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índex català              mayo - junio  n° 42

Reseñas

42

Stefan Zweig Ardiente secreto por Alejandro Tellería

Antonio Paniagua Amputados por Andrés Samper

W.G. Sebald Sobre la historia natural de la destrucción por Juan Vaccaro Sánchez

Manuel Azaña Discursos políticos por Carlos Vela

Fernando Pessoa El libro del desasosiego por Jorge Gracia Ibañez

1

Stefan Zweig
Ardiente Secreto
Traducción de Berta Vias Mahou
Barcelona, Narrativa del Acantilado, 2004.

En la plaza donde vivo se puede escuchar a alguien diciendo que ella "se encontraba en esa edad decisiva en la que una mujer empieza a lamentar el hecho de haberse mantenido fiel a un marido que al fin y al cabo nunca ha querido, y en la que el purpúreo crepúsculo de su belleza le concede una última y apremiante elección entre lo maternal y lo femenino". Ese alguien diciéndolo podría ser Martín, el amable camarero que me pone el cortado matinal en el café de la esquina, a cuya argentina perspicacia escapamos solamente aquellos a quien él distingue con su afecto. Y ella, pobre y sufrida, podría no haber corrido con tanta suerte y haber acertado a vivir en el barrio tomando cortados matinales también, dándole a Martín la ocasión de extenderse en el placer anónimo –siempre lo es, o al menos lo debiera ser– de la habladuría.

Pero no es así. Ella se llama Mathilde y no vive aquí en la plaza, la historia sucede en el Semmering austríaco según la novela Ardiente Secreto, escrita en 1911, y Martín no es un cotilla urbano: se llamaba Stefan Zweig.

Más que Zweig, su apellido me sonó siempre Heidegger o Kierkegaard, los cuales nunca pude evitar asociar a soporíferas clases de teoría filosófica de las que yo huía en la universidad. Por esta confluencia mi cabeza encaró con recelo la tarea de leerle pero, ya abocado a hacerlo, me arrepentí de no haberle leído antes. Debió haberme sonado más a Freud; "Ardiente Secreto" relata las desventuras de un niño enfermizo y sensible, Edgar, forzado a ver a una mujer debatirse entre el desenfreno carnal y la abnegación maternal. El problema, ya complejo para la simplicidad de la mente infantil, aumenta si la mujer es su propia madre. Es descrito en una historia incómoda y amarga, pero su asombrosa consistencia logra obliterar el tiempo y el espacio, permitiéndonos ubicar Mathildes y Edgars en cualquier época y lugar; sin hacerlo evidente en ningún momento, su lectura recuerda al masoquismo que duele, pero al que es imposible negarse también.

Nacido en el seno de una acaudalada familia judía vienesa y doctorado en Lengua y Literatura por la Universidad de Viena, Stefan Zweig (1881-1942) es autor de obras que, en términos actuales, estarían cercanas a una crónica del corazón estudiada y sagaz que bucease sin miedo, con o como Freud, hasta las profundidades de la psique humana. Quizá a esto se deben dos cosas: una, que la mediocridad y el mercantilismo de la literatura actual hayan arrinconado su faceta de personaje fundamental del siglo XX, generando nuevas traducciones de sus obras más importantes como la que nos ocupa; y otra, que gran parte de su producción haya estado dedicada a la suculencia interior de la biografía, siendo una de las más memorables la que hizo de María Estuardo. En el resto de la prosa de Zweig el lector conocerá a seres inseguros que se torturan sin compasión, cuyos aprietos particulares encuentran la complicidad del lector cuando éste ve en ellos imágenes de su propia vida interior. Son los rostros atormentados en tonos color sepia que en su momento perfilaron Balzac, Dickens y Dostoievski, sobre cuyas vidas –no me sorprende– Zweig también pergeñó ensayos. A eso se debe que la lectura contemporánea de "Ardiente Secreto" llegue a predios que la prensa del corazón entendería por propios, aquella zona desconocida que separa la curiosidad natural y humana del morbo amarujado y gacetilla; con todo, la suculencia verbal del autor y su lenguaje decimonónicamente ilustre, nos hacen olvidar que, en estos días, los sentimientos humanos son más carroña para buitres que otra cosa.

"Ardiente Secreto" es una novela con virtudes y defectos –igual que todo y que todos– escrita por el último gran humanista de la vieja Europa, tan asqueado de las guerras mundiales como del individualismo –hijo bastardo y paranoico del humanismo– de una sociedad que sentía cada vez menos suya. Y dicho esto, de sociedades ajenas y de tal, volvemos al prncipio: a escuchar el mismo tintineo de metal y copas en el café de la plaza mientras me invade el olor del cortado, mientras hablo con Martín sobre Zweig, mientras la siguiente Mathilde se sienta en la barra y pide un cruasán. Alejandro Tellería

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Corazones amputados

Antonio Paniagua
Amputados
Madrid, Mileto ediciones, 2003

Con los tiempos que corren podríamos pensar que con este título nos vamos a encontrar con un libro gore pero, aunque algunos miembros sueltos hay por ahí, no es el caso. Amputados es la primera novela de Antonio Paniagua, sin embargo, este autor ya tiene experiencia en eso de contar historias con palabras escritas, en el 99 quedó finalista del Sonrisa Vertical con una obra colectiva.

El libro nos cuenta la vida de varios personajes surgidos de la España de la posguerra, un país militar, de favores, oscuro, cutre, de vencedores y vencidos. Son los propios personajes los que ponen la voz para dar forma a una novela con toques de género negro; sus vidas se entrecruzan en un juego de intereses encontrados y deseos insatisfechos. Partiendo de lo que podría ser el final de la década de los 70 o principios de los 80, el recuerdo les llevará a saltar hacia un pasado que no fue mejor pero que para algunos lo parecía. La novela recorre un periodo de unos 40 años en la vida de los cinco personajes principales, el autor nos presenta su situación unos años después de la Guerra Civil, contienda que algunos de ellos protagonizó y otros simplemente sufrieron.

El personaje principal del libro es Santiago Luján, un golfillo de barrio que de joven se ganaba la admiración de sus vecinos con heroicidades absurdas y que con el tiempo será incapaz de disciplinar su talento barriobajero y acabará devorado por los peces grandes. Luján comparte el peso de la novela con otros, en primer lugar la Chelo, su abnegada mujer, abandonada, arrastrada, finalmente loca y a pesar de todo enamorada. Consuelo es la única voz en la novela que conserva cierta inocencia, ella es sufridora pasiva, víctima de las consecuencias que arrastran las decisiones de otros. Un personaje especialmente bien perfilado es el de Nicolás Dávila, general, vencedor en su día, bestia, rústico, vicioso y resentido. La avaricia y la lujuria le convierten en un ser sin escrúpulos, capaz de manejar a los demás como marionetas para satisfacer sus instintos más primitivos y enfermizos, sin importarle lo más mínimo que queden sumidos en la más absoluta infelicidad. También tenemos a Manuel Muñoz, padre de Consuelo, amigo y rémora del General Dávila, chulo, facha, putero y fracasado, aunque este adjetivo le viene muy bien a todos los personajes, pues a lo largo de la novela todos van perdiendo la poca dignidad que tuvieron. Para completar el pentágono está Javier de Iruña, teniente del ejército franquista, hombre culto, refinado, leal mamporrero de Dávila hasta que es expurgado bajo el pretexto de su homosexualidad.

Con estas cinco patas, unas profanaciones de tumbas, unas falsificaciones de documentos, unos cobros de pensiones y una truculenta historia de amor, Paniagua construye un banco donde se sientan personajes que creen en verdades absolutas y para quienes la moral es algo de lo que carecen los otros, mentes que se regodean hurgando las heridas de los demás y aprovechándose de su superioridad.

Junto a la construcción de los personajes otro punto fuerte de la novela es el lenguaje, muy descriptivo, con un tono de otra época: "Pese a los negros augurios que le rondan la mente, es Santiago Luján hombre de recursos que no se amilana. Cuando las cosas vinieron mal dadas, salió adelante haciendo emplastos y elaborando mejunjes para aliviar los quebrantos de las parturientas. Sabía aventar el mal de ojo echado un responso, resarcir a los maridos cornudos provocando urticarias en las partes pudendas de las adúlteras, para que cuando fornicaran con varón ajeno les asaltasen tormentos de picores, y hacer de los zagales vagos y traviesos estudiantes aplicadísimos con un memorión de elefante para los exámenes. Todo eso le sirvió a Santiago para evitar las conspiraciones del dinero y de los hombres, que ambos tienen muy mal vino". Y aunque la novela se desarrolla en un fondo urbano, el lenguaje recuerda a los que llegaron del pueblo, se quedaron y fueron desheredados por la ciudad.

Antonio Paniagua bucea en esos años del franquismo en los que parecía que sería eterno "por la Gracia de Dios" y recoge un puñado de esperpentos afectivos en los que la capacidad para lo bueno queda totalmente amputada por la voluntad ajena. Hay lugar para la ironía y el humor negro. El capítulo IX podría ser un monólogo del Club de la Comedia si no diesen miedo tantas barbaridades juntas, dichas por un tipo que todavía podría ser el vecino de al lado: "Aunque bien mirado, a veces es bueno mantener un grado de intransigencia, pues si veo yo a mi hija tomando esa salsa de tomate con ginebra le meto una hostia que le vuelvo la cara del revés.(...) Yo comprendo que al principio asuste mi sinceridad, pero luego me sale una educación que yo llamo innata, o sea, de cojones, y todo el mundo aplaude mi savuar fer que dicen los franchutes, gente a la que yo admiro, si bien me resultan un pelín maricones .(...) Un hombre que no se haya estrenado con putas no es español; o le corre horchata por las venas o es un poco rarito. Mi amigo el general y yo lo tenemos claro."

Una novela que se desarrolla con soltura, narrada con buenas maneras, con cameo del Generalísimo y sexo entre abueletes y que termina dejando una suerte de regusto a justicia poética. Andrés Samper Dolader

Véase "La luz y el pecado", relato de Antonio Paniagua en The Barcelona Review 33.

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El peso de la memoria

W.G. Sebald
Sobre la historia natural de la destrucción
Traducción de Miguel Sáenz
Barcelona, Anagrama, 2003

Poco después de la aparición en su lengua originaria – alemán – en el año 1999, su autor moría en un accidente de tráfico, corría el invierno del 2001 y Sebald contaba 57 años. Profesor de literatura europea en la Universidad de East Anglia, Sebald saltó a la palestra literaria cuando ya contaba cincuenta años, edad ciertamente poco común para debutar como escritor, y en poco tiempo se granjeó fama de autor de culto, justamente merecida; desde que publicara el poema en prosa Nach der Natur hasta el día de su muerte. No sintiéndose a gusto con la novela tradicional, creó su propio estilo literario, parte novela, parte memoria y parte libro de viajes. De tal híbrido surgió uno de los autores más fascinantes de la literatura europea de los últimos tiempos, comparable a Cioran o Elías Cannetti, de los cuales se mostraba un rendido admirador.

Sin embargo, en éste su último libro, Sobre la historia natural de la destrucción, Sebald nos ofrece una visión de los bombardeos aliados sobre Alemania desde un enfoque más deudor de la historiografía que de la literatura de ficción. Resulta arriesgado afirmar que se trata de una ruptura con su obra anterior. En primer lugar, porque si bien Sebald prescinde de su narrador habitual (inventivo, delimitado), su estilo sutil, persuasivo, mordaz, sensible, permanece ahí. Por otro lado, la obra de Sebald siempre se ha mantenido en la frontera de la ficción y la realidad, de la literatura de creación y de la Historia, por lo que no es de extrañar que se decidiera a realizar un ensayo histórico. También figuran sus temas recurrentes: la alienación, la memoria, la búsqueda de la identidad...

La obra se divide en dos partes. La primera es un largo ensayo sobre la reacción – o mejor dicho, la falta de ésta - de la literatura alemana de posguerra hacia los bombardeos aliados sobre su territorio, basado en las conferencias que dio Sebald sobre ellos en Zurich en 1997. La segunda parte es un ensayo acerca del novelista Alfred Andersch, al que pone como paradigma de los autores alemanes que se limitaron a silenciar el horror a costa de la fama.

La primera parte de la obra es francamente demoledora por dos razones. En primer lugar, por las descripciones y datos que nos va facilitando el autor sobre las brutales bombarderos británicos y americanos sobre las ciudades alemanas: murieron 600.000 civiles, las llamas llegaron a alcanzar más de 2.000 metros durante el bombardeo de Hamburgo, cadáveres calcinados entre las toneladas de escombros... Si los datos y las descripciones de los hechos resultan demoledores, más lo son las interpretaciones y reflexiones del autor. Sebald, analizando el reflejo del período en la literatura alemana llega a la conclusión de que "Realmente parece como si ninguno de los escritores alemanes, con la única excepción de Nossack, hubiera estado en aquellos años dispuesto o en condiciones para escribir algo concreto sobre el curso y los efectos de una campaña de destrucción tan larga, persistente y gigantesca. En eso tampoco cambió nada una vez finalizada la guerra. El reflejo casi natural, determinado por sentimientos de vergüenza y de despecho hacia el vencedor, fue callar y hacerse a un lado." Y añadirá unas páginas más tarde que: "La llamativa escasez de observaciones y comentarios al respecto se explica por la implícita imposición de un tabú, tanto más comprensible si se piensa que los alemanes, que se habían propuesto la limpieza e higienización de Europa, tenían que defenderse ahora del miedo de ser ellos mismos, en realidad, el pueblo de las ratas." Afirmaciones valientes, que le valieron más de una crítica, como nos explica el propio autor en la última parte del ensayo, donde nos comenta algunas cartas que le llegaron de diferentes puntos de la geografía alemana y que surgieron como reacción a sus conferencias de Zurich. Algunas respaldan su postura, otras le son contrarias. Dichas cartas son una muestra de que si bien las heridas cicatrizaron, la memoria sigue presente. Apuntes autobiográficas relatan cómo fueron vividos los bombardeos por él y sus familiares cuando aún era niño. Recuerdos a los que ha recurrido en diversas obras como Nach der Natur.

En la segunda parte del libro, sobre el escritor Alfred Andersch, ciertamente inferior al soberbio ensayo anterior, Sebald analiza la obra del novelista alemán y la total falta de compromiso. Andersch es el ejemplo claro de escritor sin afán de denuncia, sin compromiso, que miró hacia otro lado y prefirió que las masacres alemanas fueran, como mucho, anécdotas históricas. Para Sebald el escritor ha de comprometerse con su tiempo. Andersch simboliza la Alemania que prefirió dar la espalda a su pasado para centrarse en la construcción de un futuro más prometedor y libre del peso de la Historia, un país sin memoria ni identidad.

En suma, se trata de un libro imprescindible para comprender uno de los hechos más relevantes del pasado siglo, y también para saborear a un escritor magnífico que, por desgracia, ha dejado una obra corta pero excepcional. Finalmente, resaltar un hecho. La edición inglesa de Sobre la historia natural de la destrucción, cuenta con dos ensayos más, uno sobre el escritor Jean Améry – posiblemente incluso mejor que el largo ensayo que abre el volumen- y otro sobre el artista Peter Weiss. No sé qué es lo que ha movido al editor español a no incluirlos en la edición castellana -la edición germana tampoco los incluye -. Queda que alguien traduzca al español su primer libro, Nacht der Natur. Juan Vaccaro Sánchez

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Pasión literaria, pasión política

Manuel Azaña,
Discursos políticos
Barcelona, ed. de Santos Juliá, Crítica, 2004.

Aprovechando una nueva edición de sus discursos políticos nos proponemos reivindicar la insigne figura oradora y política de Manuel Azaña. Buena parte de lo escrito en los últimos años aspira todavía, explícitamente, a restaurar una imagen vilipendiada, deformada y ofendida por las derechas, la propaganda oficial del franquismo y la Iglesia, pese a que en la actualidad y desde las filas conservadoras se adivine algún gesto interesado de recuperar su figura, provocando de paso una cierta confusión, que es de lo que se trata. Por ello y por tantas cosas, lo que aquí se diga a favor de tan egregia figura será insuficiente para paliar el enorme daño de que ha sido objeto, en especial el producido por el olvido.

Azaña ha sido el parlamentario más insigne que ha conocido España, no sólo por esta frase atribuida a Salvador de Madariaga o por ser capaz de congregar a más de medio millón de personas para oírle –pagando además cada asistente su propia entrada- sino por el hecho de que nadie ha discutido a aquél, ni siquiera sus enemigos, su capacidad oratoria y la fuerza del eco de sus discursos dentro y fuera de las Cortes. Manuel Azaña fue además el mejor orador de la República. No se trata de la perfección formal, claridad expositiva ni rigor argumental de estos discursos, de la corrección verbal con la que expresaba sus ideas, sino de su capacidad para producir un momento irrepetible, de fusión entre orador y público. La precisión racional con la que presentaba sus ideas y la variedad de los acentos adoptados en función de las circunstancias, dan buena prueba de todo ello. Su pensamiento racional se materializa en un excelente dominio retórico y un gusto por la prosa culta de cuya mezcla surgen estos incomparables discursos. Por otra parte, la sinceridad con que se comunicaba era vista por los españoles como la mejor imagen de la nueva España. Pertenecía a una generación oratoria cuya vocación didáctica implicaba el recurso a la retórica dignificada y cuyo mejor medio de expresión –como indica el propio Azaña en su discurso del 14 de noviembre de 1932, en Valladolid- era el de las "asambleas populares" en las que "reverdece el espíritu del gobernante". En todos los grandes discursos de Azaña hay una primera incursión por el pasado que siempre es como la materia viva de la que se deriva una propuesta política. Esa mirada no pretende adornar con vacuidad su discurso; más bien comprender la situación sobre la que se quería actuar. Por eso, sus discursos políticos están embebidos de historia, para actuar sobre ella. Es la mezcla de clara razón y contenida emoción -que emana de la evocación de una tradición a la que el orador pretende corregir por la razón- lo que explica el efecto de los grandes discursos de Azaña.

Ese ensimismamiento ante el auditorio y su posterior exteriorización son manifestación en el orador de su impulso literario. No hay idea ni desarrollo en Azaña -por repetitivo que llegue a presentársenos en ocasiones- que pueda prescindir, para su subsistencia, de la literariedad. Los pasajes de mayor altura estética en la oratoria de éste, los que corresponden al lirismo, surgen en el discurso como pausas intensificadoras de la fuerza de la argumentación cuyo propósito es acentuar la urgencia de alcanzar las metas políticas por él apuntadas. De la impronta literaria en su estilo como orador no cabe duda; no hay una sola de sus intervenciones parlamentarias que no tenga precedente, paralelo o justificación en su obra ensayística. Nadie puede negar la categoría literaria de Azaña como traductor de Borrow (La Biblia en España), de su primera novela, El jardín de los frailes; por no hablar de la inacabada Fresdeval y finalmente, de su obra maestra, La velada de Benicarló. Por eso su oratoria –como su prosa- rezuma de un estilo hermoso y personal, moderno y de raíces clásicas a la vez. En Azaña se unió la pasión literaria con la política, hasta el punto que el largo monólogo que es su obra literaria y oratoria no es más que el proceso de formación y creación del individuo como sujeto de la Historia. Mas si para aquél, la escritura es ejercicio y no finalidad, es en la oratoria donde alcanza la superioridad absoluta sobre sus contemporáneos.

De esta colección de discursos, que combinan la riqueza y oportunidad de la intervención política y la importancia del momento histórico en que fueron pronunciados, se extrae un excepcional ensayo de la historia de España. Tras su provechosa lectura se descubre en Azaña a una de sus mayores figuras intelectuales, un gran hombre de estado que creyó en el papel de éste como promotor de reformas política y sociales, capaz de educar a los españoles y de modernizar al país. La Segunda República era el nuevo orden propuesto como lugar desde donde rehacer la sociedad. Como ateneísta, como ministro, o jefe del Estado disponía en cada caso de los recursos retóricos dirigidos siempre a reagrupar a sus compatriotas, bien en torno a sus ideas, bien en torno a las instituciones que encarnó. El fracaso político de Azaña se explica entonces como resultado de un conflicto entre el proyecto político de la razón y el enrevesado tejido de aparatos de estado; es éste el recorrido que nos lleva desde la esperanza de los primeros discursos al fracaso final de la razón, de los discursos ideológicos en los albores republicanos al tono íntimo y melancólico en la debacle final, después de lo cual sólo queda el impenetrable silencio de su persona. No le fue fácil entender que una obra guiada por la inteligencia y la virtud política tropezara con los ingentes obstáculos que le salieron al paso, pese a que ya en 1918 ya era conocedor de cómo la historia oficial de España responde a una voluntad consciente, y cumplida con éxito, de cerrarle el paso a la historia. Carlos Vela

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Flor de invernadero

Fernando Pessoa
El libro del desasosiego
Traducción de Perfecto E. Cuadrado
Barcelona, El Acantilado, 2003.

Tras varios años de invisibilidad El Libro del desasosiego, la viga maestra del edificio pessoano que parecía condenada a la tristeza de las librerías de saldo, regresa con todo su esplendor gracias a la editorial El Acantilado, con una nueva traducción y en versión corregida y aumentada. Se palia así una anomalía del mercado editorial tan dado a la exuberancia inútil de títulos prescindibles pero tan poco dispuesto, salvo excepciones, a la edición cuidada de piezas, que como esta obra, desafían el paso de las modas y los años. Una excelente noticia, puesto que estamos ante uno de los libros más inclasificables, hermosos y perturbadores que pueden leerse. Única obra de Bernardo Soares, uno de los heterónimos de Pessoa - o mejor dicho un semi-heterónimo, puesto que como él decía "no siendo mía la personalidad es, no diferente a la mía, sino una simple mutilación de ella" -. Se trata de un auténtico anti-libro, la negación de un texto definido, de una obra con una tesis. Carece de argumento, una mezcla de diario íntimo, de poemario, de ensayo, de tratado de metafísica, de cuaderno de impresiones y paisajes sobre la ciudad de Lisboa. Pero es todo eso y no es nada de eso. Perfecto aunque inacabado. Desesperanzado pero luminoso. Confuso y lúcido. Audaz en la forma hasta casi convertirse en una obra sin influencia previa de autor alguno y sin descendencia posible: un desafío, un instrumento peligroso porque su lectura puede cambiarte la vida

Como médiums de Pessoa –quien siempre se interesó por el ocultismo- Ricardo Reis, Alvaro de Campos, Caeiro o Bernardo Soares, personajes para los cuales ideó una escrupulosa biografía, estilo, estética, alma- engarzan un discurso múltiple, fragmentado, pero de asombrosa coherencia y hondura, que se dispersa por varios géneros -poesía, ensayo, teatro, narrativa- y que a su vez los desborda. Pessoa es tal vez, junto a Kafka – cuya vida gris tiene tanto que ver con el protagonista de este libro- uno de los autores que mejor ejemplifica el siglo XX. Su literatura del "yo", profundamente subjetiva, busca expresar y reafirmar, a veces de forma radical y excluyente. Su obra y en especial este libro, que es la culminación de la misma, no es sino la expresión más íntima del hombre, de su exceso, o del sueño como su más suprime manifestación, frente a una realidad engañosa, cambiante y necesariamente ajena. El "yo" y el cansancio de estar vivo como medida del mundo.

El libro es, en su superficie, una especie de diario íntimo en el que los acontecimientos externos quedan reducidos a su mínima expresión. Retazos de la vida de Soares, ayudante de tenedor de libros en un almacén de Lisboa cuya vida carente de peso apenas deja huella en nada ni en nadie. Biografía sin acontecimientos. Tal vez los pasajes en los que el narrador describe minuciosamente la lluvia sobre la ciudad de Lisboa, las noches de insomnio, el silencio de la oficina, la mosca posada sobre el tintero o la muerte del dependiente del estanco, sean los más hermosos de todo el volumen. Pessoa-Soares escribe y describe la vida como a través de un cristal empañado: "Entre yo y la vida -dice- hay un vidrio tenue. Por más nítidamente que yo vea y comprenda la vida no puedo tocarla." Desde ese punto de partida Pessoa construye una auténtica estética de la renuncia y la inacción. "Cultivo el odio a la acción como una flor de invernadero. Presumo ante mí mismo de la disidencia de mi vida". Sentir en exceso supone dolor. Por eso para Pessoa el sueño es una liberación, aunque innoble, es siempre mejor que la vida, más humano y, paradójicamente, más real.

Se trata de un pensamiento absolutamente original, una especie de tratado filosófico que se diferencia de los otros porque busca un sistema que a priori sabe que no existe. El Libro del desasosiego es un tratado de metafísica sin tesis ni conclusiones. Y es también un libro sobre la soledad: "Escribo triste, en mi cuarto tranquilo, sólo como siempre he estado, sólo como siempre estaré".

Borges habla en uno de sus laberintos de un libro mágico sin principio ni fin, capaz de todas las combinaciones posibles de pensamientos, capaz de expresar la insondable oscuridad del alma, la incomprensible realidad del mundo. Pessoa escribió ese libro.

La primera vez que lo leí en una edición anterior e incompleta de Seix Barrall que con el tiempo se convirtió en reliquia, fue gracias a un préstamo de la biblioteca pública de mi ciudad. Otra persona había escrito a lápiz en la primera página del manoseado volumen "alguien me robó la voz de mis pensamientos y con ella escribió esto". Hay tantos "libros del desasosiego" como lectores. Que sean pues estas líneas una invitación a penetrar los misterios de este bosque, de este laberinto, de este libro infinito sin principio ni fin, unas cuantas claves, necesariamente personales, sin ánimo exhaustivo de lo que nos encontraremos dentro, si al final nos atrevemos a traspasar la cubierta e iniciar viaje. Jorge Gracia Ibañez

 ©  tbr 2004
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 mayo - junio  n° 42 

Narrativa

David Hernández de la Fuente: Instinto maternal
David Hernández de la Fuente: Ángeles de quince años
Laura Hird: The Happening
Clara Sánchez: Fragmentos de Un millón de luces

Entrevistas

Alberto Fuguet: "Estados Unidos es un país latinoamericano"
Clara Sánchez: "La engañosa seguridad en que sobrevivimos"

Palabras del oficio

Edmundo Paz Soldán: El escritor, McOndo y la tradición

Reseñas

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