The Barcelona Review

Facebook



twitter

 

imagenAlicia Sánchez

TRÍADA


 

 

Son seres diferentes a todo lo que conocemos.
      Lejana, por ejemplo. ¿debería utilizar la forma femenina con ella? No estoy segura. Sus movimientos etéreos y sus cuerpo armonioso me llevan a ello, pero no tiene ninguno de los atributos propios del sexo que le he adjudicado, ninguno. Lejana es un ser de consistencia líquida y transparente, como el río que desciende o la lluvia que cae sobre nuestras cabezas. Se acerca con la cadencia de una manta raya ondeando sus aletas, tan intangible como hermosa. Es bella como la más bella de las mujeres y, en cambio, no es una mujer. ¿Cómo podría explicártelo?
      Tampoco me resulta fácil decirte cómo es Niebla. Para empezar, no sabría qué género utilizar para describir un ser tan ambiguo. De consistencia gaseosa, como el vapor que se desprende de los pantanos perdidos, no tiene un contorno definido. Sus átomos disgregados le convierten en un ser ausente y omnipresente. El todo y la nada. Cuando se acerca a sus compañeros deja de ser intangible y se espesa como el algodón desgarrado de las nubes. Es entonces cuando adquiere cierta forma definida, incluso cierto volumen, pero no... no es como sé que estás pensado. Ni por asomo. Niebla es... otra cosa.  
      Musgo tampoco es como nosotros. Aunque es el único que resulta ligeramente corpóreo, no hay nada en su apariencia que le semeje a ninguno de los seres conocidos. Voy a utilizar el género masculino con él. Lo voy a hacer porque hay matices en su actitud y en sus formas que me recuerdan al hombre primigenio. Musgo es decidido y desafiante. Con su cuerpo húmedo y terroso, adquiere distintas formas, desde una pétrea montaña a un inmenso mar de lava sólida. Es, además, el único ser que desprende un cierto olor, un aroma orgánico y no demasiado agradable que anuncia su presencia mucho antes de que llegue a materializarse.  
      Lejana, Niebla y Musgo. Ellos conforman la Tríada, la sagrada Tríada que reina en este oscuro planeta, el planeta en el que estoy destinado desde el período noveno. Nosotros lo hemos llamado Tierra Negra pero, ¿por qué nombre lo conocerán sus habitantes? Es imposible saberlo. No podemos establecer comunicación alguna que ellos. Es como si no advirtieran nuestra presencia, como si nos halláramos en una dimensión imposible de identificar. No nos ven, no nos oyen, no nos presienten, aunque estemos a pocos metros de ellos.
      Me gustaría saber cuál es la forma en la que perciben la realidad. ¿Tienen cinco sentidos, como nosotros? ¿Vista, tacto, oído...? No he logrado averiguarlo todavía ni creo que pueda hacerlo jamás.
      Mi presencia inadvertida, sin embargo, tiene una gran ventaja: puedo ver sin ser vista.
Hoy he podido, por ejemplo, ser testigo del acto más extraordinario que he presenciado jamás desde que estoy destinada como observadora estatal en la Tierra Negra.
      Una vez más me encuentro con el problema del léxico. ¿Cómo podría definir el fenómeno que ha tenido lugar hoy? Podría utilizar un término general, como encuentro o relación, u otro más específico, como coito o cópula, pero ninguno de ellos me parece adecuado, ninguno de ellos sirve para describir ese intercambio de densidades, texturas y materia que se ha producido ante mis ojos de una forma tan natural y, al mismo tiempo, tan extraordinaria.
      Pocas veces coinciden los tres miembros de la Triada en un mismo espacio. De hecho, es como si lo evitaran. He visto muchas veces a Musgo rozándose con Niebla. Son encuentros rápidos y bruscos que les ponen de mal humor y les hace alejarse el uno del otro durante varios días. También Lejana se ve con Musgo. Lo hacen a escondidas, cuando Niebla desaparece en busca de los vapores del atardecer. Sus encuentros son tenues y prolongados. Los dos entran en trance, fundiendo su materia el uno dentro del otro, al mismo tiempo que emiten sonidos suaves y cadenciosos. Cuando terminan, ambos parecen desorientados, como si perdieran parte de su conciencia durante el intercambio y necesitaran tiempo para volver a ser ellos mismos.
      La relación entre Niebla y Lejana es mucho más compleja. Siempre procuran no encontrarse. Y cuando uno de ellos, generalmente por error, toca al otro, de sus cuerpos se desprenden unas diminutas chispas eléctricas que parecen causarles un intenso dolor. Puede que el contacto de uno con el otro genere una energía peligrosa y que por esa razón deban mantenerse alejados el uno del otro. Todo son suposiciones, desde luego. Estamos muy lejos de entender las leyes físicas que rigen este planeta negro y los seres que habitan en él. Lo único que puedo hacer de momento es registrar todos los datos de los que dispongo para que un día, la observadora estatal que llegue cuando yo me haya ido, pueda empezar a interpretarlos. Y eso es lo que hago. Día tras día y casi de forma compulsiva.
      Hoy ha sido un día diferente. Niebla no se ha marchado al atardecer. Ha permanecido en su rincón, tembloroso y espeso, durante casi todo el día. Lejana ha estado a su lado, como si lo velara y, aunque no lo ha tocado en ningún momento, daba la impresión de que trataba de comunicarse con él, algo insólito en ellos. Musgo se ha mantenido al margen, alejado pero expectante. Su extraño olor a tierra mojada era más intenso que nunca y su color cambiaba constantemente, de verde irisado a brillante gris plata.
      Cuando ya era noche cerrada –si se puede llamar noche a estas horas de frío hiriente que oscurecen el cielo rojizo y congelan el mar que nos rodea siempre–, Musgo se ha disgregado un poco más y ha mostrado un hermoso tentáculo de carne que hasta ahora siempre había permanecido oculto. Me ha conmovido la belleza de ese nuevo apéndice. Suave y tierno en su extremo, bien asentado en su base, era como una raíz en la tierra, estático pero al mismo tiempo oscilante, exhalando un perfume pesado, orgánico, lleno. El tentáculo de Musgo huele a liquen, a profunda madriguera, a hongos frescos... ¿A todo eso? Me preguntarás. Sí, a todo eso y a muchísimas cosas más pero, a pesar de todo, me resulta imposible definírtelo. ¿Por qué resulta tan difícil todo en Tierra Negra?
      Lejana no ha tardado en percibir ese aroma. Niebla tampoco. Se han acercado los dos, con cautela, sobrecogidos y excitados. Ella ha adoptado la forma de una cascada de agua cristalina –tan etérea, tan brillante– y se ha postrado, temblorosa, ante el falo hermoso que le ha tendido Musgo. Niebla parecía un poco receloso al principio, pero no ha podido resistir el aluvión de estímulos que ha recibido de sus compañeros, el tierno apéndice, el dulce líquido, y no ha tardado en acercarse también.
      Es entonces cuando han iniciado la cúpula. Musgo ha envestido la gelatinosa superficie de Lejana. Ella se ha estremecido y de su cuerpo acuoso han emergido dos suaves burbujas coronadas por un botón de espuma. Niebla ha enloquecido con la visión de todo ello. Se ha convertido en una nube turbulenta y oscura y ha rodeado a sus compañeros con sus vapores. La carne terrosa de Musgo y el agua perfumada de Lejana se han estremecido con el súbito contacto y han emitido unas... ¿ondas? ¿susurros? ¿vibraciones? que han transformado el aire que nos rodea y ha hecho temblar la tierra.
      La penetración se ha hecho más rítmica. El falo, henchido, brillaba por la espuma blanca de Lejana y por los vapores enardecidos de Niebla. Los tres cuerpos se han vuelto más sólidos, más densos e, incluso más fragantes. He sentido algo extraño al verlos. Un recuerdo, una sensación. Un deseo relacionado con la infancia, un anhelo de mi cada vez más lejana juventud. Mi piel, por unos instantes, ha recuperado la tersura, y he sentido aquella íntima humedad que me convertía en un ser débil y vulnerable, años atrás, cuando todavía no me había convertido en observadora.
      Me he acercado a ellos, he querido tocar con mis carnes ásperas esos cuerpos tan bellos y, en unos segundos, me han rodeado por completo. Cómo definirte lo que he sentido en esos momentos. Estaba completamente cubierta por el río imparable de Lejana y por las espesas nubes de Niebla y el apéndice carnoso de Musgo, ese falo que parece estar hecho de bosque y de tierra, me ha penetrado por completo. He perdido la consciencia. He vuelto a la época uterina, a la felicidad amniótica, al placer absoluto que sólo un ser sin apenas actividad cerebral puede experimentar. He temblado, he llorado, he abierto la boca como un pez fuera del agua para saborear esas texturas que se me han ofrecido, esas viscosidades indefinibles de sabores desconcertantes... Oh, compañero mío, mi compañero. Cómo definirte todo eso que he sentido, prendida en esos extraños seres, ahogada en ellos. He creído morir y, créeme, no me hubiese importado hacerlo. Morir entre esos vapores fríos y suaves, con ese falo esponjoso moviéndose lentamente dentro de mis carnes y el agua de mi hermosa amiga Lejana rociándome con su fresco perfume. He creído morir y, de hecho, creo, de alguna manera, he dejado parte de mi alma, parte de mi vida en ellos.
      Estoy casi segura de que hay algo que me han quitado. Algo que han absorbido valiéndose de su antimateria. ¿Estoy herida? No. Pero no soy la misma de antes. En cambio ellos... Niebla parece mirarme con mis ojos azules, Musgo sonríe desde mi boca y Lejana, mi hermosa hermana Lejana, se ha quedado con mi humedad, con mi órgano viscoso en el que se hundió su compañero Musgo. Ellos son yo y yo son parte de ellos. Un miembro más en la Tríada. Un nuevo paso en la Tierra Negra.  

 

© Alicia Sánchez

foto Alicia SánchezAlicia Sánchez es periodista de profesión y escritora por vocación. Autora de dos novelas, "Violeta en el Jardín de Fuego" y "En Carne Extraña",  también ha escrito un cuento infantil, "Gwendolina la niña vampira", y varios relatos de erotismo, terror y ciencia ficción.


       Este texto no puede reproducirse ni archivarse sin permiso del autor y/o The Barcelona Review.
      Rogamos lean las condiciones de uso