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POEMAS DE

JOSÉ  ÁNGEL  CILLERUELO

 

JOSÉ ÁNGEL CILLERUELOJOSÉ ÁNGEL CILLERUELO (Barcelona, 1960) es escritor, traductor y crítico literario.
      Su obra poética ha sido reunida en los volúmenes El don impuro (1989) y Maleza (2010). Después ha publicado Tapia con mirlo (2014), Pájaros extraviados (2019) y cuatro colecciones de poemas en prosa, Galería de charcos (2009), Vitrina de charcos (2011), Becqueriana (2015) y Cruzar la puerta que quedó entornada (2017). La mirada. Antología Esencial (2017) reúne lo más destacado de esta obra.
      Su obra narrativa consta de cuatro recopilaciones de relatos y seis novelas: El visir de Abisinia (2001), Trasto (2004),  Doménica  (2007), Al oeste de Varsovia (2009), Una sombra en Pekín (2011) y Ladridos al amanecer (2011).
      Ha publicado tres libros de prosa memorialista: Barrio Alto (1997), Almacén: dietario de lugares (2014) y Pabellón dorado: dietario de lugares, 2 (2018).
      Ha traducido poetas portugueses y brasileños. Ha editado obras de Rafael Pérez Estrada y de José María Fonollosa. Es autor de varias antologías poéticas.
      Mantiene la bitácora de creación El visir de Abisinia y varios libro-blogs de crítica literaria

 


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CANCIÓN TRISTE DE CABARET

 

A menudo me veían pasear
junto al río y mirar hacia la ciudad
con tristeza. Solo esas aguas,
solo un aire verdoso en los días limpios
sustituía el temblor de una mirada
al cobijarse entre las manos.
Regresaba en tranvía al oscurecer
ajeno por la babia de escaparates
iluminados.  Descendimos
en silencio los cinco eternos rellanos,
te diste la vuelta al llegar al portal,
ya nunca olvidaré aquellas palabras:
Olha, rapaz, eu não acredito
no amor, mas apenas nos corpos.

 

                        (Alfama, 1987)


IN UNA STRADA DI FIRENZE

 

De camino a Florencia hay una puerta
que da a un patio de piedra. De camino
a Florencia hay vestigios en las tapias
con dibujos obscenos y lamentos

 

antiguos. De camino hacia Florencia
todo está en su lugar menos mis ojos:
la sombra de las nubes en los muros
y el silencio atrapado entre la yedra.

 

¿Habrá camino hasta Florencia, patios
con rosales y sendas con guijarros?
Todo está en su lugar. Alguien lo ha visto.

 

Y ha visto nuestra duda, y lo ha contado.
Todo estará en su sitio. Menos mi alma,
sin caminos, sin patios, sin Florencias.

 

                    (Maleza, 1995)

 

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BALADA DE CONEY ISLAND

 

Cuando cae la tarde
y los bañistas abandonan
el lugar tras un sábado de playa,
vestidos solo a medias y la toalla al hombro,
las gaviotas, en grandes grupos,
se reparten la arena, imitando quizá
a quienes ya se aprietan
sobre los andenes, camino
de la ciudad.
                        Desde un bidón así,
como este al que ahora me encaramo,
contemplé las gaviotas
el día en que cumplí los diecisiete.
No lo recuerdo por casualidad.
Era domingo y todos habían ido al baile
menos yo, que acunaba mi primer desengaño.
Las vi llegar
y mezclarse con los bañistas últimos.
Pensé que desde ese momento ellas
iban a convertirse
en un símbolo propio del amor.
Admiré su plumaje blanco y puro,
la soberbia quietud y elegancia del vuelo,
y encontré reflejadas sobre el gris de sus alas
las cenizas de un día calcinado.
También tuve, sentado en el bidón,
una esperanza súbita: los grises
eran más suaves que las puntas negras
de donde procedían.  Luego escribí:
«Vuelo de las gaviotas:
negro, gris, blanco: puente hacia lo puro».
En eso pienso ahora mientras veo
cómo rebuscan con el pico
entre la arena y cubos de basura
restos que tragan con innoble prisa:
lonchas de mortadela en bocadillos
mal mordidos, filetes rebozados,
muslos asados en los puestos de la calle
que los niños esconden tras morder la crujiente
grasilla de la piel.
                                    Qué pajarracos
carnívoros, rastreros y farsantes
fueron un día el símbolo más puro del amor.
Amor...
                        (alguien asoma tras las dunas,
medio desnudo, las insulta y lanza
latas a su intrusismo tan malsano
y obsceno) las gaviotas lo recuerdan
siempre
cuando cae la tarde.

 

                        (Salobre, 1999)

 

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PINTURAS | 1

 

La muchacha de ojos claros busca
encender el candil frente a las sombras.
Presiente ya el desorden de la noche
en la pereza de la luz gastada

 

Toma la vela con la mano izquierda
y dirige la llama hacia la mecha.
Un arco con arenas parpadea
y destierra lo oscuro a los rincones.

 

Recupera la aguja, su dedal
y los trapos que arrumba en el regazo
para zurcir los antiguos remiendos.

 

El canto de los pájaros se ahoga
tras la ventana abierta hacia el verano.
Aunque llegara, no hablaría el tiempo.

 

                       
                        (Formas débiles, 2004)

 

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DESTINO

 

Abandona el poema sobre un banco del paseo. Al levantarse, el sol se sitúa por detrás y de un salto le adelanta su sombra; así juntos, en esta lánguida compañía, les verá alejarse bulevar arriba quien descubra la hoja y al desdoblarla no sepa el idioma en el que ha sido escrita. Convertida en una bola que busca comprensión entre colillas y flores de jacarandá, el poema regresa al territorio que gobiernan las escobas municipales. Un perro lo confunde con la pelota que le han lanzado y se la devuelve al niño, que aprovecha para construir un avioncito de papel.

 

                          (Vitrina de charcos, 2011)

 

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CÓMODA CON INSECTOS

 

Una cisterna que gotea,
el hollín de la luz cuando traspasa
los cristales, hedor a olvido,
gorjeo de una radio mal

 

sintonizada hace tiempo,
desde cuando bailábamos los sábados
por la tarde en el comedor,
inmortales los dos, la vida.

 

Una ventana que no encaja,
dejadez y abandono en todas partes
donde mire. Las emisoras

 

de la ciudad radiaban música
la noche entera. Imaginábamos,
insensatos, que aquel era el final.

 

                        (Tapia con mirlo, 2014)

 

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GARZAS

 

Las garzas buscan días claros
para posar en los prismáticos
que las observan. Sobrevuelan
a baja altura el bosque
y planean por las orillas,
junto a los juncos, paspartú entre marco
y dibujo. Sumergen la mitad
de sus zancas y el pico entero
en las aguas, avanzan
despacio, trazan círculos
perfectos en la superficie
y provocan un leve chapoteo
que solo escuchan los silencios
del río cuando el cauce
confunde lo que fluye
con lo que permanece.
Y entre tanta quietud,
estampan por el aire ameno
la ronca destemplanza
de su graznido. Nada se comprende
entonces. Así actúa
la realidad. 

 

                   (Pájaros extraviados, 2019)

 

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© José Angel Cilleruelo pata TBR 2019


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