The Barcelona Review

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Los niños bomba Bea Cantero

Los países invisibles Eduardo Lalo

Fábula de Isidoro Julio Fuertes Tarín

La zanja Nuria Ruiz de Viñaspre

En defensa de los animales Marta Navarro

 

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portadaBea Cantero
Los niños bomba
Sloper, Palma de Mallorca, 2015

 

En Los niños bomba (XII Premio Café 1916) todos los ciudadanos pueden apuntarse a visiting y pasarse un buen par de horas en el hospital nº 6 visitando la sala de trastornos celulares, las habitaciones de los enfermos (niños incluidos). Último grito del turismo contemporáneo que se hace realidad cuando Marc, un gurú de ese pensamiento positivo aderezado con elementos new age del que ya estamos hartos, entra para convertir en más que una empresa lucrativa la vieja actividad de visitas guiadas. Todo esto nos suena, y mucho, por lo que el tono irónico marca el ritmo de este debut literario. Pero Bea Cantero no se detiene aquí y nos conduce por otros corredores, hospitalarios y no hospitalarios. Así conocemos, entre otros, a los ingresos para investigación (i.p.i), que entran mediante sorteo convirtiéndose automáticamente en desempleados que deben empeñar su salud «para que la ciencia y sus derivados avancen» so pena de perder el subsidio de desempleo. Aquí, ante el menor gesto de resistencia, del mismo modo que «el médico disipa la realidad de la enfermedad en el concepto crítico de locura» (Foucault dixit), la realidad alienante del enfermo es disipada por Marc en el concepto (a) crítico de actitud negativa. Lo más curioso es que esto lo haga un enfermo, pero es que en esta novela nunca llega a saberse muy bien quien está más  enfermo, si el individuo o la sociedad. Probablemente lo uno se inscriba en lo otro, como un microcosmos en un macrocosmos, y, sin embargo, sólo llega a conocer el lector un miembro, una parte corrupta aunque no insuficiente de lo que es el todo del cuerpo social.
       Existe por tanto un adentro hospitalario y claustrofóbico, de presunta enfermedad, en el que todo es dolor y cuerpos sin que se pierda por ello una sola dosis de humor; pero no puede olvidarse que el dolor también está en un afuera de presunta salud que queda totalmente invalidado, ni tampoco que entre ambos mundos existe una relación mediada por la televisión. De hecho, uno de los mayores logros de la autora es haber sabido servirse literariamente de esta fórmula, pues todas las historias y todos los cuerpos se ven atravesadas por este hilo que nivela lo trágico y lo cómico insensibilizando nuestra percepción. Y porque el mundo ya es sólo pseudomundo, representación, no es de extrañar que lo que suceda en él resbale, caso de niños que mueren y matan explotando en España como móviles Samsung, y que como el punto de podredumbre en la pera de Teo son sólo el síntoma de algo que ha invalidado y empezado a corroer todo el cuerpo social.
      En definitiva, uno de los juegos vanguardistas más frescos, imaginativos, disidentes y peligrosos del panorama narrativo actual. No apto para todos los públicos.

Víctor Mercado

 

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portadaEduardo Lalo
Los paises invisibles
Madrid, Fórcola, 2016

 

 He aquí un libro sobre la invisibilidad cultural, la globalización que, según el autor, fue ensayada en Puerto Rico y la relación de las periferias humanas con la cultura clásica y las tradiciones filosóficas de Occidente. Para el lector español, y muy concretamente para el valenciano, Los países invisibles ofrece también una comparativa con los nacionalismos y regionalismos periféricos, que también luchan por su porción de visibilidad en un mundo copado por los grandes dogmas uniformizadores de Occidente.
       Lalo nos habla del Madrid oscuro de los años ochenta, un Madrid que se desperezaba y abrazaba con frenesí toda clase de excesos para dejar atrás la mugre de la hibernación y los restos del ruralismo subdesarrollado. Lalo ha conocido dos capitales: la que se aferraba al poblachón habitado por gentes ávidas de modernidad y la ciudad europea y blanca que ya se ha deshecho de sus contradicciones para acceder a la glamourosa inhumanidad. El sabor premoderno de esa España alelada ha sido sustituido por la asepsia postmoderna de las capitales que cuentan con algún papel en el mundo de la visibilidad internacional.
       Su prosa es poética y filosófica a la vez. Su exploración de las periferias, a medio camino entre el cariño y la indignación, pueden recordar a los libros híbridos de Javier Pérez Andújar, mezclados con el característico discurrir discontinuo de Cioran, a quien Lalo cita con profusión. Este magnífico ensayo de Lalo consigue lo que parece imposible: dejar bien trabado un libro que carece de unidad interna. ¿De qué trata exactamente Los países invisibles? ¿De una crisis financiera y de identidad? ¿Nos encontramos ante una radiografía del mundo contemporáneo? ¿O ante un diario personal? ¿Escribió Lalo un libro de viajes? ¿O una autobiografía intelectual? Seguramente hay un poco de cada en esta obra incalificable, no es nada de todo ello y también todo a la vez.
       Los últimos compases del libro de Lalo me han recordado a los últimos de Larra, los más sarcásticos y espectrales. Lalo abandona un Puerto Rico que se hunde, que se va internando en el caos, para desembarcar en una España que muestra los mismos símbolos de debilidad económica, claudicación identitaria y cultural que dejó en la isla. Las naciones se han convertido en carcasas vacías: ya nadie posee las armes adecuadas para combatir el nuevo Monoteísmo occidental: el hiperconsumo, que devora Hombres e ideas y constituye un contexto de intolerancia tan radical como disimulado.
       El problema de la cultura occidental no es tanto ya que haya devorado o invisibilizado a todas las demás en su fanatismo, sino que ni siquiera ella misma está a salvo de sí misma. La historia occidental reciente revela un curiosísimo caso de suicidio cultural, urgente y frenético.
       Muy pocos son, a juicio de Lalo, los capaces de comprender qué clase de totalitarismo económico vertebra la civilización occidental, que uniformiza los espacios y sustituye la crítica por el ruido ambiental y la derrota generalizada. Si algún lector desea comprender qué es actualmente Puerto Rico, cómo trata (o no trata) de construirse un lugar en la visibilidad cultural del mundo, ningún otro libro es mejor para conseguirlo.

Andreu Navarra Ordoño

 

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portadaJulio Fuertes Tarín
Fábula de Isidoro
Zaragoza, Jekyll & Jill, 2016


Ojo, spoiler. En la página 41 de Fábula de Isidoro unos tipos queman vivo al presidente del gobierno de España. Es más: le torturan, le prenden fuego y lo transmiten todo en directo por televisión. Wynston Sandoval, aka Wynston Cardona, aka Wynston Solorzano —un niño a veces chileno, a veces colombiano, a veces peruano, según los desvaríos de un narrador poco interesado en los detalles, sus dudosas fuentes y las aportaciones alucinadas de los propios personajes—, el protagonista, o casi, de la novela, contempla atónito la pantalla. Sin embargo, su estupefacción no se debe a la violencia que está presenciando; los terroristas, con su performance, han interrumpido la emisión del Madrid-Barça en el preciso momento en el que Messi tiraba un penalti a lo Panenka. «Este Presidente será rápidamente sustituido por otro», piensa Wynston, para quien lo prioritario es averiguar el resultado del partido. Así que decide lanzarse a las calles de una capital tomada por el ejército en una odisea a medio camino entre El mago de Öz y Apocalypse Now, y cuyo destino es el estadio Santiago Bernabéu (sic).

      Con este asombroso punto de partida podría uno plantearse, ¿es Fábula de Isidoro una ácida crítica de los mass media? ¿Una sátira sobre el poder y la política? Quizás. Algo hay aquí del primer capítulo de Black Mirror, si la banda sonora del primer capítulo de Black Mirror fuera un chotis y el chotis lo interpretaran músicos puestos hasta las cejas de LSD. Pero en realidad no importa, ya en el comienzo del libro nos avisa el autor de que no habrá moraleja en esta historia, de que va a dinamitar cada puente y cada pregunta. Julio Fuertes Tarín (Valencia, 1989) sigue aquella máxima de la secta de Los Asesinos: «Nada es verdad, todo está permitido». Especialmente, si de literatura hablamos.
Porque, de hecho, el otro protagonista, o casi, de la novela es la literatura, encarnada en la figura de Isidoro, «el único que vive su vida como un relato»: una versión lumpen de Isidore Ducasse, Conde de Lautréamont; un Maldoror de extrarradio que ejerce a la vez de profeta y anticristo, y que encuentra en Sandoval-Cardona-Solorzano a su particular apóstol. Juntos, como don Quijote y Sancho Panza, recorren una ciudad lisérgica que es Madrid y es Valencia y es Sevilla —«la continuidad y la coherencia son dioses menores»—, un espacio que solo es inteligible a través de la literatura o, mejor dicho, un lugar donde la literatura es la realidad. Isidoro, al igual que Lautréamont, todo lo entiende y todo lo explica desde aquí, citándose a sí mismo y citando a otros: de las Cartas marruecas de José Cadalso al «Tanguillo de la Guapa de Cádiz» de Lola Flores.
      Y es que el estado de excepción —ese «bellísimo paisaje»— que se declara en el libro tras el magnicidio no afecta únicamente a la trama. Si en la ficción son las fuerzas armadas las que muestran que, bajo la máscara, el verdadero rostro del poder es la violencia, en Fábula de Isidoro Fuertes Tarín pone también en tela de juicio cualquier clase de autoridad narrativa. No obstante, mientras el objetivo de los militares es restablecer cuanto antes el statu quo, el del escritor parece ser justo el opuesto: poner patas arriba toda convención, literaria o no; crear un tiempo fuera del tiempo ordinario, una parodia delirante de la literatura y de la vida.
       Este estado de sitio no es otra cosa, entonces, que un carnaval, en el sentido que Mijail Bajtin daba a la obra de Rabelais: la novela como expresión de la cultura popular —en este caso, por ejemplo, el fútbol, las drogas, el lenguaje soez—, como juego polifónico, exageradamente grotesco, hostil al orden y que subvierte espontáneamente el discurso del poder. Y el escritor como intérprete, advirtiéndonos al final del libro de que el juego, tarde o temprano, termina y los participantes regresan a la casilla de salida: «La escritura puede cambiar el mundo (sobre todo la notarial)». Pero no hay que olvidar que lo importante no sucede después del juego, después del carnaval, después de la novela, sino durante; y afortunadamente, parafraseando a Bajtin y a Celia Cruz, la literatura, y la vida, son siempre un carnaval.
Adrián Bernal

 

Los niños bomba Bea Cantero

Los países invisibles Eduardo Lalo

Fábula de Isidoro Julio Fuertes Tarín

La zanja Nuria Ruiz de Viñaspre

En defensa de los animales Marta Navarro

 

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portada

 

Nuria Ruiz de Viñaspre
La zanja

Editorial Denes 2015

 

Nuria Ruiz de Viñaspre es una poeta cuya originalidad es indudable sobre todo por el dominio de la lengua y la materia poética. Con el libro que nos ocupa hoy  ganó el XII premio César Simón de poesía  otorgado en Valencia y publicado por la editorial Denes.
En el panorama literario actual hay poetas que apuestan por una escritura prosaica, la claridad y la comprensión inmediata es lo que pretenden, utilizan un lenguaje plano , escriben obras en las que no surge nunca la sorpresa y no hay nada inesperado. Otros, en cambio, se dan a un hermetismo total en el que no dan ni una sola pista para la interpretación de sus obras  o simplemente el gozo de lo que está escrito. Entre estas dos posturas caben infinidad de matices  caso tantos como poetas. Lo que se puede afirmar es que la poesía se escribe con palabras y que éstas son maleables y múltiples en sus significados que pueden estallar en mil direcciones.
      Nuria Ruiz de Viñaspre en La zanja a través siempre de la sorpresa y la reiteración nos adentra en un laberinto onírico en el que la conexión de lo que leemos con el mundo que podríamos llamar objetivo, real o referencial apenas se manifiesta.
       A la poeta le gusta jugar con el lenguaje, sabe de su riqueza y es de esos poetas que conocen profundamente el material con el que trabajan y también cuál es la materia de los sueños. En su escritura utiliza recursos poco frecuentes en la poesía contemporánea como son las aliteraciones, anáforas, reiteraciones, concatenaciones  y un riquísimo arsenal de imágenes metafóricas que nos invitan a imaginar e interpretar lo leido como una señal de que el mundo es complejo.
      La poeta nos avisa : “ A veces las palabras no son lo que dicen que son y esas veces son mortales”.
En este poemario, que tiene un entronque con las vanguardias más modernas, encontramos una enorme variedad de formas poéticas:poemas de dos versos, apenas aforismos; poemas de dos páginas, poemas en prosa, poemas que juegan con el blanco de la página, etc..
      El libro se divide en cuatro partes tituladas  Ciervos en zanjas, Pico, Pala y Zanja.
      En la primera parte se establece una contraposición Yo/Naturaleza en la que la zanja es una metáfora del corte imaginario que hay entre el mundo urbano y el natural.
      En la segunda parte la poeta nos dice “Ando buscando el lenguaje en lo que antes era la casa del lenguaje. La casa se ha volado.” Necesita encontrar  la forma de expresar el significado del mundo.
      En la tercera parte a través de un juego de contrarios intenta mostrar el caos del mundo.
      En la cuarta y última el lenguaje palabra y cuerpo se funden en una sola cosa y la escritura se funde en blanco en el último poema como las secuencias cinematográficas funden en negro.
      Libro brillante, estimulante, arriesgado, poesía que no tiene igual y que no deja indiferente por la maestría de la escritora y la profundidad de lo que expresa.

M. C. Montagut
© MCM para TBR 2016

 

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En defensa de los animales

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NACIENDO EN OTRA ESPECIE

Antología de poesía Capital Animal

Ruth Toledano, Marta Navarro García

Plaza & Valdés 2016

 

 

 

«A quienes hemos vivido -digamos- entre 1980 / y 2020 se nos preguntará: ¿pero qué hiciste / en aquellos años decisivos, cuando todavía era posible / evitar lo peor? / ¿qué hiciste / y qué dejaste de hacer?».  CAPITAL ANIMAL responde a la pregunta que plantea Jorge Riechmann llenando los meses de mayo y junio de 2016 de actividades donde el arte, la cultura, la filosofía, la música y el activismo por los derechos de los animales han inundado Madrid, y en mitad de este huracán de ideas y pensamiento no podía faltar la palabra, la poesía.  Naciendo en otra especie es fruto del respeto por los animales y también del respeto por la poesía. Unir la mirada de las y los poetas que forman parte de este libro es en cierta forma romper de manera poética la invisibilidad, el apartheid literario que desde hace siglos sufren los animales. Es evitar lo peor, cuando todavía es posible.
      La historia nos ha demostrado que con los animales practicamos la dominación y la discriminación hasta convertirlos en propiedad, al igual que antes hicimos con personas de otras etnias, de otro credo o de otro género. Tenemos la mala costumbre de apropiarnos de vidas que no nos pertenecen.
      En Naciendo en otra especie los animales no son propiedad, no hay dominación sobre ellos, no hay discriminación. Gracias a las palabras, a los poemas, a los recuerdos de las autoras y autores que han participado, los animales se convierten en protagonistas, en compañeros de viaje, de vida, de planeta y también de lucha.
      En 1788, Lord Byron escribió este hermoso epitafio a su perro Boatswain: «Aquí reposan los restos de una criatura que fue bella sin vanidad, fuerte sin insolencia, valiente sin ferocidad y tuvo todas las virtudes del hombre y ninguno de sus defectos».  Son muchos los poetas que recuerdan a los animales con los que convivieron, hay muchos Boatswain en este libro, y es así porque son parte de nuestros recuerdos, de nuestro día a día, de nuestra familia; no son una propiedad, son parte del mundo que nos rodea y que compartimos. Pero también están los otros animales con los que no compartimos casa, pero sí el planeta; animales que igualmente nos importan, nos duelen. En este libro un zoológico no es un hogar, es una cárcel. Un circo no es diversión, es una caravana que transporta esclavos de ciudad a ciudad. La caza no es un deporte, es una herida que deja huérfanos y contamina de plomo la tierra. En estas páginas los mataderos han dejado de ser invisibles. Aquí la tauromaquia aparece sin traje de luces, vistiendo la oscuridad que arrastra desde que la Ilustración pasó de largo en nuestro país, dejando un rastro de fiestas sangrientas.  Naciendo en otra especie es disfrutar de la palabra, de las emociones humanas y animales, la excusa perfecta para iniciar juntos la aventura poética de dignificar a todos los seres sintientes. 
      Una aprendió en su adolescencia lo que significaba la palabra solidaridad con la lectura del poema Carbón para Mike de Bertolt Brecht. No fueron las manifestaciones ni las reuniones vecinales ni las acampadas, fue en un poema en el que una encontró el sentido real de la palabra.  De igual manera, esperamos que quienes lean Naciendo en otra especie puedan despertar a la empatía hacia los animales, además de disfrutar de excelente poesía. Los textos que aquí se reúnen tienen la autenticidad de las emociones que nacen por y para el amor y el respeto, y es ahí donde se encuentra el epicentro de esta antología, su corazón.  Por eso creemos que Naciendo en otra especie es un libro que se lee sintiéndolo.

Marta Navarro
© Marta Navarro para TBR 2016

 

Los niños bomba Bea Cantero

Los países invisibles Eduardo Lalo

Fábula de Isidoro Julio Fuertes Tarín

La zanja Nuria Ruiz de Viñaspre

En defensa de los animales Marta Navarro

 

 

© tbr 2016


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