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índex català    abril -mayo 2007   n° 58

Reseñas58

 

 

portadaMensajes en la pared
Víctor Vegas
Monte Ávila editores Latinoamericana
Caracas, 2006.

Los registros de Víctor Vegas como narrador son amplios. La capacidad de introducirse en el alma de sus protagonistas y escudriñar sus emociones, sus deseos, sus temores, es uno de los aciertos más característicos de su obra. La prosa fluye siempre con un aura de majestuosidad, con una elegancia algo maquiavélica que parece sobreponerse para sorprender en los desenlaces, como una bestia que se esconde para saltar sobre su presa. Un coro de múltiples voces se dan cita en este libro para contarnos momentos de su vida, situaciones que, sacadas del mundo cotidiano, nos enseñan que la buena literatura está hecha muchas veces simplemente de una visión aguda de la existencia. No hay grandes temas que los autores deban ir a buscar en las selvas de la aventura, sólo hay una mirada penetrante que los descubre en cualquier lugar y los revela de manera ficticia. “Comienzo de verano” narra el despertar de un niño en un mundo que va dejando de ser el de la infancia, “Cartas para Celia” es un relato de desengaño, en el que a veces es mejor callar que reprocharle la mentira a quien ha hecho uso de ella. Un proverbio en sanscrito (“Ahora me estoy comiendo la carne de un animal que algún día, en el futuro, será mi carne”) desenmascara los secretos de la reencarnación en “Las leyes de Prakrti”. En “Montaña rusa”, cuento que fue publicado en el número 49 de TBR, el autor se lanza en un trepidante relato cuya oralidad es el punto de partida y la meta de una procaz y divertida  historia. 

En el cuento que publicamos en este número, “Amnesia”, el protagonista descubre el sentido de una vida inauténtica basada en un error: no ha escrito el primer relato importante de su vida. Vegas encuentra en el héroe de este relato una proyección de los  miedos del creador y de la duda sobre lo escrito. El olvido, “Lethé”, dentro de la teología griega era una deidad oscura y cercana a la muerte; nuestro personaje la experimenta en cuanto ha borrado un paisaje de su infancia. El descubrimiento de lo vivido supone, de cierta manera, una vuelta del mundo de los muertos que no puede apaciguar el horror de lo descubierto. El “alter ego” del autor vive el reproche de los conocidos, simbolizado en un personaje femenino, no como un modo de auto conocimiento sino como un modo de negación de sí mismo. Por tanto, el egoísmo lo lleva a defender hasta el último extremo el lema: “soy así, me tomas o me dejas”. Esta actitud vital se opone a aquellos que defienden, siguiendo a Sartre, que el conocimiento que tenemos de nosotros mismos no deja de ser una asimilación por parte de los individuos de los puntos de vista de los demás sobre nosotros mismos.
La pluma  de Vegas perfila con gusto la trama de una historia que  toca de cerca de todos aquellos que “viven en la distancia”.

Los relatos de este libro son un buen ejemplo de cómo se puede seguir haciendo buena literatura al margen de las modas, con un sentido certero del mundo que vivimos y una elegancia propia de los autores consagrados, lo que nos brinda la sensación de novedad y frescura aunque sea la misma buena literatura de siempre. Léanlo y disfruten.
Alejandro Marqués

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portadaNarrativa de la memoria perdurable
La hija de Agamenón. El Sucesor
Ismaíl Kadaré
Trad. Ramón Sánchez Lizarralde
Alianza Editorial. Madrid. 2007

Por fortuna ha llegado a nuestras librerías una nueva publicación del egregio escritor albanés Ismaíl Kadaré. Nos referimos al díptico formado por las novelas cortas La hija de Agamenón y El Sucesor, tras haber esperado el manuscrito de la primera en una caja de seguridad de París desde 1986, año en el que fue confiado al editor francés Durand con la finalidad de eludir un anticipado destino trágico de la novela. La segunda, más reciente –escrita entre 2002 y 2003- continúa la trama narrativa y personajes de aquélla, pese a la diferencia temporal que las separa. En ambas expresa sin ambages su posición frente el régimen comunista albanés del dictador Hoxha, acentuando su crítica respecto a novelas como El palacio de los sueños, acaso la más relevante de su catálogo, con la que se adentraba de una manera más tangencial en los avatares de dicha tiranía.

La intriga que urde este díptico –pese a su aparente falta de conexión- tiene su origen en la realidad política albanesa, tomando como ocasional punto de partida las celebraciones de la aquí populista fiesta de los trabajadores del 1º de Mayo. Tan opresiva y funesta jornada empuja al protagonista a evadirse de tan gris realidad, y lo consigue al adentrarse en el mundo de los mitos y de las leyendas griegas de la mano de la obra de Robert Graves. Evoca el sacrificio de Ifigenia a instancias de su padre, Agamenón -que en la novela encuentra un intencionado paralelismo con la historia de Suzana, compañera del protagonista, quien desde el principio anticipa su particular sacrificio. En ambos momentos históricos se constata la existencia de un hado cruel del que no escapa ningún miembro de la sociedad, ni siquiera en el entorno de los elegidos. En el colmo de la tiranía y como ocurriera en este episodio de la antigüedad, el sacrificio implica ausencia de piedad y el derecho de exigir la muerte de cualquier ser humano; corta las últimas amarras ancladas en lo profundo de la esperanza. Kadaré, moviéndose con maestría entre el remoto pasado y el presente narrativo, descubre la sinrazón del aparato de propaganda estatal y las nebulosas opresivas que genera, sin por ello perder una poderosa fuerza lírica en la que se entremezcla la fantasía y la realidad, la alegoría mítica de las tragedias clásicas griegas y de la legendarias fuentes de la literatura de los Balcanes. En El Sucesor prosigue con los personajes y trasfondo de la primera, interesándose sobremanera en plasmar una serie de acontecimientos que, partiendo de lo particular, “se convierten en memoria perdurable de la humanidad”. Estos hechos afloran en todas las épocas del decurso histórico y no dejan de producirnos un profundo asombro por su similitud; basta con sacudirse del adormecimiento general para percibirlo.

Desde que apareciera en 1970 El general del ejército muerto, su primera obra, no ha cesado de crecer la influencia del que constituye uno de los legados literarios más ricos y originales de la narrativa europea del siglo XX, mérito acrecentado como consecuencia de la escasa presencia del albanés dentro del espacio literario del viejo continente. No es de extrañar, pues cuando nuestra imaginación toma contacto con tan inquietante universo humano, difícilmente puede evitar sumergirse en alguna otra de sus historias, empeñadas en testimoniar las relaciones de los individuos y el poder como mecanismos de dominación y de sumisión, el papel que juega el destino como fuerza inapelable e ignota, las eternas preguntas en torno a la búsqueda de la felicidad personal, las utopías entendidas como sueños y sobre todo, las formas de pervivencia y de vigencia de los elementos fundacionales de la cultura occidental. Partiendo del espacio literario de los Balcanes, su obra va extendiéndose en círculos concéntricos que abarcan en lo cronológico y en lo geográfico los más remotos motivos. Para mayor riqueza e intensidad de su dramatismo, la literatura albanesa, como consecuencia del devenir histórico, conserva vivo y actuante el influjo de la literatura de transmisión oral: la epopeya y el cuento popular. Kadaré recupera las grandes tragedias de la humanidad, las toma de esa literatura oral y clásica, de Esquilo, de Homero, de Dante –pocos como el albanés han sabido expresar con mayor acierto una alegoría de la estructura inferior del infierno- asimismo con Cervantes y con Shakespeare, y así hasta Gogol o Chéjov. Es un admirador y un renovador de lo clásico, que encuentra en la antigüedad helénica, por encima de otros contextos históricos, la formulación de las grandes cuestiones que continúa haciéndose la humanidad occidental.

El autor ha indagado como nadie en los procesos mediante los cuales se conforma la conciencia de un miembro del aparato opresor de un estado despótico, entroncando así su obra con la de Kafka, Orwel o Huxley. Uno de los mayores méritos estilísticos del escritor albanés es que sitúa al lector a una altura elevada sobre esos personajes extraviados y terribles, presentándolos desde una óptica de inconcebible ternura. Así nos introduce en el interior de sus conciencias, de las que extraemos las tristes razones que los convierten en desalmados cautivos de una suerte miserable. De todo ello surge una obra esencialmente noble y liberadora. Carlos Vela

 

   © TBR 2007

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