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EL JARDÍN DE LAS FLORES PÁJARO

 

Ilustraciones de
Kamilo Guevara

 

Texto de
Javier Alcaíns

 

 

No se sabe dónde queda exactamente el Jardín de las Flores-Pájaro; no se sabe tampoco cómo llegar, pero un día se te desata el cordón del zapato, te agachas para hacer la lazada y cuando te incorporas ya estás allí.  Todo se vuelve diáfano entonces y, aun sin haber estado antes, ya sabemos que si aquí hay una estatua, detrás de aquel seto habrá una fuente, que este camino desemboca en una laguna y que del árbol extrañísimo que estamos viendo penderá un fruto del que quizá no sabemos el nombre, pero cuya forma conocemos con certeza. A esta ciencia infusa que otorga el lugar debemos las descripciones que siguen.

 

 

ERMENGARDA LÓPEZ, MERETRIZ Y VAMPIRA

 

iErmengarda se pasea desde el anochecer hasta un poco antes del alba por el Parque de los Solitarios, que se alarga hacia el Poniente. El día que se abrió el Jardín ya ofreció allí sus servicios, aunque entonces aún no era vampira. Mudó su naturaleza una noche que se vio asaltada por un facineroso reacio a cualquier tipo de dispendio: blandiendo un cuchillón de matasiete, salió de lo oscuro maldiciendo y exigiendo atenciones de balde. Ermengarda menguó en segundos a vista del atacante, voló metamorfoseada a su alrededor y atacó con saña la yugular. El malhechor, de golpe dejadas sus violentas maneras, soltó el arma inservible y, como sonámbulo, rebuscó metálico por todos los bolsillos. Desde entonces, Ermengarda incluye en sus favores el numerito de la transformación y el muerdo a doble colmillo. Su clientela ya no puede vivir sin ese escalofrío.

 

LAS CUATRO ZASCANDILAS

 

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Las cuatro zascandilas se llaman Melanie, Tormenta, Cunegunda y Choni. En el Jardín las conocen como las Hermanas Zanzán, las Gigantas de Palo o las Hermanas Zanquivanas, por los altos zancos sobre los que siempre van encaramadas; a pesar de los apodos, no hay certeza de parentesco entre ellas. Primero es un rumor como de lejanos truenos, luego un ruido que pinta en la imaginación un desfile de tambores y al fin la inconfundible y alta presencia de las cuatro zanqueras exhibiendo sus acrobacias circenses. Ya marcando el paso, ya cambiándolo, o repiqueteando como en un zapateado, alborotan sin reparos, a base de puntas de madera, el lugar elegido para sus juegos. Aros, bolos, pelotas y gritos suben al compás; gritos, bolos, aros y pelotas dibujan curvas vivas, buscan el más difícil, alcanzan el culmen de la intensidad del sonido que estalla al fin como un cohete o como un cañonazo. Luego se alejan, sin esperar aplausos ni dinero, aunque no se les conoce ni otro oficio ni otra diversión. Ya marcando el paso, ya cambiándolo, se las ve perderse poco a poco, y con ellas el ruido disminuye hasta que desaparece. Entonces, durante unos segundos, el silencio es tremendo.

 

DIABÓLICO ENREDO

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Como el primer Jardín, el Jardín de las Flores-Pájaro tuvo una Edad de Inocencia; como el primer Jardín, tiene también una fruta prohibida, con la variante de que lo prohibido es no comerla. No se ve esta fruta siempre en la misma planta: tan pronto pende de una alta rama como madura a ras de suelo en una enredadera. Comerla otorga la misma sabiduría que comer un puñado de piñones: ninguna; pero es de agradable sabor y, como ya se ha dicho, está prohibido no comerla. Si al ir paseando se ve una fruta y se desprecia, la diabla Mari Pili aparece repentinamente y se abalanza sobre ti con pellizcos, capones y collejas, que tampoco es mayor el castigo por saltarse esta prohibición. Al contrario, si al paso se te ofrece la fruta y la comes, la misma diabla te concede por unos instantes la forma del diablo Pepe, que fue su novio y podía retorcerse como si tuviera hechuras de goma, y hay un enredo de colas y miembros semejante a un entrelazo de raíces que, según cuentan algunos, resulta inolvidable. Si es una mujer la que come o deja de hacerlo, quien se deja ver es el diablo Pepe, con idénticas consecuencias.

 

LA LAGUNA DE LA LUNA MENGUANTE

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Marca el centro del Jardín la Laguna de la Luna Menguante, lugar por lo común tranquilo al que los espejismos aportan un ilusorio movimiento. Comienzan los engaños al atardecer, cuando las luces juegan a afantasmar los contornos, y siguen mostrándose hasta que el alba deshace las sombras. La laguna se abarca de un solo vistazo bajo la luz del día; cuando mengua la luz, su superficie comienza a extenderse hacia el horizonte hasta parecer un mar sin término, a veces tenebroso y cruzado de tempestades, a veces diáfano y sereno, con barcos que toman derroteros distintos y ruido de bocinas que se van apagando, pues los espejismos pueden venir acompañados de notables fantasías auditivas. Esta ilusión suele correr pareja con un desbarajuste de la fase lunar, nunca acorde con la verdadera cara que puede verse desde otros rincones del Jardín. De entre las otras quimeras que brinda la laguna -delfines cuyo lomo platea en los saltos, luces que brillan a lo lejos y se reflejan equivocadamente en las olas, buzos que emergen con aparatosas escafandras-, la más notable es la pareja que se moja los pies en la orilla: pueden entablar con cualquiera una larga y razonable conversación, hasta que su figura se va desvaneciendo ante el asombro del interlocutor al par que su voz mengua y deviene murmullo que se acaba perdiendo.

 

© Javier Alcaíns, Kamilo Guevara

Javier Alcaíns (Valverde del Fresno, Cáceres, 1963).
Ha escrito libros de poesía y de cuentos y ha realizado veintisiete libros manuscritos con ilustraciones, tres de ellos publicados por el editor Manuel Moleiro y uno por la Editora Regional de Extremadura. Trabaja en el Archivo-Biblioteca de la Diputación de Cáceres..

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