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  PERRO  
   
  por PINCKNEY BENEDICT  
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      Eldridge oyó el ruido antes que Broom. Broom estaba en el comedor, mirando dibujos animados en el pequeño televisor en blanco y negro que había en el suelo; tenía el volumen tan alto que le pasó desapercibido.

      El ruido que oyó Eldridge era un chirrido, un chirrido agudo y un arañazo. Lo oyó cuando salía del lavabo; iba descalzo, sólo con una toalla envuelta en la cintura. Al principio, creyó que se trataba del suelo del trailer: Broom y él vivían en un trailer viejo que ya comenzaba a oxidarse, y que se estaba asentando de manera irregular sobre los ladrillos de cemento que le servían de base. Lo volvió a oír cuando ya estaba al final del vestíbulo, antes de entrar en la mayor de las habitaciones, y supo entonces que se trataba de algo con vida propia.

      --Eh, Broom --gritó desde el final del vestíbulo al comedor. Podía escuchar el televisor desde allí, y sabía que Broom no le contestaría aunque le oyese. Él y Broom llevaban un par de años viviendo en el trailer y ya le conocía bastante bien.

      --Broom--volvió a llamar--. Broom, tenemos ratas --atravesó el vestíbulo hasta su habitación.

      Broom le siguió al cabo de un segundo. Llevaba una lata de cerveza en la mano. Cada vez empieza más temprano, pensó Eldridge, y eso es adquirir un mal vicio. Eldridge no tocaba nada antes de comer, no podía casi ni tragarse una Coca-Cola.

      --¿Qué es eso?--preguntó Broom. El televisor sonaba con estruendo en la sala.

      --Te digo que tenemos ratas --respondió Eldridge--, o algo raro --pisoteó el suelo con fuerza, esperando que las ratas o lo que fuese volvieran a hacer el ruido. La ventana de la habitación se tambaleó dentro del marco.

      --La hostia--dijo Broom--. Tú quieres echarlo todo abajo.

      Broom era un chaval delgado, de veintiún o veintidós años, Eldridge no estaba seguro de su edad, pero le parecía bastante joven; en los bares siempre le pedían el carnet. Era divertido verle la cara cuando un barman le decía: «Tengo que ver algún documento de identidad». A Broom esto le cabreaba de veras, y la cara le cambiaba y se le arrugaba mientras buscaba la cartera en el bolsillo de los tejanos. Aún lo estaba pasando mal con el acné y su cara resultaba bastante desagradable cuando se enfurecía, toda roja y picoteada como si de un maldito mapa de Marte se tratara.

      Durante un segundo, estuvo totalmente quieto. Bajó la cabeza como un perro conejero. Eldridge estaba callado, también atento. La música de la televisión era todo lo que se oía.

      --No oigo nada--dijo Broom--: nada de ratas.

      --Escucha un rato --dijo Eldridge. Se puso una camiseta. Tenía muchas camisetas, las llamaba camisetas-músculo: una talla menor que la suya y con las mangas cortadas a la altura de los hombros. Cierta chica le había dicho en una ocasión que le gustaba aquel «look escultural». Nunca lo había olvidado y solía repetírselo a Broom o a quien tuviera delante: «Tengo un look escultural». Quien le escuchaba más bien creía que vacilaba con aquello de su look. Era un tipo normal, quizá con algo más de músculo, vientre de tortuga y brazos gruesos. Lo que nunca había contado a nadie es lo de aquella chica que le había dicho que resultaba «grotesco». Ni palabra sobre el tema.

      --Lo he oído --dijo Eldridge--: hay algo que rasca el suelo por ahí abajo.

      --Ya -dijo Broom--. Iba a volver a ver su programa de televisión cuando el ruido se oyó de nuevo, pero como si esta vez viniese de debajo la habitación de Eldridge. Broom lo oyó: el ruido de un arañazo y un gemido.

      --Lo ves --dijo Eldridge--: aquí lo tenemos--. Estaba contento de que Broom lo hubiese oído.

      --No son ratas--dijo Broom.

      --¿Qué quieres decir?--preguntó Eldridge--. Sino son ratas, ya me dirás qué.

      --No lo sé, pero, ratas, no --respondió Broom. Suspiró un segundo para pensar--. Para mí suena como a perro. Yo diría que tenemos un perro debajo del trailer.

      --¿Cómo habrá llegado hasta allí? --dijo Eldridge. Ahora que lo pensaba, el ruido le parecía más bien un ruido de perro.

      --Supongo que se habrá ido arrastrando por debajo. Quizá sólo buscaba un sitio para echarse y morir. Quizá esté enfermo, quizá le hayan disparado, no tengo ni la menor idea.

      --Tendremos que ir a echar un vistazo, ¿no? --sugirió Eldridge.

      Se metió en el aseo, echó la ropa que había hacia rincón del suelo, apartó un par de cajas y miró en la estantería.

      --¿Dónde está esa linterna? --preguntó-- La que usamos para ir cazar. ¿Qué coño has hecho con la puta linterna?

      --Ojalá supiera --suspiró Broom. La usé por última vez en noviembre. La usábamos para los ciervos, recuerdas, con Ed el Gordo y toda esa peña. Pillamos un par, ¿no? Sí, y tanto; con eso tuvimos para llenar la tripa. El ciervo al chile del viejo Ed. La hostia.

      --Sí --contestó Eldridge mientras buscaba la linterna bajo la cama--. ¿Pero qué coño hemos hecho con ella? Hostia--dijo. Salió de debajo la cama con la linterna. Era una Black and Decker grande de ésas que tanto se pueden usar con una pila de seis voltios como pueden enchufarse al encendedor del coche igual que un foco de la policía. Tenía sangre de ciervo en el mango y en la funda protectora de plástico verde. Eldridge golpeó la sangre con la punta de los dedos y algunos trozos cayeron al suelo.

      --¿Eso tenías debajo de la cama? --preguntó Broom--. Debía oler a mierda. ¿Cómo podías estar con eso allí debajo?

      --Tú tampoco es que seas muy pulido, Broom. No veas cómo huele tu cuarto.

      A Broom se le arrugó la cara vaticinando una pérdida de control. Entonces volvieron a oír el ruido: en esta ocasión se trataba con claridad de un perro, algo así como un ladrido a medias, como un perro ladrando en un bote de café, un señor perro, a juzgar por el ruido.

      El perro gruñó y Eldridge sintió se le erizaba el pelo de la nuca. Sentía las vibraciones del gruñido que atravesaban del suelo metálico. Era como si estuviese encima de la caja torácica del perro. Estaba justo debajo de sus pies y Eldridge se sorprendió a sí mismo mirando abajo, aunque abajo no hubiese nada qué mirar, aparte de la alfombra marrón y vieja.

      --Mierda. ¿Has oído eso? --preguntó Broom.

      Eldridge apretó el interruptor de la linterna de caza y se encendió la luz. Proyectaba una luz amarillenta.

      --Parece algo débil --continuó Broom--. Con tanto tiempo allá debajo, se le habrán gastado las pilas.

      --Lo que pasa es que aquí hay mucha luz --dijo Eldridge--. Debajo del trailer será mucho más potente.

      --Bueno --dijo Broom--, eso espero. Espero que sea sólo cosa de la luz del día.

      Eldridge siguió apretando el interruptor de la linterna, probando a ver si cogía más fuerza o se debilitaba. El haz de luz siguió igual de amarillento. Salió del cuarto y apagó el televisor.

      --¿Te llevarás algo para meterte allí debajo? --dijo Broom--. Yo por nada me metía allí debajo sin llevarme algo para habérmelas con el perro.

      --¿Qué he de llevarme? --preguntó Eldridge.

      --No sé, un palo puntiagudo, por ejemplo.

      --Sólo voy a echar el perro de allí debajo, no voy a liarme a pelear con él.

      --Bueno --dijo Broom--, pero tú a mí allá no me verías sin llevar algo. Vete a saber cómo será el perro.

      Eldridge pensó que tal vez se trataba de uno de esos animales abandonados que andan siempre metidos en la basura, o de un perro que los del pueblo habían echado a los matorrales. Un perro abandonado, enfermo o lo que fuese, pero nada preocupante.

      Abrió la puerta. Al apoyarse sobre el ladrillo de cemento que, en el porche, les servía de peldaño, éste se deslizó en la tierra blanda y Eldridge casi se cayó.

      --¡Hijo de puta! --exclamó.

      Hacía un día cálido y luminoso, y tenía que protegerse los ojos del sol.

      --Me pregunto de quién será ese perro --dijo Broom--. La gente de aquí tendría que cuidar mejor de los animales y no dejarlos así, sueltos. Tendría que haber leyes sobre el tema.

      --No es el perro de nadie --dijo Eldridge--. Ha venido a morir. Cuando un perro se va a solas a un lugar oscuro, es que se quiere morir.

      Se puso de rodillas y miró el espacio que tenía para arrastrarse. Había sólo un sitio por donde meterse debajo del trailer, justo al lado de la puerta. El resto estaba tapado con hojalata. A Eldridge le pareció un agujero realmente pequeño para hacerse paso.

      --Apuesto a que es el perro de Seldomridge --dijo Broom--. Ya sabes, ese chucho conejero negro y grandote, ese hijo de perra que anda siempre metiéndose con las ovejas de los demás. Quizá alguien habrá envenenado a ese desgraciado.

      --Podría ser --dijo Eldridge.

      El suelo de debajo del trailer era negro y húmedo, parecía que hubiera de tener gusanos en la superficie. No había hierba, sólo un montón de hojas en la base del trailer y alrededor de las tuberías. Eldridge no creía haber visto nunca tantas tuberías en el mismo sitio, y no podía ni imaginar para qué servirían, aunque sí sabía lo que era una fosa séptica. Notó una inminente opresión en el pecho.

      --Espero que no tenga la rabia --dijo Broom--. Una vez vi un perro con rabia y me pareció asqueroso.

      --No tiene la rabia, Broom --replicó Eldridge.

      --Le mordió una mofeta o un mapache y el muy mamón se puso como una cabra, con la boca toda llena de babas y con sangre cayéndole por el morro y el cuello. Andaba agachado y con las patas entumecidas y mordía todo con lo que se topaba, hasta a los niños que le tiraban piedras.

      Eldridge se acercó al espacio de la entrada. Trató de no hacer caso a Broom.

      --Estaba tan mal de la cabeza que acabó arrancándose sus propias tripas. Como no encontraba nada qué morder, se abrió su propio vientre y empezó a aullar y a sangrar mientras hundía el hocico. Eso fue la hostia --exclamó Broom con entusiasmo.

      --¿De veras?--dijo Eldridge. No veía nada debajo del trailer. El perro estaba al fondo de todo.

      --Y tanto. Más tarde, hasta el sheriff del condado fue al descampado de trailers donde estaba, pero ya lo encontró muerto. Se había sacado las entrañas y los chavales le pegaban con palos y piedras. El ayudante del sheriff, un tipo ancho y gordo, le pegó un tiro para asegurarse de que estaba bien muerto, pero ya estaba hecho un fiambre, con moscas en la lengua y demás.

      Broom hizo una pausa para respirar. Eldridge se alegró de que callara.

      --¿Ves? --dijo Broom al cabo de un minuto--. Por eso no desearía para nada ser ese perrazo de Seldomridge y estar allí debajo, apestando y con la rabia. Seguro que te muerde y, si lo hace, tú también pillarás la rabia--. Estaba de pie sobre el ladrillo de cemento junto a la puerta, meciéndolo adelante y atrás sin desplazarlo de su sitio. Al moverlo, hacía un ruido pegajoso con el fango.

      Eldridge se puso vientre abajo y, a cuatro patas, se metió un poco. Tenía la cabeza bajo el trailer; sus hombros se daban con la hojalata de un lado u otro. Se puso de cuclillas y pasó también los hombros, adentrándose más. Resultaba difícil alzar la linterna en ese espacio tan estrecho. No la podía levantar lo suficiente para iluminar el lugar donde creía que estaba el perro. Una hoja que olía a podrido quedó atrapada delante de sus narices. A juzgar por el olor, debía llevar años debajo del trailer.

      --¿Lo ves ya? --gritó Broom desde lo lejos. Su voz sonaba ensordecida. Eldridge miró atrás, volviendo la cabeza tanto como pudo. Vio la cabeza de Broom vuelta abajo. Todo lo que Eldridge veía era la silueta oscura de la cabeza, recortada ante el resplandor del sol. Nunca se había fijado en lo rara que era la cabeza de Broom: no era ahuevada ni redonda sino con las sienes hundidas, redondeada por arriba y por abajo como un buñuelo mal cocido. A Broom, el pelo le colgaba y le tocaba el suelo.

      --No está a la vista --dijo Eldridge. -Voy a tener que meterme más.

      --¿Qué? --preguntó Broom.

      Eldridge no se molestó en repetirlo, se arrastró con los codos, proyectando la luz del Black and Decker delante suyo. Incluso en la oscuridad, la luz resultaba amarilla: parecía que Broom iba bien encaminado con aquello de las pilas. Oyó que le gritaba desde fuera, desde más allá de los bajos del trailer, pero no intentó entender sus palabras.

      Tal y como había imaginado, el suelo, al tacto, era frío y resbaladizo. Tenía húmedas las rodillas y los antebrazos. El barro le atravesaba los pantalones y también se le metía en las arrugas de los codos. Era un lugar muy estrecho y le ponía nervioso. Ya no pensaba en el perro. Estaba ya muy metido debajo del trailer. Empujó con los dedos de los pies, trató de encontrar un punto de apoyo, pero no tenía cogida.

      Eldridge no podía creer la de cosas que había allí debajo. A su izquierda, y casi cubierto de hojas, había algo que parecía el diferencial de una transmisión vieja de cuatro ruedas. Supuso que los antiguos dueños del trailer lo habrían puesto allí, pero no tenía ni idea de para qué. Al lado había un guante de tela tejana que parecía la mano de un muerto saliendo del suelo. Cerca de la entrada había un muñeco que algún crío habría perdido hacía mucho, uno de aquellos que llamaban GI Joe parlante. Eldridge sabía que, si estiraba el cordel de la espalda del muñeco, el pequeño disco de su interior no produciría más que un murmuro ininteligible.

      Una telaraña que había entre dos tuberías le tocó la cara y se le quedó enganchada bajo la nariz. La abofeteó repetidamente.

      --¡Hija de puta!--exclamó. La telaraña pareció flotar hacia arriba y se le posó en los ojos. Cerró bien la boca por miedo a que también se le metiera allí. Sólo de pensar en la telaraña en su boca el estómago se le revolvía. Agitó la cabeza, pero no se pudo deshacer de ella. Era como si flotase en el aire y cada vez se le enganchasen más hilos. Se arrastró atrás, hacia la linterna, para sacarse la telaraña de los ojos. Necesitaba las dos manos libres para poder deslizarse así.

      Mientras se arrastraba hacia atrás, la camiseta se le subía hasta los brazos, dejándole el vientre al aire, expuesto a la frialdad del fango. Apretó los dientes. Deseaba hacer ruido como nunca había imaginado. Broom ya no decía nada, y Eldridge deseaba que lo hiciese, o que el televisor estuviese en marcha en el comedor para que él pudiese oír el ruido a través del suelo. Suponía que ahora se debía encontrar justo bajo el comedor.

      Al volver la cabeza, ya no vio los pies de Broom.

      --Broom --gritó--. Broom, ¿dónde coño estás?--. Su voz retumbaba con fuerza, rebotaba en el suelo y las tuberías, llenaba aquel pequeño espacio por completo. Se deslizó un poco más atrás, sintiendo el sol en la parte posterior de las piernas. Le costaba ir marcha atrás, pero le faltaban sólo un par de metros para salir y poder ponerse de pie. En un intento de deshacerse de la telaraña, pestañeó: los hilos estaban llenos de trozos de hoja o de alguna otra cosa, y podía notarlos en la cara. Mientras se iba empujando hacia atrás, los hombros se le clavaban en el suelo.

      Algo se movió al final del trailer. Maniobró la linterna lo mejor que supo, la proyectó en el bulto gris que creía era el perro: no vio sus ojos, no pudo ver ningunos ojos, ni patas, ni cola, ni siquiera estaba seguro de que hubiera pelo.

      Lo vio. Resultó ser como esas imágenes trucadas, ésas que al principio no se sabe lo que son, sólo unos manchones claros y oscuros, pero en las que luego aparece el rostro de Jesucristo, o una gaviota, o cualquier otra cosa. Así es como Eldridge vio al perro. Se había puesto de pie, pero no tenía espacio suficiente para alargar las piernas del todo debajo del trailer. Estaba allí, con el lomo tocando el suelo del trailer, las piernas dobladas y balanceándose ligeramente. Tenía los ojos casi cerrados, hinchados y llenos de pus. En algunas partes, parecía que estuviese pelado, como si le hubieran arrancado la piel y el pelo con un cuchillo desafilado. Tenía un costillar ancho y dilatado, pero estaba tan muerto de hambre que tenía el estómago curvado hasta casi la columna vertebral, como el vientre de un galgo, pero sin ser galgo. Más bien parecía un pastor alemán de ésos.

      Se deslizó fuera del trailer. Mientras se deslizaba hacia atrás, siguió iluminando al perro. No se acercó más. El perro no paraba de gruñir, con un sonido que llenaba los bajos del trailer como si fuese un órgano. Babeaba y las babas que echaba tenían tiras blancas de pus.

      Al salir, Eldridge se cortó en el hombro con el borde de hojalata. Se giró y se puso de pie, dejando caer la linterna. Se frotó los ojos y se sacó casi toda la telaraña de la cara, que le quedó pegada en las manos.

      --Broom--gritó. Miró detrás suyo, como esperando que el perro sarnoso saliese tras él.

      --¿Lo has visto? --preguntó Broom. Estaba sentado en la puerta, con los pies sobre el ladrillo de cemento--. Lo has visto allí debajo, ¿verdad?

      Eldridge asintió con la cabeza.

      --Me lo imaginaba --dijo Broom--. ¿Era el chucho de Seldomridge como decía? ¿Vas a volver a meterte allí para matar al muy mamón?

      --Yo allí no vuelvo --dijo Eldridge.

      -- No te preocupes, Eldridge --le reconfortó Broom --. La próxima vez seguro que lo pillas. Lo único que pasa es que te has puesto un poco nervioso y ya está. Lo harás bien.

      --Es que no captas --le recriminó Eldridge--: ese hijo de perra pasa de todo. Yo no me meto ahí otra vez; si quieres sacarlo, sácalo tú. Yo no voy--. Pensó en ese perro de morros hundidos. Quiso entrar, pero no pudo; Broom bloqueaba la puerta.

      --Quizá más tarde salga de ahí por su propio pie --dijo Broom--. Quizá le entre el hambre y no tengamos que meternos con él para nada.

      Eldridge empujó a Broom para entrar en el trailer.

      --Cierra la puerta--ordenó. Trató de apartarlo de en medio para poder cerrar la puerta.

      --¿Tanto miedo te ha dado? --preguntó Broom, sacándose las manos de Eldridge de encima-- ¿Pero qué coño te pasa? Suéltame.

      Eldridge le soltó y Broom entró.

      --A mi no me empujas así, tío --dijo--. ¡Vaya modo de acojonarse por un perro!

      --No lo has visto --dijo Eldridge.

      --A mí no me habría acojonado --replicó Broom.

      --No lo has visto --repitió Eldridge--. Ve allí si quieres. Pégale un tiro si te apetece. Lo que sí te digo es que yo paso del perro.

      --Nadie te pide lo contrario: esperamos un rato y a ver si sale.

      --Y si no sale, ¿qué?

      --Me las apañaré para sacarlo fuera --dijo Broom.

      --¿Cómo? --preguntó Eldridge-- ¿Con un palo afilado?

      --Quizá --dijo Broom--, quizá lo haga así.

      Eldridge se echó a reír. Broom se puso rojo denotando su enfado.

 

                                                                        * * *

      Aquella noche, Eldridge no pudo dormir pensando en el perro. En todo el día no había salido de ahí debajo, y Broom no lo había ido a buscar. De algún modo, Eldridge se alegraba de que así fuera, aunque ello comportara que no pudiese dormir, sabiendo que el perro no estaba más que a unos centímetros de él, al otro lado el suelo.

      Lo oyó moverse bajo el trailer un par o tres de veces, y se lo imaginaba frotando la espalda sarnosa en el suelo y las tuberías, o esparciendo unas hojas para echarse encima. Cada vez que estaba a punto de dormirse, el perro se movía o gemía, y él empezaba a pensar otra vez en el animal, con esa mirada tan desagradable y esas babas llenas de pus. Temía más tarde ser capaz de oler el perro a través del suelo, en el lecho de hojas que ahora se estaba preparando.

      --Broom --llamó desde la cama. Sabía que, si estaba despierto, Broom le oiría. Las paredes del trailer no eran demasiado gruesas y, a veces, oía roncar a Broom; había tenido que golpear la pared más de una vez para se diese la vuelta y se callara.

      --Broom --repitió.

      Se puso boca abajo y hundió la nariz en la almohada. Pensó que si pudiese atravesar con la vista la almohada, el colchón y el suelo, vería el perro justo en el lugar donde dormía.

      Se preguntó si el perro soñaría. Había visto a perros que gemían y movían las patas aun estando dormidos. «Estará cazando conejos,» solía pensar cuando veía a un perro moviéndose dormido. Pero ése no era el sonido que hacía el perro al moverse de bajo el trailer: era un ruido más fuerte, de algo que se agitaba y cambiaba de postura. Eldridge no podía imaginar qué podría soñar un perro que acababa de encontrar un rincón oscuro para esperar la muerte.

      El perro gimió. El gemido, al principio, era sólo un sonido agudo, como el de un mosquito al pasar cerca de las orejas; luego aumentó como si de un gemido fantasmal se tratara. Eldridge se sentó entonces sobre la cama.

      --Maldita sea --gruñó. Escuchó cómo aullaba el perro: hacía un ruido tan fuerte que hubiera jurado que se encontraba en la misma habitación. Lanzó la almohada, que rebotó en la mesita de noche y aterrizó en el suelo--. No hay manera de dormir --dijo, y se levantó de la cama.

      Atravesó la habitación caminando despacio. El ruido que hacía el perro empezó a amortecerse, pero él siguió caminando de puntillas. La almohadilla de debajo la alfombra estaba cada vez peor: se deshacía en trozos que se movían al pisarlos. Eldridge se metió en el lavabo que quedaba al fondo del comedor, justo al otro lado del cuarto pequeño, y se echó un poco de agua en la cara. Entonces se miró en el espejo. Tenía la misma cara de siempre, algo más cansada. Se preguntó qué hora sería.

      Tiró de la cadena y pensó en el perro acostado cerca del desagüe de la fosa séptica. El ruido del agua lo despertaría y entonces sí que empezaría a dar vueltas. No quería ni pensar en ello.

      De regreso a su cuarto, abrió la puerta de Broom. En la oscuridad, no podía verle muy bien, aunque le oía respirar.

      --¿Oyes al perro, Broom? --preguntó--. Ha estado dando vueltas por allí abajo.

      --Qué coño pasa --se quejó Broom, poniéndose de codos en la cama--. ¿Pero qué haces, Eldridge?

      --Hablar. He estado oyendo al perro moverse todo el rato y no hay forma de dormir. Pensaba que tú también lo habrías oído.

      --Dormía hasta que me has despertado --dijo Broom. Parecía enfadado. Eldridge no sabía si había estado durmiendo o no. Alzó los brazos, se cogió del marco de la puerta y, colgándose, dejó que todo el peso de su cuerpo se balanceara. Le sentó bien hacer unos estiramientos.

      --Bueno, creía que estarías despierto --se defendió Eldridge--. Tenemos que echar a ese perro de allí--. Broom no contestó. Pretendía haberse dormido de nuevo.

      A Eldridge, que Broom no le contestara, le ponía enfermo.

      --No voy a poder dormir en un buen rato --dijo Eldridge--. Te propongo un intercambio de habitaciones--. Broom seguía haciéndose el dormido--. Mi cuarto es más grande. Siempre lo has querido, Broom--. Estaba cansado de mendigarle a Broom, pero sabía que, en su habitación, no podría dormir--. Hostia, Broom --dijo. No le gustaba el olor del cuarto de Broom y hacía demasiado calor por tener siempre la ventana cerrada. Detestaba tener que pedírselo. Broom se dio la vuelta, dándole la espalda a Eldridge. Se cogía fuertemente a la almohada con las dos manos.

      Después de estarse un buen rato mirando la espalda de Broom, Eldridge se fue a buscar sus sábanas. Le costó un poco encontrar el lugar donde había tirado la almohada. Cogió sus bártulos y pasó la noche en el suelo del comedor.

 

                                                                        * * *

      --Eh, Ed --llamó Eldridge. Estaba con Broom justo enfrente de la casa de Ed Venner el Gordo, soportando el polvo y el calor. Había un viejo Scout sin ruedas aparcado en el corral. Lo habían elevado con unos gatos pero uno de ellos se había caído y el coche quedaba inclinado hacia un lado. Eldridge lo señaló--. ¿Te acuerdas de cuando Ed conducía ese trasto?

      Broom meneó la cabeza.

      --No --dijo--. Había estado callado toda la mañana.

      Como era domingo, pensó que Ed estaría seguramente en casa. A Eldridge le dolía la espalda, había dormido mal en el suelo duro. Broom dio una patada al suelo y la arcilla se desperdigó en trozos.

      La puerta metálica de la casa de Ed se abrió y una mujer salió al porche. Era delgada, de unos cuarenta años, y se secaba las manos con una toalla. Estaría preparando la cena del domingo, pensó Eldridge. Llevaba un vestido viejo totalmente descolorido desde hacía años. Con el cuerpo que tenía, parecía un saco de huesos. Estaba en el porche y miraba a Broom y a Eldridge. Tenía que fruncir el ceño para verlos a contraluz.

      --¿Está Ed? -- preguntó Eldridge. La mujer siguió sin decir nada. Broom volvió a dar una patada al lodo y Eldridge se apartó para evitar ensuciarse las piernas de los tejanos. Las botas de Broom estaban cubiertas de polvo.

      --Por el otro lado --dijo la mujer. Eldridge no se movió--, en el cobertizo. Lo encontraréis allí, donde siempre.-- Los miró de arriba abajo--. Me gustaría que le preguntaseis qué piensa hacer con toda esa chatarra en la que la que está trabajando--. Broom no dijo nada. Eldridge carraspeó--. Se pasa el día allí atrás, removiendo sus trastos, nos tiene sin coche a su padre y a mí y cuando queremos bajar al pueblo tenemos que ir a pata. Pregúntale a ver qué clase de hijo se cree que es.

      --Sólo venimos a pedirle algo prestado --dijo Eldridge.

      --Su tío le consiguió un trabajo en el garaje de Organ Cave, lo podía hacer como y cuando quería, pero no lo quiso. Prefirió pasarse el día metido allí atrás sin hacer nada.

      --Bueno, vamos a verle --le cortó Eldridge. La mujer le ponía nervioso. Murmuraba para sí misma, moviendo los labios sin producir ningún sonido. Se les dirigió de nuevo.

      --Y decidle que no se traiga más amigotes los domingos.

      --Mala puta --dijo Broom por lo bajo, sin que ella pudiera oírle. Eldridge comenzó a dar la vuelta a la casa. No era nada del otro mundo: una casa pequeña y sencilla. A un lado, una de las ventanas se había roto y la habían arreglado con cartón y cinta americana. Aquella mujer delgada estaba en el porche mirándoles marchar. Tenía una mirada dura y brillante. Eldridge no podía explicarse qué era lo que la ponía de tan mala leche.

      Ed el Gordo estaba fuera del cobertizo. Tenía un pequeño carburador de moto a sus pies, puesto en remojo en un cubo con gasolina. No sonrió al verles. Se limpiaba las uñas con una navaja, hundiendo bien la cuchilla por debajo de cada una de ellas para sacar la grasa y la suciedad acumuladas.

      --Hey, Ed --llamó Eldridge.

      Ed movió con la cabeza y sus mofletes fofos se menearon. El calor le hacía sudar. Le faltaba un pelo para hacer un metro y ochenta centímetros de altura, pero debía pesar unos ciento cuarenta quilos. Eldridge no entendía que hubiera gente capaz de ponerse así. El Gordo tenía los movimientos lentos y testarudos de un buey Hereford. Plegó la navaja y se la puso en un bolsillo del delantal.

      --Llevaba tiempo sin veros, colegas --dijo.

      --Hey, Ed --dijo Eldridge--. ¿En qué estás trabajando estos días? --Señaló el carburador que había en el cubo.

      Ed gruñó.

      --Otra chopper --contestó--. Un chaval vendía una Vincent Black Shadow en Heflin y no tenía ni puta idea de lo que se traía entre manos. Se la compré por casi nada. Más allá del cuerpo enorme de Ed, Eldridge pudo ver al menos tres motos, una de ellas colgada por las ruedas de un gancho en una viga, y partes de otras: parachoques, ruedas y cable de acelerador.

      --Venimos a ver si nos puedes dejar una pistola, Gordo --dijo Broom como si estuviese cansado de esperar a que Ed callara. A Ed se le enrojeció la cara al oír cómo le llamaba, y apretó los labios con fuerza.

      --Hostia, Broom --se lamentó Eldridge.

      --¿Qué pasa? --dijo Broom--. Ya sabe que está gordo, ¿no? ¿Qué le va a importar que lo sepamos nosotros?

      --¿Para qué la queréis? --preguntó Ed. Se quedó quieto, mirándoles. Sabían que tenía unas cuantas pistolas en su guarida: Colts, Mausers y Smith & Wessons. Tenía hasta un revólver Llama niquelado que les había enseñado en una ocasión. A Ed le gustaban las armas. Solían pedirle escopetas para cazar ciervos.

      --Tenemos que matar a un perro --explicó Eldridge --. Se ha metido debajo del trailer para morir.

      El Gordo se fue hacia la parte trasera de la casa. Eldridge tenía que andar deprisa para ir a su paso.

      --¿Por qué no le dejáis morir, entonces? --preguntó Ed--. Así no os tenéis que preocupar de nada.

      --Porque ve a saber cuándo piensa morir --contestó Broom. Se quedó donde estaba, gritándole a Ed desde cerca.

      --Ed, nos lo tenemos que cargar hoy --dijo Eldridge. Pensó que Ed no les prestaría la pistola y que Broom había puesto las cosas complicadas--. Creemos que tiene la rabia.

      --Uh --dijo Ed--, ya veo. Supongo que mejor os cargáis al chucho. ¿Qué tipo de pipa queréis?

      --Una grande --contestó Broom.

      Eldridge le miró y él se quedó callado.

      --Una bien grande --dijo Eldridge. --No te vas a meter allí con una del veintidós para dejar malherido a ese mamón.

      --Ya --dijo Ed--, ¿eres tú quien la va a usar?

      -- Él no --gritó Broom--. Dice que por nada del mundo vuelve a meterse allí debajo. Ayer salió de allí que casi se meaba en los pantalones de acojonado que estaba.

      --Cállate si no quieres que te dé una-- le espetó Eldridge.

      Broom escupió. --Y una mierda --dijo, y murmuró algo más por lo bajo.

      --Tú de qué vas --dijo Eldridge. Broom no contestó, miró a Eldridge y a Ed. Le temblaban los labios.

      --Te la dejo si eres tú quien la va a usar --dijo Ed. Miró a Broom--. No quiero que la use este malnacido.

      --Y una mierda --repitió Broom.

      Eldridge asintió con la cabeza.

      --Vas a ver, Ed --dijo--. Vas a ver como seré yo quien lo haga.

      Ed abrió la puerta para entrar en la casa.

      --De acuerdo entonces --asintió--, pero mejor no paséis; a mamá no le gusta demasiado que traiga compañía los domingos--. Entró y cerró la puerta tras de sí.

      Eldridge volvió y se dirigió a Broom.

      --Un poco más y nos quedamos sin pistola por culpa tuya --le reprochó--. ¿Para qué hablas así cuando venimos a pedir algo?

      --¡Gordo hijo de puta! --exclamó Broom poniéndose las manos en los bolsillos--. No sé porqué nos molestamos en pedirle nada.

      --Cierra el pico --le espetó Eldridge.

      --No me digas lo que tengo que hacer. Estoy hasta las narices de que me digas todo el rato qué hacer y qué decir. Tú y ese gordo hijo de puta con todas esas motos. ¿Para qué quiere tanta moto?

      --¿Quieres tener a ese perro ahí debajo hasta que le dé por morirse? --preguntó Eldridge.

      --Y qué más da, eres tú quien le tiene miedo.

      Ed salió de la casa. Llevaba una pistola negra y plana en la mano derecha, una pistola grande con una empuñadura de madera a cuadros blancos y negros.

      --Aquí tienes --dijo.

      --Joder --exclamó Broom--, con esto seguro que podemos--. Ed le lanzó una mirada y entregó la pistola a Eldridge. Le pareció pesada al sostenerla.

      --Es una Colt del 45 --y añadió--: prueba con ella, ya está cargada.

      --Seguro que irá bien --dijo Eldridge--. Luego nos vemos.

      --Seguro --dijo Ed--. Tengo que seguir trabajando con la Vincent--. Se dirigió de nuevo al cobertizo, se agachó al lado de una moto grande que estaba reclinada sobre el caballete en medio del cobertizo. Eldridge miró las manos de Ed que trabajaban con soltura en el motor, como si fueran pequeños animales adiestrados, apretando tuercas o limpiando válvulas.

      --Vamos --ordenó Eldridge. Dio la vuelta a la casa y se encaminó hacia la carretera. Faltaban un par o tres de kilómetros para llegar a su trailer y hacía mucho calor.

      --¡Gordo de mierda! --soltó Broom. Al dar la vuelta a la casa , se puso a dar zancadas para ir al paso de Eldridge. Broom seguía mirando la pistola. Eldridge veía que le gustaba. Al otro lado de la casa, la madre de Ed estaba en el porche, protegiéndose los ojos del sol con una mano.

      --¿Crees que ha estado allí esperándonos todo el rato? --le preguntó Broom a Eldridge. Eldridge encogió los hombros.

      --¿Se lo habéis dicho? --les gritó la mujer desde lo lejos--. Ha perdido el juicio, siempre pensando en las dichosas motos. Jamás he visto nada parecido.

      Broom sopló y con los labios imitó el ruido de un disparo; se puso a reír para sus adentros. Siguieron caminando. Cuando tomaron el recodo de la carretera, medio kilómetro más abajo, la mujer aún les miraba desde el porche.

 

                                                                        * * *

      Cuando al fin llegaron al trailer, ninguno de los dos entró en él. Ambos tenían demasiado calor, así que se sentaron en el sucio corral. Miraron el trailer y la entrada a los bajos que había al lado de la puerta.

      --¿Crees que aún estará allí? --preguntó Broom.

      --Supongo --dijo Eldridge. ¿Dónde sino?

      Estuvieron allí sentados unos minutos. Un tábano pasó silbante cerca de la cabeza de Broom, pero lo espantó y se fue sin picarle. Eldridge sopesó la Colt en sus manos. La agitó a un lado y a otro para cogerle el tacto. Abrió la pistola y vio la bala lubricada en la recámara: el Gordo sabía cuidar de sus armas.

      --Pásame la linterna, Broom --dijo Eldridge--. Broom seguía sentado.

      --Yo a ti no te paso nada --contestó Broom--: Ya eres mayorcito para pillarte las cosas.

      Eldridge se levantó y entró en el trailer. La pistola de Ed se balanceaba pesadamente a su lado. En el trailer hacía calor, más incluso que fuera. Se preguntó si a lo mejor el perro se habría muerto.

      La linterna estaba en el comedor; la cogió y la encendió. Su luz era pálida y amarillenta como de costumbre. Volvió a salir y se puso de rodillas para entrar en los bajos.

      --¿Por qué no me dejas ir a mí? --preguntó Broom. La otra vez que te metiste allí te acojonaste.

      Eldridge no respondió. Volvió a pasar por donde estaban el diferencial de camión y el muñeco GI Joe. Miró adonde estaba el perro y le apuntó con la pistola. Quería estar lo bastante cerca como para matarlo de un solo disparo. Se arrastró un poco más hacia el fondo. El mango de madera le patinaba con el sudor de las manos. Bajó el pestillo de la Colt 45.

      --Perro --dijo. No sabía porqué hablaba, pero se sintió mejor al escuchar su propia voz--. Voy a acabar contigo --dijo.

      El perro se meneó en el lecho de hojas y su cuerpo resplandeció a la luz de la linterna.

      Intentó ponerse en pie, pero las patas le temblaban y no pudo. Se dejó caer en las hojas con todo su peso. Gimió. Eldridge se echó más adelante. Apuntó al perro con el cañón azulado de la pistola.

      Se las arregló para ponerse de pie, aunque las patas le temblaban, se encaró a Eldridge y le enseñó los dientes. Un hilo de baba le colgaba del largo morro. Sacó pecho como si no tuviera miedo, como si quisiera que le disparara. Eldridge sabía que la mayoría de los animales olían las armas.

      Apretó el gatillo. El ruido de la pistola resultó ensordecedor en los bajos del trailer. Eldridge supo que había fallado tan pronto como acababa de disparar. El metal hueco lanzó chispas por los bajos del trailer y vibró con estrépito por la espalda de Eldridge. Sentía el calor a través de la camiseta. Volvió a bajar la pistola.

      El perro se arrastró rascando hacia delante con las pezuñas anteriores. Tenía dormidas las patas posteriores y le colgaban detrás suyo. Por debajo del pitido de sus orejas, Eldridge pudo oír un gemido, el mismo gemido que había oído arriba desde su habitación.

      Centró el punto de mira del revólver en el pecho hundido del perro, donde el pelo crecía a mechones y remolinos, con trozos de piel desnuda e inflamada. Llevaba colgado un viejo collar rojo de piel con una placa; estaba a menos de cuatro metros de distancia.

      Disparó y la bala atravesó el perro, saliéndole por un costado. La bala le hizo sacudir la cabeza y lo echó al suelo un metro más allá. El perro levantó el hocico e intentó aullar. No pudo producir nada más que el ruido que hace el aire al pasar por una tubería. Tenía sangre en los dientes y el hocico. Echado de lado, movía las pezuñas delanteras en el barro.

      --Te pillé --dijo Eldridge. Se acercó adonde el perro estaba echado, en el barro, jadeando casi como haría cualquier perro en un día caluroso, intentando sacar un poco de frescor del aire quieto. Las costillas famélicas le subían y bajaban sin parar. La bala le había perforado el pecho y estaba casi muerto.

      Eldridge miró el perro a los ojos: los tenía opacos y sin vida como si fueran charcos de barro. Estaban llenos de legañas y parecía que parpadeaban para deshacerse de ellas. Abrió la mandíbula y vomitó sangre en el suelo frío y oscuro de los bajos del trailer.

      Eldridge mantuvo la linterna cerca de la cabeza del perro. Miró la placa en el collar rojo de cuero, pero el metal estaba desvaído y no pudo leer lo que decía. Era un collar viejo y el cuero estaba agrietado. Mientras intentaba leer lo que estaba grabado en el collar, el perro tuvo un espasmo. Cerró los ojos y dejó de oírse su aliento bombeando en los pulmones destrozados.

 

                                                                        * * *

      Eldridge observó un escarabajo pelotero negro y grande --tan grande como la primera falange de su dedo pulgar-- que atravesaba entre trozos de hoja podrida y suciedad para acercarse al perro. Supuso que la sangre del animal lo habría atraído. Debajo del trailer, la sangre emanaba un olor muy fuerte, como de azufre.

      El caparazón del escarabajo brillaba y parecía pulido, como el acabado de un coche nuevo. Cuando pasó cerca de la punta de sus botas, Eldridge pensó en pisarlo. Al enfocarlo con la linterna, el escarabajo se escondió debajo del cuerpo del perro.

      --La hostia --dijo Eldridge.

      El perro estaba en una posición extraña, medio de espaldas y con una pata tiesa en el aire. La lengua gruesa y gris le colgaba de la boca, y parecía seca. Eldridge dejó la pistola a su lado, en el suelo húmedo. Se sentía cansado.

      Apagó la linterna. En la oscuridad, el perro era tan sólo un bulto. Cerró los ojos.

      --No tenías quien te cuidara, ¿verdad? --dijo. Si dejaban al perro debajo del trailer, sabía que los escarabajos peloteros vendrían y lo enterrarían. Vendrían muchos más, aparte del que acababa de ver.

      Podía escuchar a Broom llamándole desde el exterior. Tras repetir su llamada durante un buen rato, metió la cabeza por debajo del trailer. Su cara era como una mancha negra, y era difícil distinguirla contra la luz del sol.

      --Eh, Eldridge --gritó. Forzó la vista lo que pudo, pero Eldridge se dio cuenta de que no podía verlo sin la ayuda de la linterna de caza y le gustaba que así fuera.

      --Maldito hijo de perra --dijo Broom al ver que Eldridge no le contestaba. Desapareció por el exterior y Eldridge le oyó entrar en el trailer. Broom pisoteó el suelo a corta distancia de su cabeza; Eldridge cerró los ojos. Al cabo de un momento, oyó como encendía la televisión en el comedor. Broom parecía haberla puesto muy alta. Suspiró y agitó la cabeza mientras escuchaba el ir y venir de los pasos de Broom por el comedor del trailer.


 © 1987 Pinckney Benedict

Traducción: Melcion Mateu i Adrover

Esta historia no puede ser archivada ni distribuida sin el permiso expreso del autor. Rogamos lean las condiciones de uso.

"Perro" aparece como "Dog" en Town Smokes, publicado por la Ontario Review Press, Princeton, NJ, 1987.
ISBN: 0 865 380 589

The Barcelona Review presenta esta publicación electrónica de "Dog" bajo la aprobación de su autor y Raymond Smith, editor de la Ontario Review Press.

La publicación en inglés ha sido realizada por Minerva © 1995. Town Smokes ha sido traducido al alemán y al francés, y aparecerá en catalán publicado por Documenta Balear en diciembre de 1997.

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