biografía del autor

Luces sobre Chuspa

María Teresa Ogliastri

luces

Así pues, dejaron un centinela, uno de los millones  que deben de existir esparcidos por todo el universo. Arthur Clarke

 

El bote se alejó de la playa resoplando como un buey herido. Al  llegar a mar abierto, Marcos ayudó a Karen a colocarse el tanque  de oxígeno en la espalda. Después de ajustarle el cinturón de plomos, miró a Roberto y le indicó que ya estaban listos para lanzarse al mar. El agua estaba demasiado fría para ser mediodía. Bajaron cinco metros en busca de los corales rojos. Pero allí sólo había  oscuridad. Detrás de la máscara, Karen alcanzó a ver los ojos de Marcos que la miraban de manera inquisitiva. De pronto sintió  que se ahogaba. Algo pasaba con el aire del tanque que no le llegaba. Con una señal le indicó a Marcos que quería salir del agua. Él la tomó por la cintura y juntos subieron a la superficie. Arriba, ya en el bote, Karen se dio cuenta de que bucear le daba miedo, sólo lo hizo para complacer a Marcos. “Llovió toda la noche y el mar todavía está picado”, dijo  Roberto, a manera de disculpa. “La próxima vez iremos a Los Roques”. Pero Karen sabía que su experiencia en el mar había terminado.
  Al volver a la playa divisaron a Miriam jugando en la orilla con los  niños. Cuando los vio llegar preguntó en tono irónico: “¿Cazaron algún tiburón para el almuerzo?”. Pero nadie respondió. Al rato Miriam dijo a Roberto: “Lástima que ella sea estéril”.  Roberto no pudo evitar sentir disgusto por la intromisión de Miriam. No podía evitar sentirse culpable por el fracaso de Karen en su primera salida al mar. Roberto era el dueño de una empresa de submarinismo en Caracas. Acostumbraba salir a bucear con sus alumnos hacia las playas de Chuspa por la abundancia de arrecifes y corales. No entendía por qué esos fondos cristalinos que él conocía tan bien, esa mañana estaban fangosos y oscuros. Solía llevar con él a su esposa Miriam y a sus dos niños pequeños: Daniel, de tres, y Mariana, de cinco años. Esta vez vinieron con una pareja de jóvenes recién casados. Marcos tenía un postgrado en geología marina en Italia. Allí fue que conoció a su esposa Karen. A pesar de que Marcos era un buzo experimentado, hizo el curso de buceo con Roberto para ayudar a Karen a perder el miedo al mar.
 
Esa  noche el pueblo de Chuspa celebraba la fiesta de San Juan Bautista. En la playa había un grupo de turistas bailando tambor alrededor de una figura de palo que representaba al santo. Cuando Marcos notó la ausencia de Karen, preguntó a Roberto y a Miriam si sabían dónde estaba. Ellos creían haberla visto entrar a una casa del pueblo, pero Roberto prefirió no decirle nada a Marcos. Una hora después la vieron salir del mar con la gente que estaba bañando al santo. Parecía otra persona cuando comenzó a bailar al ritmo de tambor una danza africana. Un hombre moreno le dio de beber de una botella que se pasaban de mano en mano y la mantenía acosada en el baile. Mimetizada entre aquella gente, Karen daba giros rápidos al tiempo que cantaba en coro: “San Juan todo lo tiene...San Juan todo lo da”. La cara de Marcos revelaba el disgusto. Como pudo se abrió paso en medio de los cuerpos sudorosos y  arrastró a Karen hasta la posada. Al día siguiente nadie hizo referencia al extraño comportamiento de Karen durante la fiesta de San Juan. Durante el desayuno, el dueño de la posada les preguntó si habían visto la noche anterior las luces en el cielo. Pero Roberto y Miriam dijeron que se habían dormido temprano. Karen, por el contrario reconoció con timidez que ella había visto unas luces sobre el mar desde la ventana de su cuarto. No obstante, Marcos no dijo nada. Después del almuerzo emprendieron el regreso a Caracas. Roberto y Miriam tenían la impresión de que Marcos y Karen habían peleado porque estaban demasiado callados.

Eran las nueve de la noche cuando el jeep entró en la carretera que bordea la montaña. La luna colgaba al borde del precipicio irradiando una luz azulada sobre los peñascos. Karen sentía los baches del camino rebotar contra su columna. Un cambio brusco en la dirección del vehículo la golpeó en la parte baja de la pelvis. Hacía poco se había hecho los últimos exámenes para saber por qué no podía quedar embarazada.  Pero todo indicaba que era irremediablemente estéril.  Sólo Marcos sabía la razón por la cual en sus ojos azules había siempre un velo de tristeza. De pronto el jeep dio un salto sobre un terraplén y frenó abruptamente al borde del abismo. Fue entonces cuando divisaron la luz en el cielo. Roberto descendió del vehículo y dejó encargada a Miriam de encender y  apagar las luces en señal de contacto con el objeto que ya estaba sobre ellos. Caminó hasta el borde del barranco y  cayó de rodillas. Con los brazos abiertos en cruz hacía señales con las manos como si fuese  el asistente de vuelo de un aeropuerto clandestino. El eco de su voz retumbó contra las piedras: “Vengan amigos. Vengan a buscarnos”. ¿Amigos? Miriam recordó que días atrás Roberto le había dicho en medio de una discusión: “Yo siempre he deseado irme muy lejos”, como si para él la felicidad estuviera en un lugar muy distante.

 A pesar de que viajaban con frecuencia hacia esta zona del Litoral Central, esta era la primera vez que veían algo así. El círculo de luz comenzó a elevarse y permaneció oculto detrás de una colina. Minutos después emergió debajo del acantilado donde estaban parados y comenzó a acercarse de nuevo hacia ellos. Un avance rápido y un retroceso. Después subió a gran altura y descendió como si se desplomara del cielo. “Una energía inteligente que está tratando de establecer contacto”, pensó Marcos. En eso Miriam dijo: “Ahí viene otra vez”. La luz avanzaba y retrocedía. Al ver que la nave regresaba Roberto volvió a gritar: “Vengan a buscarnos”. La nave avanzó despacio. Luego, recortó velocidad hasta quedar suspendida en lo oscuro. Más de una vez, Roberto soñó con este encuentro. “Un pedazo de carnada en un viaje sin retorno”, pensó Karen y sintió el mismo temor de cuando buceaban. Entonces dijo: “No, por favor, váyanse”. Su mente no paraba de hacer preguntas: ¿Cuál era la certeza que tenían de sobrevivir a algo así? Una experiencia como esta no ofrece ninguna garantía.

Roberto escuchó cuando Karen dijo en un susurro, como si rezara: “Aún no estoy preparada para esto”. En el silencio de la noche sus palabras retumbaron como en una catedral vacía. Roberto miró a Karen y dijo: “Vas a echar a perder todo con ese miedo pendejo” Y dirigiéndose a Marcos: “Por favor chamo, haz que tu mujer se calle. Si sigue con eso va a joder esta experiencia maravillosa”. Marcos tomó a Karen por los hombros y la abrazó. Miriam también estaba asustada, aunque por nada del mundo se lo diría a Roberto. ¿Cómo decirle a su marido que ya no sentía ninguna fascinación por esa luz en el cielo? No alcanzaba a comprender cómo podía desear irse en ese viaje sin retorno. Roberto continuó tratando de convencerlos: “¿Por qué no hacerlo? Nosotros no tenemos nada que perder”. Al oír esto Miriam dejó de hacer señales con las luces y descendió del jeep. Se acercó a Roberto y  preguntó contrariada: “¿Cómo que no tenemos nada que perder? ¿Y los niños? ¿Qué pasará con los niños?”. Pero Roberto no respondió. Poco después la nave dio otro pequeño avance. Ahora estaba literalmente encima de ellos. “Por favor váyanse” dijo Karen, en voz muy baja. Entonces la luz comenzó a retroceder. Luego se elevó, haciéndose  cada vez más pequeña, hasta perderse entre las estrellas. Costaba creerlo, pero la nave se había ido. “Fue tu culpa”, dijo Roberto a Karen, “has estado saboteando todo el tiempo”. Marcos sintió que ya no había ninguna razón para permanecer allí. Pero cuando quiso empujar a Karen hasta el jeep notó que ella no lo oía. Parada allí, al borde del acantilado, parecía una estatua de sal esperando la lluvia. Cuando finalmente pudieron emprender el regreso, los invadió una extraña sensación de fracaso.

Tres meses después Roberto propuso encontrarse de nuevo en el Gran Café. Quería corroborar con ellos algunos datos del viaje a Chuspa. Para ese entonces, el Gran Café era el lugar en donde se reunía la bohemia caraqueña a discutir de política y literatura. Al principio hablaron de cosas variadas, como la última película de  Kubrick, Odisea del Espacio. Esa epifanía no religiosa tan desoladora que reveló a Roberto la inmensidad del cosmos. Estuvieron discutiendo sobre el misterio del feto humano que aparece al final de la película, especie de renacer de la humanidad en la cual la vida de una persona resulta ser el motor del universo. Fue entonces cuando Roberto les contó que él y Miriam habían repetido el viaje a la montaña. Se habían detenido en  el mismo lugar y los habían invocado de nuevo. Pero nada, no vieron ni una luz. Ni una señal en el cielo. Después les mostró un mapa de la zona y con su dedo índice señaló el sitio exacto en el que se habían detenido esa noche. Había investigado. Esa zona era considerada un punto energético de gran importancia. Se decía que allí había una base. “Hasta viene gente de otros países para verlos” -dijo Roberto entusiasta.

Seguidamente sacó unas hojas de papel que traía en un sobre y propuso que  dibujaran el tipo de nave que habían visto. Quería saber si estaban hablando del mismo objeto. El dibujo de Karen y el de Roberto eran parecidos. Karen dibujó una especie de tabaco con dos círculos en cada extremo. Marcos, por el contrario, sólo captó una luz con forma ovoide. Miriam dejó el papel en blanco: “Estaba tan asustada que sólo pensé en los niños”, dijo. En cambio el  dibujo de Roberto fue preciso. Acostumbrado a diseñar por su profesión de arquitecto, dibujó una nave parecida a la de Karen, pero con una pequeña variante. El objeto que él había visto tenía una hendidura que parecía ser una puerta recesada. “Si había una puerta era porque algo estaba allí dentro”, dijo  Roberto al tiempo que guardaba los papeles en una carpeta. “Haremos el viaje de nuevo. Sin los niños”.  Ninguno dijo nada, así que él insistió: “No va a pasar nada malo, se lo aseguro”.  Pero a quien miraba en realidad era a Karen.

Karen suspiró y simuló no darse cuenta de que Roberto quería despertar su deseo por volver a Chuspa. Pero ella sólo manifestaba interés por la enorme copa de fresas con crema que tenía delante. Masticaba cada fresa con un deleite singular. Saboreaba las pequeñas semillas mezcladas con el ácido dulzón de la fruta. Había algo en ella, una extraña felicidad que dosificaba con malicia. Titubeaba y se notaba que no quería hablar, hasta que dijo con la boca aún llena de crema:

─ Lo siento Roberto,  no cuentes conmigo para eso.

─ ¿Cómo que no Karen?  Sin ti el viaje no va.─ Dijo Roberto tenaz.

─¿Por qué insistes? ─ dijo Marcos, molesto─ dícelo Karen. Dile a Roberto la razón por la cual no quieres volver a ese lugar.

Pero Karen seguía entretenida removiendo su copa de fresas. Luego introdujo la cuchara en su boca y trituró lentamente una fresa entre sus dientes. Como si ese deleite reflejado en su rostro tuviese algo que ver con el viaje que habían hecho juntos a Chuspa. Entonces dijo con una sonrisa:

Sono incinta.─ Se produjo un silencio que obligó a Karen a seguir hablando.─ Es una niña y se va a llamar Aida, que significa la que vendrá.

Roberto no insistió más en el asunto. Impertérrito permaneció callado hasta que ellos se despidieron. Karen y Marcos quedaron en llamar pero nunca lo hicieron. Sin embargo, y a pesar que pasaron muchos años, Roberto nunca perdió la esperanza de repetir la experiencia de aquel viaje a Chuspa:

─ Algún día establecerán contacto con nosotros─ decía Roberto apostado en el mismo acantilado en donde aquella vez habían visto la luz en el cielo. A lo que Miriam siempre respondía: “Y entonces nos iremos a un lugar muy lejano”.

 

Biografía:

ogliastriMaría Teresa Ogliastri, escritora y poeta venezolana.  (Los Teques, 1952). Licenciada en Filosofía por la Universidad Central de Venezuela.  Es autora de varios poemarios: Cola de Plata (Dirección de Cultura, UCV, 1994); Nosotros los Inmortales (Horizonte 21 Editores, 1997); y Brotes de Alfalfa (El Pez Soluble,  2007). En junio del 2008 será publicado su poemario Polo Sur (Editorial Clío & Afrodita). Tiene una novela inédita titulada Adentro de Marilyn. Reside en Caracas.