Nota de actualidad 1

In memoriam José Luis Giménez-Frontín

José Luis Giménez-FrontínPresentación de Los años contados

por Anna Caballé.
La Central del Raval, 13 de octubre de 2008

 

Queridos amigos, querido José Luis:

       Me disculparán  si ante un acto tan entrañable como éste –el de presentar el libro de un verdadero amigo- me pongo a leer un par de estólidas cuartillas, en lugar de mantener una agradable conversación con Vds. y con mis compañeros de mesa, pero la verdad es que la presencia de Eduardo Mendoza ha puesto muy alto el listón de nuestras intervenciones. Y como tampoco querría que se me olvidaran algunos aspectos del libro que considero importantes, en el último momento he decidido ponerlos por escrito. Disculpen la frialdad.

       El reconocimiento que  la literatura memorialística tiene en el presente en nuestra sociedad –española, catalana- es algo por lo que debemos felicitarnos. No todo serán catástrofes financieras y sorprendente falta de liquidez de los bancos. Hay cosas que se hacen mucho mejor que antes y nuestra  forma actual de tratar a los géneros autobiográficos es una de ellas.

       La consideración que hoy concedemos a la literatura no ficcional, en general, la sensibilidad con que leemos una carta, un diario, unas memorias del presente, o del pasado, nada tiene que ver con el rechazo que estos escritos sufrían en épocas anteriores. Por fortuna, ha quedado atrás el ver al memorialista con mirada displicente, superior, como un pobre hombre (apenas ha habido mujeres en nuestro país que escribieran sus memorias) que se ha quedado sin recursos imaginativos, que busca desesperadamente la justificación a una conducta, como mínimo discutible, o bien que escribe de sí mismo por mero narcisismo y vanidad personal. No, no todo es vanidad. Ahora los lectores hemos aprendido a apreciar en un libro de memorias otras cosas más sutiles e instructivas: por ejemplo la capacidad que tiene una autobiografía de trasladarnos del recinto de la vida personal, privada, al ancho mundo del conocimiento del Otro;  la posibilidad que implica un texto autobiográfico de transferir la experiencia propia  a otros por el hecho de sintetizarla en un relato.

       En Los años contados, publicado ahora en Bruguera, esa horquilla biográfica que llamamos experiencia va del borroso  recuerdo de un niño en una cuna con barrotes de color marfil –tendría Giménez Frontín unos dos o tres años- hasta lo que él llama una última vuelta de tuerca a su texto –capítulo 70-  donde expone sus ideas políticas actuales. Entre una y otra edad  por su conciencia han pasado muchos vendavales: su partido político a día de hoy, dice, el único que podría representarlo ahora, es un partido que no tiene himno ni bandera. Es el  partido de Giner de los Ríos, María Zambrano, Isaias Berlin, Albert Camus, Hannah Arendt, Nina Hagen-Thorn, Ernest Lluch. Ya ven que no es un partido cualquiera: es el  partido de quienes siempre defendieron el entendimiento y  la libertad, costara lo que costase, el partido de los que no buscaron el poder si no la justicia, así, en minúscula. Tal vez  no tenga himno, ni bandera, tal vez ni siquiera  sea un partido muy popular, puede que no esté bien visto por unos o por otros,   pero estoy segura  que, de proponérselo, conseguiría muchas adhesiones. ¿No les parece?

       Vivimos una época en la que todo el mundo habla de globalización, el concepto se aplica a la economía y al arte, pero lo cierto es que la escritura autobiográfica, en mi opinión, es la principal responsable de mantener  viva la conciencia del individuo y de su experiencia singular, intransferible, de la vida humana. Un hombre o una mujer mostrando a los demás sus circunstancias, las de su época, y de qué modo esas circunstancias  han hecho de él o ella lo que es: creo que no hay nada más valioso que esa enseñanza – que como diría Canetti sólo nos obliga a escuchar- si queremos combatir la sensación de hallarnos en un mundo mil veces formateado por manos extrañas. Nada mejor quizás que clavar firmemente los pies en la Tierra y decir, más o menos: “valga en lo que valga, eso es a lo que yo he podido llegar”.

       Vengo de México, de Guanajuato para ser más exacta, y el otro día, hojeando un libro del FCE que recogía leyendas indígenas, en este caso de los sabios mazahuas leí la siguiente dirigida a los jóvenes: “Mira, cuando pase un anciano, saluda. No seas indiferente a su paso, porque así te alcanzará su sabiduría.”

       No quiero decir con esto que José Luis Giménez Frontín sea un anciano. Que los dioses me libren siquiera de sugerirlo. Que me parta un rayo. Que me trague un pez. Tal como están las cosas, José Luis es casi un crío al que queda mucha vida por delante. Pero tiene mucha vida detrás y es, además, un amante de las construcciones simbólicas, cuanto más hermosas y alejadas de su entorno cultural, mejor.

En Los años contados, Giménez  Frontín parte de un lugar común en el género: al memorialista, en general,  algo importante suele sucederle –importante para él, claro, para su propio gobierno- que modifica la perspectiva de lo vivido: una puerta que se cierra, o bien que se abre, por ejemplo,  hacen que lo vivido hasta aquel momento pueda verse a otra luz, más clara, o tal vez más confusa, en cualquier caso, diferente. Lo importante es que algo ha venido a sacudir la inercia de los días y a  sugerir una nueva reflexión sobre el propio  pasado. En el caso de Giménez-Frontín, esa sacudida vital que alteró bruscamente sus expectativas inmediatas la propició su cese como responsable de la Fundación Caixa de Catalunya, en  2004, después de 15 años en el cargo.

       Nada que decir. Un accidente profesional, como hay tantos, pero también  una advertencia - que ahora el autor de Los años contados comparte con sus lectores- sobre el peligro de las corrientes subterráneas –y no sé si lo estoy diciendo a la manera de Sciascia-, corrientes que siempre nos pillan desprevenidos y nos dejan  como se dice vulgarmente “con el culo al aire”. De forma mucho más elegante lo escribió Musil en sus diarios: “Los hombres aman la sucesión ordenada de los acontecimientos porque ello favorece  la idea de que su vida sigue un “curso” y éste les protege, como un abrigo, frente al caos”.

       Bien,  lo que quiero decir es que los cambios bruscos, intempestivos, suceden, y la mayoría de las  veces son  inevitables,  pero no son incontestables. Generan turbulencias, por supuesto,  pero también nos enfrentan a un principio no por inquietante menos comprobado: no hay vida sin mutación. Nos guste o no nos guste. Lo dijo Goethe en su autobiografía, Poesía y verdad: “las circunstancias se agarran a nosotros y el problema es que cada una lo hace a su manera”.

       Giménez-Frontín a partir de ese topoi que le invita  a pensar  en su propio pasado recorre los años hacia atrás: desde luego que no es el primero en recrear una vida burguesa, venida a menos, en la Barcelona de los años cuarenta y cincuenta. Muchos pasajes forman parte de un imaginario memorialístico muy establecido: los jesuitas de la calle Caspe, el veraneo en Caldetas, después en Cadaqués, los estudios en la Facultad de Derecho, la rebeldía marxista, la bohemia generacional de los sesenta… Parece mentira que haya tan pocos trabajos serios en nuestro país sobre unos espacios de la memoria tan frecuentados como estos, pero a partir de ahí las divergencias de Giménez-Frontín son cada vez más manifiestas. Los años pasados en Inglaterra, y en particular su llegada a Bristol en 197 -¡qué noche la de aquel día!-, el ejercicio de juez de distrito a su vuelta a Barcelona, la dirección de una importante fundación cultural son aspectos, en fin, que van configurando la personalidad del escritor un tanto a contracorriente. En realidad podría verse su trayectoria como un lento desprenderse del protector caparazón burgués de su infancia para echar raíces finalmente en un lugar, más interior que otra cosa, sin himno ni bandera, un lugar en el que ir puliendo la mirada. Muchas gracias.


Nota de los editores
El escritor barcelonés José Luis Giménez-Frontín falleció  el domingo 21 de diciembre de 2008, en Barcelona y a los 65 años de edad, a causa de una enfermedad que ha consumido su activa vida cultural y personal en tan sólo tres semanas. Giménez-Frontín, secretario general y alma máter de la Asociación Colegial de Escritores de Cataluña (ACEC), será recordado como una de las figuras intelectuales más brillantes de la Cataluña y la España actuales por su sólida y completa trayectoria cultural y su activo papel como dinamizador y pensador cultural. Hace sólo tres meses que publicó sus memorias, Los años contados (Ediciones B). El funeral se celebró el  martes 23 de diciembre en el Tanatorio de Sant Gervasi, de Barcelona. Giménez-Frontín colaboró con The Barcelona Review en varias ocasiones. Desde aquí os invitamos a (re)visitar la selección de su poesía publicada en el nº 38, y también, su pàgina personal en Internet: http://www.joseluisgimenez-frontin.com

Biografía:

Anna Caballé Masforroll es profesora de Literatura Española de la Universidad de Barcelona y responsable de la Unidad de Estudios Biográficos. Ha publicado La vida y la obra de Paulino Masip (Edicions del Mall, 1987); Narcisos de tinta. Ensayo sobre la literatura autobiográfica en lengua castellana (1939-1975) (Megazul, 1995); Mi vida es mía, en colaboración con Joana Bonet (Plaza&Janés, 2000), Francisco Umbral. El frío de una vida (Espasa, 2004), Cinco conversaciones con Carlos Castilla del Pino (Península, 2005), Una breve historia de la misoginia (Lumen, 2006) y El bolso de Ana Karenina (Península, 2008), además de numerosos trabajos en obras colectivas relacionadas con su especialidad: la escritura auto/biográfica. Es crítica habitual del suplemento ABCD del periódico ABC y colaboradora en las páginas de opinión de La Vanguardia; editora de la revista Memoria (Servei de Publicacions de la UB) y directora de  su colección Vidas escritas.