The Barcelona Review

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imagenDaniel Jándula Martín

Cena y viejo juego de sombrero

 

 

Llegué a casa de Elena y Chris sobre las ocho. Esa noche los críos estaban fuera.

Encontré a Chris en la cocina, cortando verduras. Le señalé un escurridor dispuesto sobre una olla con patatas troceadas en rodajas y sumergidas en agua caliente.

            —¿Y eso?

            —Para eliminar el… en inglés es starch. ¿Sabes lo que es?

            Cogí el diccionario de bolsillo que había en la entrada, junto a las llaves y la propaganda del supermercado.

            —Almidón, pone aquí. ¿Te ayudo con algo?

            —Pelar zanahorias —dijo, con extrema concentración.

            Encontré un pelador y despellejé una zanahoria. El pelador de zanahorias es un instrumentos de cocina con los que uno nunca se entiendo completamente. Lo cambié pronto por un cuchillo de filo liso, y el proceso fue mejor. Chris repasó la primera zanahoria cuando terminó de condimentar la carne y pusimos la verdura a hervir.

            —¿Qué cocinas, Chris?

            —Es... como un guiso inglé —dijo con su acento británico, filtrado por una estancia prolongada en Cádiz—. ¿Cerveza?

            El grifo de la ducha se cerró y la llama del calentador se redujo a un fuego simple y azul inofensivo. Elena dejó caer otro bote al suelo y siguió trasteando dentro.

Sacamos unas botellas, dimos unos sorbos rápidos, chocamos los cuellos de las botellas, y las llenamos hasta arriba con refresco de limón. Estaba rica. Chris me informó de que había comprado un paquete de doce por cabeza y que seríamos seis.

            —Pero no te preocupes, Elena no bebe muncho, así que más pa nosotros.

            —Y sois tres ingleses.

            —Sí. Y la mujer de Dave. Somos Dave, Ed y yo.

            Sonó el timbre del portero electrónico.

            —Ese debe ser Ed.

            Fue a abrir y a vigilar la cena. Yo salí a la terraza y me quedé mirando la calle desierta, liándome un pitillo con gravedad. Me salió tan mal como de costumbre, así que saqué el filtro y traté de encajarlo en el otro extremo, sin soltar la cerveza. Elena llegó vestida con el pelo chorreando, me dio un beso húmedo en la sien sujetándome el pelo de la nuca y me quitó el pitillo. Olía exactamente igual que cuando nos conocimos, pero esta vez el aroma a lluvia y ella aparecieron por separado. Aún faltaba un poco para que llegara el frío de noviembre.

            Mientras tanto llegó Ed, el primo de Chris. Me preguntó por el clima de mi ciudad, y yo respondí que el Mediterráneo es más suave. Chris le plantó dos botellas de cerveza, una la suya y otra para él, según sus palabras, “para ponerte en remoho”.

            —Hoy todos son primos de Chris —explicó Elena—. ¿Cómo llevas el inglés?

            —Podéis darme una galleta cada vez que hable bien. Eso me ayudará —dije.

            —Perfecto. Te haré de intérprete si te atascas. Tú como en tu casa.

            —Es mi otro primo Dave con su mujer —dijo Chris.

            Ed le hizo unas cuantas preguntas sobre el partido de pádel que habían jugado esa mañana. A Chris le dolía el hombro.

            Pusimos la mesa. Ed me dijo que ahora vivía solo y viajaba mucho. Que iba a adoptar un gato. Encendimos unas velas con forma de huevo. Elena y yo salimos a la terraza de nuevo. Ella miró el cielo con preocupación. Se levantó algo de viento.

            —El del tiempo local siempre se equivoca.

            —Eso le convierte en un tipo fiable —dije. Ella me devolvió el pitillo para que lo rematase y fue a apoyarse en la baranda—. ¿Qué tal los niños?

            —Bien. ¿El trabajo?

            —Me han despedido. ¿Tu hermana?

            —Ya ha vuelto de Italia. ¿Asustado por el bebé?

            —Aterrado, más bien.

            —¿Otra birra?

            —Sí.

            —¿Quién cocina en tu casa? —me preguntó Chris desde la barra de la cocina americana.

            —Pues yo.

            —Pues claro —se rió Elena. Siempre ríe cuando alguien pregunta algo que le parece obvio.

            —¿Sabes cómo es starch en español? —preguntó Chris a su primo, el mayor.

            —No fucking idea.

            —Almirón.

            —Dón… Almi…dón… —corrigió Elena.

            —Whatever —Chris se metió un pedazo de pan en la boca y redujo el fuego.

            Llamaron a la puerta. No sé si fue en ese momento exacto. Seguramente no, pero como el resto de personas ya estábamos instaladas, ese era el momento apropiado para que aparecieran Dave y su pareja. No recuerdo el nombre verdadero de ella, y es altamente probable que a lo largo de este relato haya inventado muchas cosas, de manera que la llamaré Linda, un nombre apropiado al recuerdo que conservo. Hicimos los saludos correspondientes, yo me atasqué después, pues no sabía qué añadir a la información de mi nombre y relación con Chris y Elena. Entonces Chris anunció que pronto yo sería padre. Me vino muy bien, porque pude sacar una imagen de la ecografía que llevaba en el bolsillo y así ganar tiempo para girar el cerebro y encontrar el sitio donde suelo esconder el inglés. Abrimos unas cuantas cervezas más y Chris avisó del fin del proceso de cocina de su cocido británico. Linda le preguntó por su salud, y el respondió que estaba bloody tired.

            Nos sentamos. Chris me recomendó desde el otro extremo que añadiera a la carne una salsa que tenía a un lado, de un color marrón con puntitos verdes. La cena estaba deliciosa. Chris contó una anécdota del trabajo con un tipo que se había puesto desagradable y Ed descorchó una cerveza que había traído alguien.

Era curioso cómo a medida que el nivel de cerveza descendía, mi nivel de inglés mejoraba. Chris dijo en español que su cena era una obra de la bocada mezclada, antónimo de bocado. Elena dijo que bocada significa “bocanada de un líquido” según el diccionario Chris-español, español—Chris. Yo dije que era un brillante ejercicio de deconstrucción de la zanahoria y la emulsión del cordero.

            Retiramos los platos y nos aprovisionamos de cervezas para ir a la terraza, la cual solo estaría permitido abandonar para ir esporádicamente al baño. Dave me preguntó si tenía carnet de conducir, y yo le conté mis problemas con los expedientes de tráfico que me obligaron a aprobar el examen teórico dos veces, dejándome sin recursos económicos para aprobar la parte práctica. Ed dijo que quizá no lo necesitara en el Mediterráneo, algo absolutamente cierto. Linda ponía al día a Chris, y le contaba asuntos familiares. Sus hijos ya estaban en la universidad. Me preguntaron si estaba inquieto por la paternidad. Yo me puse recto, como te enseñan en el servicio militar cuando hay que responder, y dije que muchísimo, que pensaba en ello a menudo. Me replicaron que entonces sería un padre estupendo. Elena asistía a la escena con un lúcido reflejo en los ojos, sentada sobre una especie de plataforma de aglomerado sin tratar sobre la que estaba muy cómoda, y que resultaba ser el refugio de un gato que tuvo Chris meses atrás. El gato había salido un día a cazar palomas y ya no volvió.

Chris se levantó y fue a la cocina. Le seguí con la vista y vi cómo vaciaba el bol de plástico grande donde guardaba las bolsitas de té, cogía dos o tres bolígrafos y rompía papel en pedacitos. Le pregunté a Dave si él y Linda eran de Liverpool también, y explicó que eran de las afueras, como Chris, que venía de Chester, y Ed de Heswall.

Chris llegó con los utensilios, y repasó las normas del juego. Se había calzado un sombrero que perteneció a un abuelo suyo, un alto mando de la marina. Teníamos que escribir diez cosas en los trozos de papel. Nombres de personas, libros, pelis, objetos, lo que fuera, lo primero que acudiera a la mente. Se mezclarían en el bol, que sustituiría a un sombrero de los viejos. Hicimos dos grupos: Dave, Ed y yo por un lado; Elena, Linda y Chris por otro. Turnándonos por tiempos, teníamos que extraer papeles al azar, y dar pistas a los del mismo equipo de lo que encontráramos escrito.

            Las diez cosas que escribí fueron estas:

            JOHN HODGMAN – es un analista político americano al que dicen que me parezco mucho físicamente.

            DANUBIO – el río.

            MERSEY – el río que está en Liverpool. O Liverpool está junto a este río.

            IF NOT FOR YOU – canción de Bob Dylan que George Harrison interpretó e incluyó en su célebre All things must pass.

            ZANAHORIA – es lo que pelé aquella noche en compañía de Chris.

            PERMISO DE CONDUCIR – no hay plan de obtenerlo en un futuro cercano.

            BIZCOCHO – pieza de repostería que hago a menudo y nombre de mi primera mascota.

            OVERBOOKING – al ir hacia allá dijeron en un vuelo que lo había. No en el mío, afortunadamente. De haberse producido, no podría contar esta historia.

            CAMISA DE FUERZA – algo que me dicen que necesito a menudo.

            TABÚ – el juego de mesa célebre, que se me antojó basado en este; el fracaso es uno de los tabús de nuestra generación.

            Comenzó la rueda con un tremendo ataque del equipo C/E/L. Resolvieron rápidamente unas siete papeletas. Ed era muy bueno haciendo gestos y poniendo caras. Dave era el tipo serio pero altamente eficiente que hay en cada juego, esa concentración del tipo que lo intenta lo mejor posible y contagia a los otros.

            En todo juego está el pardillo que se equivoca y hace las preguntas absurdas sobre las reglas. No, no se podía pasar de papeleta. No, no se podía elegir a otro como comodín a cambio de una penalización de diez segundos. Tampoco se podía bailar ni trotar alrededor de la terraza, pero si en algún momento quería amenizar la velada, mis acrobacias serían bienvenidas. Resolví la situación lo mejor que pude y el juego se completó sin incidentes.

            —Veo que te lo estás pasando bien —dijo Elena en un descanso—. Pero tú siéntete con total libertad para hacer lo que quieras.

            —Voy a ganar —respondí, sudando como un pollo en una sauna.

            Lo cierto es que perdimos por dos papeletas, y durante semanas hablé a muchos de lo divertida que podía ser cualquier noche con estos juegos, antes de la llegada de la televisión. Elena sacó el juego de sábanas y las puso sobre el sofá. Me despedí con un abrazo de los invitados y ayudé a recoger un poco a Chris. Los restos de la noche transcurrieron veloces y formidables.

            Tardé en dormirme: primero estuvimos escuchando la conversación procedente de la calle de unos vecinos, que habían salido a dar una vuelta. En un momento de la vigilia, Elena se sentó a mis pies y dejó en el respaldo del sofá una toalla pequeña para mí.

            —Lo hemos pasado bien —le dije.

            —Sí… al final no hemos hablado. Tenía que contarte algo.

            —Bueno —respondí, bostezando—. Siempre nos quedará el desayuno, u otro viejo juego de sombrero.

            —Sí.

            —¿Va todo bien?

            Asintió, mirando a la tele. No recuerdo haber visto nunca el aparato encendido. Me removí un poco. Notaba en la espalda el dinosaurio con cuernos del hijo menor de Elena. 

 

 

© Daniel Jándula Martín

www.cuentoseneltecho.blogspot.com

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