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Begoña Méndez


La narrativa de Vicente Valero (Ibiza, 1963) emerge del encuentro entre la vocación poética y un voluntarioso ejercicio de memoria; entre la ficción, la historia y la biografía, la escritura del ibicenco ocupa y conquista sin estridencias el lugar incómodo de la frontera borrosa, el territorio de lo desconocido, donde las identidades se tambalean y los individuos se fracturan. La sintaxis cadenciosa y demorada de su narrativa nos lleva, como la serpiente a Eva, a morder el fruto envenenado que inaugura lo humano. Como si de un clásico europeo del siglo XX se tratara, su obra narrativa se sitúa en el corazón del estupor y del extrañamiento, apenas sin hacer ruido y lejos de los centros literarios. La editorial Periférica ha sido la encargada de publicar sus tres obras narrativas. Esta misma editorial está preparando la reedición del ensayo Experiencia y pobreza. Walter Benjamin en Ibiza, 1932-1933, publicado por primera vez en 2001.

 

En Las Transiciones (2016), su última novela, el escritor adopta la primera persona para transitar por una memoria que se esfuerza por rehuir del tono nostálgico y sentimental. Más allá de lo personal, Valero recompone el relato crítico de la memoria colectiva de una Ibiza todavía en los márgenes de la historia. Corre el año 1975; la muerte de Franco libra de un duro castigo escolar a cuatro muchachos de doce años. Los marines norteamericanos, los padres muertos, el creciente negocio del turismo y la Penthouse son la escenografía en la que estos cuatro adolescentes crecen, construyen sus identidades y, sobre todo, tratan de sobrevivir. Con el tiempo, y tras los primeros entusiasmos de la recién estrenada democracia, aprenderán que la libertad exige una madurez para la que nadie los había preparado. La temprana muerte de Ignacio, uno de los cuatro amigos, a la edad de treinta y tres años, vuelve a juntarlos. Como el paso de los años, la muerte del amigo ha caído sobre ellos, implacable como una losa de plomo. Ignacio, Jesucristo yonqui, muere por ellos y por todos los hijos de la transición. Su muerte son las ilusiones perdidas, el fracaso de la democracia, que parece no ser más que una palabra vacía. La transición hacia ninguna parte, el camino equivocado: drogas duras y capitalismo desbarrado, profesores de secundaria frustrados, escritores marginales y anónimos, la vida que pasa en una Ibiza fría y melancólica, cuya frontera líquida, el mar Mediterráneo, es solamente un espejismo de mansedumbre. Una bilis negra que los tres amigos intentan calmar con alcohol y con chicas de striptease. Una celebratoria de la vida que se revela ineficaz para combatir el miedo a la muerte; tampoco sirve para exorcizar un fracaso que no es únicamente personal sino, y tal vez, sobre todo, colectivo e irreparable, como la muerte de un amigo.

Las Transiciones puede leerse con independencia del resto de su obra narrativa, y, sin embargo, no lo recomiendo. La escritura de Valero está configurada como un artefacto hipertextual, en el que cada uno de sus libros establece vínculos (yo creo que indesligables y fecundos) con los otros. Su narrativa casi exige a un lector en tránsito, capaz de saltarse los límites físicos del formato libro:

 

Si en Las Transiciones, Valero se sirve de la autobiografía para repensar la experiencia colectiva de la transición democrática, en Los extraños (2014) hace de la recreación biográfica familiar la herramienta privilegiada para buscarse a sí mismo. Si en Las Transiciones realiza el ejercicio de ponerse en el lugar de los otros, en Los extraños desarrolla una estrategia inversa: incorpora en la foto de familia a los parientes incómodos y ajenos, y los asume como parte de sí. Consciente de que lo extraño nos habita y nos configura por dentro, el narrador recupera historias fragmentadas y recuerdos heredados para trazar una nueva geografía familiar en la que situar sus propias coordenadas vitales. Para ello, se acerca a cuatro personajes casi desaparecidos del mapa familiar. Hombres que escaparon de la isla y que, en su huida, se condenaron inmediatamente a un exilio definitivo. La insularidad se revela como excentricidad perpetua: si te quedas, te conviertes en un individuo aislado del mundo; si te marchas, nada, ni siquiera el regreso, puede revertir tu condición de extraño. Por eso los extraños de Valero son seres excentrados: su abuelo, el teniente Pedro Marí Juan, estuvo en África y conoció al aviador Saint- Exupéry; muerto a los 27 años, lo que queda de él en Ibiza son apenas tres cartas de amor. Su tío Alberto, que aparece mencionado en Las Transiciones, fue ajedrecista en medio mundo; alto, flaco y lleno de lunares, melancólico, tartamudo y plagado de tics, nunca, en realidad, dejó de ser una isla abandonada. Carlos Cervera fue artista de varietés; pequeño y ágil como su vida, la belleza del artista Cervera no lo eximió del dolor ni de morir solo. El comandante Ramón Chico, que también aparece en Las Transiciones, fue yogui y republicano; exiliado a Francia tras la guerra civil, es el marginal definitivo, el hombre sin voz, el individuo isla que hace de su muerte la interiorización definitiva. El narrador, dueño de la tumba del comandante en el cementerio de Lisle-sur-Tarn, consigue, aunque sea simbólicamente, poseer a uno de sus muertos. Gracias a su palabra poética, Valero transforma los afectos personales en una forma de escritura ética con la que el lector accede a su propia herencia, a sus propios muertos y a la radical extrañeza que paradójicamente produce el álbum familiar.

 

El ibicenco es un poeta que narra para ir más allá de las fronteras del hombre, sin salir del hombre. Su narrativa propone investigar los vericuetos ignorados que todos los individuos esconden. Porque para el escritor, no hay vidas anodinas, sino hombres laberinto, y la labor de la literatura es transitarlos. Si en su Diario de un acercamiento, 2004-2006 (Pre-Textos, 2008) se internaba en la espesura del paisaje, en El arte de la fuga (2015), la escritura atraviesa los cuerpos de tres poetas para adentrarse en sus sombras y encontrar lo ilimitado que habita la carne mortal. La ficción biográfica nos acerca a tres modelos de huida de sí, que convierten sus propios cuerpos en la extensión de sus obras poéticas. San Juan de la Cruz, al borde de la muerte y convertido en pus, en sangre negra, en herida abierta exuda, sin embargo, belleza. Su cuerpo lacerado se convierte en el lugar para el olvido de sí, la vía para el encuentro con los otros, el triunfo definitivo de su amor por dios. La dignidad humana, nos dice la muerte de San Juan, consiste en amar la carne putrefacta: en virtud de ese amor, lo humano es capaz de ir más allá de sí para hacerse santo. Hölderlin, por su parte, caminará de Burdeos a Stutgart por un presentimiento nefasto sobre su amada. Pronto, sin embargo, el poeta, desmemoriado y hambriento, se convierte en un pordiosero capaz de caminar sobre el dolor del mundo. Más allá del hombre, sin patria y apenas sin cuerpo, Hölderlin camina para ser relámpago y se convierte en hijo de lo sagrado. Finalmente, está la noche en que el joven Pessoa dejó de ser Pessoa: padeció vértigos, mareos, fiebre e insomnio; en el corazón del desasosiego, aparece Alberto Caeiro; bastan las flores, le dice. Como si de un médium se tratara, el joven poeta, en la soledad de su cuarto, escucha la voz de un extraño como un haz de luz, escribe la poesía de quien no necesita a dios, y que el joven Pessoa es incapaz de reconocer como propia.

 

Si la poesía es el laboratorio de lo inefable, el territorio del autosacrificio para acceder a lo divino, la narrativa es el acontecimiento de la memoria, el lugar donde el poeta pelea contra el olvido. Las Transiciones es un viaje casi sentimental que reivindica la escritura de lo íntimo y personal como forma de comprenderse y de acceder a la historia de los otros; un acceso que solo es posible por acercamiento. Por eso, su narrativa es la lucha poética por aproximarse a lo real, con la intención de rebasar sus límites y volver luego para contarlo. Nosotros, los lectores, aguardamos pacientes el regreso de Valero.


© Begoña Méndez Seguí


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Begoña Méndez Seguí (Palma, 1976) es licenciada en Lingüística General y en Filología Hispánica. Remasterizada en Literatura Digital y en Humanidades, es profesora de Lengua y Literatura Castellana en una escuela de adultos y crítica literaria en El Cultural. En la actualidad, prepara su tesis doctoral, en torno a la construcción de las masculinidades en el dietarismo catalán contemporáneo.