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índex          julio - agosto 2001  num 25

| biografía

RLa naturaleza:
sus métodos, sus cosas

Eloy Fernández Porta
      
      
El primer elemento es el neón. De él proceden, según dicen los antiguos, las lámparas, los anuncios, la luz. El neón es usado para iluminar y para decorar. En cuanto a la naturaleza®, hay que preguntar a John G. Mitchell.
     En su trabajo para National Geographic, Mitchell fabrica decorados que sirvan de trasfondo a las fotografías y vídeos de animales. Los decorados tienen que ser relajantes y hermosos juntamente, y deben dar la impresión de que el mundo es feral y remoto y apenas si sabemos a qué atenernos. Su modesta solución a este problema estético es la naturaleza®. Como otros elementos de atrezzo y merchandising alquilados por National Geographic, la naturaleza® es producida en cadena; en su compleja fabricación intervienen un buen número de tubos, sensores y silicios, así como obreros especializados. El software que sirve de base a este proceso ocupa tres disquetes de gran capacidad, que son usados de forma diversa.
     El primero de los disquetes debe ser formateado y abierto, de forma tal que al hacer click en su tercera carpeta se deja oír un pitido militar que va sonando durante tres segundos: uno, dos, tres; y se apaga: ha quedado activado el virus cascada. Instantáneamente, la pantalla, abigarrada con prospecciones de terreno, cortes transversales de la corteza terráquea y síntesis holográficas de las especies en expansión, empieza a perder consistencia. Finísimos puntos blanquecinos menudean aquí y allá, cada vez más abundantes; van emborronando el espacio, difuminan el color y en progresión geométrica van diseminando hasta la última de sus formas, hasta que un último dibujo de la sabana acaba de perder su volumen y con él tiembla el diseño entero y las letras que conforman la ilustración caen rendidas al fondo de la pantalla, donde quedan formando un exánime montón. Al término del proceso, el programador, que ha observado la pantalla con los ojos fuera de las cuencas, cae hacia atrás cuan largo es y golpea el suelo con la espalda en horizontal y los pies hacia arriba, formando una ele perfecta: CROCK. El programador abandona entonces su trabajo, abjura de esta sociedad tecnocrática e inhumana y se refugia en el cine, donde devora películas iraníes sobre la pureza moral y el amor de los niños en los villorrios de las montañas. El cineasta iraní, encumbrado por miles de programadores y otros ciberescépticos y floristas, obtiene el Premio a la Mejor Obra Sobre la Entereza Ética y los Arrumacos de los Ancianos en la Aldea donde Cristo Dio las 3 Voces. Se hace muy famoso, es encumbrado; hasta aquí, la primera parte del proceso.
     El segundo de los tres disquetes debe ser introducido en un Commodore 64, para lo cual se hace preciso armarse con un Black&Decker y una broca y abrir un boquete rectilíneo en la pantalla. Una vez abierta la ranura, de diez centímetros de largo por dos de alto, se instala el disco. Como es natural, el Commodore 64 lo escupirá, por la boca recién abierta, y prorrumpirá en grandes aspavientos, gritando en muy alta voz: "¡Follones, impíos, mal rayo me parta: tráeme el acero, mi niño, pues no podré llamarme cristiano viejo si agora mismo no doy escarmiento a estos felones!" Los gritos del Commodore, cuya voz es rugosa y como de ultratumba, asustan a un conejo, que está posado sobre un carrete; el conejo empieza a correr y el carrete gira, poniendo en movimiento una cinta rodante que con su impulso hace entrechocar dos piedras de sílex, encendiendo una pequeña chispa; la chispa pone en funcionamiento una turbina, que bombea y bombea litros de agua a lo largo de una extensa cañería. La cañería gira a lo largo del edificio, dobla una esquina, sigue subiendo pared arriba, se introduce bajo el suelo y, tras reptar bajo una mesa, sube en vertical y va a desembocar en la parte inferior de la taza de té de Walter Benjamin, quien en ese momento hace una pausa en su trabajo y se lleva la taza a los labios. Un chorro de agua helada sube zumbando desde el fondo de la taza y anega el rostro de Benjamin, de quien sólo pueden verse, por un momento, los ojos iluminados en una ola que asciende y salpica hasta el último rincón de su despacho. El pensador, con el pelo empapado y el bigote goteante, deja temblorosamente la taza vacía en la mesa y se da vuelta hacia la derecha, diciendo: "¿No te parece, amigo, ¡whatchís! (perdón), que esta época nuestra de la técnica endiosada es la era del fin del espíritu?" Su interlocutor se aparta de la cara un mechón empapado y deja ver así su rostro, el de Walter Benjamin, quien responde: "Completamente, completamente, querido colega: la reproductibilidad técnica mata el arte, mata el aura del arte, mata todo, y si no, pues que me digan a mí, porque es que la verdad no sé, ¿no?" Un tercer interlocutor toma la palabra y, pasándose la mano por el bigote, añade: "Como me llamo Walter, amigos, que esta dinámica en que andamos metidos... esta dinámica... ¡ah! esta dinámica, pardiez, non eu trigo limpio." Un cuarto Walter Benjamin se suma a la discusión, y con él un quinto, y pronto la habitación entera es un bullir de Benjamines iluminados, descorchados, departiendo enfáticamente sobre la dinámica, la dinámica que nos lleva. ¡La dinámica! Hasta aquí, la segunda parte del proceso.
     Para la tercera y definitiva parte son imprescindibles unos guantes de goma y una PlayStation último modelo. Se toma la PlayStation y se agita ante los ojos de un adolescente, por más señas adicto a los juegos de rol, ciberonanista y consumidor de drogas inteligentes®. Cuando el joven está ya boqueando ante el cacharro y extendiendo los brazos en pos del mismo, se le bajan rápidamente los pantalones y, con la mano convenientemente enguantada, se le introduce el tercer disquete de un golpe seco hasta una profundidad de 15 cm de esfínter. Este tercer disquete va cargado con un juego de estrategia. En cuestión de segundos, el adolescente empezará a descargar el juego: sus ojos girarán sobre sí mismos, y en sus retinas se quedarán proyectadas las jugadas de una partida de ajedrez, con un jugador por retina; de su boca empezará a brotar una ristra de papel milimetrado; empezando por el cuello y de izquierda a derecha, una luz de neón surgirá de su interior e irá redactando como un tatuaje la historia de la fundación de Neo-Tokio. Breves explosiones sacudirán sus orejas, y la piel se volverá transparente para mostar el fluido amarillo de sus venas. Presa de convulsiones, expelerá, por la nariz, líquido de frenos, y un hilillo blanquecino y corrosivo manará de sus pezones en mágico surtidor. Al éxtasis cyborg del adolescente acudirán los vecinos, movidos por la piedad; acudirán los policías, movidos por el jaco; finalmente, atraídos por la conciencia social y por la relevancia cívica del drama, acudirán el cineasta iraní (encumbrado) y los Benjamines (mojados).
     Los Bejamines, no tan húmedos como aterrados por el androide semihumano que se agita ante ellos, tratarán de iluminarlo: "¡Sé tú mismo!" -dirá uno-; "Sé natural" -dirá el otro- "No te reproduzcas" -apuntará un tercero, extrayendo con disimulo un preservativo de la cartera. Pero el androide sigue convulsionándose y deglutiendo. "¡No podemos hacer nada!", se lamenta uno; y sollozando: "¿Por qué nos convocan, entonces? ¿Por qué nos citan?" "Porque les han dicho que si os citan quedan bien", responde el cineasta, y con la mejor de las intenciones bondadosas™ exclama: "¡Dejadme a mí!" El cineasta se abre entonces el khmer (traje típico iraní), y con un movimiento de jhlad (ostentoso) extrae un garrote de madera con pinchos en la punta que lo flipas. "Esto es un jalahad " -explica, sopesándolo-, "en mi país se usa para dormir a los bebés e infundirles la rectitud moral". Y lo enarbola y lo levanta y arqueándose en el aire cuan infiel es propina tal papirotazo en la cabeza del androide que éste cae de culo y queda sentado, y el murmullo de la máquina parece remitir. Y entonces, ¡oh sorpresa!, entonces, la cabeza del androide, con su chichón enorme, queda quieta, y a su alrededor empieza a silbar, a trinar y a pitpitear una alegre bandada de pajaritos, que jovialmente cantan y revolotean como un anillo del planeta que girara. Cantan, trinan: corren en un aire limpísimo de pradera, y traen consigo el sabor de las frutas y del olmo. "Hela aquí" -dice Benjamin-; "la naturaleza®".
    
© 2001 Eloy Fernández Porta

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biografía

Eloy Fernández Porta (Barcelona, 1974). Licenciado en Humanidades, ha impartido clases en la Universitat Pompeu Fabra, ha sido becario en Boston College y es lector de español en Duke University para el curso 2001-2002. Autor del libro de relatos Los minutos de la basura (Montesinos, Barcelona, 1997), ha sido incluido en las antologías Nueve narradores de ahora, After Hours e Invasores de Marte. En septiembre aparecerá su segundo libro de relatos, Caras B. De la música de las esferas, publicado por Debate. Colabora en las revistas Quimera y Encubierta. El texto "La naturaleza: sus métodos, sus cosas" forma parte de un bestiario titulado Bibliografieras, del que se han publicado otras piezas en los números 98 y 99 de la revista Mundo porcino (www.cibercerdo.com).

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