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noviembre -diciembre 2000  num 21

En el centenario de Roberto Arlt

En el centenario de Roberto Arlt1
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por Ari Roitman

En el año de su centenario, nada más oportuno que unas líneas sobre este escritor, una referencia insoslayabale en la literatura latinoamericana, prolífico fabricante de cuentos, crónicas, obras de teatro y, sobre todo, novelas que marcaron a su generación y a las futuras generaciones literarias argentinas. Borges le dedicó un sutil homenaje en un cuento; Cortázar, Sábato y Piglia declararon su admiración por él, y también su deuda con él. Por desgracia, sus insólitos personajes y su lenguaje duro y personalísimo (dicen que escribía como hablaba) casi nunca traspasaron las fronteras de su país. Lamentable pérdida, sin duda, porque su obra merece la lectura, y también un atento estudio, y no solamente por su valor literario, sino también por todo lo que nos proporciona de conocimiento de la cara oscura de la sociedad de su época y –digámoslo de una vez, sin miedo a exagerar- de las miserias de la condición humana.

Roberto Arlt perteneció a la clase de los malditos, a la especie de los visionarios, al género de los marginales; le gustaba alardear de su amistad con borrachos, prostitutas y bandidos. "Ellos están lejos de la verdad", confesó, "pero me fascina el salvaje impulso inicial que los lanzó a la aventura". Y es por esta misma razón que sus personajes más inolvidables son los ofendidos y los humillados, los locos, los falsos profetas y los delincuentes.

Obsesionado por el misticismo, su primer libro fue un sorprendente tratado sobre las ciencias ocultas en Buenos Aires. Excéntrico y ambicioso, Arlt intentó hacer fortuna con inventos que siempre fracasaban; entre otros sueños quijotescos, llegó a patentar un sistema para fabricar las llamadas "medias eternas", medias de nailon galvanizadas cuyos hilos jamás se corrían. Paralelamente, escribía a un ritmo desenfrenado tramas compuestas de delirio, degradación y una sexualidad explosiva.

Su estilo, en la época, fue objeto de fervientes polémicas. Cuando lo acusaron de escribir mal, respondió: "... es posible, pero yo podría mencionar mucha gente que escribe bien pero sólo es leída por sus dignísimos familiares". En cualquier caso, la escritura de Arlt no encaja en los moldes de la elegancia textual. Autodidacta que sólo llegó al tercer grado de la escuela primaria –nació en una familia muy pobre–, inauguró la novela urbana argentina, mezclando en sus libros el lenguaje del pueblo, de la calle (el lunfardo, jerga de las clases bajas y de los marginales), con el estilo pomposo y grandilocuente de las traducciones baratas que leía sin parar y la impronta de los grandes escritores que fue descubriendo sin ayuda de nadie. "Escribo en un idioma que no es propiamente el castellano" dijo de sí mismo un día. "Es el porteño."

Sus obras más conocidas son Los siete locos, El juguete rabioso, El jorobadito y la serie de breves crónicas periodísticas sobre su ciudad tituladas Aguafuertes porteñas. La primera, publicada en 1929, es sin duda una de las novelas más importantes de la literatura argentina. Y con Los lanzallamas (1931) -que en el fondo es su continuación, tanto en la trama como en el desfile de personajes- forma un conjunto que puede leerse sin intervalo, como capítulos sucesivos de un único volumen. Juntas, las dos novelas llevan al límite una idea espantosa, más por la crudeza con que el autor la expone que por su originalidad: un extraño grupo, harto de las asperezas del mundo que lo rodea, funda una secta cuyo objetivo es derribar el orden establecido y promover un renacimiento espiritual. Hasta aquí, nada del otro mundo. No obstante, lo que llama la atención, es que la fórmula salvadora consiste en hacerse con el poder para crear una nueva sociedad basada –paradójicamente– en el engaño y la explotación despiadada del pueblo. Para este grupúsculo de elegidos, la redención está en la alienación de las masas, en la reducción de la cultura, de toda la cultura, a mera tecnología, a la utilización masiva de la mentira y de la violencia como único medio de dirigir los negocios del mundo. Se trata, en una palabra, de aplicar al tejido social la vieja máxima de la homeopatía: similia similibus curantur: Para una sociedad corrupta y criminal, el crimen y la corrupción son la mejor cura.

Hijo de un padre cruel y autoritario, Roberto Arlt fue um hombre perseguido por una angustia de alto voltaje. Su producción más significativa es la de los años treinta, década en que la Argentina y el mundo se debatían en una feroz crisis económica. La lucha por la supervivencia, siempre desigual y amenazadora, marcó hondamente la obra (y la vida, naturalmente) de Arlt, dominado siempre por el miedo a la ruina. De ahí su predilección por personajes excluídos; de ahí también su repetitiva fijación en dos temas, el sexo y el dinero -o en variantes de esta pareja, como el amor y la felicidad, siempre presentes como expectativa y frustración-, que se entrelazan y llegan a su más perfecta síntesis en la prodigiosa idea de crear una red de prostíbulos para financiar la revolución de Los siete locos.

Ante un mundo en crisis, el universo literário arltiano representa un rechazo anárquico al capitalismo del "sálvese quien pueda" y al fariseísmo pequeñoburgués, aún a costa de los excesos, de la búsqueda incansable de experiencias límite, de los delirios mesiánicos y la presencia constante del mal como posibilidad y de la transgresión como salida.

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© Ari Roitman
Traducido del portugués por Daniel Najmías

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