Reseñas

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Terror a lo normal

portadaLos peligros de fumar en la cama
Mariana Enriquez
Emecé, Buenos Aires, 2009.

La narrativa de Mariana Enriquez ha ido adquiriendo en estos últimos años una complejidad y al mismo tiempo una cohesión notables. Con su último libro de cuentos, Los peligros de fumar en la cama, se sitúa dentro de la tradición de la ficción gótica nacida en el siglo XVIII con Walpole, cuyos puntos cumbre son Mary Shelley, Poe. Este volumen combina elementos clásicos de la ficción gótica con semblantes propios de la sociedad contemporánea. Vagos, histéricas y “raras”, en su mayoría, porteños y porteñas que cargan la locura a cuestas, que son simultáneamente marginales sociales y sujetos curiosos tocados por la creencia en otros mundos.

Aunque muchos de los personajes podrían definirse como prototípicos de la ficción gótica, gracias a un lenguaje urbano y confesional están reactualizados. Las protagonistas de “La Virgen de la tosquera” comparten sin conflictos el imaginario de la bruja medieval y el de la piba de barrio. Sin embargo, la figura literaria gótica, el tropos, se piensa después, puesto que tenemos en un primer plano a un personaje contando diestramente su anécdota, la cual empieza siendo anodina para luego colmarse de densidad. En ese sentido, Enriquez logra crear atmósfera, que es la base de estas narrativas. La revelación que espera el lector es siempre contundente. Por un lado confirma lo terrible añadiendo sorpresa y por otro transmite una incomodidad anómala.

Las mujeres de los cuentos hablan desde la impotencia y la soledad, pero eso no quiebra sus discursos. Fumar en la cama se convierte en riesgosa costumbre, metáfora de angustia, de quien está enajenada por la rutina y el aislamiento. El cuento homónimo del volumen sale de la lógica de la literatura de suspenso y de terror y juega con un dato de la vida de Clarice Lispector. En Why this World, el biógrafo Benjamin Moser cuenta que a la escritora sus adicciones le jugaron mal. La mezcla de cigarrillos y pastillas para dormir ocasionó que en septiembre de 1966 casi muriera quemada en su cuarto, con la mano derecha terriblemente lacerada por haber intentado salvar sus papeles del fuego y, después, por poco amputada. La historia, que bien podría pertenecer al libro de Enriquez, se rodea del misticismo de la religión afro-brasileña Umbanda, incluyendo una posesión espiritual no pactada en el lujoso departamento de Copacabana de la periodista Rosa Cass.

Un espiritismo más anodino aparece en el relato “Cuándo hablábamos con los muertos” y lo hace desde la particularidad de la historia argentina reciente. Los difuntos que un grupo de amigas de secundaria quieren contactar son desaparecidos. La narradora, la Pinocha, la Julita, la Polaca y Nadia se reúnen para jugar ouija y en una de las sesiones deciden averiguar sobre “sus” desaparecidos, unos más cercanos otros muy contingentes, aunque sobre todos ellos se ejerce un tipo de propiedad. “Pero además la Julita era muy tremenda: decía que si encontrábamos los cuerpos, si nos daban la data y era posta, teníamos que ir a la tele o a los diarios, y nos hacíamos más que famosas, nos iba a querer todo el mundo” (212).

La tragedia nacional convertida, acaso neutralizada, por el uso mediático se reinstala en las nuevas generaciones como referencia, parcialidad, rezago: “Pero ahora ya todas sabíamos de esas cosas, después de la película La noche de los lápices (que nos hacía llorar a los gritos, la alquilábamos como una vez por mes) y el Nunca más —que la Pinocha había traído a la escuela, porque en su casa se lo dejaban leer— y lo que contaban las revistas y la televisión” (214). Con episodios así, Enriquez revierte el sentido de la parodia de la ficción gótica (a la Northanger Abbey de Jane Austen) que por momentos parece leerse en algunos de sus cuentos. Mientras que en las parodias personajes afiebrados de literatura generan una atmósfera de suspenso que luego se descubre prosaica. En Enriquez los protagonistas son encontrados por aquello insólito que desean, que los libera de la banalidad de lo cotidiano y los hace especiales. El verdadero terror duerme pues en la normalidad.

Con Los peligros de fumar en la cama, Enriquez deja claro que posee una las prosas cuentísticas más interesantes de la región. A la par de escritoras contemporáneas como Guadalupe Nettel, Samantha Schweblin o Lina Meruane; y que, además maneja con soltura una narración no realista que se abre camino cada vez más en la literatura actual. Olga Rodríguez Ulloa

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Noticias del Uruguay

portadaLos árboles sin bosque.
Muestra de  literatura uruguaya  contemporánea.
VVAA
Selección de autores: Equipo Malabia.
Ediciunes Carena 2010.

           
Esta antología ha sido recopilada y publicada por el equipo redactor de la revista digital Malabia, que  ocupa un lugar destacado en el bosque de revistas que circulan por internet. La antología recoge textos en verso y en prosa, poesía y narrativa, cosa poco frecuente en las antologías hechas y publicadas en España, donde cada género suele ocupar un compartimento estanco.

Uruguay presume de ser uno de los países de América Latina con más escritores por kilómetro cuadrado, y de poseer uno de los sistemas escolares más prestigiosos del subcontinente americano. Como escritores de prestigio universal basta con mencionar a Juan Carlos Onetti, Juana de Ibarbourou, Delmira Agustini o Idea Vilariño . Es un país marcado a fuego por la política, que ha llevado a muchos de sus creadores a vivir en el exilio aunque sin perder nunca la conexión con sus orígenes. Precisamente en esta antología que comentamos hoy se recogen obras de escritores de dentro y de fuera del país, porque forman siempre un conjunto unitario y porque no hay ruptura entre los que se quedaron y los que tuvieron que exiliarse por motivos políticos o económicos.

Los árboles sin bosque recoge fragmentos de las obras de catorce escritores y ocho escritoras, cada uno de ellos con una voz personal y propia. No tienen nada en común salvo el amor por la Literatura, con mayúscula, y el deseo de transmitir al lector una emoción estética además de una mirada sobre el mundo.

La antología se abre con “Un árbol es el bosque”, poema de Roberto Juarroz, que sirve de justificación del título y nos da pie a pensar en cada uno de los árboles, los escritores, que nos transmiten su voz. Germán Machado inicia la antología precisamente con su poema Bosque: “Hay un bosque dentro de este bosque/ y en el claro hay un claro”.  A partir de aquí encontramos la poesía dura, pesimista, dolorida de Selva Casal “Comemos y seremos comidos/ porque parece que dormimos”. La poesía clara de Amanda Berenguer, recientemente fallecida: “ Acaso no esté sola para siempre”. La ironía de Cristina Peri Rossi: “Y vino un periodista de no sé dónde/ a preguntarnos qué era para nosotros el exilio”. La poesía discursiva de Enrique Bacci. La preocupación por la palabra de Mariella Nigro: “Sinuoso el camino de la idea/  la palabra persigue la cosa para nombrarla”. Encontramos tantos caminos como poetas. A los ya mencionados hay que añadir a Silvia Guerra, Tatiana Oroño, Héctor Rosales, Álvaro Ojeda, Circe Maia, Álvaro Miranda, Javier Etchemendi, Roberto Genta, Alfredo Fresia, Melba Guaraglia y Luis Bravo.

En los prosistas encontramos también caminos muy diversos, como los que en su momento representaron para la novela y el relato uruguayos las obras de Onetti, con su desolación y amargura existencial,  y las de Felisberto Hernández, cuentista excepcional.

En la antología se recogen muestras de los prosistas Hugo Fontana, Federico Nogara, Rafael Courtoisie, Alicia Migdal, Henry Trujillo y Miguel Motta.

Antología interesante no sólo por la calidad de los autores recogidos, sino también por ser un panorama de una de las literaturas más prolíficas de América Latina que nos acerca nombres y obras poco o nada conocidos en España.  Mª Cinta Montagut

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La brevedad de la mirada

 

portadaLa luz
Coriolano González Montañez 
Ediciones Idea, Tenerife, 2010

En este  poemario, el último publicado hasta ahora, Coriolano González Montañez, autor canario de consolidada trayectoria, nos ofrece un recorrido por la naturaleza y el amor mediante el uso del haiku y el tanka, formas estróficas japonesas que suponen para el poeta todo un desafío.

El haiku, poema breve de diecisiete sílabas organizadas en el esquema 5/7/5 y sin rima, busca siempre a través de la sencillez, la sutileza y la austeridad, capturar el instante, la emoción de un momento aparentemente banal pero lleno de significado. El poema busca la emoción que el lector y el autor compartirán gracias a la palabra. No hay retórica, ni reflexión, ni expresión intelectual, sólo la emoción directa que aspira tanto a la universalidad como a la intemporalidad. La desnudez busca una verdad propia que se ofrece al lector para que la haga suya. Este tipo de poemas expresa siempre la cotidianidad, la naturaleza, la fugacidad del tiempo.

El tanka añade al haiku dos versos más, y la temática, demás de incidir en la naturaleza, añade el amor y el erotismo.

Coriolano González Montañez nos ofrece un recorrido por la naturaleza isleña, quiere presentárnosla en estado puro pero siempre encuadrada en un tiempo preciso. El poemario se divida en tres partes, en una estructura clásica que nos remite a los tres actos del teatro, planteamiento, nudo  y desenlace, y que en cierto modo este libro respeta.

La primera parte, titulada El acantilado y la platanera, vemos la naturaleza a través de las estaciones de año, es decir, del tiempo, con una presencia marcadísima de un léxico temporal: por ejemplo, la noche, el crepúsculo, el anochecer, la mañana, la tarde..., todo lo cual une la naturaleza con el propio ser temporal del lector. Todo es tiempo y, por lo tanto, todo es pasajero, todo deviene y todo vuelve a ser, el mundo es cíclico.

En la segunda parte, En este lugar de desgarro, la naturaleza declina y  al mismo tiempo es portadora de un tiempo desaparecido, el tiempo del recuerdo. Aparece entonces el amor, el erotismo, el disfrute del placer prohibido y del placer gozado en plenitud: “Por fin ardientes/ la noche y la mirada/ se vencen en el cuerpo”; “el amor lacerante/ trasciende el apetito”.

La tercera parte, Albor, nos trae la presencia del mar,  de la familia y, otra vez, del tiempo. Destaca la presencia de la relación paterno filial: “En la camilla / el niño busca al padre”, como expresión del amor puro e incondicional que tal relación provoca.

Los poemas de este libro no dejan indiferente; son flechas certeras que apuntan a la emoción del lector, y me atrevo a decir que muchos de ellos  que rozan la perfección.
Coriolano González Montañez se une a la lista de poetas que en español han adaptado la estrofa japonesa a la sensibilidad occidental, como lo hicieron antes Jorge Luis Borges o  el peruano José Watanabe. M Cinta Montagut