Reseñas

 

Reseñas

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portadaLa humillación
Philip Roth
Trad. Jordi Fibla
Mondadori, Barcelona, 2010

Hay en la actualidad un acuerdo unánime en reconocer a Philip Roth como uno de los nombres claves de la novelística americana de la segunda mitad del Siglo XX, uno de los titanes vivos de las letras estadounidenses; yo mismo lo afirmé aquí, a propósito de Indignación, su excelente novela anterior. No obstante, en ocasiones esta aquiescencia crítica deriva en la afirmación de que cada obra suya es una genialidad, convirtiéndolo en un Rey Midas al que se le perdona todo. Al respecto de La humillación, su última novela, las críticas han sido duras en Estados Unidos; no obstante, en el ámbito hispánico, las reseñas han sido discretas, amables, algo evasivas, para evitar resaltar lo obvio: se trata de una obra muy floja, la peor de las que he tenido ocasión de leer, y lo que es más grave: de un texto ideológicamente problemático, escrito con la que parece una pueril voluntad de escandalizar y epatar, algo que sorprende viniendo de un autor que sí ha logrado obras verdaderamente revolucionarias.

Roth lleva explorando los efectos irreparables de la edad y el proceso de envejecimiento y decadencia desde bastante atrás en su trayectoria; ya en La mancha humana y El animal moribundo era este un tema importante, que se convirtió en central y casi exclusivo en Elegía y Sale el espectro. Estos dos últimos títulos fueron aproximaciones interesantes, pero en las que Roth distaba de su mejor nivel; La humillación parece certificar que el autor ya ha agotado un tema literario, sobre el que –a falta de alguna sorpresa en próximas entregas, que bien puede ser- el de Newark no parece preparado para decir nada nuevo ni interesante.

      Nos hallamos ante la historia de un veterano actor, Simon Axler, sobre el que se empieza afirmando: “Había perdido la magia”. Después de un súbito bloqueo escénico, Axler se retira, y empieza para él una retahíla de sinsabores: su mujer lo deja, y tras acariciar pensamientos suicidas, termina en un psiquiátrico. Justo cuando todo parece terminado, la aparición de Pegeen, la joven hija de un amigo, a la que saca 25 años, hará renacer su impulso sexual y sus ganas de vivir. Hasta aquí, nada nuevo; la novela avanza dejando una sensación de dejà vú, de territorio ya recorrido, y de que, aún y cuando Roth maneja la trama con soltura y ritmo gracias a sus más que acreditados recursos, nos hallamos ante una empresa menor, manejada con el piloto automático. No obstante, lo peor está por llegar, y empieza precisamente con la introducción del personaje de Pegeen. Y es que Pegeen es lesbiana; no obstante, eso no supondrá un obstáculo para Axler, que, gracias a su brillante intelecto, indudable carisma y mermada aunque aún patente masculinidad, logrará convertirla: la díscola tortillera empezará a vestir como una verdadera mujer, gastando el dinero en ropas y trapitos como corresponde a su sexo, dejándose el pelo largo al modo ortodoxo y acogiendo con la fe del converso su nueva condición, sobre la que no cesa de dar las gracias a su generoso gurú. No es la primera vez que Roth da muestras de una cierta misoginia (léase machismo con coartada intelectual), pero en el caso que nos ocupa esta resulta verdaderamente lamentable, con frases de vergüenza ajena tanto a nivel de forma como de discurso: refiriéndose al pene de Axler, Pegeen afirma: “Te llena como no lo hacen los consoladores ni los dedos”. En definitiva, te sentías vacía y no sabías porqué, pero ahora sí: todo lo que necesitabas era una buena polla, nena.

      La deriva de la trama no hace más que empeorar la situación, con ridículas escenas de alto voltaje erótico que merecerían sin dudarlo el curioso premio “Bad Sex”, que la revista “Literary Review” concede a las peores escenas de sexo aparecidas en novelas supuestamente serias. Las de Roth parecen escritas no se sabe bien si con la ingenuidad adolescente del “a ver quien la dice más gorda” o con la patética voluntad onanista del adulto que ve de lejos sus días de gloria sexual y utiliza las páginas para vivir sus fantasías incumplidas.

      Finalmente, después de un trío con una chica recogida en un bar de carretera, Pegeen se dará cuenta de su inescapable lesbianismo, dejando a nuestro héroe Axler solo, en la estacada, y abocado al suicidio, desenlace previsible desde la página 1. ¡Mirad lo que le ha hecho la pérfida bollera al viejo sabio! En fin, todas putas, ya se sabe, parece decirnos Roth. ¿Pero es eso lo que realmente nos dice? ¿Son suyas las opiniones que parece traslucir la novela? ¿Hay que tomarse en serio sus excesos y la profunda ridiculez de algunos de sus pasajes? ¿O se trata sólo de un intento por polemizar, por eludir la corrección política, por llevar más lejos el límite de lo esperable en un escritor que va camino ya de los 78 años? Sea uno o lo otro, el pronóstico no es halagüeño: la polémica per se tiene corto alcance, tanto a nivel literario como discursivo, y no impresiona ya a nadie en los tiempos que corren; la misoginia ramplona, por otra parte, no es tema para tomarse en broma en el conflictivo Siglo XXI.

      Más allá de su equívoco discurso, La humillación es una nouvelle de tan breve extensión como calado (140 páginas de tipografía y espaciado generosos), una nueva vuelta de tuerca a un tema que Roth ha explorado de forma más madura y exitosa en obras anteriores, pero sobre el que no parece tener nada nuevo que aportar. Quizá la dirección que el autor tomó exitosamente en Indignación, alineada en su exploración de las tensiones entre historia privada y pública en la América de la segunda mitad del Siglo XX, dé mejores frutos en el futuro. Por de pronto, Roth, que sigue escribiendo incansable (ya afirmó que se dedicaría de forma prácticamente exclusiva a ello en una entrevista en el año 2000) ya tiene lista Némesis, otra novela breve sobre la epidemia de polio que asoló Newark en 1944. Una mala novela, incluso una tan mala como La humillación, no acaba con la carrera de un maestro (aunque deja en ella una incómoda mancha) así que esperamos Némesis con interés, y con la esperanza de que nos devuelva a una de las voces más interesantes de la Norteamérica actual. Marc García García

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El playboy domesticado

portadaPornotopía. Arquitectura y sexualidad en Playboy durante la Guerra Fría
Beatriz Preciado
Editorial Anagrama, Barcelona, 2010

Cuesta imaginarse lo que era un playboy antes de Hugh Hefner. Y, después de su reinado durante más de cinco décadas, desde la mansión Playboy, costará aún más.
      
      Sin embargo, la abultada biografía de affaires sexuales del célebre precursor del erotismo gráfico luce ramplona y deslúcida comparada con la sagaz lectura que hace Preciado de la “definición arquitectónica-mediática de la pornografía, la domesticidad y el espacio público” configurada  en la marca Playboy.

      Como producto de su investigación doctoral en Teoría de la Arquitectura, la ensayista dispone de la célebre publicación como laboratorio crítico para explorar la emergencia de un nuevo discurso sobre el género, la sexualidad y la arquitectura durante la Guerra Fría. De esta forma, Preciado analiza una prolífica producción de reportajes sobre arquitectura y proyectos de diseño publicados en Playboy, donde se evidencian nuevos códigos de representación de la masculinidad.

Códigos directamente ligados al interiorismo y la decoración. Y, también, oblicuamente relacionados con los hábitos sexuales de esos necios hombres blancos y heterosexuales que las feministas acusan de falocentrismo. Sin embargo, es interesante la forma en que la investigación de Preciado evita los lugares comunes del análisis sobre la pornografía y que señalan a esta industria como índice de la decadente sociedad occidental.

      Al contrario, esta autora desplaza la mirada del contenido explícito de Playboy. Con ese fin, su tesis indaga en elementos presuntamente “accesorios”, tales como artículos y reportajes donde se plasma el modelo del ático de soltero, la cama giratoria, el club con habitaciones secretas, el zoológico privado, el oasis urbano o el jacuzzi escondido entre grutas subterráneas. Estos son analizados no sólo como los  adornos barrocos de la vida del playboy, sino como parte del imaginario arquitectónico de la segunda mitad del siglo XX.
En tal dirección, Preciado indaga el devenir mass-media de la arquitectura, relacionando a los artífices del funcionalismo arquitectónico con Hefner y su proyecto empresarial:
      
      “Mientras que, en la misma época, Le Corbusier, Philip Johnson o Buckminster Fuller utilizarán los medios de comunicación (cine, televisión, radio, etc.) como formas de producción y de representación de la arquitectura, Hefner entenderá la misma como la invención de formas y el diseño de un espacio interior como parte de un proyecto de expansión mediática de Playboy”(66).

      Además, este nuevo discurso consistirá en la apropiación de los códigos performativos de producción de la identidad del arquitecto tradicional. Entre los cincuenta y los setenta, Playboy desarrolló toda una serie de entrevistas a Mies van der Rohe, Walter Gropius y Le Corbusier. Reportajes en los que Preciado indaga cómo estos arquitectos, figuras representativas del Estilo Internacional, devienen playboys, a contrapelo de la figura heroica del arquitecto moderno. 
      
      En el sentido inverso, Hugh Hefner aparece regularmente representado posando como un arquitecto (tal como lo ilustran las fotografías reproducidas en el libro), el constructor de una arquitectura del deseo, el artífice de una utopía sexual y urbana. Y, de tal manera, según la tesis de Preciado, se forjarían en la revista discursos innovadores acerca de la masculinidad.

      Sin embargo, si como sostiene la ensayista, Playboy pone en cuestión tanto el orden espacial, viril y heterosexual dominante durante la Guerra Fría, lo más interesante de su tesis, es la revelación de una revolución a nivel doméstico, que modeliza las relaciones entre arquitectura y género.

      Si literalmente, un playboy es un hombre “abierto” a múltiples experiencias, no exclusivamente sexuales, esta “apertura” suele hacerse extensiva a su representación como hombre de mundo, como aventurero cosmopólita en busca de nuevas hazañas en el espacio público. Y éste es el imaginario que representaban los magazines de la época destinados a un público masculino. Pero esto era así antes de Playboy.

      Por eso, lo más contundente del trabajo de Preciado es su análisis del imaginario construido por la revista como revolucionaria colonización masculina del espacio doméstico. En tal sentido, la ensayista sostiene que Hugh Hefner, en batín de seda y  pantuflas eternas, es el primer hombre público de interior del siglo XX. Y, de esa manera, su “pornotopía” emerge como una contranarrativa del sueño americano, configurando un hábitat opuesto al de la familia nuclear, como unidad de producción y consumo. Así, reclamando “a room for his own”(como señala la autora parafraseando el célebre manifiesto de la Wolf) la utopía pornográfica de Hefner pone en duda a la institución familiar, como matriz del imaginario nacionalista y americano.

      Por lo tanto, en la indagación de este  “masculinismo heterosexual de interior”, la lectura de Preciado “domestica” con agudeza y perspicacia , el imaginario y las representaciones cristalizadas del playboy americano durante la Guerra Fría. Ana Llurba

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Una pasión

portadaNiña errante. Cartas a Doris Dan
Gabriela Mistral
Barcelona, Lumen, 2010

La editorial Lumen nos ofrece en este volumen una vertiente hasta ahora desconocida u ocultada de Gabriela Mistral. Se trata de la correspondencia amorosa entre la autora chilena y la joven norteamericana Doris Dana.

      Lucia Godoy Alcázaga desde muy pronto se ocultó tras una máscara, un pseudónimo con el que ocultarse y ocultar su personalidad auténtica, su vida privada de la que apenas hay noticias, por lo que la publicación de esta correspondencia aclara un aspecto relevante de la vida de la escritora.

      Según Gonzalo Rojas, Gabriela Mistral desde muy temprano debió soportar la suficiencia y la mala fe de otros escritores que le negaron el pan y la sal como poeta. Tanto Borges como Huidobro despreciaron su obra.

      Su vida literaria comenzó siendo apenas adolescente cuando a los dieciséis años publicaba en revistas literarias. A los veinticuatro años la Sociedad Chilena de Escritores le concede el premio de sus Juegos Florales por su obra Los sonetos de la muerte que incorporará a uno de sus libros posteriores.

      Su obra, breve pero intensa, le vale en 1945 el Premio Nobel de Literatura convirtiéndose en el primer escritor latinoamericano en conseguirlo y la cuarta mujer que lo obtenía hasta esa fecha.

      En su obra poética la emoción es el rasgo dominante, su lírica está inspirada en poderosísimas emociones que a veces llegan hasta el éxtasis místico.

      Esa emoción, a veces turbulenta, a veces dolorosa, se recoge perfectamente en el epistolario “y tu amor no debe darme llagas como las otras; él nació para ser mi alegría” dirá en una de sus primeras cartas.

      El epistolario comienza en la primavera de 1948 y termina en 1957 año de la muerte de la escritora. Gabriela Mistral vivía en Santa Bárbara (California) y Doris Dana en Nueva York. La primera había nacido en Vicuña (Chile) en 1889 y la segunda en Nueva York en 1920 por lo que hay una notable diferencia de edad lo que hace que Doris llame a Gabriela “mi querida y venerada maestra” expresión que utilizó a lo largo de su corta pero intensísima relación. A su vez ésta dirá “ a los viejos profesores nos gusta ser queridos de los jóvenes” (1948).

      Como curiosidad hay que decir que Gabriela Mistral  utiliza el masculino gramatical para referirse a ella misma en muchas de sus cartas, tal vez como una forma protectora de carácter paternal. A veces se despide con la fórmula “Te beso tuyo”

      Son cartas cargadas de emoción y pasión, de admiración, de felicidad, de angustia, que nos dan, como ya he apuntado , una dimensión desconocida de la gran poeta que es Gabriela Mistral.  María Cinta Montagut

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Un poema restituye palabras al mundo

portadaLa vida galante y otros poemas
Osías Stutman
 Buenos Aires, Huesos de jibia. 2008

Es raro y hasta un milagro  que los libros publicados al otro lado del Atlántico aparezcan un día en los anaqueles de nuestras librerías, pero ese milagro ocurre algunas veces y esperemos que con el tiempo deje de ser un hecho extraordinario y se convierta en algo corriente, cotidiano.

      Ese milagro del que hablo ha ocurrido con La vida galante y otros poema, de Osías Stutman, poeta residente en Barcelona desde hace muchos años, después de haber desarrollado una carrera de médico investigador en Nueva York.

Osías Stutman empezó a escribir en Buenos Aires y se vinculó a los grupos surrealistas y a los poetas de su momento, como Olga Orozco, Enrique Molina y Aldo Pellegrini, además de tener importantes relaciones literarias con Alejandra Pizarnik y Juan Gelman. Durante un largo periodo abandonó la publicación de poesía -pero no la escritura- hasta el año 1997, cuando publicó Los sonetos de Gombrowicz en Barcelona. Desde entonces ha publicado Fragmentos personales en 1998 y 44 cuartetas (2008), libro este último del que ya dimos cuenta en el número 64 de TBR.

      La vida galante y otros poemas recoge los poemas de Stutman escritos entre 1990 y 2006 y que el autor ha ido corrigiendo y retocando a lo largo de estos años.

      Para Osias Stutman la poesía surge del equilibrio entre la contemplación del mundo, la memoria reelaborada y el olvido de lo que no se recuerda y de lo que se recuerda embellecido.

      Memoria y olvido van de la mano siempre en esta obra. La memoria es la que reelabora la materia del poema. Precisamente en uno de los apartados del libro titulado Homenajes a la memoria dice el poeta: «sólo olvidar y recordar son el mundo verdadero».

También aparecen como elementos fundamentales del mundo poético de Stutman el realismo, la imaginación y la analogía, además de la escritura. Esta última es una de las preocupaciones del autor. Primero la escritura en sí: «Escribo como un poseído automático/pero me niego a quebrantar el lenguaje.». El poeta no quebranta el lenguaje pero sabe que la comunicación es fundamental: «Este texto no existe como tal/ no es mi aire/ necesita los ávidos ojos del lector.»

Otro de los elementos de esta poesía es la intertextualidad. El propio poeta lo aclara en las notas finales del libro, donde encontramos los versos, los epígrafes, las imágenes que han ayudado a la elaboración de los poemas.

La vida galante y otros poemas  es el primer libro de este escritor, barcelonés de vecindad y, me atrevería a decir, de adopción, que se publica en Argentina aunque parezca una paradoja. En él encontramos al mejor Stutman, que nos hace llegar su voz y su realidad poética.  María Cinta Montagut

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Cómic poliédrico

portadaEl experimento
Juaco Vizuete
Glénat, Barcelona, 2009

 

En Ojo en el cielo (1957), Philip K. Dick construyó una ficción científica poliédrica. Según qué conciencia tomaba el control de una extraña situación creada por un “desviador de radiaciones protónicas”, las víctimas de un accidente se encontraban en un mundo o en otro, con características físicas y códigos morales totalmente distintos. El experimento, de Juaco Vizuete se inspira, estética y conceptualmente, en ese horizonte de la ciencia-ficción clásica, que en los Estados Unidos se expresó tanto en novelas y cuentos como en cómics y películas. “¡Por primera vez, en español!”, leemos en la primera página. La supuesta traducción se relaciona directamente con la ambición de la propuesta, que no es otra que experimentar con géneros, formatos, estrategias narrativas inspirados en esa galaxia referencial. Dinamitarla y traducirla. Para crear un libro poliédrico y técnicamente impecable. La propuesta tiene muchos puntos de conexión con Fallos de raccord (2008), de Marcos Prior, otro título imprescindible para entender el giro afterpop del cómic español actual. Si Prior se centra en el concepto de pantalla (incorporando, por ejemplo, el formato Youtube), Vizuete en cambio trabaja en el de tradición artística (recorriendo buena parte de las formas ya clásicas).

      El núcleo argumental es el Experimento Tierra Prometida, a cargo de una suerte de supergrupo llamado Los Tres Titanes (con Titano, Modern Girl y Angstboy). Los tres protagonistas y la sede secreta del proyecto (con su propia voz, que recuerda a la de HAL) constituyen los elementos de la combinatoria que articula el artefacto. Ni el contexto ni los personajes poseen unas características definidas, porque están sujetos a la mutabilidad absoluta. Según cómo se enfoque, el cómic será erótico, fantástico, psicodélico, utópico, atávico, paródico, superheroico, onírico e incluso realista. Como Ben en el corazón de la Isla, el autor hace girar los engranajes de la maquinaria y causa saltos (genéricos) improbables. Las páginas son mutantes. Hay viñetas, para entendernos, que recuerdan a Stan Lee y otras, en cambio, que parecen extraídas de los cuadernos de viaje de Gauguin. Hay teoría de la conspiración y hay porno duro. Hay costumbrismo y hay gore. La forma es el fondo. Porque más allá de la página no existe más que un agujero negro indefinido: el lector jamás llegará a ninguna Tierra Prometida, porque nunca sabrá en qué consistía el Experimento. Ni falta que le hacía. Jordi Carrión.

Vídeo de la presentación de El experimento en http://www.canal-l.com

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portadaEl incongruente
Ramón Gómez de la Serna
Prólogo de Julio Cortázar
Blackie books, Barcelona, 2010

Existirán las Vanguardias mientras haya mentes que quieran ver la realidad desde un punto de vista anómalo. En nuestra época su problema es el mercadeo de lo contemporaneidad, la oferta de ofrecer algo bajo un nombre que no corresponde con su esencia, por lo que conviene mirar atrás y recuperar a los padres fundadores. Es fácil hacerlo, basta editar sus obras y esperar reacciones, pero es de suma importancia quién lo hace. En su corta trayectoria Blackie Books se ha distinguido como la única editorial independiente española con criterio al proponer textos merecedores del calificativo moderno. No importa su edad, la clave radica en la actualidad de sus contenidos. Esa postura, honesta y única en un panorama proclive al fast food literario de si te he visto no me acuerdo, se agradece, y por ello es normal que El incongruente de Ramón Gómez de la Serna renazca bajo su sello, empeñado en buscar la calidad sin preocuparse por épocas ni tendencias, y en este sentido la novela del prolífico escritor español es un perfecto ejemplo, pues tras una primera versión de 1922 recibió su definitivo punto y final en 1947, cuando el inventor de las greguerías ya residía en Buenos Aires, alejado de España por culpa de la larga noche franquista, donde sus ocurrencias hubiesen iluminado demasiado la superficie, bien diferente al Madrid que durante años acogió al hombre que Francisco Umbral definió como demasiado escritor para ser buen novelista. Veamos si el mítico autor de Mortal y rosa tenía razón en sus apreciaciones.

Una novela de riesgo desde el desafío a la incongruencia: la comprensión de la velocidad y sus cambios

El incongruente es, ante todo, otra muestra más de la endiablada inteligencia de su autor, virtud que une a la indudable capacidad de leer las transformaciones de su época. Gustavo es un ser condenado a vivir en un constante estado incongruente. Su mundo parece una noria al revés, círculo donde la lógica se va al garete por los imprevistos del guión, camino con irregularidades que el protagonista acepta con resignación, pues sus peripecias siempre se ven teñidas por imprevistos que un sería sencillo calificar de surrealistas. ¿Lo son? El espíritu de la época del manuscrito así parece indicarlo, pero lo cierto es que Gómez de la Serna engendra la revolución del pobre Gustavo desde la parodia hilada desde varios ángulos. Algunos lectores podrán leer su biografía desde la burla al mito de Don Juan. Quien escribe vio Casanova en todo momento con un prisma extremo, seductor que quiere disfrutar y dar placer hasta que lo cómico, la desgracia del slapstick, irrumpe y desbarata los planes. Otros dirán que es la trama está mal estructurada y carece de unidad en sus fragmentos. A este sector les recomendaría analizarla desde lo decimonónico. ¿Se acuerdan de Julien Sorel? Gustavo es un héroe de novela arquetípico transformado por la necesidad de renovar un género que a principios del siglo XX clamaba por un cambio, tanto en estructura como en contenido. Quizá por eso las aventuras del pobre incongruente basculan entre el absurdo y la dimensión de todas las transformaciones de esas vertiginosas décadas. Todo lo que otrora era considerado previsible quedó desmontado por la velocidad y la metamorfosis de los hábitos cotidianos. Gustavo gusta de ir elegante, aunque su voluntad de emperifollarse topa con el abandono de los bellos ropajes, obsoletos, clausurados en salas museísticas donde las personas que siguen llevándolos son una curiosidad antropológica, casi una secta. No sería de extrañar que ese fuera el motivo por el que engulle sus gemelos y tira el reloj al suelo, el tiempo y sus matices en la velocidad de máquinas y autobuses, mientras espera el transporte público, rendido a la comodidad de la moderno, que exige enterrar la sardina de lo antiguo y adoptar nuevas formas, que a nivel textual se reflejan en la insistencia en no ceñirse a un solo género. Así es como a lo largo del texto hallamos misterio de crónica negra, romanticismo, romances de tren, cumbres de la literatura fantástica, pura poesía del objeto, críticas sociales o ciencia-ficción.
La transición definitiva entre la confusión inicial y un asentamiento de la intencionalidad narrativa se asienta cuando Gustavo compra una motocicleta y se dispone a recorrer mundo. En sus rutas descubre encantadores pueblos con múltiples sorpresas como habitantes que son muñecos de cera o aldeanos que rebosan felicidad por los cuatro costados. Cuando abandona los villorrios ya no sabe cómo volver a dar con ellos, lo que se debe sin ningún tipo de duda a la pérdida de oremus que implica la aceleración del cronómetro, empecinado a principios del novecientos a desterrar la lentitud para catapultar al hombre hacia la enfermedad de lo breve, como si aquel lema de la experiencia irrepetible fuera un axioma infalible a cumplir sin más dilación, un must en el diccionario del día a día, y es bien sabido que lo más complicado de la existencia es adaptarse a las situaciones inesperadas. Los futuristas pedían en sus manifiestos quemar museos y en cambio Ramón Gómez de la Serna decide que el pasado es útil conjugado con el presente, dando otra vez señales de una insólita clarividencia. La literatura siempre ha ido por delante, siempre ha sido el arte que más y mejor ha sabido beber del néctar de otras. El cine no adoptó las nuevas técnicas de la novela de las primeras décadas del siglo XX hasta 1960, error que contribuyó a su popularización con formas narrativas simples que atraían al espectador. Por su parte la novela vio un filón en lo fragmentario del montaje del séptimo arte y lo aprovechó. Don Ramón lo hizo mediante capítulos cortos, que dan sensación de secuencia, y una idea que podríamos calificar de proclama cotidiana y cultural: las vidas humanas dejarán de ser incongruentes cuando sean similares a las plasmadas en el cinematógrafo, como si de este modo la realidad se fundiera con la ficción para dar a la Humanidad la tranquilidad deseada, porque al fin y al cabo Gustavo es el espejo de nuestra especie en la difícil encrucijada de lo anquilosado a lo que circula por la calle y nadie ha siquiera esbozado. Su reflexión tiene ochenta años y mucha juventud porque sigue teniendo indiscutible validez en 2010, cuando la crisis perfila un horizonte donde los viejos usos quedarán obsoletos por un horizonte mejor. Lo moderno no es la moda, sino, recordadlo, aquello que sirve para comprender el tiempo en que vivimos. Jordi Corominas i Julián