biografía del autor

Microrrelatos

Vicente Muñoz Álvarez

 

donante

El donante


Desperté de la anestesia sintiéndome un hombre nuevo, sobrevolando como un fénix mis cenizas calcinadas. Mis temores se esfumaron al darme cuenta de que la operación había sido un éxito. Mi enfermedad sólo era un recuerdo, una pesadilla de la que entonces comenzaba a despertar. Sentía mi cuerpo, antes marchito, remozado y fuerte: mis órganos sanos, mi mente lúcida y mis extremidades asombrosamente ágiles. Lleno de entusiasmo recorrí las estancias de aquel hospital buscando el solaz de alguna voz, pero todo estaba oscuro y extrañamente silencioso. Sólo una luz intermitente brillaba al fondo de la planta en que me hallaba. Caminé hacia ella sin sentir casi las piernas, curiosamente ingrávido en aquella atmósfera opresiva. Al final del pasillo, en la última sala, decenas de vísceras y miembros amputados se alineaban sobre una mesa metálica, flotando en el interior de grandes pipetas de cristal. Casi en trance contemplé su macabro contenido, cuyo orden anatómico había sido cuidadosamente respetado: pies, piernas, testículos, riñones... y así hasta el último recipiente, donde se mecía con un suave balanceo mi propia cabeza seccionada.
       ¡Todo había sido una ilusión! Pues mi cuerpo no era más que el reflejo débil de mi alma, y los que allí se almacenaban, los órganos que, ya desahuciado, había donado horas antes de morir.

 

El adictoadicto


Crepúsculo de terciopelo rojo y cansina ingravidez, distorsión de los objetos, decadencia y languidez bajo el eco de una carcajada... Pero ahora estoy despierto y hay montones de basura sospechosa en las esquinas de mi cuarto, utensilios de mi exigua nutrición. Apenas siento el beso del agua al contacto con mi piel, espuma de colores cambiantes e irisados. Y la calle empalagosa, que se estira y se retuerce, se duplica potenciando mi fatiga secular. Ansiedad y ansiedad. Rostros cuadrados y aritméticos, de carne inexpresiva y desleída, pasan junto a mí cual fantasmas de mis sueños. Luces de neón que explosionan en mi mente y coches de ambiguos colores y policías y putas contagiadas mientras la angustia atenaza mi estómago con un abrazo frío. Pero al fin veo el rostro hermafrodita de mi dios, entre una multitud disforme, iluminado por una aureola que oscila sobre su cabeza en la representación de un éxtasis que abrasa... Amenazas, susurros lejanos e intercambio. Y la euforia de mis venas desnutridas, que con vítores triunfales celebran una orgía hipersensible. El sórdido retrete del sórdido garito que ya se torna aséptico, mágico y sensible por momentos que tal vez fueron horas. Pero ahora el camino ya no es largo, ni sucio ni poblado de fantasmas: vuelve a ser crepuscular. Y de nuevo en mi cuarto, que ahora es regio, un orgasmo estomacal sin erección. Y el sueño y la desidia, duermevela de fantásticas visiones, de caída eterna a lo insondable de un pozo profundo que se abre y se cierra y me expulsa hacia un vacío púrpura del que no deseo despertar...

gatos


Los gatos

 

El hombre es un animal enfermo. La conciencia es una enfermedad.
       Miguel de Unamuno

Me desperté a las 7:30 AM, desayuné en la cocina leyendo el periódico, cogí la bolsa de la basura y salí de casa a pasear con los perros.
       Al acercarme al contenedor, junto a la iglesia, y levantar la tapa para arrojar la basura, los escuché: allí estaban, al fondo, en una bolsa cerrada de plástico, maullando desesperadamente y moviéndose en su interior.
       Debía de haber al menos cuatro.
       Cerré la tapa espantado.
       Durante el paseo con los perros pensé en lo que hacer, si sacarlos de allí, del contenedor, de la bolsa, si llevarlos a casa, si matarlos yo mismo...
       Cualquier cosa antes que dejarlos morir de aquella manera.
       Pero no tuve valor para hacerlo.
       Se lo dije a mi mujer al volver a casa, pero ella insistió en dejarlos allí.
       No debemos tocarlos, dijo, no son nuestros, no podemos criarlos y matarlos sería también otra crueldad.
       Intenté olvidarme de ellos.
       Pasó el día, un día de verano caluroso y ardiente, asfixiante, comí y dormí la siesta, trabajé un rato en mi despacho y al salir otra vez con los perros y pasar junto al contenedor, los volví a escuchar.
       Su maullido angustiado y profundo.
       Pasé de largo e intenté, de nuevo, olvidarme de ellos.
       Pero a la mañana siguiente, al ir otra vez a arrojar la basura, volví a escucharlos al fondo del contenedor, sepultados ya entre otras bolsas, y sentí estremecimiento y rabia.
       No debían haberlos dejado allí. Debían haberlos matado al nacer, pero no debían haberlos dejado allí, en el contenedor, cociéndose al sol lentamente, soportando entre los desechos aquella agonía.
       Los volví a escuchar, cada vez más débiles, por la noche y a la mañana siguiente, ya casi repleto el contenedor de bolsas.
       Llevaban dentro tres días.
       Por la tarde, sobre las nueve, cuando en el horizonte el sol comenzaba a extinguirse, apareció por fin el camión de la basura y volcó en su interior la carga del contenedor.
       Sólo entonces pude respirar tranquilo.
       No volveré a escucharlos, pensé.
         
       Pero me equivocaba.
       Siguen ahí.
       Aún los sigo oyendo... moviéndose, agonizando, maullando...
       Siguen ahí dentro encerrados... asfixiándose... y no logro sacármelos de la cabeza...
         
       Miau...miau...miau...

 

Biografía:

AlverezVicente Muñoz Álvarez (León, 1966) es poeta y narrador. Por citar sólo algunos de su libros más recientes, es autor de los poemarios Parnaso en llamas (Baile del Sol, 2006) y Estación del frío (Eds. 4 de gosto, 2006); de los libros de relatos Marginales (Eje Ediciones, Colección Cúa, 2008) y El merodeador (Baile del Sol, 2007); y coordinador de antologías como Golpes (junto con Eloy Fernández Porta; DVD, 2004), Tripulantes (junto con David González; Eclipsados, 2007) y Hank Over. Resaca (junto con Patxi Irurzun; Caballo de Troya, 2008). De los relatos que aquí presentamos, “El donante” y “El adicto” (ilustraciones de Mik Baro) pertenecen a su libro Marginales; y “Los gatos” (ilustración de Toño Benavides), a El merodeador.

Sobre el autor en The Barcelona Review véase Golpes en la vida tan fuertes, conversación con Eloy Fernández Porta acerca de la antología Golpes. Ficciones de la crueldad social.