The Barcelona Review

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Segunda Residencia
Margarita Leoz

 

Los Sonetos Robert-Juan Cantavella

 

Diccionario Político Antonio Tello

 

La civilización del espectáculo Mario Vargas Llosa

 

 

 

portadaSegunda residencia.
Margarita Leoz
Tropo Editores, Zaragoza,2012

 

Segunda residencia, de Margarita Leoz (Pamplona, 1980) reúne un conjunto de trece relatos como el que da título al libro, y algunos otros que destacan, como “En lo que nos hemos convertido”, “Llamaradas”, “La rotonda”, “No es verdad”...; en ellos la autora nos presenta un abanico de historias en apariencia sencillas, en tanto que en ellas no se narran grandes acontecimientos (una ginecóloga coincide años después con la chica que se metía con ella el colegio; un matrimonio vuelve a visitar el lugar en que murió su hijo años atrás; una profesora empieza a trabajar en la escuela de un pueblo, un chico se ve atraído por su prima, a punto de casarse....), pero en las que se abordan con gran sutileza temas tales como la insatisfacción, la soledad, la incapacidad de los personajes para alcanzar la felicidad, aquello en lo que se han convertido y que dista muchas veces de aquello que anhelaban llegar a ser...
            A lo largo de los trece relatos, y con un oficio llamativo por la  juventud de Leoz,  la autora traza una serie de escenarios creíbles por los que hace deambular un elenco heterogéneo de personajes: en sus páginas encontramos adolescentes, hombres, mujeres, niños, que tienen como principal rasgo en común su condición humana, un condición alejada de cualquier viso de heroicidad a la hora de enfrentarse a los conflictos a los que se ven abocados, esas situaciones incómodas en las que la autora les coloca y que muchas veces atañen a  la búsqueda de si mismos.
            El chico cuyo hermano ha muerto en un accidente de tráfico, la niña que sale del colegio par ir a conocer a su hermanito recién nacido, el hombre que vende la casa donde se veía con su amante..., todos ellos son criaturas que persiguen su lugar, personajes insatisfechos porque no son aquello que querrían ser, porque –como hemos dicho-  carecen de capacidad para ser felices. Son, en suma, personajes corrientes que deben afrontar cambios en sus vidas para hacerse con el control de las mismas.
            Probablemente su querencia, su inclinación por este tipo de personajes perdidos e insatisfechos es uno de los motivos por los que se ha etiquetado a Margarita Leoz como escritora próxima al realismo de la narrativa norteamericana del siglo XX. Nombres obligados, casi tópicos, como John Cheever, Tobias Wolff, o incluso Raymond Carver han sido citados para ubicar las influencias literarias de Leoz y Segunda residencia, aunque sería justo que se la entroncara también con el relato realista que en la narrativa española puede tener a Gonzalo Calcedo como máximo exponente.
           Tal vez influya también en esta consideración la sobria contención de la escritura de Leoz, al servicio de sugerir más que de contar. Y aquí radica quizás a nuestro parecer el mayor mérito de la autora: el tratamiento casi fotográfico de las escenas, las eficaces imágenes con que sostiene la sugerencia. Y en el otro extremo, el lector va a tener que completar los huecos de lo que no se explica y sacar sus propias conclusiones   -lo cual no quita para que algún final pueda resultar algo cortante.
            Segunda residencia es, por tanto, un libro no apto para lectores perezosos, porque el verdadero alcance de lo narrado se encuentra más allá del plano superficial, se debe buscar en lo que no se muestra, en lo que queda a la interpretación del lector. Y aunque Segunda residenciaes el título de uno de los relatos que componen el libro, bien podría hacer también referencia a ese segundo plano –lo sumergido, lo que queda oculto bajo las palabras-  donde lo narrado adquiere su verdadera dimensión
            Por otro lado, Segunda residencia es un libro en el que los detalles importan, porque aunque parezca que no tengan relevancia, en estos relatos todo es necesario, significativo, y esos detalles (el bote de callos, el traje en el fondo del armario...) son los que en gran medida colaboran a apuntalar las historias.
Cabe mencionar también la capacidad de la autora para elaborar una escritura que fluya con sencillez a lo largo de las páginas, en parte gracias a la utilización de frases cortas, algo no demasiado fácil si se hace expresamente. Se agradece, en cualquier caso, la ausencia de artificios que entorpezcan las historias.
            En conclusión, Segunda residencia es un libro de detalles, de silencios y de ausencias. Más allá de la etiqueta de “realismo”, sin embargo, este primer libro de relatos de Margarita Leoz resulta un conjunto genuino. Con todos estos andamiajes que hemos comentado, la autora ha logrado un libro personal, en el que ese “realismo americano” que se le atribuye radica más bien en lo cercano de los ambientes recreados y de los personajes que se pasean de su mano por los relatos; esos personajes comunes y esas situaciones ordinarias conforman un nexo interno que hacen de Segunda residencia un volumen compacto que gana sin duda con una segunda lectura.  Maite Núñez

 

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Un comentario cinegético, que no de cetrería, en torno a unos sonetos escurridizos.
portadaLos sonetos
Robert Juan Cantavella
El Gaviero ediciones, Almeria, 2011

 

            Robert Juan Cantavella en un tiempo no muy lejano fue coeditor de esta revista y hoy  le dedicamos un comentario a su última y sorprendente obra titulada  Los sonetos.

            Este autor, que hasta ahora ha publicado distintas obras de narrativa  como las novelas Otro (2001), El Dorado (2008), Asesino cósmico (2011) y el libro de relatos Proust Fiction (2005) , emprende con el libro que comentamos una nueva aventura literaria que es poesía y no lo es, que tampoco se trata de poemas en prosa y que se titula de forma humorística  Los sonetos. Digo humorística porque lo que Cantavella hace en estos textos inclasificables es algo a lo que nos tiene acostumbrados en sus obras, a saber, juega con el lenguaje, distorsiona la sintaxis, subvierte la lógica de las frases y crea un artificio que mediante una serie de recursos como la ironía o la parodia consigue transmitir una especie de crítica a la tradición y a la repetición de modelos  que esclerotizan la obra literaria y la retrotraen a épocas  que poco o nada influyen en el hoy, en el escritor que hoy se enfrenta con la necesidad , el placer o el gusto por la palabra más que por una forma predeterminada.

            En Los sonetos nos encontramos con lo que su autor llama un poema en nueve partes formado por textos  escritos  entre 2004 y 2006 mientras estaba dando forma a una de sus novelas. El mismo confiesa en alguna de las entrevistas que se le hacen a la salida del libro que al principio no sabía hacia dónde iba, cuál era la finalidad de lo que escribía y que lo hacía libremente sin las ataduras que proporcionan las novelas a sus autores.

            Para leer este libro hay que ser experto cazador de sentidos y saber matar dragones, sobre todo a los dragones que pueden, en su caso, haber secuestrado a una dama o no, no importa mucho este punto. Para Casavella el soneto es una animal del que hay que conocer las costumbres, sabemos que no vuela por lo que la cetrería queda descartada y también la descartamos porque parece que tiene un tamaño imposible de cazar con un halcón. Se suben a los cocoteros, se intentan librar de los parásitos frotándose contra el suelo con su espalda y bajan a beber a los lagos, presumiblemente de noche. No se les tiene que tener miedo aunque, eso sí, hay que estudiar convenientemente cómo cazarlos.

            Leer este libro es una experiencia desconcertante si partimos de cualquiera de los a priori literarios pero una experiencia fascinante si nos dejamos llevar por  la simbología oculta y por el placer de la palabra misma. M Cinta  Montagut.

 

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portadaDiccionario político. Voces y locuciones.
Antonio Tello  
El Viejo Topo, Barcelona,  2012

 

            Escribir un diccionario ha sido siempre un trabajo concienzudo y paciente de recopilación de datos, contraste de los mismos y búsqueda de fuentes fiables en las que ir a beber. Pero un diccionario es, ante todo, una herramienta con la que trabajar y aclarar ideas , con la que estudiar y complementar conocimientos.
            Un diccionario es siempre un libro de referencia que recoge y ordena conceptos pertenecientes a una determinada materia, los más conocidos, los diccionarios por antonomasia son los de la lengua, aquellos que contienen el léxico de una lengua explicando su significado. Estos diccionarios son los más antiguos pues ya en el siglo VII a.d.c. en Mesopotamia parece que se escribió el primero, pero a medida que el ser humano ha ido acumulando saberes y conocimientos diversos los diccionarios dedicados a otras parcelas de la cultura se han hecho moneda corriente.
            Antonio Tello, novelista, poeta, ensayista e historiador, nos presenta este  Diccionario político que en cierto modo continúa la línea de sus estudios y ensayos históricos entre los que se encuentran los títulos Historia del siglo XX (Salvat- La Nación 1996)  Breve historia de Argentina. Claves de una impotencia (Sílex 2006).
Esta obra nos ofrece un panorama completamente puesto al día de los conceptos imprescindibles para comprender el mundo contemporáneo y para saber interpretar el constante aluvión de información que nos llega a través de los medios de información, internet, las redes sociales y la caterva de opinadores de distinto pelaje que nos bombardean sin descanso. Es una obra asequible, clara, escrita con un lenguaje sencillo y directo que ayuda a pensar y poner orden en el caos informativo que nos rodea.
Contiene al final de sus páginas una bibliografía muy útil para quien quiera profundizar en alguno de los conceptos o las ideas que el diccionario contiene. MCM

 

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portadaLa civilización del espectáculo
Mario Vargas Llosa
Alfaguara, Madrid 2012

 

Antes de nada convendría señalar la admiración que siempre me ha merecido Mario Vargas Llosa, tanto como novelista, ensayista, y como intelectual. Es en la tercera de estas facetas donde recaería mi admiración más por la persona que por el escritor profesional. Esto se basa en la autenticidad de sus opiniones, dictadas por la independencia, a diferencia de la marea de pseudointelectuales que prefieren alquilarla al servicio de las causas justas, aquellas sobre las que no hay voces discordantes, con el fin de crearse una imagen invulnerable, siempre a salvo de las consabidas etiquetas a las que se arriesgan los que dicen lo que realmente piensan en circunstancias donde hay que jugársela. Es alto el precio que se paga. Un buen ejemplo es Albert Camus, cuyos artículos y ensayos, pese al paso del tiempo, mantienen hoy una vigencia asombrosa.

            Quería hacer esta introducción porque con La civilización del espectáculo, en general, son más las discrepancias que las avenencias. Solo mi admiración por el personaje me lleva a tratar de comprender su punto de vista, respetarlo y publicar mis propias ideas al respecto.

            En mi opinión, los mayores defectos que encuentro en el libro son su dispersión, su falta de coherencia interna y una tendencia a generalizar, lo que evidencia una especie de temor atávico por un enemigo ilocalizable, por un fantasma. Vargas Llosa es implacable y riguroso cuando identifica claramente al enemigo y sus dogmas, léanse, por ejemplo, sus memorias El pez en el agua. O cuando celebra sus amores literarios, La orgía perpetua o La verdad de las mentiras. Pero es errático, disperso y generalizador cuando lo que pretende denunciar se sitúa en la parcela de sus aversiones, y ahí tenemos La utopía arcaica o el libro que hoy nos toca.

            Para empezar, parte importante de la bibliografía debió servir para sustentar ideas de fondo a lo largo del libro, y no para servir de base sobre la que se asiente gran parte de la argumentación. Al tratarse de un ensayo debería más bien dialogar con otros ensayos contemporáneos sobre el tema. Pero el libro se inicia pasando revista a "algunos de los ensayos que en las últimas décadas abordaron este asunto". ¡Las últimas décadas!: Notes Towards the Definition of Culture de T.S. Eliot ¡es de 1948! A continuación se ocupa de la respuesta a dicho ensayo: In Bluebeard's Castle. Some Notes Towards the Definition of Culture de George Steiner, publicado hace más de 40 años, en 1971. Con el primero, defiende el concepto de "jerarquías culturales" como única manera de garantizar la calidad de la alta cultura. Y se sirve del segundo para denunciar el peligro que corre la cultura al replegarse al ámbito académico y retirarle así poder a la palabra, cediéndoselo a la imagen o la música. Seguidamente se ocupa de La societé du Spectacle de Guy Debord ¡de 1967! para imputar al capitalismo la conversión de la producción cultural en una mera mercancía, proceso que hace de la vida una pura representación.  El siguiente ensayo que aborda es por fin contemporáneo, La cultura-mundo. Respuesta a una sociedad desorientada de Gilles Lipovetsky y Jean Serroy (2010),  del que destaca ideas como el surgimiento de una cultura de masas global, la entronización de la pantalla como su canal principal y la capacidad de esta para promover un individualismo salvaje. Finalmente, con Cultura Mainstream de Fréderic Martel (2010), esboza prácticamente la idea central del ensayo: "La inmensa mayoría del género humano no practica, consume ni produce hoy otra forma de cultura que aquella, que antes, era considerada por los sectores culturales, de manera despectiva, mero pasatiempo popular, sin parentesco alguno con las actividades intelectuales, artísticas y literarias que constituían la cultura. Ésta ya murió, aunque sobreviva en pequeños nichos sociales, sin influencia alguna sobre el mainstream." ( ) "La cultura es divertida y lo que no es divertido no es cultura."
            No comparto el concepto de "jerarquías culturales" que sí comparten muchos autores jóvenes, como Volpi, Gamboa o Carrión, que abogan, por ejemplo, por una crítica literaria que "jerarquice", "cribe" y finalmente "guíe" al lector hacia la buena literatura dentro de la vorágine del mercado. Primero, no veo por qué la crítica dejaría de hacer algo que siempre ha hecho (según Vargas Llosa esa era la crítica de "nuestros abuelos y bisabuelos") y segundo, creo que deberían ser los propios lectores (y en gran medida lo son) los que, gracias a su educación básica, sepan distinguir ellos mismos la literatura con mayúsculas de la comercial. Respecto a que la palabra haya cedido lugar a la imagen, esto depende mucho de los soportes de los que estemos hablando, si se trata de los libros o el libro electrónico, estamos muy lejos de que esto suceda o haya sucedido de un modo preocupante. La prueba es que críticos como Vicente Luis Mora no se lamentarían del rechazo que suscita aún hoy compaginar imagen y palabra.

            Probablemente haya un repliegue de la cultura al ámbito académico, pero resulta espinoso demostrarlo, sobre todo cuando uno vive en la turbulenta actualidad, "selva promiscua" en palabras del autor. Según Vargas Llosa, el vacío dejado por la desaparición de la crítica ha permitido que, insensiblemente, lo haya llenado la publicidad. Tampoco me parece que esto sea del todo cierto. Si hablamos de España, existen muchos medios serios, y algunos de masas, en donde se hace crítica con seriedad, pero además, los hay en Internet. Como recalca Jordi Gracia, en su excelente ensayo El intelectual melancólico, nunca la alta cultura ha gozado de tanta atención de parte de los medios, medianos y pequeños, incluso minúsculos, como podrían ser los blogs. Por otra parte, el asunto de haberse vendido la cultura a los "vaivenes del mercado", si tiene algún culpable, ¿no es acaso el liberalismo económico que con tanta convicción ha defendido el autor? Que conste que sigo compartiendo gran parte de la ideología, pero no cabe duda de que aquí deberíamos empezar por la autocrítica. La crisis de valores que afectaría a la cultura y que sin duda es culpable de la actual crisis financiera, ha sido en gran medida gestada por ese entusiasmo y confianza ciega en el mercado del que hemos pecado los liberales. Sin embargo, ni una línea al respecto en todo el libro.

            Otra de las críticas se dirige hacia el olvido que incentivan la música, los conciertos multitudinarios y los deportes de masas. Totalmente en desacuerdo. Qué duda cabe de que el fútbol y los conciertos (de cada vez menos intérpretes) llegan a ser multitudinarios, pero si fomentan el olvido este no traspasa las barreras temporales en los que estos espectáculos tienen lugar. No diría que Javier Marías, que es madridista, ni Juan Villoro, culé, conforman el grupo de los desmemoriados por su afición al fútbol. Ni que al escritor chileno Roberto Bolaño, que escuchando heavy metal a todo volumen creó una obra que el propio Vargas Llosa ha elogiado, se le pueda acusar de amnésico.

            Ahora, parcialmente de acuerdo con estas líneas: "el intelectual se ha esfumado de los debates públicos, por lo menos de los que importan. Es verdad que todavía algunos firman manifiestos, envían cartas a los diarios y se enzarzan en polémicas, pero nada de ello tiene repercusión seria en la marcha de la sociedad, cuyos asuntos económicos, institucionales e incluso culturales se deciden por el poder político y administrativo y los llamados poderes fácticos, entre los cuales los intelectuales brillan por su ausencia." No dudo de que esto sea en parte cierto, sobre todo si viene de alguien que ha llegado a ser candidato a la presidencia del Perú, "el oficio más peligroso del mundo". Es verdad que lo que antes denominábamos "intelectual comprometido" es hoy una figura que escasea en la comunidad literaria, que si aboga por un compromiso este se ha de practicar con la obra y no fuera de ella, y menos a manera de participación pública en la arena política. Tal vez esto se deba a que la juventud asocia la imagen de intelectual con la caspa y la polilla, lo cual a mí también me parece un error. Muchos de los escritores jóvenes, si participan, rara vez lo hacen en terrenos polémicos. Como he dicho antes, se manifiestan cuando poco está en juego, por ejemplo, denuncian la violencia, los recortes, los toros y cosas sobre las que hay un acuerdo al menos en la comunidad intelectual. Y eso que Vargas Llosa no está en las redes sociales, donde muchas de dichas manifestaciones suelen practicarse a través del cinismo, la broma y la frivolidad. El resto es echarse caspa a los hombros. Pero de ello son culpables algunos intelectuales también, por ejemplo Gunter Grass, cuyos desaciertos y extravíos los lleva a veces a defender y decir barbaridades. El mismo Vargas Llosa defendía la lucha armada en sus años revolucionarios. Lo cual demuestra que tampoco en esa época se les hacía mucho caso a los intelectuales.

            El mejor capítulo es el titulado "Prohibido prohibir", que localiza de manera más acertada un enemigo: los intelectuales surgidos tras el mayo del 68, como Derrida, Foucault, Barthes, Lacan, Kristeva: "No es de extrañar que, luego de la influencia que ha ejercido la deconstrucción en tantas universidades occidentales (y, de manera especial, en los Estados Unidos) los departamentos de literatura se vayan quedando vacíos de alumnos, se filtren en ellos tantos embaucadores, y que haya cada vez menos lectores no especializados para los libros de crítica literaria". Es en estas páginas donde Vargas Llosa desarrolla y contagia mejor sus convicciones. Si el ensayo se hubiera centrado y ordenado en torno a ampliar las zonas de las que habla este capítulo sin duda hubiera sido más acertado. Y brillante. "Responsabilidad e inteligibilidad van parejas con una cierta concepción de la crítica literaria, con el convencimiento de que el ámbito de la literatura abarca toda la experiencia humana" y continúa: "si se piensa que la función de la literatura es solo contribuir a la inflación retórica de un dominio especializado de conocimiento, y que los poemas, las novelas, los dramas proliferan con el único objeto de producir ciertos desordenamientos formales en el cuerpo lingüístico, el crítico puede, a la manera de tantos postmodernos, entregarse impunemente a los placeres del desatino conceptual y la tiniebla expresiva." Sin duda, el alejamiento de la alta cultura del gran público se debe en grandes dosis al uso del lenguaje de la contraseña, de la erudición aislada, de la especialización como camino a lo ininteligible. En un mundo donde la imagen es crucial, correr a buscarse una con glamour puede explicar esta actitud.

            De todos modos, no veo que conexión pueda tener esto con el fenómeno del espectáculo. También encuentro forzado hablar de religión, prensa rosa y erotismo, estas páginas sobran, son redundantes y a veces machaconas. El lector se acaba preguntando quiénes son los culpables del desbarajuste, si la televisión, la prensa, los intelectuales, todos. No queda nada claro.

            En el capítulo "Cultura, política y poder" a las opiniones solo las sustenta el fraseo y no unas pruebas, unas estadísticas, una bibliografía, unos ejemplos sólidos. ¿Es cierto que hay un desgaste de la honestidad política? ¿No será que hoy están más expuestos al ojo público de unos ciudadanos más exigentes y mejor informados?  Sobre el periodismo escandaloso, Vargas Llosa afirma: "No hemos llegado a esta situación por las maquinaciones tenebrosas de unos propietarios de periódicos o canales de televisión ávidos de ganar dinero, que explotan las bajas pasiones de la gente con total irresponsabilidad. Esta es la consecuencia, no la causa". "La raíz del fenómeno está en la cultura. Mejor dicho, en la banalización de la cultura imperante, en la que el valor supremo es ahora divertirse y divertir, por encima de toda otra forma de conocimiento o ideal. La gente abre un periódico, va al cine, enciende la televisión o compra un libro para pasarla bien, en el sentido más ligero de la palabra, no para martirizarse el cerebro con preocupaciones, problemas, dudas. ( ) ¿Y hay algo más divertido que espiar la intimidad del prójimo, sorprender a un ministro o un parlamentario en calzoncillos, averiguar escándalos sexuales de un juez. ( ) La prensa sensacionalista no corrompe a nadie, nace corrompida por una cultura que, en vez de rechazar las groseras intromisiones en la vida privada de las gentes, las reclama." Todas estas opiniones, como digo, sería bueno que fueran sustentadas por unos datos, puede que sean verdaderas pero da la impresión de que se mezclan papas con camotes. Recuerdo que sobre el escándalo Levintsky, Vargas Llosa explicó que los medios estadounidenses hacían bien en sacar los trapos sucios del presidente Clinton. Que los políticos estén bajo el ojo público es sano y lo es más que puedan ser atacados, incluso por las maneras menos serias, las que apelan al humor y a veces a la vulgaridad, porque estas ponen a prueba mejor que las otras el genuino derecho ciudadano de ejercer la libertad de expresión, la sátira de la Roma imperial es esencialmente hija de esta actitud.

            El espectáculo parece no ser realmente el fantasma, sino la sábana que lo cubre. El fantasma que asusta a Vargas Llosa no es otro que este nuevo mundo en el que la democratización de la cultura no es lo que los hombres y mujeres de su generación soñaron, sino algo más burdo y vulgar, exento de refinamiento, irrespetuoso con la autoridad, penosamente frívolo, sumamente vertiginoso y acumulador, lleno de deficiencias y vacíos, y cuyos productos más que nacer se abortan en la vorágine del mercado y el ritmo frenético del capitalismo salvaje, un objeto, un artefacto, que en lugar de convicciones solo trasmite incertidumbres, poses y embustes con una grosería que no tiene límites. Pero solo ver ese lado es volverse presa de la ceguera, el pesimismo y la nostalgia. El problema sí tiene solución, y consiste en mirar también al otro lado, aquel en donde mucha cultura se hace con rigor, y sus hacedores ejercen su derecho a elegir por ellos mismos, a discernir y consumir lo que sí vale la pena, que no es tan poco como algunos piensan, y a fomentar un pensamiento crítico y autocrítico, y seguir dando batalla anteponiendo un compromiso ético y una opinión propia, cueste lo que cueste. Entiendo que este es el propósito del libro, lo leo entre líneas pero no de manera clara y desembozada, y lo lamento, porque la pluma de Vargas Llosa habría sido muy útil para hacer frente al problema. Y aún no estoy tan seguro de que, al menos por los comentarios que ha suscitado, no lo haya sido. EEU

                                                                                                   

 

© TBR 2012


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