar, por eso muchos de ellos no pasan ni jamás pasarán bajo su ventana. Otros lo hacen cuando él duerme. Hay que ser paciente y estar siempre alerta. Los coches argollados pasan cuando pasan, sin anuncio previo. Es éste uno de los puntos que más claramente diferencia la pesca marítima, donde el pescador es avisado por la más leve presión ejercida sobre el sedal, de la pesca automovilística, donde el pescador no depende sino de su atención y de la rapidez de su respuesta para coger la caña, hacer de cabeza una compleja ecuación que, en tanto que comprende la velocidad del móvil e intuye su recorrido más probable, determine la fuerza con la que hay que lanzar el gancho y, poco más o menos, también dónde. Hay que hacerlo todo en unos pocos segundos y luego tirar fuerte, por eso todos los pescadores urbanos son corpulentos. Segundo, aprovechando el tirón da también un golpe de muñeca y envía los coches al patio de atrás. Es tremendamente hábil Segundo, casi siempre consigue que caigan del derecho, de forma que los conductores puedan salir ilesos. Primero entonces se excusa. Toda la vida excusándose.

      ¿Que si es cierto que la niña de los Peralta se pasaba el día entero aquí, en mi fábrica de objetos músicos?, no, pero venía casi todos los días, la puerta de atrás del taller está siempre abierta, sabe usted, y a ella le venía muy bien porque justo al entrar hay un grifo donde llenaba de agua su regadera. Siempre le gustó regar las plantas de la jardinera. ¿Que si tengo alguna idea de cómo sucedió el trágico accidente que segó de un tajo el aliento de esta encantadora niña justo en la flor de su vida?, no, tampoco señorita, ya le he dicho antes que no, si quiere le enseño las últimas novedades del ramo del piano, pero de eso no quiero hablar ya más. Sí señores, así de reacios se muestran los lugareños a hablar del tema... pero lo cierto es que murió aplastada por un coche. Un gran turismo según parece. El informe oficial dice que la culpa la tuvo un pinchazo. El conductor, a su vez, dijo no saber muy bien qué había sucedido. Si hay que creerle perdió el control sobre su coche, que de repente se elevó primero un poco, luego mucho, para caer luego con fuerza sobre la pobre Beatriz, una joven de la localidad que ya no podrá volver a regar su jardinera preferida... las plantas la echarán de menos, pero seguro que no tanto como su familia y sus compañeras de curso. Nos despedimos con unas imágenes de sus seres más queridos. Lugar de los Hechos, Araceli de López, CNN.

      Quince años después el hermano mayor de Peralta se sacó el carné de examinador. Primero supo desde el principio que aquello era una venganza: ¡qué espabilado este chaval!, ahora se montará una autoescuela y nos joderá el negocio. Durante el primer año de funcionamiento de la autoescuela, Primero vendió 50 pianos menos que el anterior. Segundo sólo advirtió la crisis en que estaba sumida la empresa familiar el día que vio asomar, al final de la calle, un Mercedes de los grandes. Iba argollado. Segundo no puede acordarse de todos los coches que manipula cada noche, pero de alguno de ellos no puede tampoco olvidarse. La policía casi lo pesca aquella vez. Rutilante, negro, reluciente... y con un hombre del frac dentro. Aparcado a las puertas de un restaurante de lujo. Era tarde, pero la fiesta continuaba dentro, a puerta cerrada. Hacía ya un par de años de todo aquello, y ahora tenía la posibilidad de pescarlo. La bestia negra giró la curva despacio y fue acelerando al tomar la recta. Todos los semáforos verdes. Sus faros se acercan suspendidos sobre la carretera. Segundo mira hacia la derecha para controlar que no llegue otro coche por allí, coge la caña, tensa el cable, afloja el carrete y lanza. Logró pescarlo pero cuando estaba izándolo el cable estalló. Segundo cayó de culo, el coche aterrizó de golpe y es entonces cuando, de repente, Segundo comprendió todo: su padre había empezado a emplear cable de peor calidad para confeccionar sus pianos. También había dejado de atornillar las tapas él mismo, de forma personalizada, pero de eso Segundo tampoco se enteró hasta mucho después. Notario, viejo amigo de la familia, siguió firmando los certificados. No te preocupes tanto –le dijo, y mientras lo decía le dio un par de palmadas en la espalda–. Me pagas a cambio de un servicio muy específico Primero, firmar estos certificados, y eso es lo que seguiré haciendo, nuestro contrato se mantendrá en los mismos términos. Además, ¿a quién importa que atornilles tú las tapas o las atornille otro?

      Le costó un poco al principio, conocer al personal, familiarizarse con la maquinaria, evaluar sus posibilidades, instalarse en el despacho, cambiar la estantería de lado dejando así espacio para la fotocopiadora nueva, echarle un ojo a los archivos, contactar con los propios trabajadores, crear un espacio de correspondencia interlaboral ecuánime, un departamento que lo coordine y algunas otras cosas, pero al poco de llegar ya tenía todo controlado. Primero bajó entonces a revisar su trabajo, se sentó sobre la mesa del despacho, corrió la cortinilla con el mando a distancia y con aire de maestro zen le preguntó a Sisí si ya había trabajado antes con este tipo de pianos. No –dijo Sisí–, digo sí –añadió entre toses–, en una fábrica de pianos precisamente, es curioso pero ocupaba este mismo puesto. El cargo de Técnica Responsable de la Cadena de Producción no tiene secretos para mí. Eso espero señorita Sisí –dijo Primero–, si ha estudiado usted los balances que le dejé sobre la mesa sabrá que la situación actual de la empresa es preocupante, por eso está usted aquí. El piano se muere, señorita.

      La hermana de Peralta se llamaba Beatriz, Beatriz Peralta, una niña muy graciosa que acostumbraba a regar la jardinera de la calle mayor con un pequeño cubo de plástico azul en forma de regadera. Beatriz tomaba el agua de la fábrica de pianos porque la puerta del taller estaba siempre abierta.

      –Al principio te caían. Fue muy gracioso. Recuerdo que no conseguiste subir uno antes de haber estrellado por lo menos diez.
      –Sí. Utilizaba hilo de pescar y se rompía. ¿Pero eso tú cómo lo sabes?
      –En cierta ocasión te vi estrellar un coche. Lo levantaste, pero al poco cayó aplastando a un ciclista que venía detrás. Aquel deportista se paró a ver el coche elevándose y entonces, inevitable como la muerte, el hilo traicionó su festivo interés por el deporte. Lo habías enganchado bien, pero a escasos metros del suelo se te escapó, justo cuando tratabas de levantarlo cedió el cable. Al ciclista, que había aprovechado la parada para respirar más lenta e intensamente, este momento tan delicado en su trayectoria vital le sobrevino mirando hacia arriba. Te escondiste aquella vez como las otras, pero en poco tiempo dejaste de perder presas.
      –Sí, cuando tuve la feliz idea de probar con cuerda de piano, en la fábrica hay tanta como quiera, aguanta hasta el peso de una camioneta de las pequeñas pero, ¿cómo puedes ver lo que hago, Sisí?
      –Qué poco importa eso Segundo. Te creía un buen pescador. ¿Por qué has empezado a perder presas de nuevo? Ayer sin ir más lejos te vi pescar uno, asegurarte de haberlo enganchado bien, dar un tirón y ¡zás!, se rompió otra vez el cable. Como a un simple amateur el coche te cayó encima de la jardinera.

      Los clientes sólo ven el final de un largo y costoso proceso, la guinda que corona el pastel, la puesta de tapa... y algunos ni eso. Cabría esperar que un verdadero amante de la música estuviese interesado en conocer hasta el más mínimo detalle del instrumento, su timbre, su tono, el porqué de su resonancia, de todas su notas. El piano es el más grande misterio de la humanidad, sus piezas pueden encajar de un modo, y sólo de uno. Pero no, les parece todo muy simple. Ellos lo compran, lo pagan, se sientan, lo tocan y en realidad no tienen ni la menor idea de lo que están haciendo, de qué ocurre en su interior cuando acarician una tecla. Dios sabe que lo intenté...

      En efecto, Primero organizaba visitas guiadas en que ponía al cliente en disposición de ver con sus propios ojos cómo el árbol era arrancado de las entrañas de la tierra justo al amanecer, cómo él mismo, de forma personal, elegía los troncos más robustos para hacer las láminas, y las partes más adecuadas para tallar las patas. Luego, en el autobús se servía algún refrigerio a los clientes que, ya de regreso, en fábrica podían entrar en contacto con el tallado, el pulido y el resto de procesos que requiere un árbol para devenir piano. Pero con el tiempo ha acabado dándose cuenta de que no valía la pena. Compran el instrumento y se van. Primero se encarga luego de llevarles el piano a sus casas y allí ellos lo tocan, a veces en reuniones de familia, otras porque el chaval está dando clases, y al final, cuando nada de eso funciona, le colocan encima los retratos de toda la parentela. He comprado un camión que en su parte trasera dispone de una pequeña grúa. Puedo subir los pianos hasta un tercero. La entrega es personal, Notario me acompaña y alza acta de que así es cada vez, firma un certificado y, de nuevo yo mismo en persona, después de montar la grúa y atar la lona del camión, adjunto el certificado al resto de la documentación. La documentación viene en una carpeta. Hasta hace algunos años Primero organizaba una lujosa y pormenorizada puesta de tapa que venía muy bien para acompañar la entrega pero ahora, con la venta por catálogo, la gente llega a la tienda con prisas. Un piano, por favor.

      De ningún modo, los pianos seguirán siendo negros, y mucho menos con lo que ha ocurrido. Volved a poner la estantería en su sitio... y de pintar más pianos a pistola, nada, todos los de ahí fuera también, les devolvéis su color negro. La cinta transportadora cargadla en el camión nuevo, a partir de hoy mismo la usaremos en las entregas, así quedará todo más oficial. La pondremos en marcha con el piano encima y yo caminaré a su lado solemne. Habrá que conseguir un buen aparato de música para el acompañamiento, Notario, ocúpate de eso. La cinta transportadora llegará hasta la puerta donde, otra vez yo, y bajo la atenta supervisión de Notario, haré entrega al cliente de la documentación de artesanía y del certificado de autenticidad artesanal. Y ahora escuchad todos bien, porque no quiero repetirlo: si alguien le cuenta a la señorita Sisí la suerte que corrió su predecesor, me obligará a tomar medidas similares. Y eso es todo muchachos. Seguid con vuestros pianos. Y ya sabéis: un piano, una vida...

      Lo supe desde el primer momento. Recuerdo bien el día de la entrevista. Cuando le pregunté si ya había trabajado antes con este tipo de pianos, ella dijo que no, digo sí –añadió entre toses–, en una fábrica de pianos precisamente, pero enseguida rectificó asegurando que, sólo unos meses atrás, había trabajado en otro sitio, no recuerdo bien cuál. Curiosamente lo demostró con papeles certíficos. Algo me dijo desde el principio que eran falsos y así ha sido. Pero yo en realidad no me di cuenta de todo hasta mucho más tarde, como ahora ustedes. De este modo ella tuvo todo el tiempo que quiso para maniobrar.

© Robert Juan-Cantavella
Robert CantavellaRobert Juan-Cantavella (Almassora, 1976) es autor de la novela Otro (Laia Libros, Barcelona, 2001) y redactor de la revista Lateral. Sus relatos han sido publicados en las revistas Rojo, Lateral, y Dogma, y en Narratives 1996/2001 (UJI, Castelló, 2003). Actualmente trata de sacar adelante un tesis doctoral sobre la poesía objetual de Joan Brossa.

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  marzo -abril 2003  número 35 

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