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Narrativa breve | Ben Marcus | Inglés original |

ELEVACIÓN DEL LECHO PENITENCIARIO

por BEN MARCUS
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 Dibujo: Dani, 7 años

      Es de la prisión de lo que debo hablar, aunque parece que algo va mal. La madera ha desaparecido y las ramas pequeñas están demasiado húmedas para arder. Un tazón de comida reposa sobre el tocón. Un grillete ha sido lanzado más allá de la prisión, así como algunas cadenas y un fajo de documentos penitenciarios. ¿No parece enorme la torre esta mañana? ¿La sombra, exagerada? Pero a lo mejor, esta vez, el caballero será conducido al interior por la puerta trasera y pasará de largo del chico joven, da ahí la necesidad de un muro que lo proteja. Una       formación de socios con abrigos grises, sin duda, lo acompañarán en su entrada.

Es posible especular sobre el sol y el tañido de la campana, la vaca o, probablemente, la cabra con una mancha de sangre en el vientre, el zapato de un prisionero enterrado bajo un montón de hierba en la entrada. Muchas cosas que he visto pueden explicarse fácilmente.

      Existe una teoría, que yo apoyo, según la cual la tierra es batida cada mañana. Los niños prevén ciertas subidas y bajadas de las sombras antes de llevar a cabo un suave latigazo en el suelo con una especie de cuerda. ¿Para explicar el sonido de pisadas al amanecer? ¿Un ligero percutir o la cháchara? Nunca se es demasiado prudente. La luz oscila hacia el norte del tercer contenedor penitenciario, que está construido con pequeños ladrillos. Creo que las mujeres se hospedan allí, dado que los pájaros huyen en desbandada de la torrecilla al mediodía y hay un momento cada día en que la sombra es severa.

      Ha habido cuerdas y un saco de clavos aquí, veis, aunque nada es seguro. Escuchad por favor: una llamada por la mañana del gran pájaro que planea montaña arriba y que sugiere, tal vez, la aparición programada de vida animal en el claro de abajo. ¿No picotea el pájaro trocitos de cuerda o algunas piezas de ropa blanca y fina que explicarían los residuos en los árboles? Podría ser que los pinos ardieran en algún lugar por debajo del risco, entonces. Pero tampoco puedo estar seguro de eso. Y ese crujido, pero. El olor, también. Sí, creo que se quema corteza y que un trocito de arcilla humea. Sugiero que es aquí cerca o, a lo mejor, es una característica del suelo, que se encuentra, necesariamente, más cerca de lo que se permitiría normalmente. El calor que llega de la maleza, el cielo, un alambre dorado escondido en el terraplén, aunque, todavía, dormir resulta bastante aterrador.

      ¿Entonces, por qué esos gritos? He visto que un chico era conducido hasta la colina. Le he visto caer allí. Se da otra desaparición por la tarde. Por la mañana, un pequeño reino de sangre. Lanzan ropas al pie del poste y eso también me resulta triste. ¿De dónde vienen los camiones? Lo poco que queda del camino se encuentra bastante malogrado por el paso de la rana de tarde. Supongo que existe un sendero pequeño. ¿Cómo, si no, la comida, los pantalones para los niños, la expulsión de los muertos? Claro, puede que los fuegos se expliquen de esta manera. Los chicos arrastran trineos a través de los bosques. Utilizan un caballo. Pero: ¿por qué matar al animal? No lo comprendo.

      No importa que una manta haya sido abandonada aquí, tampoco el vaso, la sábana, el collar. Uno podría hacerse con facilidad una cama con las hojas, pero cerrar los ojos parece, de alguna forma, una locura. La pisada, a pesar de todo, ¿no desaparecerá pronto? Creo que los visitantes esperan dentro del cinturón, si es que pueden soportar la presencia del fuego. Hay tantos sollozos siempre, ¿pero no se trata, a lo mejor, de los de un único caballero? He oído agua, quizá debajo de mí. He estado un poco menos alerta de lo que quisiera admitir.

      Pero podría decir alguna cosa de los ejercicios en el campo -los brazos cortando el aire al otro lado de la hierba alta- aunque me arriesgo a ser impreciso. Pequeños clavos apilados en la cuneta; el chisporroteo volando hacia el este por encima de los insectos, quienes transfieren la luz al morir contra la pared. ¿No es esto un ejemplo bastante potente? Su respiración, el movimento seco y calculado. O, por supuesto, puede tratarse de una actividad regulada en el aire y, como tal, algo sobre lo que he decidido no ofrecer una descripción completa debido a la fatiga.

      Hay una rotación, también: la rutina, y las voces, aunque puede que, en lugar de eso, se trate del motor de una cocina después de haber sido conducida al claro que antes he mencionado. No tiene ningún sentido, entonces, que el grupo de mujeres parezca feliz mientras fustiga a los niños. A lo mejor se lleva a cabo más como si fuera un juego que un castigo. Pero, ¿y la sangre? ¿A qué se debe, también, el posterior agotamiento de las mujeres? Parecen cansadas, como si efectivamente hubieran pegado a los niños, aunque la canción durante los latigazos es bastante extraordinaria. Hay que creer, como resultado, que el tiempo ha permitido hacer mucha vida al aire libre, o, si no, que algo lúgubre se aloja en la casa y debe ser evitado.

      A plena luz de día, ciertamente, una procesión de caballeros transporta bolsas de ropa hasta el río mientras los socios lanzan sal sobre la hierba desde el carruaje. Pero el tañido de la campana es bastante imprevisto; o quizá estoy equivocado. La campana suena cuando el perro caza al fugitivo, explicando así, quizá, el inadecuado tañido a última hora de la tarde acompañado de los complicados gritos y, también, los largos silencios distorsionados por el chapoteo del agua contra la piedra, la combustión de la peluca del prisionero.

      Me alegra pensar en la comida del sábado. Pollos sazonados con fuertes hierbas y grandes cantidades de cabezas de ajos socarrados y ensartados en una vara. El limón y los tomatillos empapados en el ducísimo aceite. Un filete de salmón hervido, salteado y cubierto con finísimas láminas de tierno pan negro. Pero uno puede perfectamente imaginar que esos sucesos ocurren cualquier otro día, como un martes, dado el riguroso horario de la prisión y la fuerte actividad de los días restantes. No importa, aunque, bueno, esto es quizá algo que recuerdo de otro tiempo porque ya no me tranquiliza. Está claro que, en medio de estos sucesos, un pequeño caballero resulta importunado por un pájaro: cierta insistencia por parte del pájaro, ya que el caballero debe protegerse con un abrigo. Bueno, esto no sucede tan a menudo como me gustaría ya que el caballero muere, creo. O, si no, inicia en solitario lo que parecería un viaje difícil que todo el mundo entiende que desembocará en su muerte. Sería preferible que el ataque se realizara más a menudo para reforzar la creencia en él o, más importante, para llevar a cabo una inspección más minuciosa del pájaro, el cual parece haber superado el conflicto y no morirá fácilmente.

      La prisión se encuentra situada cerca de una casa, pero, lo cual añade otra complicación. O bien la casa es un anexo de la prisión, como una cabaña o un almacén. Pero los cables no son cables telefónicos, o bien son pesados, como si cumplieran otra función, como de ancla, o para despejar la visión desde arriba, que es a menudo la perspectiva más embarazosamente precisa, me parece. La protesta de un sólo prisionero es útil en este punto, aunque uno sea demasiado tímido para mencionarlo. También el animal, que genera una presencia aquí cerca, es valioso: de ahí los arañazos en la escalera, las gotitas de cabello, un sollozo que emerge de entre las malas hierbas. Debo admitir que, de alguna forma, me siento poco seguro ahora. Por supuesto, uno quiere confirmar la existencia de una ventana, lo cual parece tanto menos probable cuanto más absurdo. ¿Ha habido algún cambio en lo que se decidió de antemano? Mis piernas, por ejemplo, como más pesadas de lo que hubiera esperado. El viento más o menos aletargado y tan cargado de grano. La puerta, al pie de la colina, cerrada con fuerza, aunque parece un tanto abierta. ¿Cómo, si no, la canción y el suave rumor metálico? ¿Puede haber habido un cambio de dirección en la estructura? O quizá la explicación es mucho más sencilla y llana. Según la cuál las mujeres atan a los niños con cuerdas y los caballeros prisioneros son empujados por la fuerza dentro de los agujeros, me parece. Hay cuarenta agujeros en el campo y el fuego, de alguna forma, se aproxima desde el norte y llega siempre justo antes del anochecer. Pero esto no explica sus exclamaciones de sorpresa antes de ser quemados. A lo mejor ese sonido es, por el contrario, el de trocitos de pizarra que se rompen en la escalinata. Uno tampoco se siente demasiado inclinado a otorgar excesiva importancia al montón de cuerda, aunque todavía se da un innegable interés por parte de la vida salvaje, lo cual sugiere la presencia de un fuerte olor y, posiblemente, una batalla anterior.

      Hay que tener cuidado con no alarmarse ante lo que podría parecer un oscurecimiento. La vida de los insectos, por sí sola, ya carga la atmósfera, como es habitual en este emplazamiento, sí, aunque se podría afirmar fácilmente que se ha levantado polvo desde las cenizas del patio de la prisión. Cualquier otra idea al respecto debe ser vencida. Se da una pausa en el aire cuando suena la campana, eso es seguro, o, si no, una respetuosa quietud es observada por los pájaros, creándose el efecto de una mayor lentitud en el aire. En este sentido, entonces, los sonidos son los detalles más simples, aunque está claro que no es posible fiarse del sonido del fuego.

      Ya no resulta un consuelo pensar en el hombre que arrastra a un prisionero encima de una tabla hasta el río. Ahora me preocupa bastante: la chica que empuja la cabeza del prisionero con la mano, los caballeros en la orilla que determinan la posición del sol mientras el prisionero se ahoga. La posibilidad de que el bosque será pronto allanado es, a lo mejor, la única conclusión aunque, bueno, la ventana se encuentra, de alguna forma, destrozada, o lo estará pronto, si no hoy mismo, como muestra quizá de que una destrucción diferente está programada, o, más concretamente, de que la casa se encuentra, por supuesto, mucho más lejos de lo que se había permitido en un principio.

      El llanto, de todas formas, me parece más que curioso. Se puede encontrar una explicación a los arañazos de animal en la tabla una vez el prisionero ha sido retirado, y a la presencia de los peces en las rocas de alrededor, casi asfixiándose -lo cual explica el jadeo a un volumen tan increíble-, pero, ¿qué decir de los suaves sollozos que se dirigen, moderadamente, hacia el norte? No me resulta imposible considerar la posibilidad de que ese sonido provenga, de alguna forma, de mí mismo. Debo ser riguroso al asignar los orígenes, incluso aunque eso comporte decidir algo horrible acerca de mi propia condición. Pero no tengo un motivo exacto para sollozar, lo cual, por otra parte, complica la situación, aunque podría ser que, bueno, que el sollozo fuera una expresión de alegría, un signo de felicidad por mi parte, o incluso de euforia, como la de un hombre que llora de puro respeto ante un animal orgulloso, independiente y fuerte.

      Sea lo que sea. He visto a una mujer que me atendía. Hay un tazón amarillo, cortado por la base, asociado con esta visión. Frutos del bosque y monedas y un guante de hombre reposan encima de la mesa al lado de la cama. No es de mi cama de la que hablo, sino de una cama que me resulta familiar, como la cama de una casa que uno ha visitado o en que uno ha, probablemente, vivido. De nuevo, no estoy seguro. La casa es quizá una casa que me describieron de niño. Por supuesto sería de gran ayuda que la casa existiera de forma más clara ahora, ya que interrogar a la señora de la puerta sería útil, y es muy probable que ahí se guarde la comida, aunque no sería tan fácil de localizar si yo la buscara, tal como acostumbra a pasar en estas visiones.

      A las cuatro, a pesar de todo, un pequeño fuego en la colina es celebrado con un canto: de eso estoy seguro. Los niños marchan en fila a través del bosque, lo cual, desde arriba, resulta ser un claro punto de huida: un tanto evidente y desesperado, aunque bastante valorado y divertido. Creo que es muy inteligente construir una prisión aérea con coloridas telarañas grises en las paredes y largas plataformas como camas colgadas en el patio. Se necesita cierta genialidad, sin duda, para inventar un sistema de camas elevadas: yo nunca lo hubiera imaginado por mí mismo y hubiera atribuido la sensación de balanceo y descensos súbitos a cualquier escaramuza pasajera o al ventilador de un prisionero. Es excepcional y verdaderamente admirable. Casi justifica la degollación de un niño. Así como, también, el aplastamiento de fruta con los pies de los hombres que, aunque ríen y parecen muy jóvenes, serán pronto asesinados.

      Uno casi arde en deseos de un vaso de agua. Aunque el sonido del grifo abierto se explica fácilmente como el de una mujer que grita a su hermana y le golpea las manos con la herramienta de alambre. ¿Y qué decir de la cadena que cuelga de la verja, tan parecida a la cuerda que se utiliza para conducir a un caballo al desfiladero? ¿Y los clavos, agitados en la bolsa, así como los ganchos que se clavan en los perros escondidos entre las matas? Hay muchas maneras de pensar en eso, y me parece que lo pensaré de forma diferente pronto, cuando sea capaz.

      Pero antes, no, este silencio, para que pueda pensar en el joven chico que ha muerto, aunque a uno le pueda parecer más fácil hacerlo si pudiera sentarse otra vez cerca de la cama y cantar su nombre con esa voz dulce y acuosa que tanto me gusta, como el guardián que se mantiene, fuerte, de pie cuando estoy cansado: este hombre bastante grande y muy parecido a mí en la constitución y en la piel, con esos ojos tan bonitos y tan claros como los míos, que me sostiene la mano y señala al pájaro y sonríe.

 ©1997 Ben Marcus

Ben Marcus | Inglés original |
Traducido por Carol Isern

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