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índex català     septiembre - octubre  n° 50

¡Cómo te quiero, manito…!
Enrique Vásquez Valladares

 

Sí, es verdad, tuve muchas mujeres en mi vida y tú, por cierto, no fuiste una de ellas. La verdad es que ahora, con la objetividad que me permite el paso del tiempo, creo que si alguien se perdió de algo, fuiste tú. Jamás estuve entre tus planes y no te culpo. Sería injusto. Dos años pues…son demasiado. Supongo que bajo esas circunstancias hiciste lo lógico. Y es que mientras tú volabas por las escaleras, sonrisa extendida y zapatos "tac tac" de tacón, yo cubría mis manos de tierra tratando de quiñar con mi canica azul esa otra color rojo por la que sudaba tanto Robertito.

      A esa edad, los días son muy largos, demasiado diría yo. Amanece muy temprano y anochece muy tarde. Los días eran de veinticuatro horas, pero horas del tipo "am", o sea de "adolescente medio". Mucho espacio por llenar. Tanto, que fueron exactamente esos los días que terminaron por separarnos. Lo hicieron así como quien dice, sin una pizca de compasión y sin el menor indicio de misericordia. Y aunque por aquellos días sentía que la cancioncita mexicana, esa de la distancia entre los dos es cada día más grande, me retumbaba al oído cada vez que te veía, la inocencia sólo me acompañó hasta mi cumpleaños número doce. Ese día, no sólo tomé conciencia de lo inalcanzable que eras, sino además pasaste a convertirte en el símbolo sexual de barrio que todo adolescente que se respete merece.

      Mala. Mil veces mala. ¡Bah…! A quién quiero engañar... de mala no tenías nada. Al contrario, ¡estabas buenísima…! lo que pasaba es que tenías catorce y eso, por aquellos días, era mucho decir. Vivías frente a mi casa y tu dormitorio, rosado y con patilargas de pelo amarillo y piel naranja que colgaban de la pared, se veía directamente desde el mío. Supongo que mis primeras miradas se dieron así, por estricta curiosidad. Ya luego y por culpa de esas inmensas horas "am", empecé a mirarte, por decirlo así... de otra manera. Y supongo también que por eso no olvidaré jamás aquel cumpleaños número doce. Mamá había preparado gelatina, comprado serpentinas de colores y como para redondear la humillación, se le ocurrió invitar a Robertito, el regordete de mi primo que a sus once años se ponía rojo como una manzana y traspiraba un misterioso olor a vino de iglesia. Esa tarde nada me importó, y es que poco antes de que llegaran los invitados te espié desde mi ventana por primera vez. Salías de la ducha y tu piel era deliciosamente pálida. Lo hice por dos minutos y de ahí me encerré en el bañito azul, el del fondo, por otros diez. Rico.

      Ya con el tiempo empecé a espiarte más seguido y aunque nunca te enteraste, fuiste mi primera mujer. ¡Y no te imaginas lo que te hice y en que lugares te lo hice! En un tanque de guerra, en el carro de tu papi, en un cohete espacial y hasta una vez, me acuerdo, en medio de la cancha del Estadio Nacional y con toda la tribuna coreando mi nombre (ni modo, la selección había ganado y merecía un homenaje). A veces, miro la palma de mi mano y la nostalgia de tu recuerdo me invade. Y aunque debo aceptar que te fui infiel algunas veces; el bañito azul, el del fondo, es testigo de que siempre, inevitablemente, regresaba a ti.

      Buenas épocas. Sería injusto decir que no fui feliz por entonces. Disfrutaba desde mi ventana, clandestina o abiertamente. Sea para espiarte a través de la rendija que ofrecían tus cortinas semiabiertas o sea también para seguirte con la mirada hasta que tu imagen se perdía al voltear la esquina. Por entonces ya empezabas a salir solita. Ibas a la bodega, a pasear con tus admiradores y hasta una vez te vi bajar, sin compañía alguna, del bus. Pero fue recién cuando te hiciste ese corte de pelo cuando comprendí que estabas creciendo. Así pintadita, tus ojos parecían uvas sin cosechar, y tus pecas indescifrables, puntos suspensivos. Y crecías por acá y por allá. Y más crecías y más apretados eran tus jeans. Y más crecías y más corto te quedaba el polito. Y más crecías… y yo más imaginativo que nunca allá en el bañito azul, el del fondo, rindiendo homenaje a tu ombligo; porque, aunque ni cuenta te dabas, no dejaba de mirarte.

      Luego tuve mi primera novia. Ya tenía catorce años y tú, claro, dieciséis. Viviendo mis interminables horas "am" y mirándote pasar con la impotencia de que la distancia entre los dos es cada día más grande. Bueno, lo cierto es que estrené novia. Perla se llamaba. No sólo tenía catorce, lo que la hacía casi una mujer, sino además tenía pasado y encima con uno de dieciséis. Me chapó. Una noche, en la fiesta de Paloma, y cuando me despedía de ella a las puertas del ascensor, Perla, me partió la jeta con un beso de aquellos, que me desveló las siguientes quince noches. Las horas a partir de entonces se hicieron mas "am" que nunca y por un tiempo no hice más que caminar en punta de pies y sobre algodones. La amaría toda la vida y ella a mí. Y así fue que nuestro amor duró quince días, pero no fueron quince días comunes y corrientes, fueron quince días "am", algo así como trescientos dieciocho de los actuales. Una tarde me llamó por teléfono y sin mucha ceremonia me pidió que no vuelva a buscarla porque el de dieciséis, que según ella ya cumplía diecisiete, había regresado. Y ese fue el primer eslabón de una cadena que me mantendría unido por siempre a ti. Mi primera de tantas recaídas. Regresé a ti. O lo que era lo mismo, a la ventana de mi dormitorio. O lo que era también lo mismo, al bañito azul, el del fondo.

      Qué difícil acercarme. Siempre sintiéndote lejana, siempre la distancia entre los dos es cada día mas grande… y tú, con tus dieciséis que ya subías a un escarabajo y hasta trepabas a cierta moto que tu mamá odiaba. Por entonces ya usabas perfume y llevabas tu minifalda rosa; tus tacos "tac tac" golpeaban la pista y una docena de pulseras plateadas tintineaban en tus brazos de verano. Y me veías y me saludabas a tu paso con tu rojizo peinado ochentero que sumaban cinco centímetros más de los que tus "tac tac" ya te daban y tu saludo era más insípido que los chicles mascados que pegaba bajo la mesa del comedor y ni cuenta te dabas que me saludabas y menos te importaba si te respondía y yo…y yo cien por ciento imaginativo en el bañito azul, el del fondo.

      Hasta que apareció Tina. Mira que cosa pa’ huachafa, Tina era argentina. Tenía quince igual que yo, pero había vivido en Francia, y en París además. Allá en París a los quince, o eres niña o eres mujer. Ella era mujer. De las que escogían su ropa interior y se echaba perfume de la cintura para abajo; de las que usaban "tac tac" alargados de noche y tomaba una pastilla al día para no dejar de enfermarse (oxímoron que sólo entendí seis años después). Una tarde en el Roma, viendo Terremoto, cogió mi mano nerviosísima y en medio de un sacudón en San Francisco, con sensourrond y todo, qué dulce, tomó mi mano y se la colocó sobre la derecha, y no hablo precisamente de su mano. Terremoto total. Tina me duró tres meses, el último de los cuales me bajó tres kilos, a kilo por vez, porque fueron tres los sábados que nos pasamos engrapaditos en el zaguán de su casa. Hasta que se fue a Argentina así, sin más ni más, diciéndome con ese dejo porteño: "Y… me tengo que ir… ¿viste?" Y entonces ni modo, otra vez solo y de vuelta a ti, yo con dieciséis y tú con dieciocho y la distancia entre los dos es cada día más grande y los días "am" ahora con necesidades que antes no tenía y con la ventana de tu dormitorio frente al mío y mi imaginación que se despertaba en el bañito azul, el del fondo…

      Luego desfilaron Mariela, Sofía, la "peludita", Maria Inés y cuchumil más sin que ninguna me ponga el terno para la iglesia pero todas dignas de recordar por una cosa u otra…aunque no; pensándolo bien, a todas las recordaba por la misma cosa. Y entre una y otra estabas tú, saludándome con saludos de chicles pegados bajo la mesa, y subiendo a autos cada vez mejores con tus "tac tac" cada vez más altos y tus faldas cada vez más cortas. Hasta que un día algo pasó; cambiaste la mini por un overol de esos que dejan espacio para la pancita y te casaste con un gringo transparente que te llevó a USA y en USA el gringo se portó como un USANO pero con G, porque antes del año te devolvió, "transparentito" incluido, a Lima, donde curiosamente por fin empezaste a saludarme como chicle de estreno, y la distancia entre los dos ya no era cada día más grande; justo cuando mis días hacía tiempo que habían dejado de ser "am" y tú ya no usabas "tac tac" como los de antes, porque, una tarde me confesaste avergonzada, te dolían los riñones.

      Ahora te veo seguido. Ya me miras, me saludas, me haces gracias y sonríes. Me invitas chiclecito y paseas en el parque al nene que se llama Johnny y parece un chupete de vainilla con pelos que me dice tío, y con quien te molestas si no me da un beso cuando me saluda. Y por las mañanas me haces "chaucito" desde tu ventana y me has pedido que te acompañe el domingo a llevar al "transparentito" al zoológico. Que después me invitas un café en tu casa y podemos ver la televisión así, juntitos… Pero no. Ya nada es igual. Te recuerdo en mis días "am", te miro ahora justo cuando la distancia entre los dos es cada día mas corta y lo único que siento es que de tu amor y de mi amor no está quedando nada. Entonces pienso en ti con tus "tac tac" de antes, tu falda rosada y esa cinturita que se te quedó en USA; miro la ventana del segundo piso y elijo tu recuerdo, el bañito azul, el del fondo y... ¡cómo te quiero, manito!

©© Enrique Vásquez Valladares 2005

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Enrique Vásquez ValladaresCarné: Enrique Vásquez Valladares nació en Lima en 1959. Dedicado a los negocios en el sector eléctrico-industrial, empieza sus actividades literarias en el año 2002, con la publicación en portales electrónicos de literatura de sus primeros relatos "Todo por culpa de Muriel" , "Dudas de un aficionado a la fotografía" y "La vida imperfecta de un escritor" (Editor Literario Badosa-España). Posteriormente publica su primer libro de relatos titulado "El narrador y la mujer más feliz del mundo" (Ed. San Marcos, 2003) y un año después su primera novela "De atardeceres perros y veranos sin ti" (Ed. San Marcos, 2004). Otros relatos suyos, como "Psicotropismo" y "Extenuado" han sido recogidos en revistas especializadas de literatura en España (Cuadernos del Minotauro – Madrid 2004 y Pnemósyne – Tenerife 2004 respectivamente).

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septiembre - octubre  n° 50

Narrativa

Rafael E. Saumell: Mi padre, que es una persona importante
Hernán Ortiz: Hay una bomba en el cielo
Hernán Ortiz: Aura en mi nariz
Enrique Vásquez Valladares: ¡Cómo te quiero, manito…!
José Luis Torres Vitolas: El retrato
Gabriela Izcovich: Larga duración
David Vergara: Glenda y Martina

Ensayo

La cirugía estética aplicada a la sociedad por Begoña Matilla

Notas de actualidad

VI Encuentro Internacional de Mujeres en
el Arte México-Italia 2006

XVII Concurso Navideño de Literatura en Euskera

Reseñas

Leyendo, escribiendo Julien Gracq
Cuentos sanfermineros Patxi Irurzun
El vano ayer Isaac Rosa
Mujeres difíciles, hombres benditos Fernando Ampuero

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