biografía del autor

imageGoya Gutiérrez

ESCRIBIENDO LO QUE HUYE

 

 Véase la entrevista a la autora en este mismo número

 

Tengo un rostro lacerado por arrugas secas
Marguerite Duras

 

El amante de rasgos afilados
y manos de marfil
tiene una cueva en el pecho
atravesada por hielos milenarios

El amante de la China del Norte
sostiene siglos en los hombros
a cambio de un oro viejo
que hunde también sus manos
en lo obsceno
Semejante a la miseria
de los que nada poseen

Leo los brazos de los tilos abriéndose
Cubriendo el verdepálido
de la noche Indochina
Reconozco a la niña de piel blanca
resucitada de millares de muertes
Dolor de desterrada
más anciana que el tiempo
Sabia como el oído y el ojo
que hacia dentro atesoran
filtrando un elixir:

(latido universal)
Con que una mano pueda los metales fundidos
al calor desnombrar

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De parada y destino imprevisibles

Hay trenes como flechas traspasando mi ensueño
Oigo en la lejanía su aullido dilatado en el aire
en medio de la noche
Y todos sus vagones semejan componentes
de esa vieja manada de los antiguos lobos
Atravesando el furor de los hombres
Viajando así en su huida
hacia estepas que quieran albergarlos

Son trenes que no paran ni detienen su curso
en nuestras estaciones de paso cotidianas
Temen perder el rumbo y la velocidad
de su galope al ritmo de una brújula
dirigiendo sus pies fijando su destino
Veo el rumor de su despedida expandirse
Alejarse de la inmediatez de este silencio
de sonido vacío
como el foso que vela ésa tu otra existencia

Hay trenes alados que circundan mi calle
Aves de vuelo gris amaneciendo
que esperan arrancar como ayer
la noche de tus ojos
Su graznido ya no parece huir
Ves cómo se detiene y se aposenta
en raíles de un hierro
que si escuchas en él oirás aún las grietas
y el sabor residual de viajes oxidados

Sobre ellos ha crecido este ofidio
de nuestras cercanías
que pretende engullir tantas manos y pies
ovillados aún bajo su manta en sus asientos:
Hacia el aire expoliado de alas de la gran urbe
Hacia el nido gigante donde reina
un grito más duro y compacto que la roca:
cemento armado gris llenando la calvicie del día
al olvidar la oscuridad que acoge resonancias

De voces y de espacios
O raíles uniendo los fragmentos de túneles
que en mi insomnio estacionan
para que te alces al vagón de otro vuelo

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En el regreso

XV

Una dulzura redonda como una calabaza
habita en la máscara de su naturaleza
Quiere hacernos olvidar por un instante
la mentira con su sonrisa leve
Que una vez por la codicia ajena hubo dolor
en sus entrañas úlceras en sus dedos

Tantas hogueras en sus cuencas hasta fraguar
los ojos de ónice
Cuántas tormentas onduladas en el mar
de ese rostro
Cuánta caricia sobre la humilde barca
de esos labios

Su corazón guarda en sus pliegues la memoria
como el pescador las redes de su niñez:
Y ese saber de pájaros bajo las tejas
en sus nidos de barro sobre la lluvia
Y la mansa serenidad de los seres
que son capaces de con-
fundirse con el carbón la hierba el ciervo
O esa abierta doblez de su mirada oriental

en tu palabra
                                  

XVII

Un día quisiera fondear mi nave
y acercarme a nado
como el ladrón que ha olvidado su oficio
Cuando los párpados apretados
retienen las imágenes de los ensueños
Cuando la noche abre sus oscuros brazos
de un silencio apacible
                                  
No desearía desviar
los hilos invisibles que el destino
pueda haber trazado sobre el aire
de mi región de origen

Un día quisiera pintar de destiempo
mi barca su obra muerta-viva
Llegar antes de amanecer para escalar
hasta la torre-mirador-buhardilla
Ahondar en las raíces que han crecido
detrás de tu mirada
hasta hacer brotar lo que hay oculto:

En el paisaje de yemas anuladas por las grúas
En la roja traición del tumor en cadena
En el hedor prensil que sirve de alimento
a los dedos que también nos señalan y expulsan
En los rostros carcomidos por el ácido
En la necia posesión que tiraniza
una belleza que hubiera sido
Como una gran compañía redonda
Como las uvas jugosas del tiempo
que aun vacías retienen su dulzura
                                  
Y qué daría yo por hallar ese prodigio
que apresar no se deja
Su lecho ilimitado de cristal
sin que nada de ella huya
No temer ya al viento desabrido del invierno
Y tendiéndome en la delicia de la hierba
o sobre las crestas alisadas de alta mar
reconocer lo permanente en esos ojos:

Su duda al elevarse
Como otra forma de saber otro orden
que es seda y es metal y vidrio opalescente
Configurados
por el múltiple rostro de las palabras:
Las mismas que te piensan y alimentan tu pulso
Las que atraviesan cada noche mis sueños
Las que interrogan a quien habita en ellos
Las que rescatan de zonas abisales fósiles
como perlas no ajenas al cuerpo que las forja
Las que dibujan bordados de la idea
de mi pensamiento
en hebras sobre la piel de tu poema
Las que me enseñan los secretos de sus metales
en tu mano junto al fuego en su fragua

Con ellas me he atrevido a jugar esta partida
Azarosa escalera de figuras
con poder de arcanos
Guardianas de una llave antiquísima
capaz de abrir el muro de todo lo certero
que lleva en sí la muerte

Sin ellas qué mineral qué ruinas qué arrecifes
En qué grietas de espejos confundirse
En qué bordes de mil acantilados
abismarse hacia qué esferas penetrar
Su música y cómo renunciar
a pronunciar sus nombres como espadas
de gladiolos de fuego floreciendo
del cristal de las aguas

La nada sin su canto sin su collar de perlas
sin su estela de piélago sin su sal en tu lengua
Llovedme de palabras inundad mis cabellos
Dejadla de alfarera junto a su vidrio hacer
de esta ambigua existencia de lo ebrio: ánforas
que prensen en su vientre los espacios
de otras páginas su respirar
de ojos y de labios
licuados en tu esencia como una creación
de lo que aún desconozco
Como un néctar un silencio nutrido
de rosas-calcinadas y de cenizas-bálsamo
Estremeciendo curando de la fiebre
que exhala su sudor en los espejos
vacíos del poema

Quiero palabras poliédricas de antídoto
inmunizando al alma
de esa vasta anorexia que crece en sus fisuras
Del exceso que se encostra en las máscaras
acumulando el tedio

Dejadla hacer palabras que transformen
en distintas verdades la mentira
Antes que la luz hiera mi incertidumbre
y vele su materia
Antes que emerja su inapelable imagen
y quede desvelada
Antes de regresar de este rincón opaco                                                             
de tu laboratorio
Antes que la fugacidad abra su puerta

Antes que nos invada su niebla inexorable

De Ánforas, publicación prevista  para febrero 2009, en Devenir,
Madrid.

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Homenaje a Marina Tsvietáieva

El pan no sabe a nada

Muerte con los vencidos
y con los vencedores muerte
muerte en el paraíso de los artistas
y en los mercados de las pulgas muerte
muerte en la Rusia roja
y en la Siberia muerte

la casa no nos cabe por la boca-muerte
nosotros no cabemos en la casa-muerte
el sembrado es rastrojo
hiela la muerte-segadora
en tu cabeza-muerte

ya la nieve no es blanca
el pan no sabe a nada

(Los versos en cursiva son
 de Marina Tsvietáieva.)

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La flor del hibisco

I

Ya traspasamos juntos la edad de los geranios
Que superó el invierno.
Vivir como volcanes incandescente amor,
Sosegar con ternura el fuego desbocado,
Y regar cada día nuestros ojos
Como vistosas plantas,
Y tenernos cada noche
Desnudos, sin pecado
Bajo un árbol frondoso del edén.

II

Puede que en estas horas, colmada
De esa fuerza que induce a nuestros cuerpos
A amarse, en las raíces más hondas de la tierra,
Al erguirnos y germinar las hojas
Del tallo que a los dos nos sostiene,
Queramos ser ingenuos y ver la eternidad.

III

Quizás llegará un día en que aprendidos
Los más íntimos pliegues de los rostros,
Que ahora nos ofrecemos
Como inmensas ventanas abiertas
Hacia el fondo de un largo laberinto,
Perdidos en el juego de recorrer
Espacios que los años devuelven
Otra vez a la playa, envejecidos ya,
Nos busquemos de nuevo
Como si fuéramos otros.

IV

Ahora que la luz permite reencontrar
Los silencios que en el grito hibernaban,
Ahora que la lluvia crece irreversible
Bajo el resplandor del trigo y sus espigas
No quiero
Que el tiempo en que dudé de mí
Y de tu existencia
Trace sus redes de telaraña inhóspita.
 
VII

Hay túneles cerrados
Como ataúdes negros
Que en la memoria habitan
Archivados a su libre albedrío,
Y si una ráfaga de viento roza
Cualquier mínimo extremo,
Se desatan como cajas de truenos
Y rayos que amenazan
Vampirizar tu nombre
Tu calle, tu puerta, este distrito,
Dejarte a la intemperie,
Borrar todos los signos
Que en tu rostro fue dibujando el tiempo,
Y robarte los hijos
Que pudieran dar de ti testimonio.

Y allí en la oscuridad,
Despojada e inerme,
De impotencia pletórica y de rabia
Quisieras, con espadas
De gladiolos de fuego,
Rasgar todos los lazos
Que amordazan tu mente.

VIII

En la habitación contigua
Ella escucha a la muerte.
El sonido del agua que baja
Desde el cuarto de baño
Hacia la alcantarilla
Es su helado mensaje:

Disuélvete en la nada,
Acabará la lucha,
Ellos quieren que arranques
La baldosa que guarda tu secreto,
Y despeñada desde el acantilado
Te absorberán las olas.

Pero la vida que aún la estira
En buen agrimensor la ha convertido,
E inspecciona el terreno
Y no halla en sí la kulpa, ni el kastillo,
Y mide, con mano temblorosa
La frialdad del agua…
De pronto

El timbre alborotado del teléfono,
El trajinar cotidiano de unos pasos
Y aquella voz amada
Regalo diario: flor de hibisco,
Que le recuerda el nombre enrojecido
De ese medicamento
Y juntos

La reintegran al mundo de los vivos.


De El cantar de las amantes, Barcelona 2006

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Benarés

Aunque penetres lentamente,
Al principio no sabes
Si estás en un infierno,
Pero el olor a polvo
De ruedas, pies desnudos,
Pezuñas y pedales
Es terroso y terreno.
Y el flujo inagotable,
De embarrancado río
De gentes y animales
Sacrílego, en las calles
Del elegido puerto
Y Útero de la muerte.
 
Bajo nubes de incienso
Llama el fuego a los muertos
Engalanados y dispuestos
Hacia el altar, lugar de inicio
Que no cambia.
No hay luto en esta noche
Candente de sus carnes
Crepitando en el viento.
 
En la quietud del cielo
Desnudo que amanece,
Devolverá el aire
Al agua su principio.
 
Navegará,
Entre ceniza y lodo.
Alboreará,
El mundo liberado
Del perpetuo regreso
 
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San Michele
Le don de vivre a passé dans les fleurs! 
Paul Valéry
En medio de la antigua laguna,
Surcada de otras islas y caminos,
El muro de cipreses impone altivo
Un límite.
Encima de las tapias
Unos ojos vigilan a Caronte
Que arriba en negra góndola,
Envuelto en máscara de dorados brocados.
Aún trae los colores risueños de disfraces
Que encubren
Identidades, títulos, historia.
 
Yo, lozano, adolescente, sigiloso,
De su pasaje espero el don de vida
Y apremio su llegada, me alineo,
Anhelo esa frondosidad de mis hermanos,
Doy sombra a mármoles gastados por los rayos,
Los deslumbro, hago legibles
Nombres, fechas y epitafios,
Entre los bien alimentados verdes
De tierras y marismas
Entrego al viento mensajes sepulcrales
De silencio,
Desde la isla de los muertos
A las islas
Del vivo latir de las campanas
 
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Ciudad de los amantes
 
entre las diagonales de su cuerpo
mis pasos indecisos te buscaban,
huyendo de esos túneles inmensos
que engullen el metal
de los atardeceres,
y traspasan como agujeros negros
la ciudad y sus sueños las espumas,
 
aleteaban crepúsculos del último
verano
archipiélago en la arena
de sus brazos,
se presentaba octubre vestido
de promesas,
noviembre cobijaba el temblor
de caderas aún frescas
que ya diciembre helaba,
y sus noches violetas derramaban
esperas
 
paseábamos las horas de ida y vuelta
hacia aquellas afueras
de ciudad,
donde los arrabales
tiñen con su cemento
el humo engendrado de las fábricas,
y motores impúdicos violan
silencios
de jóvenes amándose en parcelas
sin dueño,
 
ya ascienden por los muros buganvillas,
colorean el aire presagian primaveras,
presencian las ágiles piernas decididas
de la mujer hacia una cita a ciegas,
¿y adónde estabas tú cuando el amor
empuja desde el mar como un útero?
 
allí, junto a la brasa de despierta
luna, el cálido remanso de tus ojos,
el agua de tus brazos
regresando
mi cuerpo hacia otros túneles
de océanos de mares y desiertos,
 
aquí, dentro de nuestros pechos
que agolpaban las noches y los días
destejiendo,
para al fin encontrar
la hebra de seda
que el amor escondía en sus dominios
 
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Ciudad derruida
 
la muerte se ha instalado,
ha plantado su tienda
en un sembrado estéril
al borde del infierno,
y allí escondida acecha
la llamada
del cielo ensangrentado,
castigo sin principio
que azota la ciudad
 
la muerte aguarda afuera,
echa raíces, también
en las macetas más ajenas
de la esquina,
y taja con cenizas
un poniente de claveles rojos
 
la tierra dividida
se hace cieno,
despachos
de ciudad cosmopolita
pactan la unión
de enredaderas
de agua, o muérdago
alrededor de troncos
de laurel
 
y mientras, la muerte
dragonea en las calles,
segando a bocanadas
moradas y miradas
de niños, luz quemada
astillas de retama
 
pero los que escaparon,
aquellos que vieron y sintieron
la lucha de los ojos
entre el fósil y el fuego,
detrás de sí
¿cómo podrán levantar muros
sobre las otras lápidas?
 
quién de esa mella, de ese fracaso
inmenso hará sosiego
cuando despierte el alba
De La mirada y el viaje, Barcelona 2004

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Cómo alimentará cada mañana
de respuestas su boca,
si sabedora del más hermoso paisaje
ofrecido a sus ojos y a sus manos,
no le otorga su incondicional entrega,
si deja que caigan verdes y arrojadizos
días parpadeantes y caricias
de niño encerradas
en su cartera verdiazul.
Y como si el tiempo fuera eterno,
entretiene las horas en inútiles
bagatelas necesarias
para qué causa.
Cómo podrá ofrecer
en algún lugar-momento
aquello para los suyos
que debería ya ser cuenco,
hogaza tierna, metal forjado.
Qué hará con ese objeto
que nos secciona
la voluntad en islas
sin poder apresarlo.

 

Y vendrán noches blancas
a envolver el azufre
de tormenta estival,
y nada regresará idéntico.
Y días, como despiertas
manos de cirujano,
pintarán el olvido del bisturí
en los cuerpos de trébol.
Y todo seguirá
como quien crece a voluntad
de agua de lluvia.
Son pequeñas muertes que nos dejan
el sabor a lágrima dulce,
y el deber de haber aprendido
un nuevo gesto, otro mirar
al ojo que nos mira,
delante de ese vaso
que nos mide y nos sabe
quebradizos, no perdedores,
sin apurarlo del todo.

 

Erró
como tantos otros
peces
pero no le podrán quitar
el agudo sabor a salmuera
de aquel tiempo de desierto
al que sobrevivió.


De De mares y espumas, Barcelona 2001

Biografía:

 Goya GutiérrezGoya Gutiérrez nació en Zaragoza en 1954, en el año 1968 se trasladó a Barcelona en cuya Universidad se licenció en Filología Hispánica. Desde muy pronto tomó contacto con los poetas de Barcelona como nos explica en la entrevista.
         Forma parte del Grupo de Poesía Alga de Castelldefels, ciudad en la que reside en la actualidad, y desde 2003 es coeditora y directora de la revista literaria Alga. Alterna la pintura, el dibujo y la fotografía.
         Sus libros publicados hasta el momento son Regresar (1995), De mares y espumas (2001), La mirada y el viaje (2004), El cantar de las amantes (2006).
         Sus poemas y trabajos críticos se han recogido en revistas como Turia, Cuadenos del Matemático  y otras.
         Consultar www.telefonica.net/web2/goya-gutierrez/