The Barcelona Review

Facebook



twitter

break

Reseñas


La práctica de lo salvaje Gary Snyder

Magistral Rubén Martín Giráldez

Lecciones de tiempo Antonio Tello

Grietas de luz Goya Gutiérrez

La hija María García Zambrano

Los cuentos de la casa barroca Alberto Tugues

 

portadaGary Snyder y los reflejos del ser salvaje


Gary Snyder,
La práctica de lo salvaje,
Madrid, Varasek, 2016.

 

Al nombrar a Gary Snyder parece casi imposible eludir su pertenencia a la Generación Beat. Inmortalizado en Los vagabundos del Dharma (1958)de Kerouac como Japhy Ryder, la figura de Snyder aparece como símbolo de toda una generación de buscadores espirituales encaminados hacia una nueva conciencia. Pero a diferencia de muchos de sus coetáneos, Snyder trascendió con creces cualquier etiqueta impuesta que lo encajara entre los Beat o los poetas del Renacimiento de San Francisco. Gary Snyder fue y es, en realidad, un estudioso no sólo de las lenguas y culturas asiáticas sino también de su propio mundo, la Isla de la Tortuga (nombre que los nativos otorgaron a Norteamérica). Y aunque Snyder es académico y ganador de un premio Pulitzer, la cultura que reivindica y nos presenta en La práctica de lo salvaje dista mucho de abstracciones estériles vinculadas a un academicismo formal. En cambio, nos presenta una ecología íntegra del ser humano donde no existe distinción entre mente, hombre y naturaleza pues “la naturaleza salvaje está inextricablemente trenzada con el ser y la cultura.”

      Atravesar La práctica de lo salvaje es sentir la sensación familiar que se tiene cuando uno se topa con un libro necesario. La obra de Snyder se enmarca en una era en que parte de la comunidad científica habla de un Antropoceno que sustituye al anterior Holoceno por el impacto del ser humano sobre el planeta y los ecosistemas. Reivindicar lo salvaje a todos los niveles (su tierra, cultura, lenguaje, mente) se convierte en un acto radical de conservación esencial de la vida y las especies, una comprensión profunda del ser humano en un sentido ancestral y atemporal.

      Con un ethos que guarda claros ecos de Thoreau (al que Snyder cita en diversas ocasiones), el hombre debe relacionarse directamente con su mundo para así leer sus signos y comprenderlo. Para ello es necesario pertenecer a un lugar y su comunidad, caminarlo y vivir su geografía, conocer sus costumbres, su fauna y su flora, su lengua y su literatura oral. Todos ellos son aspectos de la cultura ancestral de cada pueblo, un conocimiento que es necesario mantener y preservar. Pero en su reivindicación no existen dicotomías, ni nos encontraremos con una idealización de Oriente respecto a Occidente, pues cada región dispone de una sabiduría originaria y fundamental. Por ese motivo, el discurso y pensamiento de Snyder se arraiga tanto en el conocimiento de su cultura local como en un budismo que contempla la transitoriedad y la interdependecia como parte de la vida humana y la naturaleza, mientras que a su vez reivindica la antigua sabiduría occidental conectada con lo salvaje. Enfatiza que la filosofía es un “ejercicio enraizado en un lugar”, conectada a la “sabiduría de las abuelas” de cada comunidad, pero a su vez admite el papel que la universidad y las bibliotecas han tenido en la preservación de la sabiduría de nuestra cultura. En una hermosa afirmación, nos recuerda que “los libros son nuestros ancianos maestros”.

      A pesar del drama de la pérdida de lo autóctono en favor de un mundo cada vez más globalizado, lo salvaje permanece y se revela como la esencia de la naturaleza, el ser humano y la mente. Snyder nombra los cuerpos como salvajes, con sus ritmos y necesidades biológicas no modificables. La sexualidad aparece también como salvaje, naturalmente lúdica y dionisíaca. Las lenguas son asimismo naturalmente salvajes, y forman parte del paisaje geográfico conformando, junto con cordilleras y ríos, fauna y flora, costumbres y cantos las fronteras naturales que distinguen unas regiones de otras.  Para Snyder, “el lenguaje pertenece a nuestra naturaleza biológica, mientras que la escritura es como las huellas de un alce en la nieve”. Las estructuras básicas del lenguaje no pueden domesticarse y se ubican en los lugares salvajes de la mente, lugar donde también se hallan la imaginación y la expresión artística. Es en la mente es salvaje donde se encuentra el amplísimo territorio desconocido del inconsciente, siendo ésta una extensión de la naturaleza y viceversa. Según Snyder, “cuando los humanos se conocen a sí mismos, el resto de la naturaleza está ahí”. Como cuentan las enseñanzas budistas, la mente lo refleja todo como un espejo siendo los aspectos salvajes de la mente un reflejo de la naturaleza no manipulada por el hombre o su ego.

      En el planteamiento de Snyder no hay vestigios de un hippismo sentimental o idealista. Más bien nos ofrece la realidad directa de nuestra animalidad, no separada del resto de seres sintientes. El ser humano, en su integridad y totalidad, forma parte de la cultura que crece en los bosques. Aquí el raciocinio y el pensamiento lógico no son sinónimo de superioridad respecto a otras especies pues, como apunta el autor, los humanos estamos tan sujetos al cambio y a la interdependencia como el resto de seres que pueblan el planeta. Para la especie humana resulta indispensable aprender que “sin alrededores no hay camino, y sin camino no se llega a la libertad”. Para Snyder el hombre está integrado en la región y la tierra, y no puede haber un avance bajo el lastre de intereses individualistas. Los bosques de acacias y secuoyas, los ríos y los coyotes no son sólo un paisaje sino que conforman una cultura colectiva ancestral.

      Así, La práctica de lo salvaje se convierte en un atlas de la naturaleza y el hombre que retoma la herencia histórica del trascendentalismo americano y subraya su continuidad espiritual. Vacía de orientalismos superficiales, la obra de Snyder es profundamente honesta y desarrolla una nueva manera de concebir la espiritualidad y la religión. Esta nueva concepción no toma elementos de las filosofías foráneas como una moda pasajera sino que integra el conocimiento de las religiones orientales en la sabiduría local para cambiar la realidad personal y colectiva. La práctica de esa nueva espiritualidad requiere disciplina pero también sentido del humor, un camino medio que el hombre sólo puede desarrollar atendiendo a los signos y revelaciones profundas de su inherente naturaleza salvaje.

Mónica Caldeiro

 break

 

portadaRubén Martín Giráldez
Magistral
Jekyll & Jill, Zaragoza, 2016

 

Si quisiéramos resumir Magistral, diríamos quizá que el narrador de Magistral cuenta la historia de la recepción de su anterior libro, titulado Magistral, celebrado infundadamente por unos y criticado absurdamente por otros. Empieza satirizando la narrativa española actual y de ahí pasa a jugar una partida metaliteraria de ping-pong con la novela Notable American Women de Ben Marcus (de la que se nos regalan varios pasajes espurios, tanto en inglés como «traducidos»; nota al margen: brillante aquí la labor de edición y maquetación de Jekyll & Jill), que será el faro hacia el que avance la segunda parte del libro, hasta tal punto que Magistral acaba convirtiéndose en el propio libro de Ben Marcus sin ser, claro, el libro de Marcus. Si esto les parece confuso, es probable que Magistral no sea para ustedes, porque sin duda no es para todos.
      La perorata del narrador me tentaba a abrir esta reseña recordando las palabras de Henry Miller en Trópico de cáncer: «Esto no es un libro. Es un libelo, una calumnia, una difamación. No es un libro en el sentido ordinario de la palabra. No, es un insulto prolongado, un escupitajo a la cara del arte». El libro de Martín Giráldez es sin duda todo esto, pero es también lo contrario. Magistral es su propia defensa, su sátira y su negación, eso es lo que hace tan difícil abordarlo, tanto para ensalzarlo como para vilipendiarlo. Porque es una sátira, pero una sátira en bucle, recursiva: el castellano esclerótico del que reniega el narrador tiene su negación en la lengua («lenguajo», brillante neologismo; hay muchos más) en que ese narrador expresa su repulsa. El adocenamiento de la novela (la «opereta») española actual que aquí se denuncia nada tiene que ver con el optimismo que en el fondo esconde el libro: «El escritor que piense que no se puede hacer nada nuevo, que no nos haga leer nada suyo», dice el narrador, que, efectivamente, nos da a leer algo suyo. La duda del narrador acerca de su virtuosismo y su talento, se ve refutada en la espectacular pirotecnia verbal del texto. Y digo pirotecnia, no espuma, no gaseosa, porque lo que alimenta el libro es pólvora, no aguachirle. El estilo es una prolongación casi lógica de Menos joven, la anterior novela del autor, y seguramente es un estilo al que solo podía haber llegado un traductor. Porque todo el libro puede leerse también como el soliloquio de la mente a punto de estallar de un traductor que no sabe por dónde empezar a verter —al castellano a menudo fosilizado que se espera de sus traducciones— un pasaje magistral, verbigracia, de Ben Marcus.
      La pregunta ahora es hacia dónde irá el próximo libro de Martín Giráldez. Magistral, por su carácter de (¿falso?) manifiesto, deja cierto regusto a rito de paso, a noche en vela poniendo a punto los cañones para el asalto que está a punto de llegar. Leemos en la página 35 que en este libro no existe «esa noción cobarde de que todo está escrito y no hay nada nuevo bajo el sol. Debemos ponernos morenos bajo soles distintos, me temo». El día acaba de empezar y algunos ya estamos impacientes por ver cómo serán sus primeras luces.

David Paradela López

 

break

portadaAntonio Tello,

Lecciones de Tiempo,

Zaragoza,

Libros del Innombrable


EL GALARDÓN DE LA POESÍA

Lecciones de tiempo es el poemario de Antonio Tello que la editorial zaragozana “Libros del innombrable”, de Raúl Herrero, pone a disposición del lector de poesía más exigente. El prólogo del libro, a cargo de Juan Miguel Ariño, puede leerse, antes o después del texto que lo motiva, como pieza independiente, si se prefiere. Un clásico, lector, y como tal, sin tiempo por todo el tiempo; un clásico novísimo, de fresca solera.
      Es el poeta Antonio Tello (Villa Dolores, 1945) un cordobés argentino cuyas simientes han fructificado en Barcelona durante casi cuatro décadas hasta convertirlo en un ser dual con firmamento unívoco: ni de allá ni de aquí es porque es de aquí y de allá, sin duda. A Tello hay que buscarlo en el cuasi solitario predio de los privilegiados por la poesía, ése en el que el galardón lo confiere la palabra, inexorable fiebre que delata la enfermedad de la vida. Pero no se crea por ello que nos encontramos ante un hombre minorado, abrumado por el ambiente poco favorable a quienes trabajan la dificultad y se alejan de la facilidad pues descreen de los hallazgos en la superficie del ser y de las cosas. Es la obra de Tello un larvado y sólido proceso de aproximación a la totalidad de la conciencia mortal, un itinerario por las cavernas de la existencia con epifanía final. Antonio Tello es heredero y continuador en pie de igualdad de poetas que escriben con cincel, como Juan Ramón Jiménez, Jorge Guillén o José Ángel Valente, por citar solamente tres nombres en lengua española y españoles.
      La de Tello es una poesía que impregna toda su dilatada obra narrativa y que “adviene” o se revela al lector por primera vez en 2004 con el libro fundacional Sílabas de arena. Quien el presente suscribe afirma sin un ápice de duda o de rubor que Sílabas... es el libro de poesía más importante que se haya escrito en español en la última década.
      Lecciones de tiempo es un largo poema que se presenta en fragmentos que, a modo de pinceladas de un cuadro impresionista, componen una imagen casi cinética de la toma de conciencia del hombre en el mundo y de su pertenencia a una entidad superior (fuego que cruza el tiempo/ y quema la memoria, o apenas un parpadeo/ y estás de nuevo/ en el punto de partida/ mas ya no eres el mismo). El poema “sucede”, evoluciona y testimonia el proceso, breve y prolijo a un tiempo, mas oneroso, de fulguración del ser del hombre, de la vida, de las cosas. En el principio, la memoria es fuego que se extingue/ sin el hálito de la vida; y “en seguida”, esto es, en el final, en ese breve estar eres el presente móvil/ el ayer y el mañana el viaje humano al fin.

      La estructura de Lecciones... presenta tres soportes principales: a saber, el del contenido, que describe una trayectoria similar a la trazada por un cometa o a las aceleradas concepción, gestación y parto –inicio de la muerte- de un ser de carne –pues no otra cosa es la “vita brevis” del hombre-; el lenguaje sobrio, sustantivo, mas no austero, que da solidez y verosimilitud a esta suerte de cosmogonía ; y por fin, la libertad formal con que está escrito este bellísimo poema.
      Principia Lecciones... aclarando qué dos entidades van a jalonar sus páginas, a fin de que no haya lugar a la confusión (la memoria es fuego que se extingue/ sin el hálito de la vida). El tiempo y la vida humana, en efecto, son de naturaleza distinta y no siempre confluyen (los instantes que huyen de la carne [...] a la luz del día/ nada altera el orden de las horas [...] en qué lengua hablar/ fuera del cuerpo en qué tiempo/ conjugar el verbo en qué tiempo). Pero para quien crea en la disociación y, por tanto, en una unión primigenia, una certeza viene a cuestionar su posibilidad (nada/ escapa a la traición del origen), e incluso a negar su contingencia mediante un interrogante retórico (cómo calcular el peso exacto del dolor/ cómo medir la longitud del silencio) y una aseveración terminante (si la ignorancia siempre nos hace extraños) que da en el corazón de uno de los temas capitales en la poesía telliana, el extrañamiento, la extranjeridad. La vida que lleva consigo el nacimiento del hombre (un gusano con ínfulas de mariposa) tiene ante sí un reto singular, cual es desasirse de la nada para ser (¡cuánta energía consume la oscuridad!), así como armonizar con el tiempo para asegurar la mudanza y alejar la muerte que lo informa (porque el tiempo pasa antes de que la luz nos hiera/ nacemos en primavera con la edad del otoño).
Con su nacimiento (al ser eres), cuya primera señal es el sonido ( partículas notas/ urnas de la voz/ la brisa lleva/ miradas sin ojos/ que arpegian por el campo/ de los pájaros) que, en su pugna con la luz por conducir el ser de las cosas, construye el nombre, el hombre irrumpe en el territorio del tiempo, en cuya esencia se halla el silencio ( que es tiempo sin nombre/ esencia del abismo que atrae). El nombrar y el nombrarse, la propia conciencia del ser (deletreándose entre los senos de la primavera/ el mono descubre que su vida pende del sexo/ de una vocal) del homo vocalicus (las vocales llenan de gozo el mundo y de sonidos/ que nacen del silencio del cuerpo) le arrancan de la indistinción y, además de iniciarle en el aprendizaje de la pertinencia al mundo, le hacen propietario de su devenir, de su historia (se yergue sobre la oscuridad del mundo y avizora/ un horizonte en fuga que lo excita).
Toman el relevo en este viaje el hombre histórico y el lenguaje, cuya suerte se deriva de una relación causa y efecto (recordemos a Valente). De la falsificación de la palabra, de su significado, de la subversión de su esencia nace la desgracia humana (mira bien abre tus ojos ciegos acaso/ el árbol el agua la piedra el insecto/ el mínimo soplo la exigua brizna son voces/ reflejos de esa voz/ que te multiplica hasta perderte/ en el mundo de lo no dicho), el instinto genocida de que son portadores algunos hombres (cómo las bandas armadas de los dioses/ arrasan las aldeas). Predicadores y profetas manipulan el lenguaje (la dictadura de lo ininteligible) para poner en manos de alienadores y dictadores el arma de la autodestrucción (mienten los libros sagrados./ La piedra, el árbol y el aire/ son anteriores a los dioses) que sofisterías presentan bajo apariencias inocentes (banderas banderas lenguas blandas [...] brama el trapo de las naciones). Al final (el alimento de los ángeles/ pudre las entrañas del hombre), la aniquilación es más desoladora que la muerte (es corazón eso que palpita con indiferencia/ acaso conciencia eso que nutre el horror/ no, no es la muerte lo que acaba con la vida) y el vacío está lleno de sonido (palabras y palabras/ alfombran en otoño/ el monte de los olvidos). Y en medio del litigio, de esta contienda a vida y a muerte está el hombre solo, o, precisamente, el poeta –o el “poeta-filósofo”, en palabras de Juan Miguel Ariño-; más aún, él, nuestro poeta, el hombre desarraigado, arraigado y nuevamente desarragaido y arraigado (y desterrado creces fuera del bosque/ lejos del jardín solo. No/ hay misterio en tu doble sombra), y con él todos los poetas; es decir, aquellos que estén dispuestos a ver (abre bien tus ojos de carne y mira) y a sufrir ciertas condenas (cien escalones subes con/ la piedra a la espalda).
      Una sola lectura de Lecciones... no basta para deducir las múltiples “lecciones” o lecturas en él contenidas. Tello pone en juego el lenguaje radical, por preciso, que emplea en toda su obra, tanto en la narrativa como en la poética. La fidelidad – buscada como un imperativo ético y, a mi juicio, lograda- al significado de las palabras permite a Tello ahondar en lo sensible y en lo ideado, en lo real y en lo mitológico con tanta conformidad al juicio que en ocasiones se hace difícil discernir lo uno de lo otro. (El adjetivo “difícil”, aquí, carece de connotaciones adversativas y se postula más bien como un elogio a la proeza de su ingenio.)
      Lecciones... empieza y acaba sin formalismos ni ceñimientos, como si su agua formase parte de una corriente de cuyo curso nada sabemos, ni tan siquiera de qué tiempo, porque fluye tarde y/ temprano. Todo en la obra tiene un sentido: desde la ausencia de puntuación hasta la dotación de significado de la propia página, como aquellas que se convierten en ventanas a la oscuridad o en cuadros donde letras y negrura rememoran el tenebrismo. Algo parecido sucede con la métrica, que en ocasiones socorre a la voluntaria falta de signos con que puntuar el texto, o se pone al servicio del contenido para significar en igualdad de condiciones con las palabras. El significante y el significado, así, se funden de acuerdo con las necesidades del poema, de modo que nada queda fuera de él. ¿O sí? El tiempo, tal vez.
Jorge Rodríguez Hidalgo


La práctica de lo salvaje Gary Snyder

Magistral Rubén Martín Giráldez

Lecciones de tiempo Antonio Tello

Grietas de luz Goya Gutiérrez

La hija María García Zambrano

Los cuentos de la casa barroca Alberto Tugues

 

 

© tbr 2016


       Este texto no puede reproducirse ni archivarse sin permiso del autor y/o The Barcelona Review.
      Rogamos lean las condiciones de uso