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imagenElpidia García

Supermaquila

 

A las cuatro y media de la madrugada, la justiciera enmascarada recorre las colonias de la periferia de Ciudad Juárez. Las más oscuras y pobres. Está ataviada con su disfraz de satín azul que contrasta con el dorado del antifaz y la capa. Unos botines de color azul también, destacan en la parte inferior de las piernas con medias amarillas. «Qué sensación de quietud a esta hora, cuando falta el ruido del tráfico y el ajetreo de la gente», reflexiona. Se detiene a vigilar en la calle más peligrosa de un barrio con casas abandonadas, sin iluminación vial ni asfalto. Las únicas luces salen de los focos del exterior de algunas casas malhechas, con techos de lámina o madera. El paisaje es apocalíptico y el silencio sólo es roto por los ladridos de los perros, como si fueran ellos los sobrevivientes de una tierra en ruinas.
       La tranquilidad no durará mucho más. Dentro de pocos minutos, hombres y mujeres somnolientos con aliento a café, saldrán a la calle a ganarse el sustento como cada quién puede. Los más madrugadores ya esperan en la esquina el camión que los llevará al centro de la ciudad. Desde allí, los que trabajan en maquila abordarán un segundo transporte al parque industrial donde esté la fábrica en que laboran. Los más afortunados tomarán uno de los autobuses contratados por sus empresas para recogerlos cerca de sus domicilios y llevarlos directamente a las maquiladoras.
       Hay una parada de autobuses junto a un muro casi cubierto de grafiti reciente. El olor a pintura en aerosol lo delata. Las viviendas alrededor están a oscuras. Al otro lado de la calle hay un solar con montículos de escombros y basura. Las entradas sin puerta de las construcciones a medio terminar son más oscuras que la caverna de una fiera. «Guarida perfecta de malandrines. Hasta a mí me da miedo», analiza la enmascarada. Se oculta en la negrura de una de ellas. Espera atrapar algún criminal infraganti. Las noticias de ataques, sobre todo a mujeres jóvenes, iban en ascenso en la ciudad. 
       Una muchacha se acerca con la bata de trabajo doblada en el brazo. De su hombro cuelga un pequeño bolso. Se detiene en la esquina. Casi parece una niña y está nerviosa. Tal vez recién empieza a trabajar y tiene miedo de salir de su casa a esas horas. No deja de mirar a un lado y otro. De vez en cuando mira hacia atrás, y a veces, otea el final de la calle, ansiosa de que pase su transporte. Inútilmente abraza el bolso, igual que las niñas hacen con su osito de peluche cuando tienen miedo.
       Un hombre sospechoso se aproxima. Aparenta que también espera el camión, pero tiene el aspecto de cualquier cosa excepto el de alguien que se apresta para ir al trabajo. Con las dos manos en los bolsillos se pone junto a la chica sin hablar y la mira como un predador a punto de atacar a su presa. Ella se retira un poco, pero el sujeto se vuelve a acercar. Advirtiendo sus intenciones, la joven empieza a caminar calle arriba con paso rápido y expresión de angustia. El tipo la sigue y saca de uno de los bolsillos algo parecido a una punta con filo. Supermaquila no espera más. Sale de su escondite y alcanza al tipo. Le grita.
       —¡Quédate quieto, güey!
       La chica ahora corre. El individuo voltea sorprendido.
       —¡Ah cabrón!, ¿y tú quién eres?, ¿es día de brujas?
       —Soy Supermaquila, y tú debes ser… no me digas, Escoria Viviente, ¿me equivoco? ¡Suelta el pinche filero!
       —¡Ah, sí, cómo no! Ahora verás que la guardo en tu…
       El granuja se abalanza sobre ella alzando el arma.
       Con una serie de patadas voladoras al estilo del Santo, pronto lo deja sin el arma y lo derriba. !Paf, Pum, Paf, Pum! Luego, aprovecha que está en el suelo para golpearlo con su fusta, «¡Toma esto, basura!, ¡Fiut, Fiut, Fiut!, y esto también, ¡Fiut, Fiut, Fiut. A ver, ¿no que muy chingón? ¿Con las jovencitas sí puedes, verdad?» Cuando ve los estragos que causó en su rostro, se sorprende. «¡Híjole!, creo que se me pasó un poco la mano, pero recibió su merecido. No quiero ni pensar lo que hubiera hecho con esa muchacha si no lo detengo». 
       Antes de irse para alcanzar a la aterrorizada chica y tranquilizarla, levanta la cabeza sanguinolenta al fulano jalándolo del pelo.
       —Alégrate, Escoria, vas a pasar a la historia como mi primera víctima. ¡Y corre la voz entre tus secuaces! Diles que ni se acerquen por estos rumbos porque los dejaré más guapos que a ti. —El malhechor, medio desmayado, no puede contestar. Queda gimiendo de dolor.
       Luego, la heroína alcanza a la chica y le dice que está a salvo.  El susto no se le había pasado.
       —El peligro ya pasó, no te preocupes. Y ya no esperes sola el camión en esa esquina. Que te acompañe alguien de tu familia, diles que no sean ojetes. En cuanto amanezca voy a hablar con el alcalde para preguntarle qué rayos hace con nuestros impuestos. En un mes esta calle estará más iluminada que Las Vegas, ¡ya lo verás!
       —Gracias. ¿Pero tú quién eres y por qué llevas ese disfraz? ¿Estás loca, o qué?
       —Alguien que te entiende. Me llaman Supermaquila, el azote de los patrones. Mi identidad no debe ser conocida o no podría hacer la labor que pienso realizar. De ahora en adelante, velaré por los derechos de los asalariados. Tengo que irme. Hasta pronto.
       —Hasta luego, y gracias otra vez.
       Más tarde, se entrevista con el alcalde en la Presidencia Municipal. Entra sin avisar a su oficina. Lo encuentra frente al escritorio leyendo unos papeles. Levanta la vista y lo afecta una afasia momentánea cuando ve a la vengadora de azul y oro. Ésta omite los preámbulos.
       —No se me asuste ni se me caliente, mi alcalde. Vengo como ciudadana con derechos, a exigir calles iluminadas y vigiladas por la policía en los horarios de mayor riesgo en las colonias de la periferia. Aquí le entrego una relación de los barrios que están tan descuidados, que parecen escenas salidas de la película Soy Leyenda. También le adjunto las denuncias de asaltos que no han sido atendidas. No podemos permitir que las jóvenes expongan su vida de esa manera, no la chingue. Ya tenemos muchas víctimas.
       —¿Cómo entró aquí? Se trata de una broma, ¿verdad? ¡Ah, ya sé!, ¿cámara escondida? No, no, no me diga, es una fantasía, algún regalo cachondo por el día de mi santo, ¡claro! ¡Ja ja ja, qué buena puntada! ¿Ahora va a hacer strip tease?
       La defensora pierde los estribos con las bromas del alcalde. Salta como una gata sobre el escritorio y queda en cuclillas frente al dirigente. Lo jala del cuello de la camisa y le acerca la cara hasta que hace bizcos.
       —¡Cállese, pendejo! Estoy hablando en serio. ¡Mi nombre es Supermaquila! Lucho por los derechos de la clase trabajadora —le dice, aventándolo contra el respaldo de la silla. Los lentes del alcalde caen y se estrellan en el suelo.
       —¡Sí, por los que pagan su salario! Le doy un mes para que se instale la iluminación. Mientras, mande sus policías a vigilar las colonias de la lista. Digo, si no tienen miedo. De lo contrario, lo denunciaré en los foros internacionales y en todas las redes sociales. Diré que usted prefiere gastar los recursos en carreteras para beneficiar a los empresarios. O en esculturas millonarias y feas, mientras tiene a la gente en la oscuridad. Tengo pruebas de sus malos manejos. ¡Ahí le dejo la lista!
       El alcalde, perplejo y cobarde, no dice nada. La nueva heroína sale de allí dispuesta a volver todas las veces que sea necesario. «Con los políticos hay que tener mano dura. Éste se va a hacer tarugo. Bueno, ya lo es».
       El día avanza y aún tiene otras misiones que cumplir. Se enteró de que en una empresa el patrón engaña a los trabajadores de nuevo ingreso. Los hace firmar su contrato al mismo tiempo que su renuncia voluntaria. Por la noche, se dirige a la fábrica y entra a escondidas al centro de archivos en busca de los documentos de renuncia para destruirlos. Lleva una lámpara de mano. De pronto, la luz de la oficina se enciende. El patrón y dos guardias entran precipitadamente. Las cámaras la habían descubierto sin que lo advirtiera.
       —¿Qué hace usted aquí?
       —Algo que tú desconoces completamente, Tramposo Repugnante: ¡cumplir la ley!
       Abre los ojos desmesuradamente cuando ve el disfraz de personaje de cómic.
       —¿Está usted loca? Vamos, fuera de aquí. ¿De cuál circo se escapó? ¡Voy a llamar a la policía inmediatamente!
       —¡Soy Supermaquila, y tú y tu empresa son historia! Vamos, llámalos, aquí está el teléfono. Diles también que obligas a renunciar a tus trabajadores antes de que empiecen a trabajar para poder deshacerte de ellos sin ninguna obligación. ¿O prefieres que llame a la prensa y se los diga yo? Así que será mejor que me digas donde guardas esos documentos para destruirlos o te las verás conmigo.
       —¡Ja ja ja! No me haga reír. ¡Órale!, sáquenme a esta fulana ridícula —ordena a los vigilantes chasqueando los dedos. Después se lanza contra ella. La jala de un brazo, pero desconoce el entrenamiento que la intrépida mujer tiene y que sus golpes son letales. Para en seco su ataque y le atesta un puñetazo profundo en el vientre aguado del patrón.
       —¡Toma, Tramposo! ¿Con eso tienes o seguimos? No me quiero aburrir, pero si insistes… aquí tienes otro ¡gancho al hígado! —el hombre se dobla de dolor.
       Los guardias, que afortunadamente no están armados, se abalanzan sobre ella. Pero contra ataca con su vara de acero hasta sacarlos de allí. Cierra la puerta por dentro. «Seguramente irán corriendo a llamar a la policía, pero ya habré terminado con mi misión para entonces», cavila.  
       —Al fin solos, mi Tramposín. No sabes qué ganas tengo de darte… ¡tu merecido!  —dice amenazando con azotarlo con la tralla. Pero antes de dar el primer golpe, el hombre accede a darle los documentos.
       —¡Está bien, está bien! Las renuncias están en esa gaveta. ¡Toma la llave!
       Con la rapidez de un rayo, avienta todos los archivos fraudulentos en un cesto de basura y les prende fuego antes de que llegue la policía. Lanza una advertencia al dueño antes de huir para no enfrentarse a los agentes del orden.
       —Y será mejor que «limpies» tu maquilita. Digo, si no quieres tu nombre en los titulares del diario de mañana por violaciones a la ley laboral. Mañana mismo arregla todas tus tranzas o además, tendrás cientos de demandas en la Junta de Conciliación y Arbitraje. Tengo amigos a los que les encantan este tipo de noticias. Y otros, abogados, que te meterán en un embrollo legal que te costará mucha lana. Te tendré vigilado, no lo olvides.
       A pesar de haber dormido poco, se levanta muy temprano al día siguiente para iniciar un nuevo cometido. Proteger los intereses de esos miles, que ni conocen sus derechos, que sobreviven apenas con sus míseros salarios, es su obsesión.
       Se enteró de una maquiladora donde los soldadores respiran el humo venenoso del plomo que despide la soldadura al derretirse con los cautines. Eso le molesta tanto que entra sin siquiera anunciarse directamente a la zona de producción. Allí, decenas de trabajadores sueldan componentes a las tablillas electrónicas. No tienen extractores ni mascarillas reglamentarias. Puede ver el humo azulado flotando frente a sus rostros, entrando a su sistema respiratorio. Le disgustan su ignorancia, su cobardía. El que no sepan que las emanaciones tóxicas los envenenan lentamente, causando daños irreversibles.
       Cuando la ven, los trabajadores sonríen. Se preguntan si la presencia de esa mujer con antifaz y capa es parte de algún tipo de show que la empresa organizó. 
       —¿Y ésta?, si no es día de las madres, ni de Halloween, ¿por qué estará aquí? ¿Será porque cumplimos las metas de producción y calidad?
       —Quién sabe, está chistosa. A lo mejor va a bailar o a cantar. Seguro que dirá algún mensaje para aumentar la producción.
       La protectora, con los brazos en la cintura se coloca frente a las mesas de los soldadores. 
       —A ver, ¿quién es el gerente de producción aquí?
       Un hombre de mediana edad con corbata se acerca.
       —Dígame, señorita.
       —Ahora mismo les pone a todas estas gentes con más plomo en la sangre que dinero en sus bolsillos, extractores adecuados para que no se sigan intoxicando. De lo contrario, dejarán de trabajar. ¿Sabe usted que los trabajadores tienen derecho a la seguridad? Lo que está pasando aquí es una matanza. ¡Y ustedes son los responsables!
       —Óigame, pero ¿qué le pasa? ¡Creí que esto era una especie de espectáculo sorpresa!, una campaña de la oficina de Recursos Humanos, o algo así, —reacciona con enojo el gerente.
       —No vengo a darles un show, señor. ¡Soy Supermaquila! Y su trabajo será leyenda si sigue solapando a los accionistas de esta empresa en sus faltas. ¡Dejen de trabajar, muchachos!
       —Pero, ¿qué dice? Parar producción nos metería en serios problemas con los clientes, ¡tendríamos pérdidas irrecuperables!
       —¡Que a nadie se le ocurra parar o los despediré al instante sin indemnización! —, les ordena.
       —¡Ah!, ¿de manera que es más importante no perder clientes a que estos trabajadores mueran lentamente? ¿Es que no le importan? Muchachos, deténganse, no tengan miedo. Miedo les debería dar el plomo que ya tienen en la sangre y que les causará enfermedades y hasta la muerte.
       Se voltean a ver indecisos. Algunos murmuran: «Sí, yo ya tengo cinco años trabajando en esta operación y tengo dolores de cabeza». Todos se ponen de pie y se cruzan de brazos.
       —¡Seguridad! ¡Seguridad! ¡Por favor saquen a esta loca vestida de payaso!, grita el gerente. Un guardia acude presuroso y trata de sujetarla.
       —¿Seguridad? ¿Es que tienen gente dedicada a la seguridad? ¿La de quién? La seguridad como derecho de los trabajadores es algo que ustedes ignoran, ¡abusones! Con una maroma escapa del guardia. Los trabajadores se colocan alrededor de ella para evitar que la detenga.
       —Estamos de acuerdo, amiga. No trabajaremos hasta que nos pongan los equipos extractores y denunciaremos esta situación a la Secretaría del Trabajo y ante quien sea necesario. Con razón tenemos tantos malestares —comenta una joven de apariencia enfermiza.
       El guardia hace otro intento por sujetarla. 
       —¡Hey!, cuidado chico. No quiero lastimarte de veras. Tu entrenamiento no me llega ni a los talones—. El otro no se atreve a tocarla, intimidado por los operadores que están dispuestos a defenderla.
       —Y tú, gerentito, ya reporté tu empresa a las dependencias correspondientes. Será mejor que te me vayas pero rapidito a comprar extractores y mascarillas con filtros de protección. Y ya que estamos, revisa si tienes otras faltas de seguridad que pongan en riesgo a la gente. Sospecho que tus violaciones son muchas. Mañana hay programada una inspección. Hasta pronto, muchachos. ¡Y no sean idiotas, hombre! Está bien que hay que ganarse el pan, pero ¡no a costa de la salud y la vida!
       —¡Gracias, Supermaquila! ¾dicen los soldadores mientras silban y aplauden sus acciones.
       Esa noche hace un repaso de sus primeras misiones. Sabe que falta mucho por hacer. Pronto se correrá la voz de sus incursiones y tiene que estar preparada. Habrá miles de solicitudes de ayuda, pero… mañana será otro día para hacer justicia.
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© Elpidia García Delgado (1959, Cd. Jiménez, Chihuahua)

Narradora y promotora cultural. Trabajó en la industria maquiladora durante 33 años.
       Obtuvo la beca David Alfaro Siqueiros 2012 de cuento, el premio Programa de Publicaciones 2013 del ICHICULT, fue ganadora del concurso Voces al sol 2014, de la UACJ, y ganadora del Premio Bellas Artes de cuento Amparo Dávila 2018. Obtuvo el reconocimiento Chihuahuense Destacada 2019 otorgado por el Congreso del Estado de Chihuahua en marzo, 2019.  Ha publicado textos y cuentos en revistas y antologías como Paso del Río Grande del Norte, Cuadrivio, Albedrío, Escritoras Mexicanas, Sinembargo.mx, Literatura Juarense Contemporánea (Archipiélago, 2009), Manufractura de sueños (Rocinante Editores, 2012), De perfil los gatos siempre sonríen (Pinos Alados, 2017), y Desierto en Escarlata/Cuentos criminales de Ciudad Juárez (Nitro Press, 2018). Es miembro del Colectivo de escritores Zurdo Mendieta de Ciudad Juárez desde el 2008. Tiene cuatro libros de cuento publicados: Ellos saben si soy o no soy (Ficticia-Ichicult, 2014), Polvareda (UACJ, 2015), el cuento infantil La rebelión de las muñecas (UACJ, 2018), y El hombre que mató a Dedos Fríos (INBA-Lectorum, 2018), con el que obtuvo el Premio Bellas Artes de cuento Amparo Dávila 2018.

 

 


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