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índex                 mayo - junio 2001  num 24

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narrativa: El masturbador

Juan Abreu
foto: Marcia Morgado

Entrevista con
Juan Abreu

por Daniel Attala

 

Juan Abreu, a quien los lectores de The Barcelona Review conocen ya por sus relatos y reseñas, nació en La Habana en 1952. Huyó de Cuba con el Mariel, vivió en Miami hasta hace dos años, y desde entonces vive en Barcelona. Se ha dedicado durante muchos años a la escritura y la pintura. De ésta, varios de sus cuadros figuran en prestigiosos museos de Estados Unidos. De aquella, ha publicado El libro de las exhortaciones (Playor, 1985), A la sombra del mar (Casiopea, 1998) y Habanera fue (Muchnik Editores, 1998). El segundo de esos libros es una memoria de los tiempos cubanos de Juan Abreu, y en particular de su relación con otro escritor, compatriota, amigo y compañero en el éxodo del Mariel, Reinaldo Arenas. Habanera fue, escrito junto con sus dos hermanos, es un peculiar conjunto de tres relatos en homenaje a la madre de los Abreu, fallecida en un accidente automovilístico. En el relato de Juan se ve ya la prosa dura, nada sentimental, irónica y humorística (de humor negro, claro) y el ánimo apocalíptico que subyace en su última novela, Garbageland, publicada recientemente por Mondadori en Barcelona.

En Garbageland se dan cita multitud de historias y personajes. Un grupo de guerreros perseguidos que viven en las entrañas de una tierra violada (Garbageland), en cavernas post-post-industriales en los márgenes del mundo; una ciberartista mutante; un ocioso espectador de ciberarte; una monja guerrera; un grupo de turistas hiperconsumistas; un ciberpunk (digamos) paseándose con un tajo en el vientre bajo el cielo artificial de la gran urbe del futuro. El libro es un conjunto de historias enlazadas por una geografía futurista y desastrosa, donde alguno de estos personajes trata a duras penas de elegir su destino mientras otros lo sufren creyendo que lo eligen.

Garbageland es un libro inclasificable -como toda buena obra. Ni ciencia ficción pura y dura ni novela de aventuras lineal e ingenua, ni utopía tradicional ni anti-utopía perfecta. Y sin embargo, Garbageland es algo de todo eso. Su tiempo de ficción es el futuro, pero la verosimilitud de sus historias y geografías las hace perfectamente actualizables. Sus peripecias se precipitan con rapidez y cierta espectacularidad, pero hay un tempo de fondo mucho más lento que desbarata la aventura y refiere todo a la eternidad inmóvil, calma, de quien espera con paciencia -como ocurre en un lugar de la novela llamado "El Monte"- el cumplimiento de una promesa oscura hecha al principio de los tiempos. Lo mismo cabe decir de la ingenuidad, que en Garbageland coexiste con el horror pulcro de la sociedad de consumo, tanto como con el horror sanguinolento de esa misma sociedad. Garbageland tiene de las utopías la circunscripción de un mundo totalmente feliz en una geografía muy delimitada en el tiempo y en el espacio, pero también, de la anti-utopía, la profecía negra que vaticina, o mejor dicho constata, en medio, debajo, adentro o detrás del mismo mundo utópico, la existencia del mismísimo horror.

Garbageland es el primer volumen de una trilogía en marcha que Abreu ha prometido para dentro de poco.

He aquí un trozo de la conversación de The Barcelona Review con Juan Abreu.

Las referencias literarias inmediatas que el lector encuentra en Garbageland son los "Diarios de viaje" de José Martí, "El Monte" de Lidia Cabrera, quizá "Peter Pan" de Barrie o algún libro de Bradbury. ¿Podrías decir tres o cuatro palabras de cada uno de ellos?

Están esas referencias inmediatas, pero también otros libros que, porque los amo y me han ayudado a conocerme, son importantes para mí y siento que de una forma u otra están relacionados con mi novela: Peter Pan y Wendy de Barrie, Los viajes de Gulliver de Swift, Crónicas marcianas de Bradbury, Ilíada de Homero, Alicia en el país de las maravillas de Carroll, El maestro y Margarita de Bulgakov, Mientras agonizo, de Faulkner; la lista se alargaría demasiado. En el caso de El monte de Lydia Cabrera y los Diarios de campaña de José Martí, se trata de una relación visceral, ambos libros son parte de la trama. El texto de Martí se corresponde con el Libro Sagrado de la novela y el mundo mágico descrito por Cabrera se convierte en el paraíso al que escapan los únicos sobrevivientes de Garbageland.

¿Porqué te gusta tanto un libro como Peter Pan y en cambio tienes tan mala opinión de las producciones de Disney?

Regreso a Peter Pan y Wendy una y otra vez. Eso es algo que sucede con pocos libros. A cada nueva lectura vuelve a hablarme de quién era yo y cómo sentía el mundo siendo niño: aquella magia renace con cada lectura. Esto es muy especial. Además, Peter Pan es uno de los personajes más deliciosos y complejos de la historia de la literatura. Su rebelión contra la adultez es la rebelión contra la domesticación y la esclavitud en las sociedades humanas. Cada vez que lanza su grito de guerra y desenvaina su puñal, lo inexorable, la muerte, retrocede espantada ante la luz de la inocencia y de una desesperada, y por lo tanto hermosa, confianza en el carácter divino de la imaginación humana. En cuanto a la estética Disney creo que representa lo contrario de lo que nos dice el libro de Barrie.

¿No es un poco maniqueo eso? De hecho, en algunas escenas de Garbageland me pareció percibir cierto maniqueismo… bíblico se podría decir: los perseguidos son buenos, los perseguidores malos. ¿Es un procedimiento literario o un retrato de la realidad?

En la novela hay toda una burla del maniqueísmo bíblico. De hecho, el Dios al que esperan en Tierra Firme es un Dios que se parece a Mickey Mouse y al mismo tiempo es muy bíblico. Aunque es menos vengativo y más permisivo que el Dios del Apocalipsis. En cuanto a que los perseguidos sean buenos y los perseguidores malos, si es que es así cosa, de lo que no estoy tan seguro, se trata de un recurso literario. Todo es mucho más equívoco que eso, como se sabe. Hay un capítulo hacia el final de la novela que sugiere que toda la historia no es más que un serial producido en Tierra Firme; propone que los buenos son una invención de los malos, con fines de consumo y entretenimiento, por supuesto. Esa es otra lectura.

En la novela, la derrota de los perseguidos es real, palpable, visible; en cambio, la victoria final está esfumada en un aire de ensueño, de esperanza irrealizable. ¿Por qué esta diferencia?

El territorio de los grandes sueños es el de la esperanza. Eso requiere un tono muy diferente del que corresponde a la siniestra cotidianeidad y al mal. La realidad es un lugar misterioso, de múltiples cortezas, de incesantes desdoblamientos; traté que eso estuviera en Garbageland. En mi libro, los fugitivos arriban a un libro, entran en él y escapan. Es un lugar físico, carnal, de eso no cabe duda. Yo, si creo en algún Dios, es en el de los libros. Por eso, porque sé que en este mundo no hay escapatorias, hago que mis personajes tengan mejor suerte y encuentren refugio en El Monte.

¿De verdad no hay escapatorias? ¿No queda nada?

Sólo es posible otorgar cierta dignidad a nuestro fracaso, como diría MargueriteYourcenar. No queda nada. Todo irá a parar allí, a esa boca que convertirá el mundo en un parque temático con un objetivo monotemático: el consumo. Todos participamos de la globalización (una especie de guerra santa tecnológica) y de la conversión de todas las cosas al valor dinero. Aun los que intentan denunciarlo y combatirlo. En Garbageland aparecen anuncios de diferentes productos que, en la ficción, han sido autorizados por el autor. Es decir, el autor vende espacios en su novela, que es utilizada como soporte publicitario. Así como el cielo de las ciudades de Tierra Firme está parcelado y a la disposición de los anunciantes, del mercado, la imaginación de los creadores, último reducto de la libertad humana, también empieza a estarlo. Se trata de un juego literario. Pero...¿cuándo dejará de serlo para convertirse en realidad? Temo que muy pronto... de cierta manera ya está ocurriendo.

La utilización de los "Diarios de campaña" de José Martí en Garbageland le da un aire romántico, nostálgico de un mundo en el que la naturaleza se daba bien con los hombres, pero ya perdido. ¿Existió alguna vez ese mundo?

Yo creo que la obra de algunos creadores cubanos tiene como propósito fundamental reinventar la isla: José Lezama Lima, Reinaldo Arenas, Virgilio Piñera y José Martí son casos relevantes. Sospecho que lo hicieron porque esa realidad que habitaban era bastante insufrible; sin embargo, amaban esa realidad y, émulos de Dios, se dieron a la tarea de cambiarla, de darle otro ritmo, otra textura, de otorgarle una dimensión y una categoría heroica, trascendente y poética de la que carecía. El mundo es un sitio bastante inhabitable, diré casi citando a Arenas. Mi país no lo es menos, tal vez lo sea más que otros lugares. Martí quiso cambiar la realidad de la isla mediante la política, la insurrección y la guerra. No lo logró, todo siguió siendo bastante lamentable y poco martiano en la isla. Martí también intentó reinventar, lo que significa mejorar y cambiar, el paisaje de Cuba cuando desembarcó en ella a morir; en eso tuvo más éxito: cultivó una floresta de palabras, un paisaje muy superior al real. Un paisaje que hizo eterno al describirlo, al inventarlo. Eterno al menos mientras duren los libros y alguien lea.

A propósito de eso, y tomando un episodio de tu novela, me gustaría preguntarte si hay alguna diferencia entre la palabra "melón" y un melón de verdad. En definitiva, una salvación por los libros no se parece mucho a una salvación real…

Hay una enorme diferencia. Un melón "de verdad" no puede desafiar la muerte y la podredumbre. La descripción de un melón sí, depende de quién la haga. Al menos ahí tenemos una oportunidad de belleza imperecedera (en la medida en que la palabra imperecedera tiene sentido en un planeta que el impacto de una roca estelar puede convertir en un descomunal sarcófago en cualquier momento), una grieta que nos permite atisbar una naturaleza superior. No creo que sea posible una "salvación real", cualquier cosa que eso quiera decir. Tiendo a coincidir con Montaigne cuando afirmaba: "Todo es movimiento irregular y continuo, sin dirección y sin objeto". Claro que en el episodio de mi novela al que te refieres, el "melón real" alude a una naturaleza violada, asolada, devastada por la humanidad. En Garbageland el "melón real" es símbolo de un estado superior, primigenio. Un estado cercano a la divinidad que anida en la belleza, en la armonía y la poesía del paraíso que es El Monte. Pero no olvidemos que El Monte es un libro. Lo que significa que en cierta medida ese "melón real" que sostiene el Viejo Darma ya es una fruta de El Monte, de un paraíso que sólo es posible alcanzar mediante la palabra.

Eres un escritor cubano en el exilio, de los que una vez estuvo en el grupo de Reinaldo Arenas. ¿Se puede considerar Garbageland parte de la "literatura cubana"? ¿Por qué? Y, en fin, ¿qué hay en Garbageland de la literatura de Reinaldo Arenas?

No se a qué "literatura" pertenece Garbageland, aspiro a que pertenezca a la buena literatura. En cuanto a Arenas, me gustaría que en mi libro haya algo de su furia, de su rebeldía. En las páginas finales se describe brevemente El Monte al que arribarán los fugitivos. Allí se está a salvo, se disfruta de un ambiente lúdico. Una anciana sacerdotisa, Lydia Cabrera, los aguarda. Entre los que disfrutan del paraíso está mi madre que se mece en un sillón, mi padre que juega al dominó. También un muchacho que escribe en el tronco de los árboles: es Reinaldo. Esto es lo mejor que hice nunca por mi amigo. Espero que nos encontremos algún día, si consigo llegar allí.

© 2001 The Barcelona Review

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