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manOrhan Pamuk, Estambul y el Nobel

Leyendo Estambul , su último libro publicado en España, uno llega a conocer tanto la figura del último premio Nobel de literatura como la de la mítica ciudad a orillas del Bósforo. Se trataría de una narración en la que se produce una simbiosis perfecta entre la capital turca y la biografía del autor. Las historias íntimas de ambos protagonistas se entrelazan para dar a conocer la complejidad de su esencia; por un lado, la del ser humano, como fruto de una tradición que se hereda a través del cordón umbilical de la familia y que acaba por solidificarse en el ámbito del barrio, la escuela y las amistades, y por otro, el de la ciudad, que en su trajinar por la historia va recabando múltiples influencias para finalmente adquirir una idiosincrasia singular que la diferencia del resto. No obstante, asombra comprobar cómo tales particularidades son a su vez universales, y que tanto Orhan Pamuk-escritor y Estambul-capital, pueden ser, si nos propusiéramos un ejercicio de paralelismos, cualquiera de nosotros y la ciudad donde crecimos.

Lo que digo está en cada página del libro, sucediéndose -por lo que el autor considera su "secreta estructura"- a través de lecturas variadas, grabados y fotografías que dotan la obra de una riqueza inigualable en cuanto a las innumerables perspectivas y fuentes culturales que se pueden consultar para dar a conocer la historia de un pueblo. Dichas fuentes, sin embargo, no fueron consultadas exclusivamente para la redacción del libro, Orhan Pamuk ha sido de toda la vida un cazador de material literario y pictórico de Estambul, ciudad de la que ha adquirido un conocimiento que en ocasiones produce envidia, ya que dicha sabiduría desemboca en una riqueza personal, en una especie de tesoro que brinda al individuo un cierto confort, una seguridad a la hora de explicarse y conocerse. Diríase que esta generosa muestra bibliográfica de Estambul otorga derecho al autor de presentarse a sí mismo y lanzarse a contar su vida acudiendo a la memoria sin el menor temor a entrar en los entresijos más íntimos, convencido de que una biografía superficial resultaría fraudulenta.

La universalidad de Estambul es quizá una síntesis fidedigna de la obra y el pensamiento de Orhan Pamuk, y una razón más para la Academia Sueca a la hora de otorgarle el Premio Nobel de Literatura 2006. Bien es cierto que al margen del valor literario de los libros de este autor turco, cabría sospechar que hay una intención política que respalda el premio: el ingreso de Turquía en la Unión Europea. La complejidad del asunto radica en que nadie es capaz de negar la valía literaria del escritor, ni siquiera quienes desacreditan sus opiniones, y que, entre los que lo admiran, habrá a su vez quienes discrepen con la Academia Sueca y la acusen de oportunismo político. Es una pena que muchos, seducidos por la retórica de la simplificación, acaben por no leer los libros de este autor, a quien etiquetarán bajo la sospecha de ser un "amigo" de Occidente. Lo cierto es que leyendo su obra uno no puede dejar de observar Estambul como el vértice donde Occidente y Oriente se dan cita, y Turquía, como un país situado geográfica e históricamente entre dos tradiciones, entre dos tendencias, entre dos formas de ver el mundo.

Pamuk habla de los escritores turcos que escribieron sobre Estambul con una óptica occidental. Yahya Kemal intentaría encontrar una versión nacionalista de la "poesía pura" de Verlaine y Mallarmé. Tanpinar había aprendido a mirar la ciudad con melancolía gracias a Nerval y Gautier, y como Abdülhjak Sinasi Hisar elucubraba "qué provecho podían extraer" no sólo de Verlaine y Mallarmé, sino también de Proust. De Reşat Ekrem Koçu dice que "era incapaz de despojarse del estilo y de las categorías occidentales ni de las pretensiones de cientifismo y «grandeza» en la literatura". De otro lado pasa revista de los escritores viajeros que escribieron sobre Estambul. Viaje a Oriente de Gérard de Nerval fue escrita tras la visita que hiciera el poeta seis meses después de la muerte de su amada Jenny Colon, de ahí su afán por huir de la melancolía. Le merecen especial atención los grabados de Antoine-Ignance Melling, "un alemán con sangre francesa e italiana en su árbol genealógico". Asimismo podemos conocer la visión de Théophile Gautier, cuyos artículos publicados en el volumen titulado Constantinopla , conforman "el mejor de los libros escritos sobre Estambul en el siglo XIX." Acerca de Gide, afirma que, como los viajeros «cultos», "en lugar de intentar comprender las diferencias culturales, la diversidad de usos y costumbres o las particularidades estructurales del país y su cultura, descubrieron el derecho del viajero a reclamar diversión, entretenimiento y felicidad en Estambul." Los escritores europeos pues transformaron la manera de ver Estambul incluso de los escritores turcos más renombrados, algo que se debe, como piensa Pamuk, a un complejo de inferioridad, a una admiración desmedida por una cultura   que en el siglo XIX estaba en todo su esplendor mientras el Imperio Otomano colapsaba. La originalidad de Orhan Pamuk radica en haber puesto un alto a esta visión acomplejada, en haber sido capaz de analizarla, estudiarla y sacarla a flote, sin decorados, sin maquillajes, para finalmente dar a conocer en medio de ese combate por la autenticidad su propio carácter, heredero como sus antecesores, de una tradición cultural occidental, sí, pero lúcida, crítica, sana, y al mismo tiempo, de una tradición propia, que ha ido buscando y persiguiendo en la lectura de fuentes históricas, en el arte, y en la literatura.

Orhan Pamuk fue juzgado en el 2005 por "traición a la patria" y se pidieron tres años de prisión para él por haberse referido en un diario suizo a las matanzas turcas de armenios y kurdos ¡realizadas en 1915! Para colmo, esto se llevó a cabo aplicando una nueva ley con carácter retroactivo. A colación con este hecho, he recordado las palabras que el autor pronunciara el pasado mes de abril en una conferencia en el PEN Club, en la que se refería a los asuntos tratados en sus novelas afirmando: "cambiar nuestras palabras y presentarlas en un envase aceptable para todos, dentro de una cultura reprimida, y hacerse ducho en esto es como pasar por la aduana mercancías prohibidas. Eso es vergonzoso y de por sí degradante." Es cierto que las democracias libres no se basan en la identidad cultural, ni tampoco en la historia ni en las costumbres pergeñadas por la tradición, ni siquiera en el folklore, la raza, ni mucho menos en la religión. La base de una democracia auténtica es el derecho, la convicción compartida por parte de los integrantes de un estado de que la misma ley los defiende o castiga a todos por igual. Compartir las mismas leyes es un lazo más fuerte e inquebrantable que compartir una misma cultura, es lo que realmente equipara a los individuos y les da la conciencia de vivir en un lugar civilizado. Orhan Pamuk ha recibido el premio Nobel quizá por encarnar esta identidad en el enclave entre Occidente y Oriente, de todos modos, si no ha sido por esto, igualmente se lo merecía, la calidad literaria de este autor se halla fuera de toda duda.

Estambul
Orhan Pamuk
Ciudad y recuerdos
Mondadori-Barcelona 2006
436 págs. 22 €.

© EEU

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El ruido de la conciencia

El caso Günter Grass ha despertado una enorme polémica en el mundo de las letras. Por lo visto, Pelando la cebolla , la biografía donde el autor alemán confiesa su pasada pertenencia a las Schutzstaffel o SS, la guardia de élite de represión nazi, ha rebasado con creces los cien mil ejemplares en su país.

El nobel ha atendido cordialmente a multitud de periodistas y reiterado la autenticidad de su revelación. Su silencio es pues un reflejo claro del silencio que ha imperado en la Alemania de posguerra y aún en la de hoy, donde la juventud rara vez toca el tema porque algo muy próximo a la vergüenza parece surgir de repente, y donde los mayores prefieren darle la espalda a un pasado que tiene las garras de una pesadilla. Es verdad que el silencio muchas veces cura las heridas, Günter Grass parece haber llegado a la conclusión también de que, así como no se puede juzgar a un imberbe de 17 años seducido por la retórica hitleriana al igual que sus mayores y toda una nación, tampoco se puede callar para siempre y dejar que la historia corra al margen de los pueblos.

No me parece oportuno que el Consejo Judío de Alemania lo haya criticado tan duramente. No estoy enterado pero dudo que ese mismo Consejo haya criticado la política de Israel en los últimos años. Visto así nadie tiene derecho a criticar lo que a mi juicio es ya de por sí una crítica, la de aquel que pasados los años reconoce: “me equivoqué”. Las únicas personas que en este caso son susceptibles de ser atacadas son aquellas que permanecen en el armario, no sólo por temor a que los tachen de “rojos” o de “fachas”, de “capitalistas” o de “comunistas”, o de lo que fuera, sino también por temor a perder la autoridad que le brinda la categoría de “intelectual”.

Javier Marías escribió un artículo certero en el que recordaba el pasado franquista de Camilo José Cela, algo que ya había recalcado Andrés Trapiello en Las armas y las letras . Asimismo hacía una revisión de conciencia para destacar quiénes habían entonado el mea culpa en la España de la transición. Por su parte, Jesús Egido, en El tiempo , señala que en esas dos Españas aún vigentes lo “políticamente correcto parece ser el olvido” y se pregunta: “¿Qué hubiera pensado la multitud que en 1980 homenajeó en Vigo al gran escritor Álvaro Cunqueiro si hubiese leído su artículo del verano de 1940, en donde citaba diez razones para celebrar la invasión de Inglaterra por Hitler?”.

El novelista Mario Vargas Llosa se explayó acerca del caso Günter Grasss en un artículo que calificaré de nostálgico. El autor peruano, que a lo largo de su trayectoria como intelecutal ha polemizado innumerables veces con Günter Grass, prefiere poner énfasis en el hecho mismo de que tanto él como su colega alemán forman parte de una generación que ya ha empezado a marcharse. Con ellos se irá de este mundo tal vez la última generación de escritores intelectuales, interesados por la sociedad y su destino tanto como por la historia de la civilización y la literatura, y que halla sus raíces en la Ilustracióin y que por supuesto tienen como modelos a los intelectuales del siglo XX, Camus y Sartre, básicamente. Es verdad que pocos son los que quedan y que muchos son los que sobran. En manos de la “mediatización” han pasado a ser intelectuales hasta las reinas de belleza y los payasos de la televisión, mientras que las personas cuyo aporte puede ser valioso para la humanidad prefieren ocupar el modesto lugar del anonimato, del trabajo académico, o simplemente el del retiro del mundanal ruido. También es cierto que la hipocresía reina en el mundo de los intelectuales, basta hacer una relación de todos aquellos puestos al servicio de los dictadores, el caso de Gabriel García Marquez y su defensa del castrismo es el más elocuente en las letras latinoamericanas. Cabría pues añadir que a la aparente utilidad del intelectual le acompaña a su vez el recuerdo atroz de los grandes holocaustos, y para ello nos sirven de ejemplo el filósofo alemán Heidegger (que al ingresar al partido Nazi dijera: “el propio Führer, y sólo él es la realidad alemana, presente y futura y su ley.”), o el célebre personaje de la novela de Javier Cercas, Sanchez Mazas, fundador de la falange española.

Por mi parte seguiré defendiendo el derecho de los escritores a ocupar ese lugar en las sociedades, esperanzado en que la autocrítica adquiera el prestigio de un valor en sí mismo y pase a ser el verdadero síntoma del progreso en el mundo de las ideas; las amenazas del nuevo orden mundial nos deparan innumerables retos y nos exigen capacidades humanas que la tecnología ha empezado a combatir, dígase la comunicación, el discernimiento, etc, como siempre harán falta cerebros, imaginación, inspiración y vocación de servicio, desenmascar la falacia del autoritarismo, de la xenofobia, del racismo, de la discriminación y de la frivolidad es ardua tarea, todos están invitados, y en especial los hombres y las mujeres que como Günter Grass prefieren   reconocer los errores del pasado que enfrentar cada noche el ruido de la conciencia.

© EEU.
© de la fotografía: Florian K. 2005.


La invención del lenguaje

La creación literaria es ante todo la creación de un lenguaje. El triunfo de una ficción narrativa tiene lugar en la medida en que su lenguaje se impone como una emancipación de la lengua, entendida como sistema. Roland Barthes afirmaba que la lengua se define menos por lo que permite decir que por lo que obliga a decir. ¿Cómo escapar a su poder entonces? Según el semiólogo francés: "sólo nos resta [ ] hacerle trampas a la lengua. A esta fullería saludable, a esta esquiva y magnífica engañifa que permite escuchar a la lengua fuera del poder, en el esplendor de una revolución permanente del lenguaje, por mi parte, yo la llamo literatura."

La autonomía del lenguaje narrativo tiene como principal objetivo crear un orden paralelo, un "otro mundo", y en calidad de tal, cumplir una función encaminada a servir única y exclusivamente el cometido de la ficción que narra. El trabajo del autor consiste en crear el lenguaje más idóneo, el único que guardaría una relación siamesa con la obra, de modo que ambos se presenten interdependientes y exclusivos, ambos sin el otro no serían nada.

Lo que se consigue con esto es verosimilitud y la verosimilitud legítima tres cosas, primero, al narrador, segundo, su motivación, y tercero, la historia misma. Porque una cosa que han de saber los novatos en la lid literaria es que no hay personaje más importante que el narrador. Asimismo, no existe verosimilitud en cuanto no exista un motivo que conduzca a este narrador a contar lo que cuenta, de manera que el texto en sí es un manifiesto, una denuncia, un homenaje, una diatriba, un elogio, un reclamo, etcétera, y la historia que narra, un entretenimiento, y sobre todo, una excusa, que inventando situaciones y personajes nos dice algo, algo que merece la pena ser leído, porque leer es un placer sólo cuando todo esto funciona, de lo contrario es un suplicio. El lector, por ello, ha de ser exigente y atento, crítico y a la vez partícipe, de ninguna manera pasivo, porque el lector pasivo engendra mercados de literatura palabrera, injustificable, perezosa y contentadiza.

Pongamos como ejemplo un cuento en el que el narrador es un ladrón de bancos, dispuesto a asesinar al primero que le ponga peros. ¿Esperaríamos de ese narrador que nos cuente la historia con los giros y el léxico de un profesor universitario? ¿De qué le sirve al cuento que su lenguaje sea correcto, pulcro y lo que es peor, literario? La creencia tan extendida de que la literatura ha de ser preciosista y la frase, un ejercicio de estetas, ha hecho mucho daño a la literatura en español, donde es muy frecuente encontrar asesinos en serie y prostitutas de callejón que escriben y puntúan como el último premio Nobel, hacer esto es romper con un principio fundamental de la Retórica, el decoro, que se define como la adecuación del lenguaje al género, al tema y a la condición de los personajes.

Hace poco leí Soldados de Salamina, la novela de Javier Cercas. No la leí en su momento no por nada, se me pasó, la olvidé, compré otro libro o tuve que reseñar alguna otra novela, en fin, la traigo a colación ahora, si se quiere como un primer homenaje por sus 5 años de publicación, porque me parece un excelente ejemplo de literatura de verdad. Está tan lograda que no trata de una sola cosa, sino de varias: es una novela sobre un escritor frustrado, el protagonista, llamado Javier Cercas, en su afán por volver a escribir. Es una novela sobre la Guerra Civil Española y las secuelas imborrables que dejó. Es una novela sobre la búsqueda de un héroe en los tiempos del positivismo. Tal vez sea todo eso y más, lo principal es que es una novela que nos lleva a pensar sobre innumerables temas: la importancia social de conocer la verdad histórica, la frivolidad baladí de buscar héroes, la peligrosidad del fanatismo ideológico, la vanidad del escritor que intenta hacernos caer en la trampa cervantina del juego realidad-ficción, el olvido como fórmula de curar las heridas del pasado. En definitiva, el texto es riquísimo. ¿Y cómo ha sido posible esto? Quien lea Soldados de Salamina enseguida se verá persuadido por la voz de un narrador astuto, a quien creerá a pie juntillas todo lo que le cuente, primero porque sabemos que tiene una motivación para escribir lo que escribe, segundo porque se expresa como lo que es, un escritor dedicado al periodismo, y tercero porque lo que cuenta es fruto de una investigación seria y rigurosa cuyo proceso seguimos desde el principio. El lenguaje no distrae al lector con frases bonitas, antes que bonito es útil y no se va por las ramas, la belleza no le interesa, su función es contar, no arrullar. En la novela conviven muchos tipos de discurso o de lenguaje, hay un artículo periodístico, anotaciones de un diario, entrevistas a testigos, una novela inserta (que pretende pasar por un reportaje de hechos reales, no ficticios, los hechos que han sido recopilados en el capítulo primero, ahora recompuestos y ordenados) y hay también un personaje popular en el capítulo tercero, el escritor chileno Roberto Bolaño, que habla como Bolaño y que como Bolaño, cuenta una historia, cuyo protagonista puede ser el héroe que el narrador buscaba para la novela que ya escribió y que ya leímos en el capítulo segundo y que ahora se propone reescribir, porque le ha quedado fallida, según él. ¿En qué plano nos hallamos como lectores? ¿Acaso no en el mismo que Roberto Bolaño y Javier Cercas que son personas de carne y hueso? Por lo tanto Conchi, la novia de Cercas, no es ninguna invención, ni tampoco Miralles, ex combatiente de la Guerra Civil y protagonista de la historia que Bolaño le cuenta a Cercas, de hecho Rafael Sánchez Mazas fue escritor y fundador de la Falange Española, y así como Primo de Rivera, Franco, la Guerra Civil, forma parte de la Historia de España. Es tan sumamente creíble la obra en su conjunto que el lector acaba extraviado, preguntándose si todo será verdad, una verdad a medias, o una completa mentira urdida a partir de hechos y personajes reales.

La novela, pues, logra trascender el campo de la ficción y se transforma en lo que aspira a ser una obra narrativa, en parte de nuestra experiencia; leerla deja tantas interrogantes y produce tal desazón que acaba pareciéndose a la vida que vivimos cada día, logrando el autor su objetivo de decirnos algo o decirnos mucho o decirnos más de lo que en un principio se planteó, y hacernos reflexionar sobre ello. Sin la forja de un lenguaje emancipado y decoroso, dicha aspiración habría sido imposible. Puede que la ficción sea o no sea la historia que se nos contó, a fin de cuentas lo que importa no es eso, sino que la ficción se esconde en el modo en que dicha historia nos fue contada.

© EEU 2006.

 

Breves apuntes sobre El Código Da Vinci

 

Me prestaron una edición pirata de El código Da Vinci (y créanme, por favor, que me la prestaron, no porque sea El código Da Vinci, sino por lo de pirata, que eso de que "me la prestaron" ya sé que suena a típica mentira). El precio de ese libraco de 557 páginas es de 20 soles (5 euros), regateando puede llegar a los 15, en las librerías es cuatro veces más caro. Ahora bien, dejando de lado las anécdotas, hay algunos puntos que me gustaría tocar acerca del libro y acerca de lo que ha traído consigo su enorme éxito.

En lo que concierne a la obra en sí, la primera mitad es muy buena. A mí me atrapó. El narrador crea la sensación de dominar la historia, de haber dispersado inteligentemente las intrigas. El tejido que organiza la acción y el desenvolvimiento de los personajes parece efectivo. De pronto hay más interrogantes que certezas y el lector se apresura en despejarlas, leyendo vorazmente.

Le tenía muchos prejuicios al libro. Las invectivas de algún que otro escritor contra Dan Brown, acusándolo de simplonería, eran demoledoras, y en lo personal, las obras tan abrumadoramente reconocidas o aceptadas me parecen sospechosas de cierto contentamiento con la realidad, lo que las vuelve pasajeras. Sin embargo, creo que de haber sido más corta, habría gozado de mayor solidez y habría pasado desapercibida a la espada de los doctos de la crítica, puesto que seguramente habría vendido menos y nadie se habría cebado con sus desaciertos. Lo que revelaría, por una simple regla de tres, que sus debilidades literarias son la clave de su éxito.

Tras haber rebasado las doscientas y tantas páginas empecé a flaquear. Las persecuciones y sobre todo las escapadas me recordaron demasiado a las malas películas de acción, por otro lado los acertijos no dejaron de sonarme a Indiana Jones o Cazadores del Arca Perdida. Al tratarse de una carrera de fondo, se diría que el autor dilapidó sus recursos demasiado pronto y llegó a la meta agotado. Con el transcurrir del relato, se experimenta esa fatigosa sensación que duda entre la risa o arrojar el libro por la ventana. Es lo peor que le puede pasar a una novela, que el lector se vuelva indulgente con ella y deje de tomársela en serio y que, bueno, la termine solo para ver qué pasa. Al final mis prejuicios se reafirmaron y me temo que tardaré muchos años en volver a leer un best seller, especialmente si rebasa las trescientas páginas.

Respecto a lo que se ha dicho del libro, algunas apreciaciones me parece que han sido exageradas. No considero que se trate de una novela tan nociva como la han pintado, mucho más nocivas son la televisión basura o las películas huecas, llenas de violencia estúpida. Ignoro si la mayoría de personas que han leído la novela se la hayan tomado como literatura de verdad. A lo mejor sí, no obstante, es muy probable que esta lectura, a diferencia de muchas otras, les despierte inquietudes provechosas. De hecho, el componente cultural de la obra, que ha sido refutado por numerosos entendidos en materia teológica o artística, ha dado lugar al "peregrinaje Código Da Vinci", que recorre diferentes monumentos mencionados en la novela, entre ellos, el propio Louvre. Asimismo, ha generado la venta de libros afines, en una evidente táctica editorial en la que los peces más pequeños empiezan a comerse las migajas que el pez gordo (léase Random House) ya no puede tragar.

En lo tocante a la cuestión religiosa, Brown se encomienda a innumerables especulaciones, algunas de ellas ridículas. Señalo aquí la que tiene que ver más con la antropología que con la teología, que es la insistente mención de "la diosa", de la que evidentemente el autor no sabe nada, ni siquiera es capaz de atribuirle una datación ni un ligero contexto histórico o por lo menos un nombre, de los muchos que hay, "Gran Diosa" o "Gran Madre", por ejemplo. Asimismo, es una insolencia afirmar que la desigualdad entre hombres y mujeres tiene su origen en el año cero, como si el mero hecho de borrar la relación de Cristo y María Magdalena haya producido semejante quiebre en la historia de la humanidad. Este es un error garrafal, ya que la subyugación de la mujer es mucho más remota, se sitúa entre los 6000 y 3000 años antes de Cristo y coincide pues con la sustitución de la "Gran Diosa" por un dios supremo masculino, que articula y propicia el concepto de nación y el surgimiento del estado, la milicia y las castas sacerdotales, en una palabra, del poder.

No importa. Gracias a estas aventuradas conjeturas de Dan Brown se escriben miles de artículos que esclarecen aspectos interesantes de la historia de Occidente. De paso, El Codigo Da Vinci nos ha regalado una muestra más de la política intransigente y cavernícola de la Iglesia Católica, que en una de sus típicas pataletas, ha tildado el libro de sacrílego y ha instado a sus fieles a no leerlo y a no ver la película de Ron Howard. Trayéndome a la memoria al reaccionario curita de Divorcio a la italiana, el cardenal Ciapriani, del Perú, habló muy encendido sobre blasfemias e insultos al "Todopoderoso". Me parece muy bien que no le guste nada El Código Da Vinci, pero la gente no necesita que le digan lo que tiene que ver o leer. Vivimos en un país laico y libre, en el que, por sus infinitos problemas, es más necesario que en otros promover el criterio individual y el ejercicio del derecho a elegir. El pensamiento Torquemada es un lastre para el desarrollo y solo crea morbo y fomenta la uniformidad, no por gusto a los creyentes su iglesia los adocena llamándolos "ciervos" o "rebaño", y a quienes la cuestionamos, libertinos, herejes, impíos. Sin duda, 55 millones de ejemplares y no sé cuántos millones de espectadores de la película, (la segunda más vista de la historia después de Star Wars) le ha generado un nuevo dolor de cabeza al Vaticano. Sólo falta que Dan Brown se jacte de ser más popular que Cristo.

En resumen, una saludable polémica suscitada por un libro que calificaré, perdonándole sus yerros, de entretenido.

EEU.


Una obra anónima, no dos

"Supaycha raykusqasunki,
icha qamqa musphankipas?"
"¿Será el diablo quien te mueve,
será acaso que deliras?"

                                                     Ollantay, Anónimo.

 

El drama Ollantay es la primera obra literaria escrita en queshwa. Su desconocido autor recoge una leyenda popular de fuerte arraigo en la cultura andina. La obra narra la historia de un valeroso capitán ajeno a la nobleza cusqueña, Ollantay, que se enamora de la hermosa hija de Pachacutec, Kusi Qoyllur. El monarca se opone a la unión y el militar se rebela con sus hombres. Después de algunas peripecias de índole bélica, fallece el Inca, de muerte natural, y su hijo, Túpac Yupanqui, termina aceptando la unión de los amantes, de la cual es fruto una niña de nombre Ima Sumaq.

Me pregunto si el pueblo peruano ve las curiosas correspondencias que hay entre este drama y el momento actual que vive el país. El candidato de UPP, Ollanta Humala, que para eso se llama así, representaría al héroe de la fábula incaica. Kusi Qoyllur es una alegoría de la banda presidencial. La nobleza Incaica vendría a ser lo que Humala llama los ricos y los "políticos tradicionales", es decir, Lourdes Flores Nano (Unidad Nacional) y Alan García Pérez (APRA), la primera, delante, y el segundo, detrás de él, en las encuestas. En las fechas que escribo estas líneas los sondeos revelan un fuerte crecimiento del candidato aprista, un descenso paulatino de Lourdes Flores, y la firmeza de Humala, que ni sube ni baja, lo que me hace pensar que sus simpatizantes realmente tienen su voto comprometido con él, ya no lo van a cambiar. Para ese pueblo peruano oprimido y olvidado, eso que eufemísticamente llamamos el Perú profundo, sólo hay un único Ollantay en la leyenda, un único vencedor.

No lo conocen y si comienzan a conocerlo no les importa quién es, importa más su valor como símbolo, el individuo es trivial. En recientes programas televisivos han visto fundadas acusaciones contra él por violar los derechos humanos como capitán del ejército durante la guerra de Sendero Luminoso. Según las encuestas, ¿cómo afectaron estas denuncias a la candidatura del llamado "Capitán Carlos"? De ninguna manera, más daño le causó el espaldarazo del presidente venezolano Hugo Chávez. ¿Y si les dijeran que Ollanta Humala y sus hermanos han estudiado en colegios privados de Lima y en universidades extranjeras y que no es, como él dice, un hombre que "viene de abajo", les importaría? Parece que no, parece que cada quien es libre de crearse la imagen pública que le dé la gana, incluso si postula a la casa de Pizarro. No es un secreto tampoco que en la segunda mitad del gobierno de Alberto Fujimori sirviera como agregado militar en Francia y que destacara por ser una mansa paloma. ¿Pero no se rebeló contra el "Chino", en Locumba, Tacna, junto a sus huestes reservistas? Muy al final, sí, después de diez años de infamia, cuando el gobierno era un sálvese quien pueda y coincidentemente el mismo día que una misteriosa lancha zarpaba, con Vladimiro Montesinos a bordo, rumbo a Venezuela, donde el amigo Hugo Chávez. Da la impresión de que todo fue una cortina de humo ideada por el entonces jefe del Servicio de Inteligencia para poder escapar. ¿Qué tal si Ollanta Humala fue utilizado por Montesinos? Pues, nada, ¿qué va a pasar? Los militares están para cumplir órdenes.

Por la misma boca de su candidato, los humalistas saben que de llegar al poder sin mayoría en el Congreso, Ollanta Humala lo clausuraría. ¿Qué hay de esto? ¿Los asusta? No, ¿por qué habría de asustarlos? Al contrario, el congreso es una cueva de ladrones. ¿Y si les dijeran que, como en la época militar, volverían las expropiaciones de los medios —prensa, televisión y radio—? No pasa nada, a muchos incluso les parece perfecto, por eso votan por él, el Perú necesita mano dura y no esas mariconadas de libertad de expresión y derechos humanos.

Ollanta Humala sabe que tendrá el respaldo de su pueblo para cometer los desmanes que quiera en caso de ganar las elecciones. Por el momento, le cuesta entrar en la camisa de un candidato a la presidencia. A los ataques de sus adversarios y las interrogantes de los periodistas responde con una sonrisa desagradable que lo delata, como si se preguntara quién diablos inventó esto de la democracia. Por otro lado, su orfandad ideológica parece haberlo cansado de repetir machaconamente lo del antineoliberalismo y el antiimperialismo; hasta él parece que se aburrió, pero… demagogia obliga.

¿Por qué a los peruanos más pobres todo esto no les interesa? Quizá la pregunta más bien sería: ¿por qué habría de interesarles? ¿Qué van a perder ellos si su próximo gobernante es un tirano autoritario que no respeta el estado de derecho? ¿Qué van a perder si se cierra el congreso y se gobierna por decreto ley? ¿Qué van a perder si se nacionalizan los bancos, el crédito y se expropia las empresas privadas y extranjeras? ¿Qué van a perder si se manda fusilar a los sospechosos de terrorismo? No votan por Ollanta Humala para ganar lo que él les promete. Votan por Ollanta Humala para castigar a los poderosos, a los ricos, a quienes, con razón, culpan de su atraso. Ignoran que los ricos nunca pierden en este país, que cuando las cosas se ponen feas compran al que está arriba o cogen su dinero y bye bye. El voto por Ollanta Humala es el voto del descontento, del peruano olvidado que sólo desea la muerte del Inca injusto, natural o no, pero que muera, y que Ollantay se lleve a su amada. Que la viole, la ultraje o la estrangule lo trae sin cuidado, eso es lo de menos, lo importante es que se la quite, ahí termina el relato.

De ser así, todo lo avanzado en este últimos cinco años se perderá, y volveremos a las intrigas de cuartel, a las deportaciones, a las expropiaciones, a los encarcelamientos, a las extorsiones, y a todo aquello que creó precisamente esa masa de peruanos olvidados que hoy votan por Ollanta Humala y que, gracias a él, seguirá perpetuándose. En la Base Naval donde se halla preso, me pregunto si no será Vladimiro Montesinos el verdadero autor de esta vieja historia.

Ernesto Escobar Ulloa
Marzo de 2006

© EEU 2006.


El milagro de la ficción
enero - febrero 2006   n° 51

Narrar una historia no es fácil. Cuántos factores entrar a tallar a la hora de escribir un cuento, una novela, cualquier ficción: la descripción de los personajes, el desarrollo de la acción, la autenticidad de los diálogos, en fin. El fabulador ha de salvar una infinita sucesión de escollos para llegar airoso al desenlace. Narrar una historia, además de un arte, puede ser un suplicio.

En cierta forma la ficción reacomoda la realidad, cuyo vértigo somos incapaces de poner en orden. La ficción es una manera de atrapar una indeterminada sucesión de hechos y proporcionarles un principio y un final, y lo que es más importante, una coherencia. De ahí la necesidad de rigor a la hora de escribir un relato, y de ahí sus enormes complicaciones. Si dicha coherencia no se da, la obra ha fracasado.

Hace unos meses, con la entrega del último premio Planeta, saltó a la palestra el reconocido escritor Juan Marsé, al revelar, en calidad de miembro del jurado, que las obras seleccionadas finalistas habían sido las menos malas. No creo que fuera el momento para tamaño desaire a los participantes, como miembro del jurado me parece que Marsé debió permanecer decorosamente en silencio y hacer de su posterior renuncia un acto privado. Quiero pensar que actuó por principios y aprovechó los medios de comunicación para hacer un llamado urgente a la sociedad lectora, a sabiendas de que sus palabras podían causar el efecto contrario y disparar las ventas de los libros con los que él, como consumado lector, se había aburrido tanto.

No lo sé. Pero alguna observación hizo Marsé con respecto a aquella rigurosidad que deben guardar las ficciones. Sobre el libro de Jaime Bayly, Y de repente un ángel, Marsé no llegó a comprender por qué el protagonista tenía que ser un escritor. Bayly respondió que necesitaba una profesión que mantuviera al personaje en casa todo el día. Aún así, creo que sólo para variar, Bayly debió escoger alguna otra actividad, ya que por lo general sus protagonistas son tan parecidos a él que siempre acaban siendo escritores o animadores de televisión. Pero lo importante aquí es que la profesión de escritor no aporta nada a la novela, es decir, no es, en términos puramente técnicos, funcional. Mari de la Pau Janer, por su parte, fue acusada de un delito no menos grave, o quizá el más grave de los delitos a la hora de escribir novelas, dejar ver "la carpintería, las tuberías y las ínfulas literarias", motivo suficiente para que la obra se nos caiga de las manos.

De todos modos, no hay que alarmarse. El temor a que se publique literatura de mala calidad ha existido siempre. Estoy seguro de que en las épocas de Flaubert se consumía, en proporción, la misma cantidad de literatura de poca calidad que se consume hoy. La industria editorial arroja tantos libros al mercado que es imposible conocer el estado literario actual, pero lo que sí es cierto es que, además de los clásicos, podemos seguir encontrando en las librerías obras de valor. El fuego literario resurge de cuando en cuando, y se lo encuentra a veces en lugares impensables, en el librito de ocasión, en la edición de bolsillo, en la revista, en el periódico, o en el semanal. No es frecuente, pero eso es lo normal, encontrarlo ha de ser un hallazgo, una pequeña hazaña. Narrar una historia nunca fue fácil. Encontrarla tampoco.

© Ernesto Escobar Ulloa, 2006

Índice

número

octobre 55
El ruido de la conciencia

julio - septiembre 54
La invención del lenguaje

mayo - junio  n° 53
Breves apuntes sobre
El Código Da Vinci


marzo - abril 2006   n° 52

Una obra anónima, no dos

enero - febrero 2006   n° 51
El milagro de la ficción