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Gary Snyder

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Grietas de luz Goya Gutiérrez

La hija María García Zambrano

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portadaGoya Gutiérrez:
Grietas de Luz

(Vaso Roto Ediciones,
Madrid-México 2015)

 

UNA LLAVE Y UN UMBRAL
(GRIETAS DE LUZ CONSOLIDADA)

 

A veces es preciso verbalizar lo oscuro para apaciguar los miedos.

Es significativo, en la poesía de Goya Gutiérrez, un alto componente hermético comprensivo de que el hecho de escribir, el desvelamiento de la verdad profunda del poema, no es un ejercicio de amable sencillez, sino consecuencia de un arduo propósito responsable que exige –y al que otorga- esfuerzo y honestidad. Escribiendo, y dando a conocer lo escrito, accede a, y comparte, nuevas parcelas de conocimiento de sí misma: una mujer serena y despierta, restaurada día a día desde la crudeza de la inteligencia y su visión crítica del árido mundo circundante. No es una poesía de escritura fácil, sino de una cuidadosa elección de los tonos y las palabras, a las que sitúa en contextos nunca inermes o neutros. No hay automatismo ni dejación de la vigilia. La poesía aflora desnuda a través de esas Grietas de luz que desgarran una naturaleza lúcida y vulnerable. Desde sus publicaciones iniciales, consolidando con prudencia cada nueva entrega sobre las anteriores, Goya Gutiérrez ha establecido con firmeza un decidido propósito de apertura y avance hacia la dificultosa claridad de lo compartido, que se muestra mediante una factura eficaz de líneas quebradas que nunca distraen de la contundencia del lenguaje, bien lejos del falso cliché de lo femenino (que no es sino una ya caduca etiqueta discriminadora).
       Así, desde la perspectiva de una cada vez más afianzada trayectoria, se pueden establecer los títulos de sus entregas como hitos en ese complejo itinerario suyo hacia lo claro, lo sonoro y lo desnudo de lo verdadero. Valgan de ejemplo los títulos de sus tres últimos libros: Ánforas, como metáfora del ámbito donde se contiene la sonoridad orgánica de todo líquido máximo; Hacia lo abierto, que es un definitivo gesto de despojamiento de sus aprendizajes evolutivos de crisálida; y este Grietas de luz por donde asciende, en el uso de una expresividad que no duda, al ejercicio desprejuiciado de una poesía veraz y en creciente expansión, consolidada.
       Pero, no obstante su objetivo progreso, se advierte un salto cualitativo en la poesía de este reciente libro que nos hace acercarnos a ella como si procediera de una poeta diferente, dueña de una voz que no fuera sólo consecuencia y maduración de los libros anteriores, sino que más que por evolución se hubiera transformado por metamorfosis, tal es el rigor y la corporeidad de Grietas de luz, la consistencia y solidez de esta propuesta, en la que no hay más grieta que la del título porque todo en el libro es sustancia, y desde donde parece que la muy meritoria y consecuente obra anterior no hubiera sido sino una fructífera preparación para esta eclosión que la sitúa de repente como una poeta segura de sí misma, independiente y alejada de referencias que se hubieran podido utilizar en otro caso, contexto o persona, como soporte o coartada.
       Como lector de poesía, y como referencia del gozo de lo sorprendente, siempre he tenido la inútil pretensión de acceder a cada libro, a cada poema, sin referencias previas, algo imposible de lograr porque, igual que como autores, también como lectores partimos de todo lo conocido con anterioridad, de cuanto ya somos, y es difícil sustraerse a los propios esquemas. En este caso más que en otros me hubiera gustado partir del desconocimiento de todo precedente, acceder a los poemas sin biografía, dejarme embaucar para aprender a mirar y a tocar con su lenguaje, y a recibir las enseñanzas del mundo que contiene mediante este idioma: reconocer a cada sonido el sentido primero de las cosas; mirar desde esta ventana celada de Goya Gutiérrez un ámbito que tanto identifico con la geografía de Giorgio de Chirico, la música de Heitor Villa-Lobos, y los pálidos matices del final del invierno, con el tibio sol lamiendo las fachadas de una ciudad que atiende a esta poeta que camina fuerte y frágil, con esa única fortaleza que sólo puede vincularse a la fragilidad. Una mujer –partiendo de su tiempo- intemporal que posee la consistencia de todas las mujeres que han perpetuado la tenacidad de quien se sabe depositaria de una experiencia común que ha de trasladar hasta el próximo hito, transmitiéndola enriquecida por la aportación de su propio aprendizaje y su experiencia de lo esencial: dolor, desnudez, médula, raíz, todo cuanto se quiebra con el frío y se fortalece con el frío; una mujer que cruza una gran plaza de forma decidida hacia ningún lugar compartido, quizás hacia el refugio de su propia memoria, porque acaso la felicidad es lo que no supimos que teníamos.
       En Grietas de luz se evidencia una mirada aguda y certera, una mano firme para apartar del poema lo sobrante; mano de cirujano, de pulso frío y actitud definida. De cirujano o escultor. A golpe de cincel el poema brilla en sus aristas, dice exactamente lo que quiere decir, cuidadoso el lenguaje (descarnado), eficaz la concreción de imágenes, la ausencia de retórica superflua, la adjetivación escueta y precisa. Los poemas dispuestos en estrofas numeradas, compartimentos estancos en los que ha de producirse el prodigio (siempre la poesía lo es) de manera independiente, y que cierran en cada ocasión el círculo volviendo a lo indicado en el título, que adquiere así la consistencia de lo previsto, lo elegido.
       Cada poesía es un idioma que precisa de atención e interés a fin de entrar en su dinámica; un esfuerzo de convergencia, de sintonía para que lo entregado en la escritura sea recibido sin más celosía que la franca capacidad de atender a lo escrito. Goya Gutiérrez mantiene una disposición dentro de sus poemas de cierto recelo, un aire críptico, posiblemente impremeditado, que exige la atención y la picardía de saber acceder a través de las costuras, los parajes desguarnecidos, las inflexiones, aquello a lo que descarga de mayor significación para, una vez traspasada esa frontera, acceder a la mecánica y la metafísica de una voz que ha hallado su camino porque ha sido perseverante y ha acertado en sus lecturas, su aprendizaje y su propio afianzamiento, el mundo de relaciones de la inquietud poética. Y tiene mucho que ver con este adensamiento y a la vez clarificación de su poesía su labor dentro del grupo poético Alga y su función de directora de la revista del mismo nombre, que mantiene con entusiasmo y esfuerzo sostenidos. Porque no ha dejado de estar en ningún momento alerta; las circunstancias de su permanente dedicación a la revista y al grupo poético del que procede, no se lo han permitido, afortunadamente. Y aunque por una parte hubiera sido grato acceder a este libro como procedente de una voz sin historia, hay que reconocer lo interesante de contemplar ahora, a la altura de su sexta entrega poética, la evolución, la eficacia lograda paulatinamente desde aquel Regresar de 1995 que marcaba realmente el punto de partida de un recorrido cierto, veraz y consecuente, en el que Grietas de luz se manifiesta como un jalón de fructífero presente articulado desde una poesía de peso, esencial, que no permite distracciones, que no adorna las ideas que quiere transmitir, que se constituye en acto trascendente, germinal de una poética consolidada, reconocible y reconocida.
       Siempre nos andamos explicando a través de las palabras de los otros. La poesía es un espejo que devuelve nuestros perfiles ignorados. Cuando intentamos expresar aquello que nos emociona de lo que leemos, al final, siempre nos hallamos a nosotros mismos desvalidos, inocentes, la mañana siguiente a la expulsión del paraíso, cuando sólo nos queda la intemperie. La poesía es un refugio desde el que intentar amortiguar el dolor explicando lo inexplicable: nuestra propia existencia, nuestra debilidad, nuestra impermanencia, la rápida caducidad de nuestras ilusiones, nuestras aspiraciones y después la de nuestra propia vida. En el arte siempre hallo la lógica de mi propia angustia, la solidaridad y la compañía de quien también intuye las razones profundas de esta inconsistente existencia, carente de sentido se la mire por donde se la mire.
       La poesía verdadera, como todas las artes verdaderas, nos aboca a la desnudez de nuestra propia figura ante la luz cenital. No hay posibilidad de disimulo. Pero también nos ofrece la afinidad de un lenguaje compatible, el conocimiento de que hay soledades similares a la propia, compañía, vehículos que avanzan en el mismo sentido y se aproximan a la inevitabilidad de la frontera. La poesía verdadera accede a nuestro interior desvelándonos nuestros particulares misterios; es una llave y un umbral. Detrás de la poesía verdadera siempre está el yo del lector. De lo que me habla la poesía verdadera, en la realidad en que sitúo el libro de Goya Gutiérrez, es de mí mismo como individuo inerme ante la inutilidad del disimulo.
       ¿Qué me gusta considerar también, deteniéndome en la forma, después de las varias lecturas realizadas de Grietas de luz?: la constitución de un lenguaje propio y una estructura coherente. La seriedad de esta poesía exige una atención desprejuiciada. No se escribe para componer un libro. El libro no es lo importante, lo importante es la poesía que sostiene el libro, que es la que tiene entidad y ha supuesto en este caso un cambio de nivel definitivo. Como si Goya hubiera accedido por fin, y no dudara de ello, y fuera bien consciente de ello, a un particular y consolidado camino único y personal: el suyo, hallado y recorrido con sabiduría, y que se evidencia en la pulcritud del lenguaje y el ajustamiento de la palabra a la idea; ambas pesan indisolubles sobre el papel estableciendo ese territorio particular donde el poema acontece. Poesía de limpia sonoridad, sin reverberaciones. Y no ha de pedir permiso la poeta para ofrecer sus versos, porque son acreedores a un sitio propio bien ganado y la poeta ha de pisar fuerte porque su paso es firme.
       Las grietas son aberturas que ponen en contacto dos realidades. Por las grietas puede salir o entrar la luz. Son puertas que transforman el espacio al que se accede mediante ellas o del que se escapa. La luz, entidad incorpórea, logra corporeidad al manifestarse en estas fisuras; entra e ilumina, o sale y se proyecta en haces físicos, definibles hasta su paulatino diluirse en el ámbito inmenso, muchas veces terrible, del afuera.
       El libro inicia su recorrido desde la oscuridad. La oscuridad es el sustrato fértil donde trabaja la raíz, donde se nutre. Es el instante cero de la vida, y el espacio cero, lo anterior al ser, lo previo de la luz. El lenguaje crea una realidad en la que la poeta se resguarda, un túnel mediante el que acceder a la parte o el sentido de la experiencia elegidos como percibidos desde la serenidad, la no agresión; la casa como la feminidad protegida, llena de posibilidades; el pasado como refugio. La voz es un ser incardinado en la naturaleza, lo vegetal de la conciencia, el ser que crece y evoluciona sujeto a los ritmos de la tierra. Metáfora femenina, la tierra, mujer única, refugio para la semilla, lugar de la raíz, de donde crece la vida y se reparte.
       Frente al yo, lo otro, el ave, lo que viene y va, lo que regresa, la canción del árbol, lo móvil, lo capaz de dar vida o arrebatarla. La aparente solidez azul del frío, espejismo del náufrago, del disuelto, del vulnerable, de la fragilidad de la memoria que nos cuenta el ayer con palabras de hoy y que se desenvuelve en hilos, en ovillos. Tejer: la paciencia del tiempo en las manos seguras y firmes de Ariadna. Los adjetivos tienen con frecuencia una función sustantivizadora que avanza hacia el destino. Pendientes de los ruidos, no atendemos al yo que canta como el mar. ¿Seremos dueños de nosotros mismos, o viviremos por siempre cautivos de nuestra debilidad?
       Pero avanzando en el libro (Existencia) viene la lluvia a rescatar la memoria, secreto pasadizo que nos devuelve por un instante a la casilla de partida. Quizás perder la conciencia del propio existir sea la única forma sensata e indolora de continuar existiendo, de deslizarse sobre la anestesia dejando escapar desde el puño entreabierto retazos de cordura sobre la estela azul de lo vivido, bendiciendo la rebelión de las estatuas. Insistir, insistir, reponer cada día el aceite en la lámpara: la libertad, aunque a veces se soslaye dar nombre a la adversaria para no otorgarle la entidad que procede del nombrar, para evitarla para siempre. ¿Quién? ¿La vida, la enfermedad, la lucidez, la propia poeta?
       Con frecuencia, la realidad del espanto vuelve a emboscarse en lo difuso del sueño. Soñar aletarga la conciencia, pero la realidad pesa como una roca situada sobre el corazón, una consistente roca que obliga a la contemplación de la catástrofe, su experiencia prolongada, la imposibilidad de olvido.
       Y evocando a los ya ausentes todo hálito de vida se transforma en más vida, en pura naturaleza bien pujante en colores, dispuesta a conformar un nuevo ser, otra manera de percibir la luz, de existir para prolongar el ciclo en el que prepondera la atracción del abismo, el vértigo de la disolución; pero, ¿quién conoce la brida que cincha el otro extremo del puente de plata? Conocer, saber, ser desvelados; no es la respuesta, la afirmativa ecuación de la existencia. Somos sonámbulos. Sólo los poetas intuyen una realidad conformada al margen de los límites, el equilibrio de un orbe en inestable armonía donde el ala de una mariposa con nombre de olvido es capaz de desmontar la utopía de un avance imposible. Somos Tántalo. Sólo aspiramos a la piedad de la desmemoria. Y es que en ocasiones pareciera que la batalla profunda de Goya Gutiérrez es explicar, a la niña que fue, un mundo inexplicable. Y se busca mayor accesibilidad; se desmontan barreras para que la voz llegue limpia y certera a la hija, para que sea la comprensión de la hija la que justifique el largo y difícil itinerario de la madre.
       En definitiva, la naturaleza es un templo, el orbe es un templo. También el hombre, la mujer, lo son; también lo es la poeta, y la voz de la poeta, y la intención de la poeta, y los logros de la poeta, que en esta espléndida edición de Vaso Roto se despliega como un planisferio en expansión, imposible de ser abarcado en una única lectura; que exige el detenimiento en sus múltiples parajes no unívocos, porque Goya Gutiérrez no dice para explicar, sino para señalar puntos de atención donde cada lector inquiera desde sus particulares premisas, grietas de luz por las que acceder a la esencia de un mensaje en cuyo fondo aguarda, desvelado y abierto, el nuestro propio.

Federico Gallego Ripoll


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