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   YO, UN MARINO de una obra en proceso  
   
   por BERTIE MARSHALL  
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Yo, un marino

 

Bajo la sombra del abandono se hunde el barco, se quedan sin aliento las aguas. El mundo guarda luto. Estamos todos en el mismo mar. El extremo más lejano es un oasis de sueños y camellos de humo. Yo, un marino, marino de desiertos, de sueños, de sexo. Una gran verga negra humea al calor del mediodía. ABRE LA BOCA, siéntate en su regazo, ponle nombre, déjate follar en sueños, déjate follar a babor y a estribor.

Mirar cómo los cielos se abren y escupen nubes blancas, cómo las nalgas se abren y corre la sangre, meter hasta tocar un zurullo ensangrentado para encontrar en tu aliento el feto mugriento de Dios.


CIELOS SEPIA


Cielo marrón. Quién ha visto alguna vez un cielo marrón descargando una lluvia de orín.

Detritus alimenticio. Navegamos. Tu casa. Votre temple de merde. Haga semen tu voluntad. Carne putrefacta a tus pies. Orgullosas paredes fecales.

Necesito desesperadamente esos viajes oceánicos... Ocho meses en alta mar, la costa francesa al alcance de un sueño.

Los tritones atraviesan la red y suben a mi camarote. ¿Qué placeres oceánicos traen con ellos? Consoladores tachonados de piedras preciosas y néctar de leche perfumada de algas. Veo un joven madreperla de un blanco nacarado que desprende sustancias desconocidas y desaparece tímidamente en el interior de su concha. ¿He llegado a tener esa perla en la boca? ¿Me la he tragado?

Mis compañeros de travesía hablan de almejas folladoras y prostitutas sifilíticas en estado de descomposición, pero el cofre de mi tesoro está lleno de muchachos. A bordo, traición y engaño acechan bajo cada tabla empapada de mar. Bajo las uñas de los marinos muertos crecen crustáceos microscópicos.

Un cuerpo maniatado empapado en sal marina y sudor. &laqno;¡Veinte latigazos a ese cabrón!», ruge el capitán.

Los jóvenes madreperlas derraman por la borda carcajadas bañadas en lágrimas de sal. &laqno;¡Erección a la vista!», proclaman a borbotones.


Yo, un marino, echo de menos el barco


El viento riza la mar y rodea con dedos de hielo los cuerpos hinchados. Ese desastre que yo llamo &laqno;mi vida sexual». Estamos en una tormenta, una tormenta de deseo. Las ratas perecen ahogadas entre olas de ron. Esponjas de mar. Astillas de madera en corazones de hombre.

No queda más luz que la del farol. ¿Qué busco en la superficie? Mil navíos navegarán con este mismo rumbo, motín de momentos.

Hay que arrojarlo todo por la borda para que no quede nada del barco, tan sólo el hedor húmedo del semen olvidado o de la orina seca... el aroma leñoso de mi ojo de buey. Las gaviotas ocupan el lugar de los cuervos y se oye de vez en cuando el grito de algún albatros. Estibadores y grumetes, del primero al último, todos los habidos y por haber, más de cien mil, han estado dentro de mí y han tatuado las paredes de mi ano. Cicatrices en Braille que someto a la interpretación de un glande tras otro.

En el camarote, un camastro cubierto de fragmentos diminutos de cristal.

Olas muertas mares moribundos. No puedo deshacerme de las estrellas.

Esta mañana me he despertado y he tardado un par de segundos en recordar quién era.


AJÁ TESORO


Los tritones se parecerían a las sirenas si no fuera por el color. Según la época del año en que haya tenido lugar la puesta, son dorados o bien verde esmeralda. Tienen los ojos de un violeta centelleante, cuerpos musculados, grandes atributos y largas barbas de chivo hechas de algas y vello púbico. De sus enormes pollas pisciformes sale un esperma plateado. Para follar los unos con los otros levantan sus colas musculosas y dejan al descubierto pseudovaginas invertebradas que se abren y se cierran, se contraen y se dilatan, para succionar con avidez los falos en forma de delfín de sus congéneres. Bajo el agua tienen la capacidad de metamorfosearse, y, sobre todo durante el coito, pueden adoptar parcialmente la forma de un tiburón o un hombre raya. Estos seres salvajes llevan siglos apareándose con los piratas. Yo, un marino, me como la última galleta con sabor a gamba y sueño con que uno de ellos visite mi camarote.


LA LETANÍA DE LAS OLAS


Arde la llama del peligro. Peces muertos. Los dioses se van. Me abraso. Llamaradas blancas de un tigre blanco.

Cementerios de barcos oxidados. No hay tesoros a la vista, excepto quizás... ¿Puede llamarse tesoro al brillo irisado del gas mostaza y al azul incandescente del fósforo? Tesoro de miasmas tóxicas. No queda ningún lugar... O, mejor dicho, sólo algún que otro rincón de un pasaje oscuro donde los desesperados mordisquean esqueletos de peces y beben esperma de perros adormecidos.

Un joven madreperla de color púrpura brillante agoniza envenenado por el mercurio. Su concha se consume y su perla no es más que una mota negra de hollín. Le oigo toser en algún lugar.


VIAJE IMAGINADO


Sentado en un pequeño camarote del barco espero el guiño de las estrellas. Viento, hace mucho viento, tengo la cara helada como una cometa atrapada en una corriente de aire. Nos sumergimos entre las olas. ¿Qué busco exactamente? Veinte centímetros de belleza bajo la lana. Yo, un marino, proclamo a Keanu Reeves el Rock Hudson de los noventa.

El joven madreperla vuelve convertido en mejillón. Puro músculo, abierto y bañado en vinagre. Delicioso. En este viaje imaginado encuentro lo que busco. Es más alto que yo, tiene la piel oscura, los huesos grandes cubiertos de carne fibrosa, los ojos verdes, el pelo de un rubio rojizo, y un cuervo tatuado entre los omóplatos. Los cuervos forman un círculo sobre su piel y sus huesos y vuelan en todas las direcciones.


Un cuervo trae una carta de mi viejo amor (en tierra firme)


&laqno;Yo, un marino, ojalá estuviera en alta mar contigo, haciendo el amor con piratas y marinos difuntos, y sin tener que afrontar de nuevo la pérdida. P. vuelve a torturarme y ni siquiera me da su número de teléfono. ¿Por qué tiene que ser tan cruel? A mí también me gustaría que volviéramos a estar juntos, pero la distancia es abrumadora. No creas que te echo la culpa. Viajo a través de mi corazón sin la ayuda de un mapa. O, mejor dicho, con la ayuda de un mapa maltratado por el deseo incontenible de encontrarte otra vez. Surcas los siete mares. Tal vez mi viaje no sea sino una expedición a lo más hondo de tu corazón. Yo, un marino, te veo de noche entre las hileras de camastros, rodeado de pollas robustas que, como ciertas plantas exóticas, escupen sus semillas al llegar una hora determinada. Veo cómo te estremeces bajo la luz de la ducha. Veo resplandecer el sudor sobre otros cuerpos desnudos. Estoy demasiado cansado para seguir escribiendo, pero te envío un torrente de... amor.»


ALGO DIFERENTE


Yo, un marino, no puedo resistir la tentación de mentir. Me doy cuenta de que todo amor parece una historia de autoengaño. Me engaño una y otra vez, tal vez para hipnotizarme y así creer o soñar --mientras estoy en alta mar-- que el único camino que conduce al amor es la muerte de la sexualidad... tal como la entiendo ahora. La furia sigue dentro de mí, como una ametralladora escondida en la funda de un violín. Quiero --creo-- tener una vida normal, pero soy consciente de que nunca la tendré.

Yo, un marino, me debato en este momento entre la furia y la invención. Puede que ambas cosas estén relacionadas de alguna manera, como escalas de un mismo viaje.


una historia...


El agua se calmó de repente. A lo lejos, la ciudad parecía una sarta de perlas. Tiburones de aletas negras pasaban a nuestro lado nadando perezosamente. La naturaleza también contenía la respiración, contenía todas y cada una de aquellas pequeñas muertes --petites morts--. El mismo tango que se oía en algún lugar de un pasado remoto sonaba entonces con acompañamiento de bajo y batería. Ecos de un &laqno;no me olvides». Me puso de costado y me metió el pulgar en el culo. Noté que algo había cambiado en él. Sentí una fuerza, un peso compartido, como si hubiera querido dejar huella no sólo en mi cuerpo sino también en mi alma, y tuve ganas de coger el primer barco a Singapur. Pero Singapur ha cambiado mucho con los años. Ahora apenas quedan un par de calles del casco antiguo; el resto ha caído víctima de la asepsia y la cal. Ya no hay fumaderos de opio, ni tiernos mancebos ocultos tras amaneceres encendidos. Las discotecas son como las de cualquier otro lugar del mundo: igual de inoxidables, tecnificadas y prescindibles. Singapur, la ciudad donde había cagado orquídeas, escupido grillos, soñado sueños fantásticos, y bebido el semen de los muchachos más dulces y exquisitos, pollas rojas como el fuego que abrasaban mi garganta con esperma caliente perfumado de pescado y de ron... ha desaparecido. Viejo padre Neptuno, señor de los siete mares, dime por favor que no todo está perdido. Dime que el amor existe, que aún quedan tesoros enterrados por descubrir.


El reproche visto como recuerdo. En esta vida no se le puede decir nada a nadie.

 

 © 1997 Bertie Marshall

Traducción: Mercè López Arnabat

Esta historia no puede ser archivada ni distribuida sin el permiso expreso del autor. Rogamos lean las condiciones de uso.

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