The Barcelona Review

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Fijo mi mirada en las paredes azulesAmalia Sanchís

Amar a un extranjero Agustín Calvo Galán

Tomar la palabra M.ª Cinta Montagut

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portadaMar Gómez Glez
La edad ganada
Caballo de Troya, Barcelona, 2015

 

Hace casi una década empecé a interesarme por los libros que publicaba Caballo de Troya. Compré tres, y los tres me interesaron: La ciudad en invierno, de Elvira Navarro; Todo lleva carne, de Peio H. Riaño y Una puta recorre Europa, de Alberto Lema. De los tres, obviamente el que más se parece a esta reciente La edad ganada es la novela de Elvira Navarro, que se editó en el año 2007. Era la época en que irrumpieron las Nocillas de Agustín Fernández Mallo, y la época en que lo volteó todo también España, de Manuel Vilas (2008). Todas estas novelas no tenían mucho que ver entre sí. Pero yo creía que sí, y pensé en escribir un ensayo que se titulara: La novela que huye de la novela. Pero me dio pereza, me descolgué de la nueva novela española y me interesaron otros platos con más carne y menos especias.
       Sin embargo, cae en mis manos la novela de Mar Gómez y regresa a mí aquel aroma, el aroma de aquel polen de novelas que me interesaron hacia 2007 y 2008. Por lo tanto, escribiré sobre esa novela que huye de la novela un poco a destiempo, pero me da igual. La edad ganada salió en febrero, e indica que Caballo de Troya sigue apostando por una estética determinada (y hace bien), y la novela de Mar Gómez toca teclas que me interesa que alguien pulse. Temas como la infancia y la formación de la rareza y la creatividad, la anorexia, la no maternidad, los tests de embarazo, la violencia machista o la catadura moral de todos los Rafaeles Gallardo que sé que habitan en nuestras asquerosas universidades. He trabajado siete años en la universidad española y sé lo necesario que es hablar de la violencia que se ejerce a diario contra las becarias (o aspirantes) que cada día tienen que aguantar chantajes de todo tipo por parte de la basura humana que se agazapa en los departamentos. A mí esa violencia me tocó de refilón, pero había días en que llegaba a casa y sentía ganas de ducharme de la porquería que se había desarrollado ante mí. Por lo tanto me gustaría felicitar a la autora por tratar temas de tanto interés, además de ofrecernos una novela tersa y seria, lo cual no es poco.
       La novela que huye de la novela es una novela que ilumina únicamente los vértices del poligono de la narración, y oculta las aristas y los lados. Está vacía, y queda lo esencial: el fenómeno, un vago concepto, una sensibilidad, y un hilo mínimo de narración. Nada muy original, pero sí algo estéticamente exigente que rehuye de las idioteces del pop y los posts y las modas. Queda en pie la subjetividad más extrema, lo irreductible de la persona y el novelista. Se consigue una novela con varias ventajas: honradez, brevedad, ir al grano, evitar el tostón, la moraleja fácil, los cipreses del pueblo y el mundo rural. Pero también hay desventajas: horizontes asequibles, cierta invisibilidad. Timidez narrativa, falta de ambición. Quizás, sin cambiar nada de lo esencial, se podrían remover más los líquidos, se podría buscar más el impacto. Elfriede Jelinek. Herta Müller. Afilar el bisturí.
       La ciudad en invierno me pareció más lingüísticamente potente, más hipnótica, más radicalmente poética. No es que La edad ganada lo lo sea menos, sino que, sencillamente, se refiere al mundo de una forma más directa. Es una novela que huye menos. El tema, sin embargo, es el mismo: la construcción de una sensibilidad femenina desde la niñez hacia la madurez, o hasta la madurez, porque no se abandonan las heterodoxias infantiles que constituyen la sensibilidad creativa («¿Se atrevería incluso a mezclar colores y romper con otra prohibición del colegio? Había experimentado en casa, al principio se apreciaba la mixtura, pero si se trabajaba la pasta con cuidado, se conseguía un nuevo tono. No, mejor no, le gustaba que los colores brillaran, y las bolas de plastilina de la clase estaban tan sucias que su mezcla terminaría en algún tipo de marrón oscuro con el que no sabría qué fabricar», pág. 19).
Mar Gómez firma una novela autosuficiente y envolvente, válida para interesarse de un modo no cartesiano sobre la feminidad, la infancia y las formas de violencia extrema que la sociedad desata y promueve contra la mujer. En realidad, estamos ante la última aportación a la higiénica y luminosa tradición de niñas desobedientes inaugrada por Ana María Matute y Ana María Moix, con la escritura actualizada típicamente defendida desde la editorial Caballo de Troya. Calidad. Poesía. Exploración sin estridencias. Rosa Chacel vigilando en la penumbra. La edad ganada entra bien, contiene frases valientes («La extraña arquitectura convertía al portal en una colosal vagina violada por el trasiego de la noche») y explora temas que deben ser más aireados por nuestra narrativa. Tampoco renuncia al tono alucinatorio, como se comprueba en los capítulos de la conversión en hongo (magistral, págs. 76-82) y del crecimiento desmesurado del muñón-muelle en un vuelo intercontinental de Iberia (págs. 141-147).
       A mi debida edad, yo también me preguntaba sobre la idoneidad de mezclar las pelotas de plastilina. Tengo ese recuerdo, de mi guardería y de mi parvulario. Recuerdo esa luz y esas bolas entre grises y lilas de plastilina inservible que derivaban a marrón. Yo mismo soy un poco femenino, o debo serlo, o por lo menos me gustaría. De ahí la importancia de mis bolas de plastilina y las de la autora de la novela. Ayer mismo yo era padre (he ganado edad) y amonesté a mi hijo porque mezclaba los colores de la plastilina. No lo haré más, hice mal. Me he pasado al otro bando. Tampoco llegaré nunca a vicerrector, me temo, por suerte. Con las bolas de plastilina, mi hijo, a quien veo jugar ahora mismo a dos metros de mí, jugará como le dé la gana.

Andreu Navarra Ordoño

 

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portadaEl recorrido de la memoria

Amalia Sanchís
Fijo mi mirada en las paredes azules
Parnass Ediciones, Barcelona, 2014

 

 

Amalia Sanchís considera que la poesía es una forma de vida y a ella dedica todos sus esfuerzos y toda su creación, ya que además de ser poeta por medio de la escritura también hace videoarte, instalaciones, performance y ciberpoesía, además de dedicarse a la edición.
       El que hoy presento es su sexto libro de poesía. El título está tomado prestado de un poema de Bukowski titulado Melancolía, lo que puede darnos una llave para introducirnos en el libro de Sanchís, en el que la memoria y la experiencia de lo vivido forman un entramado que nos conduce a la comprensión de un mundo personal del que conocemos solo unos fragmentos siempre breves y sutiles.
       Los poemas que forman este poemario son breves porque aquello que se vive de forma intensa, aguda, incuestionable no se puede traducir con palabrería inútil, sino simplemente con pinceladas, esbozos, sugerencias. La brevedad no excluye la justeza ni lleva a la incomprensión, sino al contrario. El dolor y la memoria son los dos motores del libro, y aunque gran parte de la lírica trabaja con estos materiales, en este texto de Sanchís no aparece algo que por desgracia es común en gran parte de la poesía que hace del dolor una especie de muestrario sentimental sin ninguna contención.
       Hay una vivencia de la memoria y de la propia existencia como algo aleatorio en las que todo puede bascular en un momento para convertirse en otra cosa. Así nos dice la poeta: «sed / memoria / vida / a merced de los errores» .
       Junto al dolor y la memoria aparece también la soledad, la ausencia y «las palabras que levantan muros» porque la poeta tiene la conciencia de que las palabras incomunican más que comunican, ocultan más de lo que dicen y siempre son inútiles para expresar aquello que realmente nos hiere y quisiéramos expresar, pero el lenguaje nos lo impide porque se muestra insuficiente.
       El libro se dirige a un tú, a un destinatario que en definitiva somos todos los lectores a los que se nos invita a meditar a través de cada una de las flechas certeras que podemos considerar cada uno de los poemas.

MCM

 

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portada

 

El arte de amar

Agustín Calvo Galán
Amar a un extranjero
Editorial Denes, Valencia, 2014

 

Agustín Calvo Galán es un poeta multifacético ya que su modo de expresión va desde el poema escrito, que podríamos calificar de convencional, hasta el poema visual, en el que es uno de los poetas más reconocidos. Ha escrito, entre otros, A la vendimia en Portugal (Amargord, 2009), Proyecto desvelos (Babilonia, 2012) y GPS (Amargord, 2014). Ha realizado diversas exposiciones de su obra gráfica, y sus poemas visuales se han recogido en varias antologías, entre las que destacan Poesía visual española. Antología incompleta (Calambur, 2007) y Visual Libros (Corona del Sur, 2012). Con el libro que comentamos hoy, Amar a un extranjero, obtuvo el IX Premio César Simón de poesía.
       En este libro Calvo Galán realiza un ejercicio fascinante en el que reinventa la relación imaginaria que tuvieron dos pintoras unidas por el hecho de amar a un extranjero. La obra se divide en dos partes tituladas respectivamente «Cuaderno de Gabriele Münter» y «Cuaderno de Maria Helena Vieira da Silva». En estos dos cuadernos el poeta une dos de sus pasiones, la poesía y la plástica, y nos hace un sutil recorrido por las vidas y las voces de los protagonistas de la historia.
       Gabriele Münter (1877-1962) fue una pintora expresionista alemana, además de fotógrafa. Vivió en Múnich y, al tener prohibida la entrada las mujeres en la Academia de Bellas Artes, estudió en la escuela de arte Phalanx, en la que trabajaba Vasili Kandinski. Ambos se enamoraron y vivieron su amor durante catorce años, desde 1903 hasta 1917, en que el pintor ruso tuvo que abandonar Alemania por la Primera Guerra Mundial, al ser considerado un enemigo. Münter se fue a Suecia y él a Moscú. Münter perteneció a la corriente pictórica Der Blaue Reiter, cuyas obras escondió durante la Segunda Guerra Mundial y pudieron así salvarse.
       Maria Helena Vieira da Silva (1908-1992), pintora portuguesa que se enamoró del pintor húngaro Árpád Szenes, con el que se casó. Marcharon ambos a París, ya que el Gobierno de Salazar los desposeyó de la nacionalidad por ser Szenes judío. El Gobierno francés les otorgó la nacionalidad francesa en 1956. Hoy ambos tienen un museo en Lisboa.
       En el primer cuaderno alternan las voces de Kandinski y Münter. Él habla de su vida y sus experiencias. Dice: «Y aquí aparece ella, / por primera vez para mí / en cada umbral, en cada luz». Emoción contenida, alusión y siempre simplicidad en los versos de Calvo Galán. La pintora explica las emociones, los sentimientos y reflexiones que contienen sus cuadros. Así, en el cuadro titulado Stillleben mit heiligem Georg dice: «Una niña mira desde fuera, / una niña que reclama nuestra atención: ha visto a alguien tirarse a la via del tren». La niña no pertenece al cuadro pero lo mira y su visión le recuerda un episodio de su vida.
       En el cuaderno de Da Silva hay un constante juego interior/exterior, una reflexión sobre su propio arte y su manera de expresarlo. Aquí los poemas se hacen extensos con versos largos y a veces prosas que nos hablan del tormento de crear y de trascender a la propia creación. Calvo Galán, en un ejercicio poético certero y agudo, nos muestra esa necesidad de la artista. Nos dice: «No soporto abrir / y no saber, del blanco al negro, qué lápiz / qué color usar para pintar un tejado, cualquier / tejado».
       A pesar de tratarse de dos pintoras de dos mundos diversos, Agustín Calvo Galán sabe unir sus trayectorias en un poema en el que Gabriele Münter dice: «Dudo de mi nacionalidad, / al igual que Vieira da Silva ¿habré perdido la mía / por haber amado a un extranjero?».
       Agustín Calvo Galán con este gran libro muestra su madurez poética y creativa que esperemos que continúe y se acreciente con el tiempo.
       El poeta mantiene el blog desvelos.blogspot.com.es y administra el blog lasafinidadeselectivas.blogspot.com.

MCM

 

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portadaM.ª Cinta Montagut
Tomar la palabra. Aproximación a la poesía escrita por mujeres
Editorial Aresta, Barcelona, 2014

 

Luchar contra la tradición cultural dominante masculina, para así hallar primero, y afirmar después, su propia voz, ha sido la ardua tarea de las mujeres poetas a lo largo del tiempo. Tras la prevención de las mismas autoras ante el término poetisa, al que connotan negativamente, es necesario retroceder a Nebrija para retomar el vocablo poeta aplicado a las mujeres desde su inicio, pues aunque siempre fue de uso entre un gran número de escritoras y algunos escritores (Rosalía de Castro, Lope de Vega, Clarín...), no ha sido sino hasta la primera edición del presente siglo, la de 2001, que la RAE ha sustituido en su diccionario la marca de género «m.» en el lema poetaEl que compone obras poéticas»), por la correspondiente a sustantivo de género común, «com.» («Persona que compone obras poéticas»). Sea como sea, basta echar un vistazo a la extendida relación de nombres de mujeres poetas que han desarrollado su creatividad rebasando cualquier consideración limitadora por razón de género o circunstancia, como para agradecer y estimar que M.ª Cinta Montagut nos ofrezca en su Tomar la palabra. Aproximación a la poesía escrita por mujeres un estudio riguroso y ameno que denota la realidad de que ninguno de los poetas actuales, hombres y mujeres, habríamos definido nuestra obra, tal como es, sin la experiencia, la enseñanza y —muchas veces— la transgresión de las valiosas poetas que en el mundo han sido y son.
       Ser mujer y poeta ha determinado en muchas circunstancias asumir la doble tarea de alzar en la voz individual la voz del colectivo: afrontar en un mundo decidido por hombres la razón cardinal de salir del entorno adjudicado, y tener que reivindicar temas y actitudes que nunca se han cuestionado desde lo masculino: el cuerpo, la libertad, la elección, la inteligencia, la no subsidiariedad, la prevalencia en su caso, la valentía, y la permanente y necesaria osadía de decir no.
       En Tomar la palabra, M.ª Cinta Montagut efectúa un sobrio y eficaz ejercicio de contención desarrollado con rigor y claridad, convirtiendo lo que podría haber concluido en fatigosa relación de nombres, fechas y conceptos en un agradable e instructivo itinerario por los avatares de la poesía escrita por mujeres, desde Safo a Luna Miguel, sin descuidar ninguna época o movimiento. En su previa «Justificación», la autora exime a su trabajo de cualquier afán totalizador y del propósito de ser considerado diccionario, enciclopedia o tratado académico. Nada más acertado que el presentarnos este recorrido por los nombres e intenciones de las protagonistas de la poesía viva, como un paseo acompañado en el que el lector tendrá acceso a las claves fundamentales de sus vidas y textos, desde un mínimo de erudición y una naturalidad expresiva sutilmente didáctica y transparente en esquema y desarrollo. Tan independiente como en su propia poesía, M.ª Cinta Montagut evita la implicación personal para ofrecer los perfiles y referencias de las poetas incluidas, que son casi todas las ineludibles desde nuestra óptica occidental, de manera sencilla y atractiva, de modo que apetezca, en unos casos retomar, y en otros descubrir, la escritura y motivaciones de las poetas que nos han enriquecido indudablemente.
       En su primera mitad, el libro repasa la existencia y devenir de las poetas desde la Grecia clásica hasta el siglo XIX, tanto en España como Italia, Francia, Alemania, Inglaterra o América. La segunda parte se centra en estudiar de manera más prolija los nombres referenciales en la poesía del siglo XX y la primera década del actual. Nombres, proyectos, peculiaridades, preocupaciones, temas y transgresiones, en cumplimiento de ese imperativo nombrar para ser, para serse, preciso en aquellos a quienes —por una u otra razón— se quiera sumir en la invisibilidad. La absoluta importancia de la poesía escrita por mujeres —en muchas ocasiones a pesar del entorno— evidencia aquí, al ser tomada en su conjunto, la generalizada injusticia cometida con las mujeres en cada uno de los ámbitos de la cultura y el pensamiento. Bajo los nombres señeros de cada generación, han sostenido la pulsión artística y, en este caso, poética, una gran cantidad de mujeres singulares que, trascendiendo su género, o subrayándolo, han engrandecido en apreciaciones de estricta igualdad el patrimonio común; cosa diferente es que su esfuerzo y consecuciones no se hayan querido reconocer sino hasta las últimas décadas, donde se ha ido completando con imprescindibles nombres femeninos la nómina de las descabaladas generaciones literarias, tan obviamente aceptadoras de una generalizada misoginia latente.
       De mujer, femenina, o feminista, lo significativo es lo que subyace y permanece sobre los adjetivos: las consecuencias de la subversión y la revisión, la actitud personal, y la aportación novedosa de cada uno de los nombres, algo que sobrepasa el concepto de «género». Discrepo en la especificidad de temas, salvo la maternidad, aunque la perspectiva que se adopte sobre algunos comunes, o su mayor incidencia en otros concretos: el encierro, la cárcel, el límite, la alienación y su ruptura liberalizadora, sean recurrentes. Pero todos estamos exiliados, nos vemos abocados al regreso a ninguna parte, y pretendemos impulsarnos para hallar el oxigeno en la superficie del pozo.
       Han sido las antologías, los foros de discusión y los encuentros de mujeres poetas, junto a una paulatina normalización del mundo cultural, los que han propiciado un momento, el actual, donde ya la incuestionable presencia de los inmediatos medios de comunicación y sus inmensas posibilidades, corrigen por ridícula y arcaica la discriminación de género, sexo, lenguaje o voluntad. Ojalá se pudiera extender esta sensatez a otros muchos aspectos en los que la mujer sigue siendo considerada alguien de menor entidad, cuando no un objeto en manos de la incultura, los atavismos y los dogmas.
       Visibilizando unidos todos estos nombres que nos fundamentan, Tomar la palabra colabora en ese logro de normalidad que debería hacer innecesarios los adjetivos y discriminaciones positivas que en realidad acotan, limitándolo, el valor de la poesía. Voz esencial de la verdad profunda por encima de los géneros, quizás el común denominador —si hay alguno— de tantas obras singulares escritas por mujeres a lo largo de los siglos estribe —citando ahora versos de Neus Aguado— en el intento de «poder nombrar nuestra mirada / con palabras nuevas / que contengan / la profundidad /del primer día sobre la tierra».

Federico Gallego Ripoll

 

 

© tbr 2015


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