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índex català     enero - febrero 2007   n° 57

Miguel de Cervantes Saavedra: ¿médico-escritor o escritor-médico?Miguel de Cervantes Saavedra:
¿médico-escritor o escritor-médico?

Guillermo Enrique D’Ottavio Callegari,
María Eugenia D’Ottavio Callegari
y Alberto Enrique D’Ottavio Catan

       

La medicina es uno de los tantos caminos que conducen hacia el ser humano con toda su carga evolutiva de grandezas y de miserias.
      Dado que la escritura constituye una actividad vívidamente humana; un campo fértil que permite verter vivencias, pensamientos y saberes, hay quienes suponen que el ejercicio de la Medicina influye en ella en virtud de que su práctica profesional gira de continuo en torno al dolor, a la enfermedad, al sufrimiento, a la soledad, a la sexualidad, a la incomprensión, a la locura y a la muerte, entre otras humanas vicisitudes y que las mismas han sido, son y serán abordadas en novelas, comedias, dramas, cuentos, ensayos y poemas.
Otros conjeturan que las difíciles situaciones de quienes a diario conviven con aquellos acontecimientos convierten a la escritura en su ansiado refugio y algunos exponen que cuando la necesidad de escribir eclosiona en médicos y médicas puede que en ella subyazcan: el contacto humano, la evasión, la meditación sobre cuestiones filosóficas y hasta una posible ansia de inmortalidad, entendida ésta como el anhelo de trascender a la propia existencia física con un legado intelectual in absentia y hacia el porvenir. Dable es presumir igualmente que en los médicos-escritores podría estar influyendo una suerte de mandato por compensar un tipo definido de ejercicio profesional con otra actividad paralela, y ¿por qué no? hasta una reacción catártica ante ambientes hostiles que fuerzan a esporular transitoriamente. En particular, D. Pedro Laín Entralgo apostillaba que los móviles del médico-escritor eran la ya referida evasión y, además, la ilustración, la utopía, la denuncia y la redención en tanto que Antón Chéjov no dudaba en sentenciar que la medicina era su esposa legal y la literatura, su amante e interpretaba que, si bien ello podía lucir poco respetable, no resultaba aburrido en modo alguno. Más aún, aseguraba cuando se cansaba de una pasaba la noche con la otra, y ello terminaba mejorando su relación con ambas.       Si a los dos médicos-escritores citados sumamos varios literatos españoles que trajinaron la Medicina, aparecerán ante nosotros sin ánimo de agotar su extensa lista: Francisco López de Villalobos, Ramón de Campoamor, Manuel Pombo Angulo, Arturo Rigel, Santiago Ramón y Cajal, Gregorio Marañón, Pío Baroja y Jaime Salom, entre otros. Precisamente, el oftalmólogo Jaime Salom nos dice al respecto: "Si es verdad el viejo aforismo que todo español lleva bajo el brazo una comedia de la que es autor, no veo razón para que el médico no pueda llevar en su cartera, junto al oftalmoscopio o el recetario, no una, sino varias obras escritas" .
      ¿Entonces, qué decir de D. Miguel de Cervantes Saavedra en relación con ello?
      Cervantes (1547-1616) vivió en tiempos en los que las ciencias modernas daban sus primeros pasos, época de relojes (Turriano y Galileo) y de autómatas o androides que se conocían desde el siglo XIII. Empero, su vida transcurrió igualmente en una España apostólica que, depositaria inicialmente de la herencia grecorromana, se oponía ahora al ingreso de nuevos conocimientos científicos que reverdecían en otros países europeos. Bajo el reinado Felipe II (1556-1598), la Inquisición - nacida en Sevilla en 1480 con los Reyes Católicos- alcanzaba su clímax y era “enriquecida” con el "Índice de libros prohibidos". Vedada, además, la importación de textos y la formación de jóvenes en universidades extranjeras, el pensamiento español se asfixiaba y atrasaba.
      La Medicina no constituía una excepción ya que, mientras en Europa campeaban médicos revolucionarios como Vesalio, Paav, Paracelso, Harvey, Serveto y Paré, en España los médicos recurrían aún a tratamientos primitivos consistentes en sangrías, lavativas, paños calientes, ventosas y diferentes tipos de preparaciones (infusiones, cocciones, licores, elixires, jarabes, pociones, tisanas, polvos, tabletas, píldoras, supositorios, colirios, linimentos, cataplasmas, etc.) cuya parte activa se extraía, por lo general, de raíces, cortezas, hierbas, flores, semillas o frutos. Y lo que es peor, tales médicos eran motivo de mofa como la atestigua el refranero de la época: “Médicos sin ciencia, largas faldas y poca conciencia”; “Médicos de Valencia, largas faldas y poca ciencia” o “Sangrías, lavativas y ventosas, y siempre las mismas cosas”.
      Fiel a su humanismo, de la producción cervantina surge su menosprecio por los médicos malos pero, a la par, su admiración por los buenos profesionales, emergen duras reflexiones acerca de la abundancia de estudiantes de medicina en la Universidad como en su obra El coloquio de los perros (cabe subrayar que en 1604 había 2.000 estudiantes de Medicina sobre un total de 50.000 universitarios) y se hace palmaria su tendencia a visualizar la enfermedad como proceso natural y no, como resultado de una participación teológica. Para él, la enfermedad se torna evidente de alguna manera, físicamente o en la conducta del paciente y es contagiosa (también la psíquica). En El Quijote en particular, se patentizan sus aptitudes para observar y analizar debido a la ilustración médica que indudablemente tenía y que, como sabido es, resultan claves para la metodología científica. Desfilan, así órganos, síntomas, signos y enfermedades: sordera, cataratas (“ya que el maligno encantador…, ha puesto…cataratas en mis ojos…”), tos, neumonía, fiebres varias (terciana y cuartana del paludismo y otras), pulso, próstata, litiasis renal, hepatitis, reumas y muerte aparente. A su vez, en El casamiento engañoso y en su continuación: El coloquio de los perros es una enfermedad venérea la que atraviesa estos relatos.
      ¿Y en lo que hace a lo psíquico y a lo psicosomático? Excediendo sus otros “locos” (entre ellos, Cardenio y los locos de Sevilla y de Córdoba, la curiosidad inoportuna y el pesar postrer de Anselmo en El Curioso Impertinente, los celos patológicos del viejo indiano en El celoso extremeño –similar al de su entremés teatral El Viejo Celoso-  o la histeria del Licenciado Vidriera de su obra homónima), al  propio Alonso Quijano lo  describe como loco entreverado “lleno de lúcidos intervalos” (y con esta lúcida alusión a los “lúcidos intervalos” de Don Quijano, Cervantes se adelantó en la práctica cuatro siglos a la psiquiatría contemporánea). A este respecto, se conjetura que la descripción físico-psicológica de su Don Quijote puede haberse basado en el libro Examen de ingenios para las ciencias (lo de “ingenios” es muy llamativo), obra del Dr. Juan Huarte de San Juan dedicada A la Majestad del rey don Filipe, nuestro señor y que mucho circuló por España. Sin embargo, en sus escritos Cervantes no alude directamente a aquél, aprobado eclesiásticamente por Don Fray Lorenzo de Villavicencio y por Licencia Real para Castilla y Aragón fechadas en 1574.
      En consecuencia y siguiendo a Reverte Coma (2004), no se ponen en discusión sus notorios conocimientos médicos. Si bien Villechauvaix (1898) afirma que fue médico, lo más probable es que, sin serlo, en tales conocimientos influyeran tanto su padre D. Rodrigo de Cervantes (para algunos: barbero-cirujano y para otros, médico-cirujano) quien le legara casi una decena de libros médicos que figuran en el inventario de su posible biblioteca, como su hermana Andrea, enfermera. Corresponde señalar aquí que, en tiempos de Cervantes, había cirujanos de academia (quienes habiendo pasado por la Universidad o por los Estudios Generales, alcanzaban el grado de licenciado en Medicina y tenían derecho a transporte equino) y cirujanos de cuota o de a pie (cuya sabiduría procedía de la escuela de la vida y quienes adquirían derecho de ejercicio mediante el pago de 4 escudos).
      Finalmente cabe destacar que excelentes escritos y recopilaciones se han publicado acerca de la patología médica que posiblemente afectara a Cervantes así como la aquejara a sus personajes.
      En síntesis, si bien hoy no podamos enrolar a ciencia cierta a D. Miguel de Cervantes Saavedra entre los médicos-escritores españoles bien podríamos ubicarlo entre los escritores-médicos; esto es, aquéllos que, sin licenciarse en Medicina, saben lo suficiente como para abordarla y como para escribir correctamente y a gusto sobre ella.
      Más todavía, bien pudo estar ganado por alguna o algunas de las conjeturas que tratan de explicar las motivaciones que llevan a los médicos a ser escritores, primero, y, a veces, a pasar a la categoría de literatos, de acuerdo con su significado en latín; esto es, cuando salva con pericia la valla de definidos estilos y de establecidas honduras y, a la vez, no sólo revela un conjunto de habilidades que sustentan el buen escribir sino que domina conjuntamente el arte de la gramática, la retórica y la poética.
      Y lo que es más aún, médicos-escritores como Santiago Ramón y Cajal o escritores-médicos como proponemos a Cervantes adquieren gran relevancia actual cuando se destaca el valor de la literatura, disciplina humanística como la Medicina, en la formación de los estudiantes de este menester. No en vano, el médico y poeta Richard Blackmore narra en su A treatise upon the small pox (1723) una anécdota personal de cuando, recién llegado a la Facultad de Medicina, se acercó a pedir consejo al gran Thomas Sydenham sobre las lecturas más adecuadas para quien deseare formarse como médico: “Read Don Quixote, it is a very good book, I read it still” (Lea Don Quijote. Es un muy buen libro. Aún lo leo). Se lo siga literalmente o se lo interprete como que el único libro en que se aprende Medicina es la Naturaleza (tal cual hiciera en 1905 el médico humanista William Osler), el sucedido habla a las claras de la íntima vinculación entre literatura y medicina.

       

© Guillermo Enrique D’Ottavio Callegari, María Eugenia D’Ottavio Callegari y Alberto Enrique D’Ottavio Catan 2007.

Este texto no puede reproducirse ni archivarse sin permiso del autor y/o The Barcelona Review. Rogamos lean las condiciones de uso.

Carné: Guillermo Enrique D’Ottavio Callegari: Médico. Docente de la Cátedra de Histología y Embriología, Facultad de Ciencias Médicas, Universidad Nacional de Rosario, Rosario (Argentina).
Carné: María Eugenia D’Ottavio Callegari: Bachiller en Ciencias Sociales. Licenciatura de Psicopedagogía, Universidad Nacional de San Martín (en convenio con la Fundación del Gran Rosario) Rosario (Argentina)
Carné: Alberto Enrique D’Ottavio Catan: Médico. Doctor. Profesor Titular de la Cátedra de Histología y Embriología, Facultad de Ciencias Médicas e Investigador Principal de la Carrera del Investigador Científico, Universidad Nacional de Rosario, Rosario (Argentina) e-mail: aedottavio@hotmail.com

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