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CRÍTICAS LITERARIAS:

Big Babies por Sherwood Kiraly
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Como dice un viejo refrán, uno puede escoger a sus amigos, pero no a su familia. En lo que respecta a los huérfanos, están en manos de casi todo aquel que la agencia de adopción considere mínimamente sano y solvente. Según Adlai Jerome Fleger, narrador de Big Babies, el último trabajo de Sherwood Kiraly, apenas se ha firmado el documento de adopción, el caos doméstico estalla y la vida se convierte en una lucha por adaptarse a una situación sobre la que se ha perdido el control. El resultado de esta conclusión -que provocó mis risas más sonoras- es una astuta y áspera sátira a la cultura norteamericana contemporánea vista a través de los ojos de un hombre de mediana edad, hijo adoptivo, dedicado en cuerpo y alma a escribir la historia de su vida para dirigírsela a modo de carta a su madre natural, con quien no ha mantenido jamás contacto alguno.

Retomando la obsesión por los personajes disfuncionales y sus familias que mostraron los novelistas norteamericanos del siglo XX -desde el Faulkner profundamente sureño y gótico de Mientras agonizo, pasando por El guardián entre el centeno de Salinger, hasta la visión apocalíptica de los actuales valores familiares de DeLillo en White Noise-, Kiraly construye un escenario familiar de pesadilla en Big Babies en el que Adlai Jerome (AJ), es víctima de sus incongruentes padres adoptivos: debe soportar el amor empalagoso de la madre y las amarguras del padre, obsesionado por deshacerse de su carcamal suegra de una patada en el culo.

AJ deberá esperar a rebasar casi la treintena para descubrir la identidad de su madre natural, momento en el que se ve motivado a escribirle la historia de su vida, que incluye también la de Sterling, su hermano adoptivo. Kiraly rompe con los estrictos moldes de la primera persona narrativa al escoger la forma epistolar para enmarcar la voz narrativa de AJ, logrando de este modo llevar más allá su novela. Tras las descripciones de AJ acerca de una infancia a la sombra de un hermano mayor más atlético y más popular, el lector casi puede oír las voces de personajes como Huck Finn, Holden Caufield o Portnoy, con cada uno de sus juicios de valor, inseguridades y debilidades. Y es en ello donde reside gran parte del encanto de Big Babies, este intento desvergonzado -y valiente- por parte de Kiraly de colocar a su personaje al final de la lista de los héroes norteamericanos por excelencia. Como dice Holden: "Si realmente deseas conocer mi historia, primero me preguntarás dónde nací, y cómo fue mi horrible infancia..."

La exhaustiva carta de AJ a su madre natural es desternillante y dramática a la vez, y está repleta de historias que él califica de horrores domésticos de infancia, sucedidas por una caída en picado a la más pura mediocridad hasta que, cumplidos ya los treinta y tantos, un absurdo despegue a lo ave fénix le libera de la oscuridad.

Por su parte, Sterling, producto arquetípico de la cultura televisiva norteamericana, tiene como única ambición convertirse en un actor famoso y fantasea con la posibilidad de que sus padres naturales sean Lee Marvin y Angie Dickinson quienes, está convencido, le revelarán su verdadera identidad cuando alcance el estrellato. Dotado de un extraordinario talento interpretativo, Sterling consigue finalmente saborear las mieles del éxito con un pequeño papel en un show cómico televisivo en directo. Sin embargo, fracasa en el momento de decir la única frase de su repertorio, arruinando no sólo un divertido gag sobre Charles Mason, sino también su carrera como actor.

A partir de aquí, AJ relata cómo los dos hermanos, entre sus veinte y treinta años, se suman en una vida en el olvido: Sterling trabaja en una asesoría en el Sur de California mientras AJ se recupera de sus problemas de alcoholemia en el Este.

Pero sus vidas toman un día un vuelco positivo. Ambos se reencuentran en California donde Sterling decide volver al mundo del cine como especialista, y AJ se enamora de una mujer con la que acaba casándose. Pero aunque el matrimonio con Abbie Zane le aporta felicidad y una hija, la tranquilidad peligra al convertirse éste en un padre obsesivamente protector, angustiado por la posibilidad de que su hija Maggie sufra las consecuencias de los numerosos peligros del mundo. Convencido de que cualquier objeto casero es un arma mortífera potencial para la pequeña Maggie, AJ empieza a trabajar en la "Little Spudge Baby Safety Company" participando en la manufacturación de unos trajes protectores para bebés. Después de vagar de trabajo en trabajo durante largos años, parece haber por fin haber conseguido una estabilidad económica gracias a ese tenaz, morboso e irracional miedo que le provoca la muerte. Kiraly, que tanto recuerda aquí a DeLillo, parece proclamar que en nuestra sociedad , el bienestar lo disfrutan aquellos inventores que se dedican exclusivamente a temas de seguridad, inventando artilugios como air bags o conos señalizadores de autopista. Es un mundo en el que la creatividad está engendrada por la paranoia.

El lector no debe olvidar que lo que tiene entre manos es una carta que AJ escribe a una madre desconocida y que precisamente es esta estructura narrativa la que aporta al relato una dosis de comicidad aun más negra a este absurdo relato familiar. Un lector que se preguntará también qué debió pensar Irene Galowicz Otto, la madre natural, al encontrarse en el buzón esta carta de más de doscientas páginas en la que ese hijo, al que sólo conoció unos días, delata su paranoia relatándole su insólita vida y sus extraños -aunque lucrativos- negocios.

¿Y qué debió pensar de Sterling quien se reunió con su familia natural tras interpretar en televisión la vida del asesino Lester Bogle, su hermano natural? La televisión se presenta en Big Babies como un medio capaz de reunir a familias separadas durante largo tiempo pero lo que está claro es que la de los Bogles no es una clásica y entrañable reunión familiar. La familia que adoptó a AJ y Sterling, con todas sus disfuncionalidades, es, comparada a los Bogles, igual o más idílica que la representada en la serie de La casa de la pradera.

Es probable también que la Sra Gallowicz, sometida como el resto de la población a la locura televisiva y la cultura kitsch, se quede impertérrita ante tales revelaciones. Cabe la posibilidad, incluso, de que aún esté más pirada que los propios Bogles. Pero nos quedamos sin saberlo, y quizás sea mejor así.

A medida que la carta se acerca a su clímax, cuando AJ parece olvidarse de su propia vida y se concentra en relatar la carrera como especialista de su hermano, la narración de consumismo y locura mediática roza los límites del absurdo. Amenazado de muerte por Lester, su hermano natural, Sterling, frustrado y desencantado actor, aprovecha la oportunidad de compensar el desastre televisivo de antaño al aceptar participar como especialista en un disparatado anuncio. La empresa Little Supdge Face Baby Safety desea probar un traje, y Sterling se ofrece para ejercer de bala de cañón humana que será lanzada a una distancia de cientos de metros tras haber sobrevolado las calles de Las Vegas durante la Nochevieja ante la mirada de una multitudinaria audiencia televisiva.

En una escena que trae a la memoria los televisados asesinatos de JFK y Lee Harvey Oswald, el loco de Lester dispara a un Sterling que intenta alzar su magullado cuerpo del suelo tras una triunfal actuación. Sterling, contrariamente a lo acontecido en los famosos asesinatos, se libra de la muerte gracias al traje protector Spudge y, satisfecho ,es trasladado a volandas a la mesa del quirófano.

En el último capítulo, AJ confiesa a Irene que escribió esta carta para explicarle qué pasó con su bebé y para consolarla (¿y consolarse?) pues, aunque no acabó convertido en médico o en otro profesional reputado, al menos salió mejor parado que Sterling. Le asegura también que, si a pesar de todo, ella decide permanecer en el anonimato, él lo comprenderá. Como él mismo dice: "no estamos peor que antes." Además, narrar su absurda y confusa vida a un anónimo confesor parece haberle dejado satisfecho.

En cuanto a Kiraly, puede congratularse por haber sabido cautivar con una carta al lector, a la vez que ha sabido destrozar original y mordazmente las obsesiones culturales de nuestro milenio. Al cerrar el libro, el lector espera que la madre de AJ haya leído su confesión y que el público sepa disfrutar de ella.


© Copyright The Barcelona Review 1997

Crítica de Lindsay McGarvie

Traducido por Marie Corbett y Cristina Hernández Johansson