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índex català   sep - oct  2002  n° 32

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DING DONG ! AVON CALLING!Avon llama
Mària Suàrez


Años 50s


      … "Train I ride… Sixteen coaches long… Train I ride… Sixteen coaches long… Well, that long black train… Got my baby and gone. Train, train… Coming round the bend… Train, train… Coming round the bend… Well, it took my baby… Well, it never will again (Do not again)…".


Esta noche en el recién estrenado tocadiscos de mamá, un Phonosuper de madera y metal de la firma alemana Braun, suena "Mystery Train", la popular canción del que es sin duda el ídolo indiscutible de nuestra ciudad, Memphis. El nombre de Eldene Beard pasará a la historia como el de la primera persona que fue a una tienda de discos en 1954 y compró el vinilo "That’s All Right" de Elvis Presley, mientras para mí, mis hermanos y Papá, Eld será siempre el diminutivo familiar de mi sufrida y querida madre.
      Mamá, recostada en el sofá, echa un vistazo a los últimos picardías que luce Betty Page en el girlie magazine Eyeful. Papá suele traerlos a casa cuando se acumulan demasiados en su consulta de dentista. Aron, mi impertinente hermano pequeño, juega con Door Robot y Rosko el Astronauta, sus muñecos preferidos. Papá se entretiene con la que es su mayor afición –después, claro está, de los colmillos, molares y premolares– la ciencia-ficción. Está subscrito a varias revistas especializadas en el género. Galaxy, Worlds Beyond y Science Fantasy, hasta el momento siempre han sido sus favoritas.
      De todas maneras, esta noche tiene entre sus manos una nueva adquisición, Astounding. Me comenta que hay un artículo sobre dianética que le parece tremendamente interesante. No sé de qué me habla, pero intento hacerle creer que sí. Papá y sus cosas. Se le ve absorto en la lectura. Y yo cierro la página de mi diario del 2 de julio de 1955 mientras Elvis nos da las buenas noches con su nuevo hit "Mystery Train".

Antes de seguir, creo oportuno presentarme. Mi nombre es Bat. Curioso, ¿no es cierto?… Y además, molesto. Pues para una chica de doce años es un tanto aburrido tener que explicar a sus cursis amigas y compañeros de clase que el origen de todo radica en una afición de su padre, quien sin pedir permiso y nada más verme nacer, decidió hacer de mí un producto de su fanatismo. La fantasía urbana del héroe enmascarado Batman le resultó impactante y quiso mantener ese mismo impacto cada vez que llamara a su hija. Hoy, una espigada y delgadísima chica de largas trenzas negras y piel muy, muy blanca, que encuentra a su mejor aliado en la escritura de un diario.
      Digo lo de espigada y blanquísima piel con todas las penas que eso me supone, pero no quiero hablar más sobre el tema.

"Buenos días, queridos radioyentes de la cadena WMPS, soy Bob Neal y estoy con ustedes para hacerles llegar las últimas melodías hillbilly de Eddie Hill y los sonidos country de Louvin Brothers".

Hoy ha sido mi primer día de vacaciones, el Instituto Humes, donde curso mis estudios y donde por supuesto también se formó Elvis a mi misma edad, ha cerrado sus puertas durante un par de meses. Glorioso día, éste. Ha llegado mi ansiado recreo estival.
      Esta mañana, a la hora del desayuno, las tortitas, los cereales y el vaso de leche nos esperaban en la mesa. El pequeño Aron se debatía entre la mermelada de naranja y la de frambuesa. Papá se ponía al día sobre las últimas noticias referentes a la inestabilidad de Vietnam del Sur y leía en voz alta las frases lapidarias de los políticos de turno. "Querámoslo o no, tenemos que reconocer que la victoria que hemos alcanzado hace recaer sobre el pueblo americano el fondo de la responsabilidad de dirigir el mundo". A mi hermano y a mí estas declaraciones nos suenan indiferentes, pero yo sé que a mamá le hacen pensar más allá de sus preocupaciones cotidianas.
      Ella no quiere ni que Aron ni yo nos demos cuenta. Pero por las noches, desde hace ya tres meses, se oyen sollozos en la habitación de mis padres. El profundo sueño infantil de Aron le mantiene ignorante. En cambio, mi adolescente curiosidad no ha podido contenerse. Papá trata de consolar a mamá y le repite una y otra vez que Eisenhower lo solucionará. De todos modos, el convencimiento republicano de mi padre no es suficiente para calmar los lamentos de mamá.
      El problema en casa no es político, sino sentimental. Tom, mi hermano mayor, hace dos años que se ha alistado en el ejército y ahora forma parte de ellos. Mamá tiene miedo por si le pasa alguna cosa.
      A mí no me gusta que forme parte de ellos. Sin embargo, debería aprender a saber que es su vida y no la mía.
      La mañana se presentaba interesante. Papá dejó a Aron en casa de tía Winfred. Es la hermana gemela y soltera de mamá y, sin duda, una de sus mejores amigas. Hasta ahora, había sido costumbre que cada verano se ocupara de nosotros mientras nuestros progenitores trabajaban para sacar la casa adelante. Al menos, eso es lo que siempre le gustaba decir a Papá cuando sentado en el mullido asiento de su vieja ranchera de color marrón nos decía adiós. A partir de este año, el ritual continuará intacto, pero el único que se irá a casa de tía Winfred será Aron. Debo estar haciéndome mayor.
      Como iba diciendo, todas las mañanas a la misma hora –entre las 9:30 y las 9:33– Papá se dirige a su consulta de la Tercera Avenida. Hoy, primero ha pasado por la calle Jackson y ha dejado al pequeño monstruo de cinco años con la tía. Yo me he quedado en casa con mamá. Ha sido divertido. Después de recoger la cocina, nosotras también nos hemos ido a trabajar.
      La escena me hace reflexionar. La señorita Marjorie tenía razón en la que fue su última lección antes de las vacaciones. La que en sociología se llamó en el pasado "familia extensa", en esta década ha sido sustituida por la "familia nuclear". El ideal es casarse y tener hijos para vivir felizmente en un agradable hogar.
      Nosotros somos un muy buen ejemplo.
      Desde hace más de tres años mi madre desarrolla su faceta profesional, algo incomprensible para la anciana abuela Doris. "La mujer como una pieza más del acerbo cultural del pueblo, ¡qué barbaridad!…", diría ella tras sus gafas de metal mientras intentaría recordar en qué libro había leído una frase parecida.
      Creo que fue en una de las vallas publicitarias del centro de la ciudad donde mamá conoció la propuesta de Tupperware.
      La firma de contenedores de plástico oriunda de Orlando impuso un nuevo sistema de ventas. Se trataba de citar en nuestro hogar al mayor número de amas de casa posible, conquistarlas con una dulce merienda y convencerlas de las muchísimas ventajas que ofrecen estos recipientes para conservar los alimentos. Con esta primera experiencia, nuestros armarios se llenaron de envases de plástico de múltiples formas y colores.
      Papá no daba crédito de lo que estaba pasando en casa, pero mamá aprendió a explotar sus mejores armas de mujer tal como lo hizo cuando le quiso conquistar, allá por la prehistoria, en un baile de fin de curso. Pronto vio que la venta a domicilio era su verdadera vocación. Fuera el producto que fuera. De hecho, a los pocos días pasó de los plásticos a los cosméticos, que causan grandes estragos entre las mujeres de su edad, y continuaba igual de feliz. Lo importante era vender. Moverse. Y de un día para el otro, ¡Avon, llama!

"Hoy he venido para mostrarte nuestra exquisita nueva línea en colores suaves de sombras, coloretes y lápices de labios. Todo lo que necesites para acentuar y resaltar tu cambio de aspecto.
      Ni que decir tiene, que también traigo un muestrario perfecto de tus cosas favoritas. Esos productos de los que todas hemos llegado a depender a lo largo de los años".
      Angie, la mejor clienta de mamá, tiene una actualizada colección de revistas femeninas de moda. Páginas y páginas que constatan las prioridades del momento: el hogar, estar guapas y guisar buenas comidas para los maridos. Esta mañana, mientras ellas charlaban acerca de los aromas y propiedades del muestrario de Avon, yo revisaba el contenido de su siempre repleto revistero. Marilyn Monroe, el fetiche que empapela la habitación del ausente Tom, es el símbolo de Hollywood. Rubia, con curvas y muy, muy sexy.
      De todos modos, yo prefiero a Audrey Hepburn. Mi extrema delgadez sólo me resulta cómoda cuando pienso en parecerme a la diosa de papel couché y celuloide. Su menudez y delicadeza le otorgan una elegancia suprema. La admiro. La quiero. Sin embargo, a mamá le parezco demasiado joven para vestir al estilo beatnik de Audrey. Zapatos planos de ciclista, falda calabaza y cola de caballo. Dice que una chica de doce años no debe ir así. La única concesión que he logrado ha sido lucir un flequillo de mono, ¡o de monje!, como dijo Papá cuando llegué de la peluquería.
      Ya zanjada la venta, tocó el tema peinado. Angie ya había hecho su interminable pedido de cosméticos y un poco de conversación frívola no le disgustaba ni a ella ni a mamá. En un instante repasaron el look de sus mejores ochenta amigas. Cardado, teñido, cortado con navaja, desordenado y peinado alto, con postizos, a lo garçon… Y seguidamente, la lencería. Lo último, los sujetadores puntiagudos y con costuras circulares para acentuar la abundancia de lo que ocultan.
      Mamá estaba muy contenta. La compra de Angie fue tal que decidió que nos tomáramos el resto del día libre.
      Hemos cogido el tranvía y nos hemos dirigido directamente a los grandes almacenes Goldsmith. En la acera oeste de Main y haciendo esquina con Beale, el edificio de los sueños nos daba la bienvenida.
      En la planta baja, mamá se ha detenido a mirar la gran oferta de potingues que propone la competencia. Nada que ver con la calidad y los buenos resultados de su querida firma. De todos modos, le han encantado los tintes: rojo, azabache, naranja, plateado, dorado… Después de dudar un buen rato, ha optado por un rubio oxigenado. Será verdad eso que dicen: ellos las prefieren rubias.
      Hoy ha sido toda una fiesta. Por si fuera poco, mamá me ha dicho que me regalaba un pintauñas de la gama infantil. Yo le he contestado que no, que no me apetecía. Creo que no le ha importado mucho, porque entonces ella ha optado por comprarse la nueva sensación de la tienda: el aerosol SatinSet de Revlon.
      En la cafetería hemos comido unos emparedados: atún con mayonesa, jamón y queso, mortadela y crema de cacahuete… Una Coca-cola y tarta de manzana. Con el estómago algo más lleno, hemos seguido con las compras.
      La sección de muebles es una locura. Últimamente, cuando vienen visitas a casa, uno de los temas habituales en las conversaciones es la decoración. Por lo visto, el consumismo pasa por un buen momento –eso es lo que nos contaba en clase la señorita Marjorie– y la verdad es que las casas están repletas de extravagantes piezas.
      Mamá sueña con cambiar las sillas de la cocina y, además, quiere comprar un bonito sillón para nuestro salón. El modelo 3107 del diseñador danés Arne Jacobsen es la referencia que ella traía apuntada en la primera hoja de su inseparable agenda de color carmín. Había leído un reportaje en una de las revistas que habitualmente le presta Angie. Por fin los Goldsmith le dejaban ver en carne y hueso su silla ideal para la cocina. Un armazón de tubos de acero sujeta la madera terciada que hace del respaldo y del asiento una sola pieza.
      Una amable señorita vestida con un elegante uniforme de traje chaqueta de dos piezas nos ha atendido. Hemos escuchado sus sinceras explicaciones y mamá ha rellenado con su firma un papel detrás de otro. En menos de una semana tendremos las seis sillas instaladas. La compra a plazos es un gran invento.
      Ya de vuelta a casa, mamá me ha dejado ojear el folleto que la dependienta de los grandes almacenes nos ha regalado para convencer a Papá de cuál es el sillón ideal para nuestro salón. La Diamond Chair. Una publicidad que la empresa fabricante Knoll International Inc. de Nueva York reparte entre las tiendas que distribuyen sus productos para comunicar a sus clientes las características de las últimas colecciones. Junto a la foto a toda página de la propuesta del diseñador americano Harry Bertoia se puede leer el siguiente texto. "De la escultura lo que más me interesa es la relación entre forma y espacio, así como también las propiedades del metal. Primeramente hay que solucionar con las sillas muchos problemas funcionales… pero estrictamente hablando las sillas son estudios en el espacio, en la forma y el metal. Si se mira bien uno se da cuenta que están hechas sobre todo de aire, igual que la escultura. El espacio circula a través de ellas". No acabo de entender qué quiere decir, pero estas palabras me hacen pensar.
      Por fin, hogar dulce hogar. Ya es de noche. Mamá está revisando su estado de cuentas mientras prepara la ruta de visitas para mañana. Aron juega con su nuevo robot Atom boy. Tía Winfred se lo ha regalado.
      Papá enciende el televisor. Y yo cierro la página de mi diario del 3 de julio de 1955 mientras disfrutamos de "Captain Video". En el episodio de esta noche el capitán, el jefe de los Video Rangers, gracias a su sabiduría científica inventa una nueva arma para defenderse del ataque de unos terribles extraterrestres.

Elvis vivía en el número 185 de la calle Winchester, en el primer rellano, en el piso número 328. Así que mamá estaba emocionada, nos tocaba visitar a Jenny en el número 187 de la misma calle. ¿Quién sabe?… quizás nos lo encontrábamos. ¡Avon, llama! "Hola, Avon, llama. Hola soy Avon, soy su representante local de Avon". No contesta nadie. Mal asunto. La segunda cita es con Hellen. Ding, dong… ¡Avon, llama!

"¿No viniste hace poco?".
      "No, no había vuelto desde la última temporada".
      "Está bien. Pasa, Eld".
      "… Ahora deberíamos decidirnos por el lápiz de labios. Bien querida, ¿cuál te gusta más? Tenemos el Windsor Huari que te queda estupendamente y el Huari Please. Son fabulosos, yo me los compré la semana pasada".
      "Me gustan los dos".
      "Bien, estupendo".

Con Hellen, las cosas habían ido un poco mejor que con la primera visita. Además, todavía nos quedaba tiempo para hacer otra intentona. ¡Avon, llama! Las sugerencias que mamá hace a sus clientas son de lo más imaginativas. Seguro que con el tiempo conseguirá su gran ilusión. Es decir, dejar de ser representante de ventas y convertirse en la directora general de la sede de la compañía en Memphis. A veces, la he descubierto pensando en voz alta, imaginándose cómo nos lo iba a decir a todos.
      Hoy se ha celebrado la gran fiesta de Estados Unidos. Papá ha cerrado su consulta por la tarde, así que el plan se presentaba divertido. Hemos comido todos juntos en casa de tía Winfred y después nos hemos ido al cine. La música que enloquece a la hermana de mamá, a pesar de las sinergias que según los científicos existen entre gemelas, no tiene nada que ver con Elvis. En realidad, ella acostumbra a remontarse unos años más atrás, así es que el pavo y el puré de patatas lo hemos degustado al ritmo de "Amado Mío", de Doris Fisher y Allan Roberti. Por supuesto, interpretada por Rita Hayworth como en "Gilda".

      "Amado mío… Love me forever… and let forever begin tonight… Amado mío… When we’re together… I’m in a dream world of sweet delight.
      Many times I’ve whisper… Amado mío… It was just a phrase… that I heard in plays… I was acting a part… But now when I whisper… Amado mío… Can’t you tell I care… by the feeling there… Cause it comes from my heart".

En la sobremesa Papá parecía alucinado con el coche que acababa de ver anunciado en el periódico. Lo presentaban como el Coche del Futuro, un vehículo pensado para el lejano y enigmático año 2000. ¿Qué edad tendré yo en el 2000? ¿Y en el 2001? Por supuesto, Papá tampoco se libra de la vorágine consumista de nuestra época. Desde que tengo uso de razón, sé que está ahorrando para comprarse un impresionante biplaza, el Porsche 356. Siempre explica que es un deportivo que ganó la carrera de las 24 horas de Le Mans en 1951. Según Papá, conducirlo sería como alcanzar el éxtasis. Sin embargo hoy, después de ver el Coche del Futuro, su sueño ha quedado algo nublado. ¡Propulsado por energía atómica, guiado por radar y con sólo dos ruedas!
      En la actualidad, la tecnología, los nuevos materiales y los diseños aerodinámicos se aplican a multitud de objetos, desde muebles hasta automóviles, y estos se benefician del esfuerzo investigador que durante los años de guerra se ha realizado con fines bélicos. Sí, no hay duda, el Coche del Futuro le ha causado un tremendo shock a Papá. Ensimismado mientras fumaba uno de sus cigarrillos Lucky Strike, pensaba que era mejor esperar un poco más antes de decidirse, pues el progreso avanza a marchas forzadas y lo que hoy parece innovador en menos de un año se puede convertir en obsoleto.
      Me da la sensación que la publicidad está abusando demasiado de nosotros. De nuevo las exposiciones orales de la señorita Marjorie vienen a mi memoria. "Los Estados Unidos se están convirtiendo en un país cuyos habitantes, en su mayoría, son personas mal informadas, indiferentes hacia las penas de los demás". Nos estamos volviendo seres excesivamente dóciles y propensos a los lavados de cerebro propagandísticos.

"Mami, ¿cuándo me vas a comprar un hula-hop?".
      "¿Y a mí, otro robot?".
      "¿Y a mí, el Coche del Futuro?".

Por la tarde hemos ido al cine. La cartelera estaba repleta y lo peor ha sido que nos pusiéramos de acuerdo. Los temas aptos para el esparcimiento de las familias –con canciones y bailes que celebran los viejos tiempos– o bien los films de vaqueros que siguen centrándose en una visión moralista de la vida –con argumentos que apuestan por el triunfo del bien sobre el mal– son lo más común. Pero por supuesto, Papá ha impuesto su radical gusto por la ciencia-ficción.
      Los mejores cines de Memphis están en la calle South Main del centro: el Malco, el Loew’s State, el Strand… Después de dudar un buen rato en si entrar a ver de nuevo la reposición de un par de clásicos, "Destination Moon" de Irving Pichel o "La guerra de los mundos" de Byron Haskin, finalmente nos hemos decidido por la propuesta británica "El experimento del doctor Quatermass". Está basada en la serie de la BBC que aquí el año pasado se pasó todos los miércoles por la noche durante dos meses, así que ya sabíamos un poco cuál era su contenido. El profesor Quatermass se enfrenta a un astronauta que se convierte gradualmente en un hongo y que termina devorando Londres. Al final, le detienen en la abadía de Westminster y le electrocutan.
      Ha sido muy divertido. Sobre todo, por ver la cara de espanto de tía Winfred y de Aron cuando los cables de alta tensión exterminaban al malvado visitante. Sin embargo, Papá no ha quedado nada contento. Le ha parecido una producción bastante pobre y un guión demasiado enrevesado. Eso ha dicho. Mientras tomábamos un hot-dog en el dinner de la calle Kansas, nos ha contado que el realizador, Fred McLeod, está rodando en los estudios de la Metro "Planeta prohibido" y que según narran los expertos en cine –firmas habituales de su colección de revistas de ciencia-ficción– su estreno augura ser todo un acontecimiento. Mirando fijamente a Aron le ha convencido con sus excitadas palabras de que uno de los protagonistas de dicha película será una fantástica máquina futurista: Robbie, el robot. En ese preciso instante, los enormes ojos negros de mi hermano despedían un brillo cegador causado por la ilusión de imaginar que pronto contará con un nuevo compañero de juegos. Es un niño.
      Nos hemos despedido de tía Winfred hasta mañana, pero antes de subirnos a la ranchera destino a casa, nos hemos detenido frente a uno de los muchos desfiles que durante el día de la Independencia ocupan las calles de la ciudad. A mí, normalmente me gustan. Sin embargo, hoy me han parecido patéticos. No sé porqué.
      En mi opinión, la película no ha estado tan mal. De hecho, entre mis compañeros de clase estoy segura que habrá creado grandes adeptos. Pero sin duda, de todas las producciones que he visto hasta el momento en la gran pantalla, la que más impacto ha causado en mí ha sido "Ultimátum a la Tierra". Tan sólo tenía 8 años cuando la estrenaron, pero jamás la olvidaré. Un platillo volante aterriza en Washington DC y de él emergen un gran robot y un humanoide. Éste último es asesinado cuando comunica a los gobiernos terrestres que o detienen sus guerras o serán destruidos. El robot, el verdadero jefe, lo resucita y la humanidad ante su impotencia queda tremendamente decepcionada. Supongo que el hecho de ser consciente de una amenazante realidad, la Guerra Fría entre mi país y La Unión Soviética, aumenta mi sensación de terror.
      Aron, ya está en la cama. Probablemente, soñando que es el doctor Quatermass. Mamá rebusca entre los cajones de la cocina el folleto de la "Diamond Chair". Supongo que piensa que es un buen momento para retomar el tema, aunque yo no estoy demasiado de acuerdo. Cuando Papá lee ensimismado su libro de cabecera, "Yo, robot", nadie, absolutamente nadie, puede interrumpirle. Isaac Asimov es su autor preferido, un doctor en bioquímica ruso que, cómo no, también se dedica al género de la ciencia-ficción. Papá es un tipo extraño. Cuando termina de leer un capítulo, nos hace un explícito resumen a cada uno de los miembros de la familia. Por lo visto, hoy me toca a mí.

"Dentro del ámbito de las tres leyes fundamentales de la robótica, se proponen extraordinarias paradojas que algunas veces se explican por errores de funcionamiento y otras por la creciente complejidad de los programas. Estas paradojas no son sólo ingeniosos ejercicios intelectuales, sino además una fascinante indagación sobre la situación del hombre actual en el universo tecnológico y en relación con la experiencia del tiempo y la historia…".

Mis ojos se cierran y a su vez, yo cierro la página de mi diario del 4 de julio de 1955.

"Buenos días América. Soy Bob Neal y espero alegrar vuestro despertar, endulzar vuestro desayuno y excitar vuestra existencia con "Mystery Train" de Elvis Presley, un joven de Memphis cuyo movimiento de pelvis enloquece a todas las chicas del planeta".

Mamá estaba desenfrenada. De aquí para allá bailando al compás de su canción. Papá y Aron le seguían. La verdad es que la escena ha sido realmente graciosa, aunque a primera hora de la mañana mi mayor atención estaba fijada en el nuevo envase de detergente que utiliza mamá para limpiar el horno. Aún recuerdo cuando comprábamos montones y montones de cajas de "Brillo" al tendero Bob. Eran de color verde. Ahora, el envase es rojo… Las cosas cambian constantemente. En ocasiones, uno es consciente de las variaciones que ocurren a su alrededor, pero otras veces los cambios son tan rápidos que apenas se pueden apreciar. Probablemente, con el paso del tiempo ni siquiera utilizaremos "Brillo" para lavar. Ni desayunaremos cereales y tortitas, ni Papá conducirá su ranchera para ir a trabajar, ni Aron jugará con robots, ni mamá venderá productos de Avon, ni yo escribiré mi diario. ¿Qué nos deparará el futuro?
      Esta pregunta me aturde e inquieta, pero cuando se la hago a Papá sus rotundas respuestas me hacen sentir mucho mejor. Su visión del futuro es fascinante. Está convencido de que en un corto plazo llegarán a la Tierra seres de otros planetas. Éstos serán mucho más inteligentes que nosotros y se presentarán con la misión de comunicarnos todos sus conocimientos. Escucharle es alucinante. Habla de platillos volantes y de robots con una naturalidad y un convencimiento aplastante. Pero entonces, cuando yo ya logro imaginarme y disfrutar esa maravillosa realidad, siempre irrumpe mamá con su pragmatismo. "Vamos John… deja de meter pájaros en la cabeza a los chicos. Coge tu tartera, deja a Aron en casa de tía Winfred y que tengas un feliz día".
      Hoy hemos vuelto de nuevo a casa de Angie, nos ha llegado el gran pedido y se lo hemos querido entregar inmediatamente. ¡Avon, llama!

"Buenos días querida. Una vez más Avon ha hecho tus sueños realidad. Tus sombras de ojos: morado seductor, naranja mandarina, azul mar, amarillo pollito y verde manzana. Tus pintalabios: vermellón, rojo cilantro y rosa chicle. Tus coloretes. Tus cremas de día. Tus cremas de noche. Tus jabones relajantes. Tus reductoras. Tus mascarillas. Tus exfoliantes. Tus lápices de ojos. Tus… Tus… Tus…
      Y cómo siempre, Avon agradece que tengas puesta la confianza en sus productos con un útil y original regalo. Un neceser de viaje que incluye además, un espejo de aumento y un cepillo para peinar tus bonitas pestañas. Gracias una vez más, por acordarte de Avon".

Es fantástico ver a mamá tan resuelta con sus clientas. Utiliza la frase y el gesto adecuado en cada momento. Obviamente, Angie piensa lo mismo. Es más, está encantada con su representante local de Avon. ¡Avon, llama!

"Hola querida, ¿qué tal va todo?… Te presento a Bat. Este verano he decidido que me acompañe. Ya va siendo hora que aprenda los maravillosos secretos de Avon. Creo que en breve podrá seguir mis pasos. Si te parece Jeny, nos sentamos un momento y te enseño las innovadoras propuestas de maquillaje para esta temporada… Bien, un beso a Mathew, dentro de un par de días vendré a traerte tu acertado pedido. ¡Ah, y muchas gracias por confiar en Avon!".
      "¡Avon, llama!".
      "Hola, Eddy".
      "¡Avon, llama!".
      "Querida, ¿qué tal tu tratamiento para pieles secas?".
      "¡Avon, llama!".
      "De verdad que nunca has probado el gel de ducha… Ahora mismo anoto tus datos y hacemos un pedido".

¡Avon llama!… Hemos terminado la mañana totalmente agotadas. Por lo visto, hoy los hogares de Memphis estaban llenos de amas de casa deseosas de comprar productos para mejorar su aspecto. Y eso es muy positivo para mamá. Hemos comido un enorme plato de macarrones en la tratoria de la calle Kansas y de camino a Poplar Avenue nos hemos parado en el puestecillo de helados para pedirnos uno doble. Vainilla y chocolate para mamá y frambuesa y caramelo para mí.
      Poplar Avenue es una calle comercial muy transitada, en ella se encuentran las tiendas de los mejores modistos europeos: Givenchy, Fath y el gran Balenciaga. Éste último es el favorito de mamá. A pesar de sus arriesgados patrones, logra que las revistas de moda hablen de él utilizando calificativos como los de genio o artista. Pero quien no siempre le comprende es el gran público. Tía Winfred, por ejemplo, le considera un transgresor impertinente y absurdo, y de las personas cercanas a mamá, sólo la moderna Angie se pronuncia también como ferviente seguidora.
      Postradas frente al llamativo escaparate de Balenciaga, mamá me ha contado los pormenores de sus magníficas piezas. Por lo visto, es el primer diseñador que ha osado alejarse de la nueva imagen sensual que en la década de los cuarenta habían impuesto las tendencias en el vestir. Ha dejado atrás los talles diminutos y las faldas amplias y se ha centrado en los trajes para acabar introduciendo el vestido saco. Su ropa de noche es absoluta fantasía, pero en este caso, mamá apostilla que siempre se muestra fiel a unas líneas convencionales. Sin duda, lo que a ella le parece más llamativo y sugerente es el empleo de los colores vivos y ardientes, sobre todo los rojos intensos que recuerdan el exótico origen español del modisto.
      Las ganancias que mamá obtiene con ¡Avon, llama! son de gran ayuda, pero no le llenan el bolsillo lo suficiente como para atiborrar su armario con prendas de Poplar Avenue. De todas maneras, no parece preocuparle demasiado. Su habilidad con el hilo, la aguja y la máquina de coser de tía Winfred le permite hacer sus sueños realidad. El tranvía nos ha dejado en la calle McLemore. Allí, se encuentra el almacén de tejidos más importante de Memphis, Seymoor House. El señor que nos ha atendido nos ha contado que la nueva tecnología permite producir tejidos artificiales de bajo coste y de fácil mantenimiento, como el orlón, el tergal, el rayón, el curtelle y naturalmente el nylon. Asegura que lo verdaderamente interesante es que con ellos se crean texturas y tactos diferentes. Una vez terminada la explicación, mamá se ha apresurado en revolver entre los mostradores y encontrar los mejores retales de la colección de verano. Ha comprado tela para un par de faldas, un vestido y dos camisas, una de las cuales será para mí. Me arriesgaré.
      De vuelta, hemos hecho un alto en la agencia de viajes de la calle Main y hemos pagado el primer plazo de nuestro viaje a Europa. El sábado será el gran día.
      Cuando hemos llegado a casa, Papá acababa de darse un baño y estaba preparando la cena. Por lo que veo, Aron y yo seremos los siguientes en pasar por la ducha. Mamá, algo histérica, va de una habitación a la otra preparando las maletas. No quiere olvidarse absolutamente nada. En realidad, sus ojos desbordan emoción. Tom se reunirá con nosotros. Después de dos años de ausencia –sólo nos ha visitado en una ocasión– verá a su primogénito. A mí también me apetece ver qué pinta tiene. Tía Winfred ha llamado por teléfono para despedirse. Papá hoy ya ha hecho lo propio con sus pacientes y mañana viernes podrá quedarse con Aron. Después de tantos siglos ahorrando por fin tendremos unas merecidas vacaciones.
      Primero nos iremos diez días a Europa, concretamente a Londres, Gran Bretaña. Fue en 1951 cuando Papá quiso visitar esa ciudad con motivo del Gran Festival de Inglaterra. Según dice, aquél fue un acontecimiento de resonancia internacional y él se enteró de todos los pormenores gracias a la lectura habitual de sus revistas de ciencia-ficción. Montones de jóvenes creativos británicos se dieron cita para materializar sus creaciones y conceptos más futuristas. Entonces no nos fue posible visitar el viejo continente, pues nuestra situación económica no era tan óptima como en la actualidad. Eso creo. Pero por fin, pronto conoceremos tan importante ciudad.
      Además, ése no es todo mi calendario de verano. El 17 de julio, ya en Estados Unidos, estaremos haciendo cola frente a las puertas del reino de Walt Disney en Orlando. El mágico parque temático de Disneyworld se inaugurará ese mismo día. El gran sueño de Aron se hará realidad.
      Y… ¿cuál es mi sueño? Supongo que al igual que otras muchas personas tengo puesta la esperanza en un futuro nuevo y brillante. Cansada, cierro la página de mi diario del 5 de julio de 1955.

"Buenos días. Yo, Bob Neal y Elvis, desde la WMPS les deseamos un feliz viernes…".

Cuando me he sentado en la mesa de la cocina para desayunar, Papá y Aron todavía estaban en la cama. Aún dormían cuando mamá y yo nos hemos ido a trabajar. Todavía nos quedaban algunas visitas por hacer. ¡Avon, llama!

"Las bases de maquillaje que te propone Avon traen consigo tales innovaciones en su composición que aportan a tu piel una imagen idéntica a la natural humedad del rocío".
      "¡Avon, llama!".
      "Querida Joyce, no te preocupes. De momento te voy a poner un buen astringente y eso al menos evitará que se infecte. No te preocupes, de verdad, yo te ayudaré con las cicatrices, pero quiero consultar la gran guía de Avon antes de hacer cualquier cosa. Esta tarde a primera hora volveré con una solución. Quédate tranquila. Antes de irme de vacaciones, habré encontrado la solución a tus problemas".
      "¡Avon, llama!"…
©Mària Suàrez
      
Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universitat Autònoma de Barcelona. Mària Suàrez ha trabajado como periodista free-lance desde Barcelona, Londres y Madrid para varias publicaciones españolas (como Avui, La Vanguardia, Woman o Ajoblanco). Fue redactora en plantilla de la revista Vanidad y desde hace cuatro años trabaja en la revista de diseño y arquitectura Experimenta (Madrid), donde actualmente, dirige la delegación de Barcelona. Además de poner en marcha los diversos proyectos del colectivo The Cry Project, ha coordinado la edición de un libro monográfico sobre la trayectoria profesional del diseñador valenciano Pepe Gimeno, publicado en 1999. mariaexp@yahoo.com

Este texto no puede reproducirse ni archivarse sin permiso del autor y/o The Barcelona Review. Rogamos lean las condiciones de uso.

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  septiembre - octubre 2002  número 32 

-Narrativa

John Cheever: Una visión del mundo
Barry Gifford: Dos cuentos de Wyoming
Stuart David: Lo que Nalda decía (extracto)
Jordi Salvat: El sueño de Flash Gordon
Mària Suàrez: Avon llama

-Poesía Esther Zarraluki. Barcelona, mujeres poetas (5)
Pere Pena: Dos poemas inéditos
-Ensayo Rodrigo Fresán: El mundo según Cheever
Eloy Fernández Porta: Noticias del bulevar periférico
-Entrevista

Stuart David

-Reseñas G. González de la Vega Antología de relatos    españoles de piratas 
Antoni Libera Madame
Stuart David Lo que Nalda decía
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