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índex català      mayo - junio 2006   n° 53
El sacerdote de Emesa
Verónica Nieto Foco

 

Oh, dios solar, han hecho de mí un pedazo de carne, un saco de huesos destrozados, un plebeyo sin cabeza, ni brazos, ni piernas. Me han convertido en un ser despreciable, en una marioneta inútil. Han destrozado mi virilidad y mi fuerza, mi orgullo y mi realeza; dios Baal, ayúdame. Han arrastrado mi cuerpo por las calles mientras saludaban a la multitud que vitoreaba ebria con el vino que solo yo les he entregado. Han mancillado mi cuerpo y mi poder en nombre de la fuerza del instinto que solo mi voz ha despertado. Todos me han traicionado. Todos, incluso mi abuela. Mi mentora. Mi guía. Y creen que podrán desterrar mi nombre de la memoria de aquellos que me han amado. Porque han sido muchos y muy bellos.

Y tú también, Hierocles, mi hermoso Hierocles, también me has traicionado. A mí, que no hice más que engalanarte con las sedas de Persia, con el oro de mi Imperio, con la lujuria de mis banquetes, con el placer de mi sexo. A mí, que me entregaba al yugo de tu virilidad vestido con trajes de púrpura y oro, con collares de perlas, con brazaletes tallados por los artesanos más hábiles de la corte. A mí, que he sido tu emperatriz coronada con tiara de oro y piedras preciosas. Tú también me has traicionado. Has dejado que los infames me asesinaran y arrastraran mi cuerpo por las calles de Roma y lo arrojaran, ultrajado, al río. Has olvidado defender mi nombre ante la corrupta barbarie. Yo, que he sido emperador de Roma, el más grande emperador que ha tenido Roma, el más bello y fuerte, el más joven. Yo, que fui aclamado por el ejército en mi entrada triunfal a la ciudad imperial, el mismo ejército que ahora me ha derrotado. Yo, que les he ofrecido el culto del Sol, del ano, del eclipse. Yo, que he conquistado las almas de la multitud con cánticos a Baal, que he traído hasta aquí desde las tierras de mi padre la piedra negra del culto sirio para que la abundancia hiciera de mi pueblo una comunidad satisfecha. Y para que mis sacerdotes poseyeran el secreto de cada una de las religiones del Imperio y la grandeza de mis fiestas en donde todos nos hemos convertido en iguales.

Yo, Elagabal, Heliogábalo, antiguo sacerdote de la ciudad de Emesa, he sido asesinado. Yo, el único capaz de acostarse con todos sus sirvientes, de dejarse penetrar como una prostituta. Porque he sido magnánimo. Porque he sabido ofrecerles a esa gentuza avara y codiciosa la sabiduría del placer de someterse. Y los he encandilado con la fuerza que me ha otorgado Baal, dios solar, dios del ano y del vino, dios del fálico goce. Los he encandilado con mi doble naturaleza de varón y de mujer. Los he encandilado con mi belleza, mis ojos maquillados y el carmín de mis mejillas. Yo, que he paseado la desnudez de mi cuerpo por las calles de Roma, que he sido una y mil veces penetrado por esclavos, que he saboreado los placeres de mis súbditos, que he querido casarme con una Virgen Vestal, la inmaculada Julia Aquilia Severa, que sucumbió ante el colosal sacrificio de mis cincuenta tigres orientales. Todos me han traicionado. Han derrochado mi generosidad imperial, han vilipendiado mis ofrendas.

Y tú también, Hierocles, mi amado Hierocles. Es que ya no recuerdas los lechos que ordenaba cubrir con pétalos de rosas para que durmieras, las colchas de oro y los baños aromatizados con ajenjo, los nobles perfumes que hice confeccionar para los dos. He sido yo quien te he ofrecido ostras lisas, langostas, cangrejos, esquillas y setas rociadas con perlas blancas. Ha sido conmigo con quien has saboreado las delicias del vino que hice aromatizar con almáciga y poleo para contentarte. Pero has sido cruel y despreciable como un esclavo. Has mancillado mi honra para volver a la casta de donde has salido. Y si te han matado también a ti, bien te lo mereces.

Y qué será de mis tigres, mis leones, mis caballos, quién atenderá a mis faisanes y loros. Quién les dará las uvas frescas de Apamea que ordené traer en un carro bañado de oro y rubíes para ellos, para alimentar a las bestias ofrecidas en sacrificio.

Oh, Baal, ayúdame. He caído en la miseria de los torpes. He sido ultrajado por mis iguales y arrojado al Tíber. Qué será de mí ahora que he sido sustituido por un imberbe. El estúpido Alejandro Severo, mi primo, el traidor. O ha sido ella, Julia Maesa, mi abuela, la que me colocó la corona de laureles y la túnica blanca, la que me enseñó las argucias del poder. Ella también me ha traicionado. Ella ha conspirado contra mí asociándose con la guardia pretoriana para decapitarme y seguir gobernando tras la sombra de mi primo. Ha sido ella la que ha mentido para que la multitud me creyera hijo del grandísimo Caracalla y me nombrara emperador. Ha sido Julia Maesa la que me ha traído hasta aquí, la que me ha ahogado en las aguas después de ofrecerme en sacrificio. Me ha idolatrado en la infancia para eliminarme en la juventud. No ha sido capaz de soportar mi grandeza. Esa rata despreciable, esa víbora venenosa y astuta que permitió que su hija fuera también asesinada. Porque han matado a mi madre junto conmigo, porque la veo nadar sin vida entre las aguas.

Pobre mi madre, pobrecita. Yo, que había erigido un mausoleo funerario cubierto de diamantes y oro en polvo para que tú y yo, madre, descansáramos en paz. Yo, que he querido ser como tú, que he aprendido las costumbres más delicadas y que he ofrecido suculentas riquezas al médico que fuera capaz de transformarme en una mujer de tu estirpe. Como el rey Bangasvana que fue transformado en una hermosa doncella tras bañarse en aguas mágicas. Como Rudra, el hijo de Brahma, que se convirtió en andrógino para crear a las mujeres que habitan la Tierra. Sí, madre, nos han traicionado. Nos han asesinado y arrastrado por las calles. Nos han arrojado al Tíber para que nadie pueda honrarnos ahora.

Oh, El Gabal, dios del Sol, del ano, del falo y del placer, dios de la procreación y la abundancia, concédeme un último deseo. Concédeme el último goce, el de la venganza. Haz que mi cuerpo flote desnudo en las aguas del Tíber para que nadie pueda olvidarme, para que no puedan apartar la mirada de mi cuerpo, saco de carne y de huesos, que flota sobre el río. Haz que mi cuerpo baile desnudo, hermoso, lascivo, como en las orgías, como en las ceremonias en donde te ofrecí el sacrificio de mis tigres y las vergas erectas de los más dulces muchachos. Haz que mi ano solar encandile el pudor idiota de los que me han traicionado.

Quiero permanecer ahora, en el río, con la danza de mis huesos, con el nombre de Heliogábalo, emperador de Roma, muerto en el Tíber. Quiero permanecer Elagabal, sacerdote, bello andrógino, en la memoria de los hombres, porque he sido magnánimo, porque yo, El Gabal, he sido una y mil veces el Sol.

© Verónica Nieto Foco 2006


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NietoCarné: Verónica Nieto Foco nació en la provincia de Córdoba, Argentina, en donde vivió hasta los 18 años. Junto a su familia, se traslada a Málaga, en donde estudiará Filología Hispánica, y más tarde a Barcelona, en donde reside actualmente. En esta ciudad se licenciará en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, y cursará un postgrado en Técnicas de Edición y diversos cursos que están relacionados con el sector de la edición, en lo que trabaja en la actualidad

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