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La lengua de los ahogados

imagenFernando Clemot

 

 

       y a los ahogados se les vacía el alma pero no tanto el recuerdo y no parecen extraños en aquel nuevo fondo, les mueve la corriente y arrastran los pies por el légamo, como si estuvieran dotados de una vida nueva, más aérea y liviana que la que tuvieron; nuestros primeros pasos en el cielo deben parecerse a estos primeros pasos de los ahogados sobre el limo, igual de amplios y etéreos
       y a los ahogados también se les encrespan los dedos de las manos, se les cierran como si quisieran agarrar algo que ya se ha ido, como si desearan en aquel último momento asirse a la vida, por la mente del ahogado antes de que se inunde de agua debe discurrir la vida entera, los instantes de goce y las cuitas, los amores y las vanidades, cada ahogado tiene una querencia y dedica su último pensamiento a ella y agarra para que no se vaya a su pasión o su vicio, lo aferra antes de que se desvanezca mientras el agua comienza a inundar ya todos sus compartimentos, se derriban los mamparos y se aploma el cuerpo por el peso del agua y se va hacia el fondo, aletea antes como si viviera, en la caída del ahogado al fondo vive la elegancia de una raya herida
       y a los ahogados se les endurecen los huesos y las articulaciones como si fueran una piedra más del fondo porque el ahogado en el fondo nunca será agua y sí roca o leño y así se asemejan a las choperas que quedan hundidas en el cauce que al agua, se parecen los ahogados más a los otros objetos que arrastra la corriente, el ahogado nunca deja su condición de invitado en el agua, el ahogado colmado de agua tiene el peso aproximado de un tronco grande, recio, y su vida en el agua se parece a la de cualquier tocón de árbol aunque el ahogado tiene un metabolismo más violento que cualquier tronco, dura menos en el fondo, está mucho más extrañado de aire, se embota antes de agua, se colma y emerge como un submarino de la gran guerra y cuando aparece flotando tiene la apariencia de un gran señor que se casa, la primera aparición del cuerpo en la superficie tiene aires de gran gala, de comunión o bautizo y allí el rostro, las manos, el vientre, se desdibujan porque el agua iguala todos los cuerpos que depreda, se ahoga también en el agua la belleza, las hermosas formas, la hinchazón del cuerpo tiene la democrática belleza de lo inerte, la piel se aclara y se extiende, en el agua somos máscara de lo que fuimos, un globo terráqueo de nuestras antiguas formas
       y a los ahogados que acaban de sumergirse no los entiende nadie aunque se dice que balbucean pero que el agua se come sus palabras, no entiende el agua de amor ni de enamoramientos ni de atardeceres hermosos ni de servidumbres porque el agua trata a los muertos como a los demás cuerpos y hasta los anillos de los enamorados se llenan de la misma luminaria de burbujas antes de que vuelvan a la superficie y refloten de golpe como una ballena boreal o un submarino, emergen y nos saludan, nos dice que todavía están allí, esperando el regreso de alguien
       y los ahogados se diría que se deshacen al buscar el fondo y así una pastilla efervescente contiene ya la esencia de un ahogado porque los ahogados buscan el fondo desleyéndose como ella, colmados de burbujas, arrebatados con el fragor de una esfera que pierde su cuerpo en cada explosión, se deshacen los ahogados como un cometa cercano a su sol y se ahuecan hasta quedarse en nada, en puro cáncamo, transformados en fantasmas sin materia, sin destino ni tiempo
       y los ahogados que quedan en el fondo sin aflorar pasado un tiempo comienzan a hablar más claro, mueven sólo la boca y la voz les sale quebrada, sin fonación, directa desde el vacío de los pulmones y para escucharla es necesario estar también bajo el agua, con los oídos cubiertos y pendiente porque llegan las ondas más distanciadas bajo el agua, el ruido se convierte en un rumor lento que llega con la pesadez de la corriente, la lengua de los ahogados llegará con mayor fluidez si estás en un río, desde allí parece que tienen una voz más viva y rápida, hablan más alegres los ahogados de río, como chiquillos que juegan y el fragor de la propia corriente convierte su voz en un martilleo que llega cocido de fango, porque a la lengua de los ahogados se le queda adherido el sabor del fondo por el que transitaron, como a la miel le queda el regusto de las flores que libaron las abejas, si el ahogado ha quedado encallado entre los esquifes de una costa rocosa nos hablará con un son más turbio, aplomado por la piedra, mientras que si está en un lugar claro y poco profundo su tono será más suave, más ligero, hablará como una joven o un niño, suavizará su voz la luz del sol y la luna, que se lleva las velares y las guturales que tanto abundan en esta lengua, con los oídos metidos en el agua del río podemos escuchar la voz de un ahogado en una poza o enredado todavía entre unos cañaverales, a mucha distancia río arriba, encenagado en una sima profunda su voz tardará en llegar muchos minutos, hasta horas o días, y llegará esquiva como un lamento, las voces de los ahogados llegan a nosotros sin prisas, que ellos ya no las conocen y les gusta disfrutar de las palabras una a una, las paladean, como el sabor de un dulce o de una fruta, saborean en la lengua que ya no tienen todas las palabras que nombran
       y los ahogados hablan también entre ellos, parte del rumor que arrastran los ríos y las corrientes del mar son conversaciones entre los ahogados que, al hablar tan despacio y quedo, pueden tener charlas que duran años enteros, y así hablan de qué destino los llevó allí, de los hijos y mujeres y la vida que llevaron antes, hablan despacio y sereno como hablaban los filósofos en sus tumbonas, hablan de si eran marineros de profesión o se embarcaron de otra manera, si los llevó allí un accidente o una riada, también hablan de la vida lenta y rutinaria que llevan en la orilla o en el fondo, hablan de los peces y de las personas que nadan cerca de ellos, y siguen su cháchara eterna en mitad de cada ola y hablan de sus cuitas, de sus esperanzas, de la lenta vida e indolente de los que mecen las olas 

 

 

© Fernando Clemot

portadaFernando Clemot (Barcelona, 1970) es narrador. Entre sus obras destacan los libros de cuentos Estancos del Chiado (2009), Safaris inolvidables (2012) y las novelas El libro de las maravillas (2011), El golfo de los Poetas (2009) y Polaris (2015). También es autor del manual Cómo armar y desarmar un relato (2014). La lengua de los ahogados es su nueva aportación al cuento literario.


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