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índex català     julio - agosto  n° 49

De la superioridad del hombre de Neandertal
Hugo Santander Ferreira


I


«Uno de los misterios de la arqueología, si no su razón de ser, es la explicación de la extinción del hombre de Neandertal, quien habitó las faldas de las montañas de Europa, Asia y el Oriente Medio hará unos ciento cincuenta mil años. Poseedor de una masa cerebral superior a la del Homo Sapiens, y capaz de fabricar sus propias herramientas,  el último hombre de Neandertal fue empalado hace unos treinta mil años, es decir, durante el apogeo de nuestra especie.
 
Los arqueólogos más eminentes sugieren su aniquilación a manos de nuestros sangrientos antepasados, una hipótesis que cualquiera de las atrocidades perpetradas en este mismo momento por algún soldado adolescente corroboraría. Podríamos asimismo inferir un aniquilamiento en masa, afín al emprendido por los alemanes de la Europa del siglo veinte contra sus congéneres más prósperos de cabellos negros y pupilas oscuras. Varios textos sagrados corroboran esta hipótesis; en el libro del Génesis, Caín mata a Abel no sólo por celos, sino principalmente porque Abel prospera como agricultor sobre su empobrecido hermano el pastor; en Metamorfosis de Ovidio la paz de los tiempos más primitivos se ve alterada por la aparición del hierro:

...de duro est ultima ferro.
protinus inrupit venae peioris in aevum
omne nefas: fugere pudor verumque fidesque

[...la última edad es la del  pesado hierro
Con la cual la peor perversidad emerge:
la modestia, la verdad y la fe escapan]

Lo que pocos antropólogos o etimólogos se atreverían a considerar es la superioridad del hombre de Neandertal sobre el Homo Sapiens. Uno de los factores que más escozor suscita entre los prosélitos de Darwin es el excedente de masa craneal del hombre de Neandertal. En su afán por controlar nuestra conciencia, nuestros científicos se empecinan en confinar nuestro ser a nuestros sesos, y a determinar nuestra inteligencia según nuestro DNA. De ser cierto, dicho presupuesto corroboraría la superioridad del hombre de Neandertal. Nuestros darvinistas, sin embargo, aclaran inescrupulosamente que la masa craneal del hombre de Neandertal no es indicativa de su inteligencia, sino de su torpeza, ampliamente demostrada por el hecho mismo de que esta especie ya haya sido aniquilada...»

Carvalho, Emanuel,  Compendio de terquedades científicas (Coimbra, 2002), p. 234.


II

«Durante setenta mil años el Homo Sapiens y el hombre de Neandertal cohabitaron la tierra en armonía; ambos conformaron grupos sociales en torno a creencias y a ritos comunes. A menudo ambos grupos se disputaban un territorio, por lo general aledaño a un río, litigios pacíficamente resueltos según las leyes comunes a todas las criaturas del universo (...)

El hombre de Neandertal descubrió la agricultura en sueños y, con ella, las ventajas de la vida sedentaria. En un principio el Homo Sapiens desdeñó las innovaciones de su pariente más cercano, hasta que el hambre lo forzó a emular su prosperidad. Desde entonces no fue extraño ver a jóvenes Homo Sapiens empleándose como aprendices de los hombres de Neandertal (...)

Cierto día Ka-Nin, hijo de Ad-Kan, tuvo la insólita idea de asesinar a su maestro con el fin de adueñarse de sus bienes y sus conocimientos; la consumación de su acto temerario fue rápidamente emulado por varios de sus congéneres (...)

Alarmados por la furia destructiva de sus aprendices, los hombres de Neandertal convocaron a sus poetas, quienes sopesaron las ventajas y las desventajas del asesinato o, tal y como entonces lo denominaban, de la muerte innecesaria. Tras prolongadas horas de  ayuno y meditación los bardos concluyeron por unanimidad que la inmolación era preferible a la vida en un universo asediado por los temores de asesinar o ser asesinado. Sus certezas metafísicas de una eternidad feliz que comenzaría con su muerte, persuadió a los hombres y mujeres de Neandertal a perecer sin resistencia a manos de sus subordinados belicosos (...) Tres lunas después de que el último hombre de Neandertal fuese sacrificado, Ad-Kan tornó sus armas contra sus propios congéneres; primero contra aquellos que ya habían manifestado cierta resistencia contra sus acciones, y más tarde contra sus propios parientes. Cada cual temía, y con razón, ser asesinado en medio de la noche.

Desde entonces el Homo Sapiens purga su insolencia, sobreviviendo en el temor de matar o ser asesinado...»

Angelus Mzhelsky, Anatomía del temor (Bishkek, 2002), §567 - 678.

© Hugo Santander Ferreira 2005

Este texto no puede reproducirse ni archivarse sin permiso del autor y/o The Barcelona Review. Rogamos lean las condiciones de uso.
SantanderCarné: Hugo Santander Ferreira. Ciudadano francés por adopción, nació en Bucaramanga, Colombia en 1968. Su interés por las artes y las lenguas lo ha vinculado a diversas universidades de EU, Portugal, Inglaterra y Asia Central. En 1998 obtuvo el Maestrado en cine y televisión de la Universidad de Temple, Filadelfia, USA. Entre 1998 y 2000 fue Profesor de Literatura y Drama en la Universidad Católica Portuguesa, sede Oporto, ciudad en donde además dirigió el documental Ilhas do Porto (Arrabales de Oporto) para la Radio y Televisión Portuguesa y su monólogo de teatro "La primera cita de Nórida Ocampo". Autor de la novela Nuevas Tardes en Manhattan, (Barcelona: Ed. Buganville, 2002) y de los artículos sobre "Dios" y "Narrativa y Ética", a ser publicados en el otoño de 2005 por Hodder Education en la enciclopedia Essentials of Philosophy and Ethics. Hugo Santander es candidato de Ph.D. en la escuela de Lingüística y Lenguas Modernas de la Universidad de Manchester. En la actualidad reside en Londres. www.castellano.hugosantander.com

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julio - agosto  n° 49

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