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Porno religioso improvisado


Traducción de
Hugo Camacho

 

Capítulo 11
Dominiquetrix

 

No necesitaban una fecha. Todo salió solo.
       Había un concierto de Flight Detector en el Spot Bar de North Hollywood. El anillo semiprecioso de Dominique reflejaba las luces del escenario. Se sentía guapa. Se sentía amada. Y tenía que admitir, siendo sincera, que Flight Detector empezaban a sonar mejor. Bailaba, a diferencia de los otros cuatro parroquianos del bar que apenas levantaban la mirada o se molestaban en aplaudir.
       Durante la canción «You’re the One», Felix cantó el estribillo desde los teclados: «Oh, nena, lo sabes, lo sabes tan bien, te quiero a ti».
       Era una canción estúpida que sonaba igual que las otras, pero aquella noche había algo en ella que le llegó al corazón.
       Quizá fue la manera en que Jim atacó el solo: como si la guitarra fuera un arma, como si estuviera derramando sangre con ella. Felix solía decir con regularidad: «¡Creo que Jim es un genio musical!». Dominique lo dudaba, pero asentía para mostrarle su apoyo. Pero aquella noche no había duda de que tenía algo.
       Jim la miró a los ojos mientras sus dedos se deslizaban por el mástil y ella, de repente, por primera vez, se sintió un poco excitada acerca de su acuerdo. Felix no parecía darse cuenta porque, como siempre, volaba cual cometa, con los ojos cerrados, mientras tocaba el teclado. El solo de Jim incluso consiguió que los otros cuatro parroquianos levantaran la vista de sus vasos y hasta aplaudieron de manera sincera al final de la canción.
       Antes siquiera de que el grupo hubiese acabado de recoger, Jim dejó su guitarra y fue directamente hacia ella. Debe saberse que las pintas de Jim eran las mismas que las del último tío que hizo de Superman, con algunos tatuajes de más y un brillo malicioso en la mirada. Iba al gimnasio. No estaba regordete ni con algún michelín ni era simplemente mono. Estaba bueno.
       Así que cuando se dirigió hacia Dominique como un tigre hacia su presa, ella estaba preparada para someterse cual antílope frente a una criatura tan a todas luces superior.
       Pero este no le rasgó la yugular con los dientes. Tan solo se limitó a decir:
       —¿Qué tenéis pensado tu prometido y tú hacer esta noche?
       Dominique se encogió de hombros.
       Jim imitó su gesto, burlándose, y se acercó a su oreja.
       —¿Te apetecen dos pollas esta noche?
       Lo dijo de tal manera que ella pensó que a lo mejor sí que le apetecían.
       Consideraron la posibilidad de ir a casa de Dominique, pero ella pensó que no sería buena idea porque Georgia estaría deseosa de seguir hablando de los detalles de la boda. Así que Jim ofreció la suya.
       Vivía en un piso de solteros en Eagle Rock. Felix estaba o increíblemente drogado, o nervioso, o ambas cosas. No era capaz de cerrar la boca, y no paraba de hablar y contar anécdotas estúpidas que sabía que los otros dos habían oído cientos de veces.
       —... por eso estoy bastante seguro de que la era digital va a revolucionar la industria y va a catapultar a la música mucho más allá...
       «¡Cállate!»
       Si Jim fuera de verdad heterosexual, dejaría a Felix y se iría con él en un abrir y cerrar de ojos.
       «Calla, no es verdad.»
       Jim encendió las luces. El piso estaba lleno de carteles psicodélicos y fotos de Jimi Hendrix, Janis Joplin y Miles Davis. Todo lo que allí había era excitante o molaba. Tenía un tocadiscos, y puso un vinilo de Ray Charles.
       Felix no tocó a Dominique, ni para cogerla de la mano ni para ponerle un brazo sobre los hombros. Se dio cuenta de que él también se estaba preguntando si su amigo no le resultaría más atractivo a su prometida.
       Jim cerró la puerta con llave. La música estaba a un volumen alto y, después de haber estado escuchando tanto emo, había algo en los vientos y en la fuerza de la voz que le resultaba desconcertante.
       Durante un momento, se quedaron mirándose entre ellos sin decir nada.
       —¿Podemos fumar? —preguntó Felix son su mejor cara de «si eso no supone un problema».
       —Claro —concedió Jim. Y los tres se sentaron en el sofá de color naranja.
       —Me gusta este sofá —dijo Dominique.
       —Me lo encontré en la calle —replicó él, condescendiente como siempre, como si cada cosa que ella dijera fuera el súmmum de la estupidez.
       Se puso a rellenar una pipa.
       —¿Conocéis la peli Último tango en París? —empezó Felix, y Dominique sabía que aquel monólogo acababa con la conclusión de que Marlon Brando revolucionó la manera de actuar, pero que el subtexto era mantequilla.
       Dominique decidió que sería mejor asegurarse de que todos iban por la misma página.
       —Creo que los tres deberíamos de dejar claros cuáles son nuestros límites y qué estamos dispuestos o no a hacer.
       Jim la miró con la misma expresión de «Oh, Dios mío, no me puedo creer que hayas dicho algo tan estúpido», y rio.
       Felix también rio.
       La pipa llegó hasta ella.
       —No. Tenemos que saber dónde trazamos la línea. Ninguno de nosotros ha hecho esto antes, ¿verdad?
       —Que tú sepas —contestó Jim con un movimiento de ojos que le dejó claro que su suposición era del todo correcta.
       Así que Dominique se encontró asumiendo el papel de organizadora de una partida de Twister a medida que iban saliendo las preferencias de cada uno. Jim tenía muchas ganas de que lo ataran, y quería que Felix y él hicieran sexo anal. Ambos propusieron atar a Dominique y hacerle sexo anal a ella. «Petarte el culo», fueron sus palabras, pero no estaba interesada.
       —Dices eso porque no lo has probado —replicó Jim, y Felix estuvo de acuerdo.
       —Me da igual: no quiero, y ya está.
       —¿Y si te atamos? —preguntó Jim, en tono de amenaza.
       —Sí, ¿y si te atamos? —pio Felix.
       —No quiero que me aten.
       Felix inhaló y tosió al mismo tiempo.
       —Cof, yo nunca lo he hecho, cof, que me aten.
       —Te gustará —respondió Jim.
       —¿Pero atarme con qué? —inquirió Felix, y un gesto de preocupación hizo presa en su cara.
       Jim se desabrochó el cinturón y lo sacó de las presillas del pantalón. Hubo algo en su manera de hacerlo que provocó en Dominique un primer conato de excitación.
       Le tendió el cinturón a ella, que sintió en sus manos la piel, los ojales, la firmeza del material... Deslizó los dedos por la prenda y se detuvo en los agujeros, como si estos estuvieran afilados.
       —También me puedes pegar con él si soy malo —propuso Jim. Tenía unas pestañas increíblemente largas y sus ojos eran de un azul que, a pesar de tener las pupilas dilatadas, parecían sendos soles muriendo en... ¿Qué fase era esa en la que una estrella empezaba a morir y se ponía azul? ¿Una enana azul?
       —Muy bien —anunció Jim—. Estás al mando.
       —¿Estoy al mando? —preguntó ella, acariciando la hebilla.
       —Eres la Dominiquetrix.
       —¡Oh, eso ha sido genial! —exclamó Felix, entre risitas.
       Por un segundo, incluso había olvidado cómo se llamaba. A lo mejor le estaba subiendo la marihuana.
       —Soy la Dominiquetrix —repitió.
       Jim le devolvió una sonrisa que era casi tímida.
       —¿Empezamos? —le preguntó—. Hay algo que esperaba que pudieras hacer por mí —añadió con una voz que la hizo sentir como que haría cualquier cosa que le pidiera.
       —Ah, ¿sí? ¿Qué es eso?
       —Felix dice que se te dan muy bien los ojetes.
       Dominique se ruborizó y se le escapó la risa. Felix también rio. Todos rieron demasiado. Jim se desabrochó los pantalones y se los bajó hasta el suelo. No llevaba calzoncillos.
       Tenía el pene flácido. Y enorme. Se puso a cuatro patas y les mostró un asterisco rosa y brillante.
       —Hum —dijo Dominique, sin saber muy bien qué hacer.
       A Felix se le escapó una risita nerviosa. Histérica.
       —Nena, no se va a lamer solo.
       Que Jim la estuviera llamando «nena», cosa que ningún hombre había hecho antes, y que le estuviera pidiendo con voz grave y gutural que le lamiera el recto hizo que se le dispararan las alarmas, por muy colocada que estuviera.
       Aquello no le parecía nada sexy. Nada de nada.
       —Por favor, nena, por favor. Por favor nena, por favor... —Bamboleó el culo hacia ella, como un cachorrito anhelante—. Acércale la lengua.
       Dominique miró a Felix, quien la animó con un gesto de la cabeza.
       ¿Era eso lo que tenía que hacer para casarse?
       Que así fuera.
       Se inclinó. Aunque tenía un par de granos, el culo de Jim estaba bastante bien cincelado. No era peludo como el de Felix, que no había lamido nunca. Era un buen culo. Del tipo que sale en los anuncios de ropa interior masculina.
       Jim dejó de hablar. Todo dependía de ella. Era quien estaba al mando.
       Tragó saliva y acercó un poco más la cara... Sacó la lengua...
       Y de pronto, aquel agujero rosa se tensó y soltó un gas nocivo.
       Se le había peído en la cara.
       Y entonces Jim se puso en pie de un salto, dando palmas y riendo. Su pene se bamboleaba como si participara del chiste. Felix también se reía, como si aquello fuera algún tipo de broma de cámara oculta que le habían preparado.
       Dominique sintió cómo se le ponía el estómago del revés, y se dio cuenta de que estaba a punto de echarse a llorar. Había tanto regocijo en la cara de Jim, se sentía tan victorioso, que no se dio cuenta de que lo había abofeteado, bien fuerte, hasta que vio el verdugón rojo que se le empezó a formar en la mejilla.
       Él dejó de reírse y se llevó despacio una mano a la cara.
       Dominique lo agarró del pene y se lo retorció.
       Jim gritó de dolor.
       —Ponte de rodillas —le ordenó. Le ardía la cara de ira. Estaba a punto de retorcérsela hasta arrancársela.
       —Oh, Dios mío, para..., por favor..., para... ¡AYUDA!
       Jim parecía a punto de vomitar las entrañas, desmayarse, o las dos cosas a la vez, y atragantarse con su propio vómito hasta la muerte como una estrella del rock de los años setenta.
       Felix corrió hacia ella gimoteando.
       —¿Qué estás haciendo? ¡Le haces daño!
       —¡Apártate, Felix! —rugió.
       —Pero le...
       —¡QUE TE APARTES!
       Se giró hacia él con la cara constreñida como la de un gólem enfadado. Felix nunca había visto así a su amorcito. De hecho, nunca la había visto enfadada.
       Jim cayó de rodillas.
       Y con el movimiento descendente, su pene se liberó de la mano de Dominique.
       Estaba arrodillado delante de ella, acunándose el miembro y casi recostándose contra sus piernas al mismo tiempo.
       Felix también se arrodilló mientras decía, de manera exasperante:
       —¿Estás bien? ¿Estás bien?
       Pero Jim seguía apoyado contra la cadera de Dominique. Podía notar su aliento caliente mientras este gemía.
       —Felix, le duele la polla. Haz que se le ponga bien.
       Este la miró sorprendido.
       —Dale un besito para que se cure —le ordenó.
       —No quiero hacer eso —balbuceó él.
       Dominique lo agarró del pelo.
       —Antes no has dicho que no quisieras hacerlo, Felix.
       Y le empujó la cabeza hacia abajo, a la entrepierna de Jim. Cogió el cinturón del sofá y dijo:
       —Y creo que tú ahora me deberías lamer el coño, Jim.
       Este le devolvió una mirada de absoluto pavor que demostraba que solo el pensar en aquello le disgustaba profundamente.
       Agarró bien el cinturón, le dio una vuelta alrededor de la mano, y le arreó fuerte con él en el culo. El golpe hizo que moviera la cadera hacia delante y vio que Jim tenía el pene un poco erecto. Cuando le volvió a pegar, este se puso aún más duro.
       —Métete el pene de Jim en la boca —le ordenó a Felix.
       Dominique sabía que no le quería hacer una felación al otro, se lo había dicho un millón de veces, pero en aquella ocasión no lo había puesto como límite, así que mala suerte para él.
       Se inclinó y ató las manos de Felix con el cinturón de Jim. Se podía liberar con facilidad, pero vio cómo el pene del otro se acababa de poner duro al ver cómo ataba a su amigo.
       —Chúpale la polla —le ordenó, empleando palabras que este pudiera entender mejor. Felix abrió la boca del susto—. ¡HAZLO! —le volvió a ordenar, con una voz que no sabía que pudiera salir de su propia garganta.
       Jim guio la cabeza de Felix con suavidad, con los dedos entre los rizos de su mopa, como si siempre lo hubiese amado.
       Ella se había acordado de ponerse ropa interior bonita. Se había rasurado para la ocasión. Pensó que ella también quería. Se bajó la cremallera del pantalón y se lo quitó junto a las bragas, sintiéndose como otra persona. Era una amazona, la mujer de cincuenta pies. Una mujer a la que solo le importaba su propio placer.
       —Ahora me vas a lamer hasta que me corra —le dijo a Jim. Se sentó a horcajadas sobre Felix, que sonaba como si se estuviera atragantando, y llevó la cara de Jim hacia sus partes.
       Jim todavía estaba de rodillas.
       Ahora formaban un triángulo extraño, con la cabeza de Felix entre las piernas de Dominique y lamiéndole el pene a su amigo, al tiempo que ella decidía dar rienda suelta a todos los gruñidos de placer que Jim fuera capaz de soltar apretándole la vagina contra la cara. Sabía que a él aquello le resultaba repugnante, pero no le importaba. De hecho, hacía que fuese aún mejor. Mucho mejor... Sintió crecer un poder nuevo en su interior... Todo lo que una vez fuera vergüenza, ardía y salía de ella... Forzar a alguien... No solo a alguien, sino a Jim, arrodillado frente a ella, haciendo algo que encontraba desagradable, asqueroso, pero que se lo estaba haciendo bien, bien, bien... Para ella y...
       Jim tuvo un orgasmo y Dominique también se corrió. Felix no tuvo nada, excepto la boca llena de semen. No podía evitar sentirse engañado, especialmente al ver una mirada conspirativa entre ellos, como si de alguna manera hubieran planeado dejarlo fuera, como si se hubieran puesto de acuerdo para hacerlo dudar de todo.
       Felix escupió el fluido de Jim al suelo.
       —Eh, mmm... Yo todavía no me he corrido —dijo, al tiempo que se desataba el cinturón de las manos y levantaba la mano como si estuviera en el colegio.
       Dominique bajó de la nube en la que estaba y volvió a su mundo, aquel en el que todo giraba en torno a Felix.
       —Oh, lo siento —contestó Dominique.
       —¡Culpa mía! —la secundó Jim, y trató de que se le pusiera dura otra vez para poder darle placer anal, pero necesitaba más tiempo para conseguirlo, así que terminó estimulándolo con la mano mientras Dominique se apretaba los pechos y los ponía en su línea de visión. Pero aunque ella estaba impresionada con el manejo de la técnica de Jim, Felix sentía que sus manos eran demasiado bastas, que iban demasiado rápido, que estaban demasiado seguras de lo que hacían. Por supuesto que se corrió, pero le resultó predecible.
       Y de pronto todo había terminado, se vistieron, y se sentaron en el sofá a escuchar a Jimi Hendrix y a colocarse.
       Parecía que, después de todo, la idea de Felix había sido la correcta. Era todo lo que hacía falta. Dominique y Jim se llevaban ahora a las mil maravillas. Reían los chistes del otro, y no dejaban de dedicarse miradas tímidas. Felix se fumó otra pipa. Había sido el puente entre ellos dos, y había visto una faceta de su prometida que no conocía.
       Al principio, Felix había esperado que Dominique fuera el puente para su experimentación homosexual, pero al verlos compartir miradas, Felix empezó a sospechar él era el puente para la experimentación heterosexual de Jim. Y no le gustaba ser el puente. Y Dominique era algo completamente distinto. ¿Obligarlo a chuparle la polla? ¿Atarlo? ¿Olvidarse de él? Cuando más tarde Felix se puso a hablar de ello, lo hizo con gran pompa, disfrutando de su estatus de macho liberado que tenía una prometida ninfómana y salvaje y un mejor amigo, ambos enamorados de él y dedicados en cuerpo y alma a darle placer. Pero inmediatamente después de soltar el monólogo recordó que había sido una mierda. Le dolía el culo, aún tenía la mandíbula dormida y a ninguno de los otros dos les interesaba lo que decía.
       Dos agujeros y un tapón.
       Se había corrido, pero no había sido tan divertido.
       Así que dijo:
       —Ha sido genial, chicos. Creo que deberíamos hacerlo otra vez.

 

En el coche, de camino a casa, Dominique se sentía extraña. Por un lado, le resultaba muy interesante que su ello, su naturaleza animal, hubiese aflorado para rescatarla. Nunca le había pasado algo así. En aquel punto de su vida, en las situaciones más duras se desmoronaba y lloraba, pero aquel día se había defendido. Así que, en ese sentido, estaba orgullosa de sí misma. Y había convertido su propio placer en una prioridad para ella, cosa que también estaba bien. Y se había transformado en otra persona, en una mujer que daba órdenes a los hombres, que les decía qué tenían que hacer en el sexo, que les pegaba y que les hacía daño. Había controlado la situación. No estaba acostumbrada a estar al mando. Ese control la hacía sentir bien, como si estuviera interpretando un personaje. Y aquel personaje era alguien a quien quería volver a interpretar en un futuro cercano. Estaba bien.
       Lo que no estaba tan bien era aquella vaga sensación que tenía en el estómago. Sentía una especie de lodo con peso, como si estuviera enferma, saciada y hambrienta al mismo tiempo. Otra cosa que no estaba tan bien era la nube negra que se había instalado sobre la cabeza de Felix y, lo que era peor, que no le importaba demasiado si estaba allí o no. En el interior de su mente, le echaba la culpa a él: había sido su idea, con su amigo, ¿y ahora no le gustaba? Cuanto más repetía «ha sido genial», más decepcionado parecía. Pero ella estaba demasiado ocupada pensando en otra cosa.
       En su cabeza se reproducía una película que consistía solo en primeros planos de Jim: su cara mientras le daba el cinturón, su voz cuando la llamó Dominiquetrix, la expresión resuelta de su cara contraída mientras sostenía su clítoris entre aquellos labios perfectos y carnosos, que tenía rojos y ligeramente cortados.
       No lo había llegado a besar en aquella boca.
       Y quería. De verdad que sí.

 

© Laura Lee Bahr

 

Laura BahrLaura Lee Bahr es escritora, actriz y directora de cine. En 2015 estrenó su primera película como directora, Boned, que gano el premio a la mejor película de bajo presupuesto en el Festival de Cine Independiente de Toronto. También ha sido premiada por su trabajo como guionista y actriz, y siente una total devoción hacia el teatro de pequeño formato. Durante mucho tiempo fue miembro de la compañía Eclectic Company Theatre, con la que coescribió el libreto del musical Gothmas. Con su primera novela, Fantasma (Orciny Press), ganó el premio Wonderland 2011 y fue nominada a los premios Ignotus y Kelvin505. Porno religioso improvisado es su segunda novela, y sus relatos han aparecido en diversas publicaciones así como en la recopilación Angel Meat. Vive en Los Ángeles con su pareja y sus gatos.


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