The Barcelona Review

Facebook



twitter

Berlin 1970sAroa Moreno

EL PRINCIPIO DE LO OTRO

 


Berlín, 1970


El nombre que entonces tuve. La mujer que entonces fui. Apenas una extensión de piel y veinte años de contenido. La memoria es la facultad que permite retener y recordar hechos pasados: codificar, almacenar y recuperar. Se mueve en la inconsciencia, como una marea, dejando a la luz de la noche el fondo de arena de debajo del agua. El fondo del mar es como un cuerpo que se desarropa mientras duerme. Leí que existen dos tipos de memoria, la de las grandes cosas y la que recoge los detalles de lo que vivimos. Hay una electricidad entre emoción y memoria: cerebro, neuronas, flash. Una complejidad natural: a mayor emoción, más facilidad de que un suceso pueda ser recordado. La emoción es el filtro y es la marea. Es la revolución. La nitidez de la memoria está atada a la impresión que algo nos produce. A la vez, una catarata química se desencadena, un movimiento imparable y adictivo. Es el fin del juicio crítico. La dilatación de las pupilas, es el pequeño animal que se esconde contra el Estado.
            Es de entonces, de aquellos días en que nos conocimos, de los que yo perdí los recuerdos grandes. No hubo cálculo de las consecuencias posibles. Culpa o supervivencia. Nunca lo supe. Qué hacía papá entonces, cuánto había crecido Martina, cómo era la vida de mamá mientras yo paseaba por el Berlín furtivo. Cuando regresaba a casa y actuaba normal, pero diferente, con un secreto inmenso dentro que nadie conocía. Y no hablaba. Solo tumbarme en la cama y grabar, grabar dentro lo que había pasado. Afuera, las calles, las tiendas, el muro, la universidad; dentro: el olor de la cena, las canas en la cabeza de papá y de mamá, la visita de algún amigo. Nada acerca de la infelicidad o el ansia de cada uno. Nada acerca del partido y de sus vigilados, de las normas, de los desaparecidos, la carta desde España llegando al buzón con cuatro frases hechas, el sobre despegado, ¿lloró mamá? Como si la cabeza anduviese entorpecida por algo, densa y lenta. Solo guardo la segunda memoria, la de todos los hechos: la puesta de sol contra el Bösebrücke cortando todo en dos o el ruido del silencio entre canción y canción de aquel casete de Elvis que él me regaló; todo desde aquella mañana, la mañana en que salí del Sybille, y él salió detrás de mí. Era noviembre y, al principio, un terror, un desconocimiento. Caminé unos pasos. Me paré y él se paró. Crucé la calle y me adentré en Friedrichshain. Y él detrás. Entré en una librería: hojeé un libro de gramática, lo dejé, abrí un libro del chileno comunista Neruda. Al azar leí algo: no he olvidado aquellos versos, los leí en silencio cien veces seguidas antes de cerrar el libro y levantar la vista. Otras veces calcáreas cordilleras interrumpieron mi camino. Con las páginas aún entre los dedos, le miré. Por primera vez me fijé en su cara. Cerré los ojos. Quién era. ¿Nos conocíamos? ¿Era de la universidad? La mirada pequeña y clara. El pelo lacio, muy alto, un hombre pájaro. Llevaba una cazadora abierta, dos líneas marrones en pico desde los hombros hacia el pecho. Esa es la imagen. Levantó las cejas y sonrió. ¿Qué? Entonces, lo pensé: no era del Este. No era del Este y era del otro lado. Un turista, un estudiante, por qué me había seguido, siempre unos pasos por detrás, cruzando la calle al mismo ritmo que yo, pero después y sin disimular la persecución. Y entonces, estábamos parados el uno frente al otro, fue el momento, o qué fue más que una inconsciencia. ¿Qué quieres? Nada, respondió, conocerte. ¿A mí? ¿Conocerme a mí? ¿Por qué? Me has parecido interesante, me dijo. Interesante ¿yo? Los libros fueron testigos, aquellas palabras, primera conversación. La imagen de papá sobre mis hombros, cállate, Katia, no hables con él, es de los otros, no es de tu gente, qué crees que está buscando, ¿una mujer?, eres idiota, niña. Pero había otra cosa, algo carente de inteligencia, por supuesto, un huracán, un riesgo, algo extraño que me decía que tenía que responderle. Una sucesión de reacciones imprevistas. Le sonreí, pero le dije que yo no le quería conocer. Y di media vuelta. El pulso, como un tambor debajo del abrigo rojo, debajo del abrigo de paño rojo y debajo del traje de pata de gallo y debajo de mi piel, el corazón y los pulmones creciendo en movimientos reflejos. Salimos de la librería a la vez, sin hablarnos, a veces nuestros brazos se rozaban al caminar, pero ni una palabra más, ni una mirada más de frente, sí a las zapatillas que él llevaba, azules, dos rayas blancas a cada lado, gastadas, desgastadas al caminar, ¿por dónde? Paramos en los semáforos, el corazón y los pulmones engordando, adentro, paramos sobre el puente, dos siluetas rojo y blanco, cruzamos la tierra de nadie hasta llegar a la puerta del patio de la casa, los codos pegados, ni una palabra. Los árboles dentro retorcidos de invierno, arriba la ventana con luz donde mamá y papá y Martina tal vez. Hasta aquí, le dije. Y él se rio, se dio media vuelta y se alejó. Antes de entrar en casa, repasé los pasos, el cúmulo, la decisión y lo arbitrario: Herr Tonnemacher, la universidad, el paseo, el café abandonado en el Sybille y todo lo demás. Aquella noche, la noche del día en que le conocí, apenas pude dormir. Di vueltas sobre la cama, inventé: no hay salida para esto, no juegues. Y traté de olvidar el encuentro, qué absurda había sido.
            Y llegó la navidad, mi última navidad en Berlín. Papá trajo un pavo. Se sale, decía desesperada nuestra madre, no puedo coser esta carne tiesa. Y te habrá costado tanto dinero. Yo machaqué las nueces, las ciruelas pasas y un poco de queso que terminó fundido por la bandeja del horno. Cenamos los cuatro, como siempre, la carne reseca del pavo, qué pena, decía mamá, y la masa requemada del relleno. No pasa nada, mujer, al menos tenemos esto, y papá abrió una botella de cerveza y nos sirvió a todas un poquito en los vasos. Luego, feliz año nuevo, y 1971 se metió en nuestra vida sin más, punto y seguido.

 

________________________________

© Aroa Moreno Durán


Aroa Moreno Durán (Madrid en 1981) estudió Periodismo en la Universidad Complutense, especialista en Información Internacional y Países del Sur. Es autora de La hija del comunista (Caballo de Troya, 2017), novela por la que obtuvo el Premio El Ojo Crítico de Narrativa. Ha publicado los libros de poemas Veinte años sin lápices nuevos (Alumbre, 2009) y Jet lag (Baile del Sol, 2016). Es autora de las biografías de Frida Kahlo, Viva la vida, y de Federico García Lorca, La valiente alegría (ambas en Difusión, 2011). Publica una columna semanal en el periódico digital infoLibre


       Este texto no puede reproducirse ni archivarse sin permiso del autor y/o The Barcelona Review.
      Rogamos lean las condiciones de uso