ÍndiceNavegación

índex català      julio - agosto 2006   n° 54
ESTOY HABLANDO
Una meditación poética
de Eduardo Milán

 

«Salir de la infancia» (la infancia es una conciencia por comparación: los adultos son más que árboles crecidos, son árboles por venir, futuro de árboles que no avanza hacia ti sino bosque hacia donde te diriges) fue la obsesión de mi infancia. Como si fuera un lugar, un claustro, una prisión, este presente (visto desde ahora con esa claridad que nubla todo).

Pero la obsesión estaba. «Si salgo vivo de aquí...». La consideración de ese espacio de felicidad que no se me dio porque la fortuna fue desmedida en sentido contrario creo que se lo debo a la orfandad. Como si la orfandad también fuera un lugar, aunque representara un lugar de ausencia. «No hay edad para ser huérfano», me dijo Riechmann. Pero me lo dijo ahora, cuando murió mi padre. Los techos de las casas de Rivera, ciudad de casas bajas como ciudad de frontera, variaban entre blanco, marrón o gris. Para mí eran todos grises. No como los de Livramento, ciudad brasileña del otro lado de la frontera, donde nació mi madre. Los brasileños usan más el color que los uruguayos. Al costado de las calles empinadas y zigzagueantes que se parecen a las de Lisboa es frecuente ver una casa verde junto a una casa roja, una roja junto a una amarilla. Son generalmente de tejas. Entre las tejas, entre los canales de agua, o bajo las tejas, usándolas también ellos como cobijo, hay nidos de pájaros. ¿Qué pájaros son? Fuera de la infancia yo quería ser feliz. Ser feliz como se es director de orquesta. O, en otra escala musical, pájaro. Claro que no es una elección. Ese globo necesita soltar no sólo amarras sino lastre, lastre de pérdida que jala hacia abajo, hacia las miradas levantadas. Hay unas señoras gordas que me recuerdan a mis tías maternas. Y unos señores bajos que se parecen a mis tíos maternos. No tienen joyas. Tienen sombrero. En casos como este la adolescencia más que un purgatorio es una fuente de placer (es un espacio poblado de mujeres, es una fuente que mana y corre, nunca es de noche, es el descubrimiento del día, todo es de tarde, una muchacha, un crepúsculo y un jazminero no desaparecen de mi memoria): es como un renacimiento literal a pocos pasos de Romeo y Julieta, esa obra y no otra pero sin tragedia. Nacer de nuevo en medio del amor, nacer entre sus piernas. Este no es el relato de mi vida. Por eso Kafka delimita como delimita: hay un antes y un después de su lectura. Si eso ocurre en la adolescencia puede resultar una suerte: Kafka es una prevención. Ante esa sombra que no se penetra, proyección vertical que ilumina el escenario con focos como en bajada, ante ese portento –no se usa pero es una bella palabra- sin puertas, todos los poetas norteamericanos están al día, bajo su luz, entre las cosas. Aprender de ellos es aprender casi todo –faltan Vallejo y Nicanor Parra y varios europeos, todos bien publicitados. Salir de la infancia y entrar en la página mediado por el cuerpo de la mujer. La fascinación de la página en blanco es totalmente real: es una fascinación imantada que atrae a una caída hacia adentro. Mallarmé es genial. Antes, ciertos aristócratas del alma citaban Herodiade o/y L’ après-midi d ‘ un faune. Hoy todos los jóvenes críticos de poesía en México citan Un coup de dés. No es que algo haya cambiado de modo relevante (la repentina sustitución al pie de página de Pedro Henríquez Ureña por Mallarmé). No. Es que Mallarmé viste. Esto es una epifanía: hoy, 22 de diciembre de 2005, todos los jóvenes críticos de poesía citan Un coup de dés. O desviste. Depende de cómo se interprete esa escritura entrañable: en el doble sentido, querida y hecha de las vísceras invisibles del poema casi visible. A quien le gustó no la soltará. Quien no pudo con Orfeo reaparecido en Valvins no vuelve a pasar por allí. Entiendo poco a los que llegan al poema sin haber experimentado la fascinación del blanco de la página. Llegan a la palabra como si siempre hubieran estado allí. Hay una familiaridad extraña, son palabras como madres y padres, tíos y tías, primos y primas, abuelos y abuelas. Se establecen en el parentesco, convencidos, sin saberlo, de lo que había dicho precisamente Mallarmé: «Todas las palabras del mundo están emparentadas entre sí.» Me sorprende, luego de la familiaridad –en los poemas hay un momento de picnic, manteles a cuadros, cesta con manzanas, vino: un desayuno en el parque-, esa capacidad de ir por el poema como por su casa. O sea, simplemente aceptándolo todo, como si el poema fuera de por sí algo dado, nunca tan oscuro, claro está, como un golpe. Entiendo que se trata de un sobrentendido que no se mojó en las aguas de la historia, que no pasó por el instante inundado de la desnudez. De ahí que esa palabra no manifieste huella de intemperie, ningún desvalimiento queda consignado, ninguna fragilidad muestra su hueso. Instalados con comodidad bajo el imperio de la metáfora esos poemas poseen una gran confianza: irradian serenidad, una serenidad que desmiente cualquier pretensión inquietante de un afuera. Ninguna frontera será cruzada, están distantes de la prosa como de la historia del mundo. Practican una diferencia nítida entre lo cotidiano y lo natural. Son, en efecto, verosímilmente naturales, casi manzanas o cuerpos. Y cualquier artificio que se desvele, cualquier mecanismo que registre la señal de un proceso – «esto es escritura, aquello pájaro, no a la inversa»- es un atentado a la tan buscada simplicidad a la que, de la mano de Steiner, iremos regresando con un lento, pausado, nostálgico adiós a la modernidad. No tan de prisa. Para remontar la cuesta de la modernidad hay que ajustar algunas cuentas con el presente. Es demasiado simple el juego de retorno a la inocencia como si la inocencia –no la infancia- nos hubiera sido raptada. La inocencia de la familia, la inocencia de la casa, como si casa y familia fueran inocencia.

Cuando todo ha desaparecido en la noche, «todo ha desaparecido» aparece. La noche es aparición del «todo ha desaparecido». Esto con la contundencia de lo escrito a mano, con marca de labor y con la extrema certeza de quien ve lo que dice por un telescopio, con la visión de lo que dice como de algo que va pasando, fluye. Esto tiene una eternidad encerrada entre comillas y punto. Rastros ininteligibles sobre la arena. Huellas de patitas de mosca. Tiene silencio, no de palabra: de aquel dentro del cual todo duerme, todo abarcando como una carpa la entera disposición de los seres. Esto merece más que una primera vista, un vistazo de amor. Merece una ininteligibilidad, dos, tres. Merece que no se entienda y sobre ese no entendimiento de escritura se funde un pueblo feliz de nombre Feliz. El primer párrafo «Cuando...», guirnaldas de fin de año tendidas de unas a otras comillas, es de Maurice Blanchot. Las guirnaldas son mías. Pero eso cae contra el paso a paso de la noche que fluye desapareciendo.

Dice Ricardo Cano Gaviria: «Hay que ser Mallarmé. Pero de izquierda.» Esa fusión es creíble y necesaria. Con algo de Joyce y bastante de Tristan Tzara. En cuanto a mí, nada. Yo fui feliz. Y muy probablemente lo sea todavía.

 

©: Eduardo Milán
©: de la fotografía: Jornal da Unicamp – Brasil
Este texto no puede reproducirse ni archivarse sin permiso del autor y/o The Barcelona Review. Rogamos lean las condiciones de uso.
MilanCarné: Eduardo Milán (Uruguay, 1952). Marcado por los regímenes militares que gobernaron su país entre 1972 y 1985, en 1979 se trasladó a Ciudad de México, donde aún reside. En la revista Vuelta, que dirigía Octavio Paz, se reveló como excepcional crítico de poesía contemporánea. Ha publicado, entre otros, los siguientes libros de poesía: Cuatro poemas (1990), Nivel medio verdadero de las aguas que se besan (1994), Algo bello que nosotros conservamos (1995), Alegrial (1997, que incluye Circa, 1994, y Son de mi padre, 1996), Razón de amor y acto de fe (2001). Querencia, gracias y otros poemas (2003), reúne su poesía de 1975-2003. Sus últimos libros son: Recientemente ha publicado: Justificación material. Ensayos sobre poesía latinoamericana (México, 2004); Habla ((2001-2003), Pre-Textos, Valencia, 2005; Unas palabras sobre el tema (2001-2003), Umbral, México; 2005; Crítica de un extranjero en defensa de un sueño (Huerga y Fierro, Madrid, 2006) y Un ensayo sobre poesía (México, Umbral, 2006). Es corresponsable de la antología Las ínsulas extrañas. Antología de poesía en lengua española (1950-2000, con A. Sánchez Robayna, J. A. Valente y B. Varela)

navegación:

índex català      

tbr julio - agosto  2006   n° 54

e d i t o r i a l

La invención del lenguaje

r e l a t o s

Josip Novakovic: Visitas nocturnas
Alejandro Tellería: Baudelaire López
Ángel Olgoso: Las sublevaciones

e n s a y o

Eduardo Milán: Estoy hablando

p o e s í a

Selección de poemas de Enrique Badosa

n o t a  d e  a c t u a l i d a d

11ª Feria Internacional del Libro de Lima

r e s e ñ a s

Sarah Emily Miano: Rembrandt van Rijn
Ramón J. Sender:   Imán


s e c c i o ne s  f i j a s

-Reseñas
-Breves críticas
(en inglés)
-Ediciones anteriores
-
Página del editor
-Envío de textos
-Audio
-Enlaces

www.barcelonareview.com  índice | inglés | catalán | francés | audio | e-m@il