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índex català   sep - oct  2002  n° 32

NOTICIAS DEL BULEVAR PERIFÉRICO
bulevarEloy Fernández Porta

 

Periferias La publicación –con escasos meses de diferencia en este caso- de dos primeros libros de naturaleza inusual como son La matriz y la sombra de Ana Prieto Nadal (El Acantilado, Barcelona, 2002) y Otro de Robert Juan-Cantavella (Laia, Barcelona, 2002) suele propiciar, además de los comentarios elogiosos que ambos vienen mereciendo, una consideración entre reverencial y preventiva sobre lo anómalo o arriesgado de las propuestas, que en el cas presente, además, son inusuales de manera dispar y se aúpan a riscos bien distintos. Admitidas las dos premisas, creemos que un comentario combinado de ambos libros puede sacar a la luz una conclusión no tan evidente: lo que, en casos aislados, suele describirse como una tendencia local o silvestre a la excepción o disidencia, configura de hecho, si no una tendencia en el sentido histórico del término, sí una línea en el desarrollo de la narrativa española más reciente, que con harta frecuencia se presenta bajo el signo de la innovación formal. Es este signo el que nos permitiría hablar en conjunto de propuestas tales como la distorsionada visión de la novela de formación presentada en los últimos años por Alberto Olmos o Javier Pastor, la reinvención del relato humorístico a cargo de Hipólito G. Navarro o Mariano Gistáin, las fecundas investigaciones en prosa poética propuestas por Menchu Gutiérrez o Eloy Tizón, la deconstrucción del discurso narrativo a partir de la conspiración y la paranoia en Germán Sierra o Antonio Orejudo. La nómina puede ampliarse y lo hará por sí misma: si un común denominador une estas propuestas –en una época en que la ausencia de común denominador es una preocupación habitual, si no un hándicap, del discurso crítico- ese es el carácter rompedor de obras que en otro tiempo hubiéramos llamado de vanguardia, que hoy configuran una forma de ruptura sin programa ni dogmatismo de grupo, y que acaso en el futuro, precisamente por este último aspecto, sean consideradas como focos o avances de una nueva modalidad de literatura. Un segundo rasgo común, este sociológico, entre los autores que se han mencionado: todos ellos son una apuesta de editoriales independientes, o constituyen la parte más revulsiva del catálogo de editoriales mayores, cuando no la coartada cultural de los mercaderes del templo. Aun premiados o reconocidos por parte de la crítica, cada uno de estos autores forma parte de lo que Don Webb llamaba el slipstream, esto es, la corriente creativa que por definición se aparta de la tendencia dominante, y que merece una reflexión específica que queda fuera de las posibilidades del reseñismo condicionado por la dictadura de la actualidad. La última consideración previa que creo preciso hacer tiene que ver con este punto: en un país en que se habla con naturalidad de escena independiente a propósito de la música, el cine o las artes plásticas, se hace cada vez más preciso hablar con especificidad de una literatura independiente con autores, temáticas y público propios. Las frecuentes quejas indirigidas acerca de los demasiados libros y la ausencia de líneas mayores identificables no son sino la muestra de una cierta indecisión, por parte de quienes tratamos con y de la actualidad literaria, a la hora de dividir la escena, identificar dinámicas y gustos distintos y hacer posible un tipo de lectura que cuestione las convenciones de la Lectura misma. Es en este sentido que quisiera comentar en las dos obras mencionadas el carácter común de su independencia, más allá de la muy saludable anomalía que cada una a su modo representa.

Matrices y ríos En una escena cultural que tiende a solicitar y celebrar cualesquiera fabricación de la intimidad femenina, mayormente como simulacro voyeurista para el disfrute masculino, o como invitación a una supuesta complicidad femenina que con frecuencia se revela como autocomplaciente y comodificada, la propuesta de Ana Prieto Nadal (Barcelona, 1976) destaca por un rasgo que rara vez se reconoce en una novela (nouvelle en este caso) de amor oscuro: la capacidad de abstracción. "Pensar la emoción y sentir el pensamiento" es un principio, no del todo romántico, que conviene a La matriz y la sombra, recuento de una pasión parisina en que la topografía emotiva de la ciudad, evocada al fondo, acoge un grave, luminoso tono confesional, bien lejos de "los allegados de la medianía sentimental" (pg. 43): tono fundado no tanto en la anécdota privada como en la recapitulación de la misma en figuras del dolor y la reconstrucción. La narradora de La matriz y la sombra se revela, en su primera parte, en una insólita identidad: la del Sena y el Támesis, que es a la vez la imbricación entre la belleza londinense del pasado (Gustavo) y el amor parisino del presente narrativo (Rogelio). A partir de un reconcentrado despliegue de símbolos, oscilando entre la primera y la segunda persona, asistimos a una construcción de la identidad afectiva y sexual, que parte de imágenes de la transformación y el transcurso (lo fluvial, lo permeable) para ir precisándose en figuras de la decisión (el ojo, el puñal), y que tiene uno de sus centros retóricos en el uso de las metáforas del animal.

La prosa de Prieto Nadal, áspera y sabia, fuertemente adjetival, encuentra en sus calculados arcaísmos una nocturna expresión del desasosiego, que tiene su cenit en la escena en que el solitario pesar de la narradora se despliega en la comunidad herida de un coro de bacantes. Una prosa, pues, que fluye en fragmentos alrededor de poemas de amor doliente, ocho en total, a los que se añade una breve, concisa oda a la urna propia, en la que cabe ver una de las direcciones principales del libro: la afirmación del deseo propio, en confrontación –no precisamente democrática, pues hablamos aquí de una desolación situada "en lo insalvable de la naturaleza" (pg. 75)- con los ajenos. No le falta a esta ficción cierta dimensión social atenta a los problemas gender (la crítica a la cultura femenina de la tolerancia y a la visión masculina de la promiscuidad), pero ésta queda en segundo plano respecto del trabajo principal de la obra: la elaboración de una memoria del cuerpo que, a la manera del bajorrelieve egipcio descrito hacia la mitad del libro (pg. 57), inventa su propia cronología, fuera del tiempo, y crea un espacio absoluto y privado.

El carácter monologal de esta nouvelle, su reducción de los amantes a un conjunto de rituales y de la situación de pareja a una única sensibilidad, no la cierra a las discusiones contemporáneas sobre la política de la intimidad. Muy al contrario, podría leerse La matriz y la sombra como una tenaz réplica a una serie de modelos y figuras ideológicas en boga: así, al paradigma usal de la expresión de la intimidad como verismo reivindicativo apropiado al momento se ha opuesto aquí una idea de la privacidad como invención retórica atemporal; al impudor como mera revelación de lo oculto compartido se ha opuesto la creación de una modalidad estrictamente personal, consecuentemente hermética, de impudicia; sobre todo, la idea dominante, y en absoluto revulsiva, de la matrix como órgano de control y ordenación (síntoma del temor al control femenino, diría algún que otro lacaniano) es aquí sustituida por la de la matriz como generación de afluentes y meandros de un río narrativo. Por demás, si a un primer libro suele pedírsele –si a la intimidad de una autora de primer libro se le pide- una declaración de influencias, cierto gregarismo doméstico y alguna fidelidad a la falsilla escolar de turno, este libro no es –no puede ser- una primera novela, por fortuna para los lectores.

Peregrinaciones Si en el París de Ana Prieto Nadal "los elementos de la realidad se mezclan absurdos, ingrávidos, inconexos" (pg. 67), el laberíntico espacio literario de Robert-Juan Cantavella (Castellón, 1976) es "una ciudad que borra sus líneas maestras, que se torna incomprensible si te acercas." (pg. 59). El segundo punto en común entre ambas narraciones –más allá de este ser y no ser una primera no-novela- es la figuración de pesadilla de un espacio urbano radicalmente subjetivizado, falacia patética de búsquedas más desgarradas en un caso y más teóricas en el otro, en que los nombres e itinerarios de la geografía realista desaparecen para abrir el camino de una errancia. En Juan-Cantavella el tema del vagabundeo se relaciona con la concepción sterniana de la página como espacio y, más acá, con la liberación del modelo de página propuesta en las critifictions de Raymond Federman, en los escalaborns de Carles Hac Mor o en los movimientos de Ramón Buenaventura: en el mapa de la experimentación formal quizá la definción más apropiada sea la de textualista, por su obsesivo, a ratos hilarante tratamiento de los materiales escritos como sustancia última del argumento. Partiendo de la historia de un pueblo transformado y vuelto a cartografiar por la implantación de los postes de teléfono en sucesivas fases, el autor desarrolla la novela como una permutación no lineal de doce fragmentos, en que la tensión narrativa viene dictada no ya por el hilo argumental sino por la creatividad tipográfica, que se sirve de columnas laterales para figurar el contraste entre publicidad y vida cotidiana (en el capítulo "Horden") o encuentra en una compleja modalidad de puesta en página la más ajustada representación formal de la caída (en "Ícaro").

Otro es, entre otras cosas, la historia de una búsqueda, la de un niño capaz de volar cuya misión es primero perseguir y luego seguir a un paciente de psiquiátrico llamado Escargot, quien prepara un documental cuyo final debe suceder en una tienda de caramelos. El motivo de la búsqueda da lugar aquí, como en la forma más torcida de la novela detectivesca, a imágenes de la desposesión: el sirviente –"la vida privada del servicio debe ser eso, privada del servicio" (pg. 37)-, el anciano, el peregrino, cuyo personaje se desarrolla en uno de los capítulos finales explotando la polisemia del nombre y narrativizando las entradas de un diccionario ficticio. Fiel a la tradición sterniana, el autor yuxtapone e imbrica, con voluntad inequívocamente cómica, los órdenes de la pérdida y del método, del sistema y de su ausencia total; así, el tema del vagabundeo se relaciona con la pormenorizada descripción de la dinámica empresarial y la lógica del mercado –en la compañía Poste, en una empresa cerillera-, que inciden a su vez en la idea de un movimiento autojustificado, dictado por el esencial nihilismo de la economía.

En el fondo, la ciudad de Otro es la del caos contemporáneo de las voces y discursos, el de una insultante y gozosa negativa a imponer una ordenación central a la babel de los microrrelatos. Se trata, en este sentido de un libro paraliterario, lo que quiere decir, abierto a las formas no canonizadas de la escritura –con su constante diálogo entre información técnica y meandros de argumento-; asomado, de manera teórica y avisada, al abismo de lo no literario; interrogativo, e interrogador, respecto de la naturaleza de la literariedad. Su resistencia a aceptar las nociones adquiridas de texualidad es, como lo es a su distinta manera la de Ana Prieto Nadal, un indicativo de que los intentos más imprevistos y la afirmaciones más contundentes siguen sucediendo en la periferia de nuestras letras.

© Eloy Fernández Porta

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  septiembre - octubre 2002  número 32 

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